Nos
encontramos desandando los escasos cientos de metros que separan al área del gimnasio
de la pequeña carretera local que conduce hasta el templo de Artemisa por un
paraje poblado de pequeñas viviendas y cultivos minifundistas. Debemos conducir
algo menos de dos kilómetros para llegar a nuestro destino. Entretanto vamos a
continuar con nuestro relato de la historia de Sardis…
Foto 1.- Muralla romana de Sardis. Siglos III-IV d.C. Núcleo de mampostería de cantos rodados aglomerados con mortero de cal.
En
el año 296 d.C. Diocleciano, el Augusto principal, decreta una nueva división
territorial del Imperio, diviendo en dos, tres, cuatro y hasta cinco nuevas
provincias las antiguas provincias altoimperiales. Las nuevas provincias, mucho
más pequeñas que las precedentes y por ende fáciles de controlar por el poder
central (motivo principal de esta división), contaban cada una con su propio
gobernador, equipo de funcionarios a su cargo y ciudad capital. A su vez las
nuevas provincias se agrupaban en un nivel territorial superior llamado
Diócesis, dirigida por un vicario imperial. Finalmente las diócesis se
agrupaban en una Prefectura, con el correspondiente prefecto a la cabeza.
Foto 2.- Muralla romana de Sardis. Paramento externo de hiladas de mampostería regularizadas con ripios pétreos.
Sardis,
que hasta entonces había sido una ciudad más de la gran provincia romana de
Asia, fue nombrada capital de la nueva provincia de Lidia, dependiente de la diócesis
de Asia, a su vez incluida en la prefectura de Oriente. Un gobernador imperial
pasó a residir en su núcleo urbano, en el llamado Pretorio (edificio cuya
existencia pretérita es segura si bien sus restos aún no han sido localizados).
Pocos años después, reinando Constantino I (306-337), fue construida en Sardis
una gran fábrica estatal de armamentos destinada a suministrar a las legiones
estacionadas en la diócesis de Asia. La importancia de la ciudad era, como se
ve, harto considerable tanto a nivel económico como político y estratégico.
Resultaba, pues, de todo punto necesario asegurar la defensa de tan capital
enclave frente a cualquier intento de agresión: perfectamente posible en aquel
Bajo Imperio convulso y difícil, en el que las impermeables fronteras de los
siglos pasados se estaban convirtiendo en recuerdo a marchas forzadas. La
respuesta habitual a estas situaciones de riesgo ha sido siempre la
construcción de una muralla urbana. Y Sardis, en efecto, tuvo una en época
tardorromana de 4 kilómetros de extensión, alrededor de 2 metros de espesor y
no menos de 6 metros de alto, encerrando un área de 130 hectáreas: suficiente
para el movimiento desahogado de las aproximadamente 75.000 almas que habitaban
la ciudad en aquel tiempo. Se ignora el momento exacto de la construcción de
esta muralla (para la cual se aprovechó parte de la antigua fortificación lidia
del rey Creso), barajándose opiniones que van desde mediados del siglo III,
como respuesta a las primeras incursiones bárbaras acaecidas en tierras de Asia
Menor, a finales del IV. En principio parece razonable asignarla una datación
anterior a la construcción de la fábrica de armamentos: edificio estratégico
donde los haya que bajo ningún concepto habría sido emplazado en una ciudad
abierta. La datación más probable se encuentra por tanto en algún punto entre
mediados del siglo III y el primer tercio del siglo IV.
Foto 3.- Detalle del aparejo utilizado en el paramento externo de la muralla de Sardis.
La
vida transcurrió en Sardis durante los siglos IV, V y VI sin mayores
contratiempos. Las imponentes infraestructuras erigidas en los siglos pasados
continuaron recibiendo un adecuado mantenimiento e incluso mejoras; esto se
aprecia especialmente en el área del complejo gimnástico-termal que debió ser,
según todos los indicios, el centro neurálgico de la ciudad en época
tardorromana. También se construyeron algunas estructuras nuevas de buena
calidad, tales como calles adoquinadas, pórticos y la más destacada: una
magnífica sinagoga, la más importante de todas las encontradas en contextos de
diáspora. No corrieron semejante suerte los templos paganos de la ciudad, donde
debemos destacar el de Tiberio y el majestuoso templo de Artemisa, del que
hablamos en el post anterior. Impuesto primero el Cristianismo como religión
oficial del Imperio y suprimidos los cultos tradicionales poco después, ya no
tenían razón de ser y nos consta que ambos templos estaban abandonados a
finales del siglo IV y entregados al saqueo sistemático de sus materiales. En
el caso concreto del templo de Artemisa la arqueología detecta un pequeño
asentamiento de tipo rural contiguo al desierto complejo sacro.
Foto 4.- Muralla romana de Sardis. Tramo bien conservado en el que se observan bastantes piezas reaprovechadas.
La
catástrofe llegó en el año 616 de nuestra Era. Un ataque sasánida había roto en
613 las defensas bizantinas y penetrado en el interior de Asia Menor hasta las
mismas aguas del Bósforo, devastando todo a su paso. Las mermadas fuerzas imperiales,
comandadas por el emperador Heraclio, bastante tenían con conservar a duras
penas Constantinopla y algunas plazas fuertes en Bitinia, Misia y la costa del
Egeo. Para Sardis no quedó nada y cuando las huestes de Cosroes II cayeron
sobre ella no se puedo hacer mucho más que contemplar con horror a la otrora
hermosa ciudad consumida por las llamas y el saqueo. En efecto, las
investigaciones arqueológicas detectan un incendio generalizado e intenso a
comienzos del siglo VII, acompañado de una brusca ausencia de hallazgos
numismáticos posteriores al año 616, motivo de que se haya datado en esta fecha
la destrucción persa, la cual concuerda adecuadamente con los datos aportados
por las fuentes históricas.
Foto 5.- Vista general del área excavada correspondiente al Templo de Artemisa.
Sardis
nunca se recobraría de este golpe. El registro arqueológico permanece mudo
durante los cincuenta años siguientes a la fatídica fecha. Sólo sabemos que
alguna clase de terremoto, acaecido después del 616, provocó un corrimiento de
tierras desde la acrópolis afectando tanto al templo de Artemisa como el
complejo gimnástico-termal, agravando aún más la condición de campo de ruinas
en que se había convertido la desgraciada ciudad.
A
mediados del siglo VII retorna la vida a la ciudad (vida detectable
arqueológicamente se entiende, alguna gente habría habido, sin duda, pululando
entre las ruinas todo ese tiempo mas sin dejar rastro alguno de su paso). Soldados
de la thema (distrito militar) de Thrakesion (Thema de los Tracios) se afanan
en rehabilitar la calle principal de Sardis, que con su dirección oeste-este
había formado parte desde tiempos inmemoriales de la ruta principal entre la
costa del Egeo y el interior de Anatolia. En realidad hoy en día la carretera
pasa muy cerca de los restos de dicha calle, conservando milimétricamente tanto
su dirección O-E como su utilidad comercial de enlace entre comarcas. De hecho
fue la carretera Izmir-Ankara, vital en el sistema viario turco, hasta la
construcción de la autovía en tiempos recientes.
Foto 6.- Ruinas del zócalo del Templo de Artemisa.
Las
tropas bizantinas también se encargan de erigir una gran fortaleza en la colina
de la acrópolis. Sin duda debió costarles muchísimo trabajo pues fue construida
íntegramente con materiales reutilizados de la ciudad, que obviamente tuvieron
que ser transportados a pura fuerza de brazos desde la llanura hasta las
estribaciones de la acrópolis. Entre estos materiales destacan un gran número de
inscripciones colocadas con cuidado a fin de que se pudieran ver bien en el
muro, esto indica que hubo intención de otorgarle un cierto simbolismo a la
fortaleza, quizás a manera de “heredera” del glorioso pasado de la ciudad.
Terminadas las obras, quedará una guarnición acantonada en la nueva fortaleza,
de lejos la más importante de la región. Su principal tarea es custodiar la
vital ruta comercial y militar que discurre de oeste a este a su paso por
Sardis. Como suele suceder en estos casos, los habitantes de la zona, atraídos
por la seguridad proporcionada por los soldados, se concentran alrededor de la
enrocada fortaleza, conformando un asentamiento de razonable tamaño. Es la
nueva Sardis.
Foto 7.- Escalinata del Templo de Artemisa.
En
el año 716 un nuevo ataque, esto vez protagonizado por incursores árabes, echa
por tierra gran parte de la labor realizada en el último siglo. Así, la
fortaleza de la acrópolis es tomada y destruida, dispersándose sus habitantes
por la campiña. Sardis permanecerá desierta durante los años que se tarda en
expulsar a los invasores árabes del interior de Asia Menor. Reconstruida la
fortaleza, la vida prosigue en la ciudad de forma muy semejante a la del siglo
anterior. El correr de los siglos no alterará significativamente este estado de
la situación sino que lo desarrollará. Así, el asentamiento de la acrópolis se
nos muestra densamente poblado, cosa que no sucede con los pequeños
asentamientos rurales que han ido brotando por la campiña aneja, en la mayoría
de los casos aprovechando los edificios o los materiales de la ciudad antigua.
La suma de todos ellos conforma la Sardis medieval, con su centro
administrativo y militar localizado en la acrópolis fortificada y los “barrios”
dispersos aquí y allá, así como viviendo en un régimen de cuasi-autonomía.
Recientemente se han exhumado los restos de una iglesia de cierto tamaño que
probablemente hiciera las veces de catedral de Sardis y residencia de su obispo
en aquellos difíciles tiempos.
Foto 8.- Muro de la Cella del Templo de Artemisa.
Recién
comenzado el siglo XIV la fortaleza de la acrópolis se entrega a los turcos
selyúcidas tras soportar un asedio. Los textos indican que mayoría de la
guarnición derrotada no estaba compuesta por soldados profesionales enviados
desde Constantinopla sino por gentes de la zona, campesinos, que prefirieron
abrir las puertas a los turcos, negociación mediante, que permitir la
destrucción de sus cosechas y el padecimiento de sus familias. Estaba claro que
el imperio bizantino agonizaba y su influencia se esfumaba rápidamente por
aquellas tierras del interior de Asia Menor. Más les valía, pues, a los
sardinios aceptar la nueva situación y empezar a adaptarse a ella. Fue el fin
de la Sardis bizantina. Nunca más volvería a oírse la palabra de Cristo en la
que fuera una de las Siete Iglesias de la Revelación…
Foto 9.- Muros romanos de sillería de mármol en primer plano y helenísticos, en segundo plano, levantados con sillería granítica.
Sardis,
o lo que quedaba de ella, fue finalmente destruida por los mongoles de Tamerlán
en el año 1402. La arrasada fortaleza de la acrópolis nunca más volvió a
recibir guarnición ni se pobló su asentamiento. Habrían de pasar bastantes años
para volver a ver alzarse poblaciones en aquella castigada tierra y ya, desde
luego, no tendrían nada que ver con la mítica capital de Lidia.
Foto 10.- Tambores acanalados correspondientes a las columnas helenísticas del templo de Artemisa.
Cargados
de nostalgia por la extinta ciudad, volvemos a nuestro pequeño fiat alquilado. En
un momento dado, cuando llevamos andados como unos trescientos metros por la
carretera local, pasamos al lado de un maltrecho paredón de crecido espesor y
altura considerable (alrededor de 4 metros). Dado que tenía toda la pinta de
ser un vestigio de la muralla romana (cosa que, efectivamente, verificamos a
posteriori) decidimos parar y examinarlo con atención. Observamos que presenta
una factura bastante tosca para lo que es habitual en los estándares de las
fortificaciones romanas contemporáneas. Esto apunta a una cronología algo más
temprana que el Bajo Imperio puro, concordante por tanto con el arco
cronológico 250-330 d.C. que propusimos en un párrafo anterior. Su fábrica es
una mampostería sin labrar, compuesta en gran parte por cantos rodados procedentes
del cercano río Paktolos, aglomerada con mortero de cal de aceptable calidad
(foto 1). Los paramentos exteriores presentan un aspecto moderadamente cuidado
(foto 2), intentando conformar una suerte de hiladas para lo cual se emplean
multitud de ripios regularizadores de piedra (foto 3). Es evidente que el
sistema constructivo empleado es un típico de sistema de tres hojas romano
(emplecton) con innumerables paralelismos a lo largo y ancho del Imperio. En mi
opinión no se puede hablar de mampostería hormigonada en este caso aunque se le
aproxima. Cerca de este lienzo de muralla, al otro lado de la carretera, hay un
segundo tramo algo mejor conservado que éste (foto 4). Su técnica constructiva
es idéntica aunque luce un mejor aspecto estético debido a la considerable
cantidad de materiales reutilizados que presenta tales como bloques de mármol ó
tambores de columna.
Foto 11.- Columnas helenísticas, en primer plano, flanqueadas por columnas romanas sin acanalar.
Tras
un corto rato de conducción llegamos al templo de Artemisa. El yacimiento está
vallado y hay que abonar una entrada (módica) para entrar. El río Paktolos
fluye tranquilamente junto a la valla. Al fondo, imponiéndose en el horizonte
occidental, se alza la poderosa mole del monte Tmolos, el lugar donde la mitología
griega ubicaba el nacimiento del dios Dionisos.
El
templo fue construido en el lugar donde se alzaba un santuario dedicado a
Artemisa al menos desde el siglo V a.C. Durante las excavaciones se han hallado
algunos restos de dicho santuario en regular estado, motivo por el que han sido
parcialmente cubiertos. En la foto 5 podemos ver una vista general del área
excavada. Se conserva en buen estado el zócalo del templo, construido con una
magnífica sillería de mármol blanco unida con grapas de metal (foto 6). De
igual material está construida la escalinata del templo (foto 7) y los muros de
la cella romana (tan sólo se han conservado un par de hiladas y no en todo su
perímetro - foto 8), lo que permite diferenciarlos claramente de los muros de
la cella helenística: construidos en un sillería granítica también de buena
factura pero menos vistosa. En la foto 9 pueden compararse los muros
helenísticos (al fondo) con los romanos (primer plano).
Foto 12.- Columnata del frente oriental del Templo de Artemisa.
El
templo, de planta pseudo-díptera, tuvo ocho columnas en su frente y veinte en
cada lado largo. Las columnas del templo helenístico tenían un diámetro
ligeramente inferior que las del romano, eran más bajas y estaban acanaladas
(foto 10). Con motivo de la ampliación de época hadrianea-antonina fueron
retiradas de su lugar original y reaprovechadas en la columnata romana, para lo
cual hubieron de ser colocadas encima de pedestales al objeto de igualar su
altura con la de las columnas romanas. En la foto 11 se pueden ver dos estas
columnas helenísticas, flanqueadas por cinco columnas romanas.
Fotos 13, 14 y 15.- Bases de las columnas romanas del templo de Artemisa, en Sardis. La de la foto 15 luce una inscripción griega en su extremo superior.
Nuestro
templo nunca fue terminado del todo. Abandonado en el siglo IV d.C., su cella
fue reutilizada como cisterna en la que almacenar el agua a utilizar por un
pequeño núcleo rural que se asentó allí con motivo de la desacralización del
templo (se han encontrado restos de tuberías que confirman esto). Así mismo
comenzó un periodo de amortización de sus materiales, habiéndose localizado en
las excavaciones restos de hornos en los que a buen seguro fueron calcinados
los magníficos sillares de mármol al objeto de producir mortero de cal de alta
calidad. Este proceso continuó durante toda la Tardoantigüedad, la Edad Media y
probablemente la Edad Moderna, siendo el motivo de que el templo de Artemisa
haya llegado hasta nuestros días prácticamente desmantelado en lo que a muros
se refiere y con la mayor parte de sus columnas desaparecidas o mutiladas (sólo
dos de ellas se conservan íntegras). En la foto 12 podemos contemplar los restos
de la columnata del frente oriental del templo.
Fotos 16 y 17.- Capiteles jónicos, de altísima calidad, del templo de Artemisa.
Merece
la pena destacar la gran belleza de las bases de las columnas, excelentemente
adornadas con motivos vegetales y geométricos. Las fotos 13, 14 y 15 servirán
para ilustrar estos magníficos elementos de apoyo. Por su parte los capiteles
de las columnas fueron esculpidos en un riguroso orden jónico adornado con
breves pero muy elegantes motivos florales. Los ejemplares de las fotos 16 y 17
constituyen una perfecta prueba de esto que aquí se dice.
Foto 18.- Interior de la iglesia del siglo IV d.C., con su ábside.
En
la segunda mitad del siglo IV d.C. fue construida una pequeña iglesia en la
esquina SE del templo, provista de una sola nave con un ábside en el extremo
(foto 18). Su misión era dar servicio espiritual al pequeño asentamiento que se
había ido formando contiguo al templo (probablemente habitado por gente
dedicada al reaprovechamiento de sus materiales) al tiempo que se intentaba,
sino cristianizar el enorme edificio, sí “contrarrestar” su influencia pagana.
Se trata de una práctica bastante común en la tardoantigüedad por lo que no
debe de extrañarnos. Esta iglesia fue ampliada con un segundo ábside en algún
momento del siglo VI. En la foto 19 podemos ver, en primer plano, este segundo
ábside, el cuerpo principal de la iglesia con el ábside original en segundo
plano, las dos únicas columnas supervivientes un poco más atrás y la enorme
mole del monte Tmolos al fondo de la fotografía.
Foto 19.- La iglesia del siglo IV, con sus dos ábsides. Detrás podemos ver las únicas dos columnas del templo que han llegado intactas hasta nosotros. Al fondo, a lo lejos, descuella el monte Tmolos, allá donde naciera el dios Dyonisos según la mitología griega.
Concluida
la visita al templo de Artemisa retornamos al cruce de la carretera principal. La
que a la llegada había sido una carretera casi vacía ahora se encontraba
ocupada por una pequeña multitud de personas de aspecto humilde. Varios coches
iban de acá para allá, hablando con unos y otros. La mayoría de los vehículos
eran un modelo franquiciado de Renault 12 con 20 años –por lo menos—a cuestas
cada uno, todos ellos con la pintura picada en mayor o menor medida. Desde
luego el conjunto resultaba bastante pintoresco; fue curioso observarlo
mientras despejaban la vía.
Figura 1.- Vista aérea de las ruinas conocidas como "Edificio A".
La
carretera que lleva hacia el este, coincidente casi con exactitud con la
antigua calle principal de Sardis, es también la que se debe tomar para volver
a la autovía por lo que seguimos por ella. A unos quinientos metros del
complejo gimnástico-termal vemos en lo alto de una pequeña terraza, unos
cuantos metros por encima de la cota de la carretera, las ruinas de un muro de
considerable empaque, muy probablemente de cronología antigua. No tenemos mucho
tiempo pues el día es corto y aún nos queda otro yacimiento que visitar pero
aún así nos detenemos a un lado de la carretera y nos acercamos a ver de qué se
trata.
Foto 20.- Las poderosas ruinas del Edificio A.
Comprobamos
que el paredón en cuestión tiene forma aproximada de L invertida. En la figura
1 podemos apreciar una vista aérea de este edificio, conocido en los mapas del
yacimiento como “Edificio A”. Es un muro poderoso, fuerte, de marcado aire
castral (foto 20). Posee una suerte de saetera cubierta con un dintel
reutilizado en el tramo mejor conservado (foto 21). Está construido con
mampostería sin desbastar aglomerada con mortero de cal, regularizada con
frecuentes hiladas simples de ladrillo (foto 22). Este último detalle
constructivo permite datarlo con posterioridad a la época romana, en algún
momento del periodo bizantino. Como suele ocurrir en estos edificios sin
excavar es muy poco lo que se sabe de él. Se ha propuesto su condición de
fortificación levantada en el siglo VII al mismo tiempo que la fortaleza de
acrópolis (cuyos paramentos son similares) destinada a la vigilancia de la
crucial calzada O-E, para lo que contaría con un destacamento de soldados dependiente
de la guarnición principal en la acrópolis.
Foto 21- Saetera cubierta con dintel localizada en el Edificio A.
Alrededor
de 200 metros o poco más colina arriba, en las terrazas que se hallan por
encima de la del Edificio 1, se encuentran los restos del teatro, el estadio y
el templo de Tiberio (estos últimos muy arruinados). Lamentablemente no los
vimos pues ignorábamos que estaban ahí y bien que nos pesa ya que nos hubiera
encantado estudiarlos un poco y fotografiarlos. En fin, otra vez será. En cualquier caso, quien
quiera saber cómo son que vea este vídeo, grabado desde un
dron:
De
vuelta en la carretera proseguimos hacia el este. Las ruinas del “Edificio D” y
de los Baños Orientales quedan a nuestra izquierda. Esta vez llevamos el tiempo
demasiado justo y preferimos no pararnos, lo que a la postre acabará por
pesarnos pues parece ser que el “Edificio D” son los restos de la basílica
bizantina (siglo VI) de Sardis. Tampoco es que se vea gran cosa en superficie:
6 pilares de sillería reaprovechada coronadas por muñones de arquerías de
ladrillo. De nuevo habrá de ser en la siguiente ocasión.
Foto 22.- Ruinas del Edificio A. Aparejo típicamente bizantino de mampostería regularizada con hileras de ladrillo.
Un
poco más de 100 kms nos separan del siguiente hito en nuestro viaje. Lo
conoceremos en la siguiente entrada de este blog…
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