sábado, 30 de julio de 2016

Descubriendo Asia Menor. Día 8. Sardis, 2ª Parte.

Nos encontramos desandando los escasos cientos de metros que separan al área del gimnasio de la pequeña carretera local que conduce hasta el templo de Artemisa por un paraje poblado de pequeñas viviendas y cultivos minifundistas. Debemos conducir algo menos de dos kilómetros para llegar a nuestro destino. Entretanto vamos a continuar con nuestro relato de la historia de Sardis…

Foto 1.- Muralla romana de Sardis. Siglos III-IV d.C. Núcleo de mampostería de cantos rodados aglomerados con mortero de cal.

En el año 296 d.C. Diocleciano, el Augusto principal, decreta una nueva división territorial del Imperio, diviendo en dos, tres, cuatro y hasta cinco nuevas provincias las antiguas provincias altoimperiales. Las nuevas provincias, mucho más pequeñas que las precedentes y por ende fáciles de controlar por el poder central (motivo principal de esta división), contaban cada una con su propio gobernador, equipo de funcionarios a su cargo y ciudad capital. A su vez las nuevas provincias se agrupaban en un nivel territorial superior llamado Diócesis, dirigida por un vicario imperial. Finalmente las diócesis se agrupaban en una Prefectura, con el correspondiente prefecto a la cabeza.

Foto 2.- Muralla romana de Sardis. Paramento externo de hiladas de mampostería regularizadas con ripios pétreos.

Sardis, que hasta entonces había sido una ciudad más de la gran provincia romana de Asia, fue nombrada capital de la nueva provincia de Lidia, dependiente de la diócesis de Asia, a su vez incluida en la prefectura de Oriente. Un gobernador imperial pasó a residir en su núcleo urbano, en el llamado Pretorio (edificio cuya existencia pretérita es segura si bien sus restos aún no han sido localizados). Pocos años después, reinando Constantino I (306-337), fue construida en Sardis una gran fábrica estatal de armamentos destinada a suministrar a las legiones estacionadas en la diócesis de Asia. La importancia de la ciudad era, como se ve, harto considerable tanto a nivel económico como político y estratégico. Resultaba, pues, de todo punto necesario asegurar la defensa de tan capital enclave frente a cualquier intento de agresión: perfectamente posible en aquel Bajo Imperio convulso y difícil, en el que las impermeables fronteras de los siglos pasados se estaban convirtiendo en recuerdo a marchas forzadas. La respuesta habitual a estas situaciones de riesgo ha sido siempre la construcción de una muralla urbana. Y Sardis, en efecto, tuvo una en época tardorromana de 4 kilómetros de extensión, alrededor de 2 metros de espesor y no menos de 6 metros de alto, encerrando un área de 130 hectáreas: suficiente para el movimiento desahogado de las aproximadamente 75.000 almas que habitaban la ciudad en aquel tiempo. Se ignora el momento exacto de la construcción de esta muralla (para la cual se aprovechó parte de la antigua fortificación lidia del rey Creso), barajándose opiniones que van desde mediados del siglo III, como respuesta a las primeras incursiones bárbaras acaecidas en tierras de Asia Menor, a finales del IV. En principio parece razonable asignarla una datación anterior a la construcción de la fábrica de armamentos: edificio estratégico donde los haya que bajo ningún concepto habría sido emplazado en una ciudad abierta. La datación más probable se encuentra por tanto en algún punto entre mediados del siglo III y el primer tercio del siglo IV.

Foto 3.- Detalle del aparejo utilizado en el paramento externo de la muralla de Sardis.

La vida transcurrió en Sardis durante los siglos IV, V y VI sin mayores contratiempos. Las imponentes infraestructuras erigidas en los siglos pasados continuaron recibiendo un adecuado mantenimiento e incluso mejoras; esto se aprecia especialmente en el área del complejo gimnástico-termal que debió ser, según todos los indicios, el centro neurálgico de la ciudad en época tardorromana. También se construyeron algunas estructuras nuevas de buena calidad, tales como calles adoquinadas, pórticos y la más destacada: una magnífica sinagoga, la más importante de todas las encontradas en contextos de diáspora. No corrieron semejante suerte los templos paganos de la ciudad, donde debemos destacar el de Tiberio y el majestuoso templo de Artemisa, del que hablamos en el post anterior. Impuesto primero el Cristianismo como religión oficial del Imperio y suprimidos los cultos tradicionales poco después, ya no tenían razón de ser y nos consta que ambos templos estaban abandonados a finales del siglo IV y entregados al saqueo sistemático de sus materiales. En el caso concreto del templo de Artemisa la arqueología detecta un pequeño asentamiento de tipo rural contiguo al desierto complejo sacro.

Foto 4.- Muralla romana de Sardis. Tramo bien conservado en el que se observan bastantes piezas reaprovechadas.

La catástrofe llegó en el año 616 de nuestra Era. Un ataque sasánida había roto en 613 las defensas bizantinas y penetrado en el interior de Asia Menor hasta las mismas aguas del Bósforo, devastando todo a su paso. Las mermadas fuerzas imperiales, comandadas por el emperador Heraclio, bastante tenían con conservar a duras penas Constantinopla y algunas plazas fuertes en Bitinia, Misia y la costa del Egeo. Para Sardis no quedó nada y cuando las huestes de Cosroes II cayeron sobre ella no se puedo hacer mucho más que contemplar con horror a la otrora hermosa ciudad consumida por las llamas y el saqueo. En efecto, las investigaciones arqueológicas detectan un incendio generalizado e intenso a comienzos del siglo VII, acompañado de una brusca ausencia de hallazgos numismáticos posteriores al año 616, motivo de que se haya datado en esta fecha la destrucción persa, la cual concuerda adecuadamente con los datos aportados por las fuentes históricas. 

Foto 5.- Vista general del área excavada correspondiente al Templo de Artemisa.

Sardis nunca se recobraría de este golpe. El registro arqueológico permanece mudo durante los cincuenta años siguientes a la fatídica fecha. Sólo sabemos que alguna clase de terremoto, acaecido después del 616, provocó un corrimiento de tierras desde la acrópolis afectando tanto al templo de Artemisa como el complejo gimnástico-termal, agravando aún más la condición de campo de ruinas en que se había convertido la desgraciada ciudad.

A mediados del siglo VII retorna la vida a la ciudad (vida detectable arqueológicamente se entiende, alguna gente habría habido, sin duda, pululando entre las ruinas todo ese tiempo mas sin dejar rastro alguno de su paso). Soldados de la thema (distrito militar) de Thrakesion (Thema de los Tracios) se afanan en rehabilitar la calle principal de Sardis, que con su dirección oeste-este había formado parte desde tiempos inmemoriales de la ruta principal entre la costa del Egeo y el interior de Anatolia. En realidad hoy en día la carretera pasa muy cerca de los restos de dicha calle, conservando milimétricamente tanto su dirección O-E como su utilidad comercial de enlace entre comarcas. De hecho fue la carretera Izmir-Ankara, vital en el sistema viario turco, hasta la construcción de la autovía en tiempos recientes.

Foto 6.- Ruinas del zócalo del Templo de Artemisa.

Las tropas bizantinas también se encargan de erigir una gran fortaleza en la colina de la acrópolis. Sin duda debió costarles muchísimo trabajo pues fue construida íntegramente con materiales reutilizados de la ciudad, que obviamente tuvieron que ser transportados a pura fuerza de brazos desde la llanura hasta las estribaciones de la acrópolis. Entre estos materiales destacan un gran número de inscripciones colocadas con cuidado a fin de que se pudieran ver bien en el muro, esto indica que hubo intención de otorgarle un cierto simbolismo a la fortaleza, quizás a manera de “heredera” del glorioso pasado de la ciudad. Terminadas las obras, quedará una guarnición acantonada en la nueva fortaleza, de lejos la más importante de la región. Su principal tarea es custodiar la vital ruta comercial y militar que discurre de oeste a este a su paso por Sardis. Como suele suceder en estos casos, los habitantes de la zona, atraídos por la seguridad proporcionada por los soldados, se concentran alrededor de la enrocada fortaleza, conformando un asentamiento de razonable tamaño. Es la nueva Sardis.

Foto 7.- Escalinata del Templo de Artemisa.

En el año 716 un nuevo ataque, esto vez protagonizado por incursores árabes, echa por tierra gran parte de la labor realizada en el último siglo. Así, la fortaleza de la acrópolis es tomada y destruida, dispersándose sus habitantes por la campiña. Sardis permanecerá desierta durante los años que se tarda en expulsar a los invasores árabes del interior de Asia Menor. Reconstruida la fortaleza, la vida prosigue en la ciudad de forma muy semejante a la del siglo anterior. El correr de los siglos no alterará significativamente este estado de la situación sino que lo desarrollará. Así, el asentamiento de la acrópolis se nos muestra densamente poblado, cosa que no sucede con los pequeños asentamientos rurales que han ido brotando por la campiña aneja, en la mayoría de los casos aprovechando los edificios o los materiales de la ciudad antigua. La suma de todos ellos conforma la Sardis medieval, con su centro administrativo y militar localizado en la acrópolis fortificada y los “barrios” dispersos aquí y allá, así como viviendo en un régimen de cuasi-autonomía. Recientemente se han exhumado los restos de una iglesia de cierto tamaño que probablemente hiciera las veces de catedral de Sardis y residencia de su obispo en aquellos difíciles tiempos.

Foto 8.- Muro de la Cella del Templo de Artemisa.

Recién comenzado el siglo XIV la fortaleza de la acrópolis se entrega a los turcos selyúcidas tras soportar un asedio. Los textos indican que mayoría de la guarnición derrotada no estaba compuesta por soldados profesionales enviados desde Constantinopla sino por gentes de la zona, campesinos, que prefirieron abrir las puertas a los turcos, negociación mediante, que permitir la destrucción de sus cosechas y el padecimiento de sus familias. Estaba claro que el imperio bizantino agonizaba y su influencia se esfumaba rápidamente por aquellas tierras del interior de Asia Menor. Más les valía, pues, a los sardinios aceptar la nueva situación y empezar a adaptarse a ella. Fue el fin de la Sardis bizantina. Nunca más volvería a oírse la palabra de Cristo en la que fuera una de las Siete Iglesias de la Revelación… 

Foto 9.- Muros romanos de sillería de mármol en primer plano y helenísticos, en segundo plano, levantados con sillería granítica.

Sardis, o lo que quedaba de ella, fue finalmente destruida por los mongoles de Tamerlán en el año 1402. La arrasada fortaleza de la acrópolis nunca más volvió a recibir guarnición ni se pobló su asentamiento. Habrían de pasar bastantes años para volver a ver alzarse poblaciones en aquella castigada tierra y ya, desde luego, no tendrían nada que ver con la mítica capital de Lidia.

Foto 10.- Tambores acanalados correspondientes a las columnas helenísticas del templo de Artemisa.

Cargados de nostalgia por la extinta ciudad, volvemos a nuestro pequeño fiat alquilado. En un momento dado, cuando llevamos andados como unos trescientos metros por la carretera local, pasamos al lado de un maltrecho paredón de crecido espesor y altura considerable (alrededor de 4 metros). Dado que tenía toda la pinta de ser un vestigio de la muralla romana (cosa que, efectivamente, verificamos a posteriori) decidimos parar y examinarlo con atención. Observamos que presenta una factura bastante tosca para lo que es habitual en los estándares de las fortificaciones romanas contemporáneas. Esto apunta a una cronología algo más temprana que el Bajo Imperio puro, concordante por tanto con el arco cronológico 250-330 d.C. que propusimos en un párrafo anterior. Su fábrica es una mampostería sin labrar, compuesta en gran parte por cantos rodados procedentes del cercano río Paktolos, aglomerada con mortero de cal de aceptable calidad (foto 1). Los paramentos exteriores presentan un aspecto moderadamente cuidado (foto 2), intentando conformar una suerte de hiladas para lo cual se emplean multitud de ripios regularizadores de piedra (foto 3). Es evidente que el sistema constructivo empleado es un típico de sistema de tres hojas romano (emplecton) con innumerables paralelismos a lo largo y ancho del Imperio. En mi opinión no se puede hablar de mampostería hormigonada en este caso aunque se le aproxima. Cerca de este lienzo de muralla, al otro lado de la carretera, hay un segundo tramo algo mejor conservado que éste (foto 4). Su técnica constructiva es idéntica aunque luce un mejor aspecto estético debido a la considerable cantidad de materiales reutilizados que presenta tales como bloques de mármol ó tambores de columna.

Foto 11.- Columnas helenísticas, en primer plano, flanqueadas por columnas romanas sin acanalar.

Tras un corto rato de conducción llegamos al templo de Artemisa. El yacimiento está vallado y hay que abonar una entrada (módica) para entrar. El río Paktolos fluye tranquilamente junto a la valla. Al fondo, imponiéndose en el horizonte occidental, se alza la poderosa mole del monte Tmolos, el lugar donde la mitología griega ubicaba el nacimiento del dios Dionisos.

El templo fue construido en el lugar donde se alzaba un santuario dedicado a Artemisa al menos desde el siglo V a.C. Durante las excavaciones se han hallado algunos restos de dicho santuario en regular estado, motivo por el que han sido parcialmente cubiertos. En la foto 5 podemos ver una vista general del área excavada. Se conserva en buen estado el zócalo del templo, construido con una magnífica sillería de mármol blanco unida con grapas de metal (foto 6). De igual material está construida la escalinata del templo (foto 7) y los muros de la cella romana (tan sólo se han conservado un par de hiladas y no en todo su perímetro - foto 8), lo que permite diferenciarlos claramente de los muros de la cella helenística: construidos en un sillería granítica también de buena factura pero menos vistosa. En la foto 9 pueden compararse los muros helenísticos (al fondo) con los romanos (primer plano).

Foto 12.- Columnata del frente oriental del Templo de Artemisa.

El templo, de planta pseudo-díptera, tuvo ocho columnas en su frente y veinte en cada lado largo. Las columnas del templo helenístico tenían un diámetro ligeramente inferior que las del romano, eran más bajas y estaban acanaladas (foto 10). Con motivo de la ampliación de época hadrianea-antonina fueron retiradas de su lugar original y reaprovechadas en la columnata romana, para lo cual hubieron de ser colocadas encima de pedestales al objeto de igualar su altura con la de las columnas romanas. En la foto 11 se pueden ver dos estas columnas helenísticas, flanqueadas por cinco columnas romanas. 



Fotos 13, 14 y 15.- Bases de las columnas romanas del templo de Artemisa, en Sardis. La de la foto 15 luce una inscripción griega en su extremo superior.

Nuestro templo nunca fue terminado del todo. Abandonado en el siglo IV d.C., su cella fue reutilizada como cisterna en la que almacenar el agua a utilizar por un pequeño núcleo rural que se asentó allí con motivo de la desacralización del templo (se han encontrado restos de tuberías que confirman esto). Así mismo comenzó un periodo de amortización de sus materiales, habiéndose localizado en las excavaciones restos de hornos en los que a buen seguro fueron calcinados los magníficos sillares de mármol al objeto de producir mortero de cal de alta calidad. Este proceso continuó durante toda la Tardoantigüedad, la Edad Media y probablemente la Edad Moderna, siendo el motivo de que el templo de Artemisa haya llegado hasta nuestros días prácticamente desmantelado en lo que a muros se refiere y con la mayor parte de sus columnas desaparecidas o mutiladas (sólo dos de ellas se conservan íntegras). En la foto 12 podemos contemplar los restos de la columnata del frente oriental del templo.


Fotos 16 y 17.- Capiteles jónicos, de altísima calidad, del templo de Artemisa.

Merece la pena destacar la gran belleza de las bases de las columnas, excelentemente adornadas con motivos vegetales y geométricos. Las fotos 13, 14 y 15 servirán para ilustrar estos magníficos elementos de apoyo. Por su parte los capiteles de las columnas fueron esculpidos en un riguroso orden jónico adornado con breves pero muy elegantes motivos florales. Los ejemplares de las fotos 16 y 17 constituyen una perfecta prueba de esto que aquí se dice.

Foto 18.- Interior de la iglesia del siglo IV d.C., con su ábside.

En la segunda mitad del siglo IV d.C. fue construida una pequeña iglesia en la esquina SE del templo, provista de una sola nave con un ábside en el extremo (foto 18). Su misión era dar servicio espiritual al pequeño asentamiento que se había ido formando contiguo al templo (probablemente habitado por gente dedicada al reaprovechamiento de sus materiales) al tiempo que se intentaba, sino cristianizar el enorme edificio, sí “contrarrestar” su influencia pagana. Se trata de una práctica bastante común en la tardoantigüedad por lo que no debe de extrañarnos. Esta iglesia fue ampliada con un segundo ábside en algún momento del siglo VI. En la foto 19 podemos ver, en primer plano, este segundo ábside, el cuerpo principal de la iglesia con el ábside original en segundo plano, las dos únicas columnas supervivientes un poco más atrás y la enorme mole del monte Tmolos al fondo de la fotografía.

Foto 19.- La iglesia del siglo IV, con sus dos ábsides. Detrás podemos ver las únicas dos columnas del templo que han llegado intactas hasta nosotros. Al fondo, a lo lejos, descuella el monte Tmolos, allá donde naciera el dios Dyonisos según la mitología griega.

Concluida la visita al templo de Artemisa retornamos al cruce de la carretera principal. La que a la llegada había sido una carretera casi vacía ahora se encontraba ocupada por una pequeña multitud de personas de aspecto humilde. Varios coches iban de acá para allá, hablando con unos y otros. La mayoría de los vehículos eran un modelo franquiciado de Renault 12 con 20 años –por lo menos—a cuestas cada uno, todos ellos con la pintura picada en mayor o menor medida. Desde luego el conjunto resultaba bastante pintoresco; fue curioso observarlo mientras despejaban la vía. 

Figura 1.- Vista aérea de las ruinas conocidas como "Edificio A".

La carretera que lleva hacia el este, coincidente casi con exactitud con la antigua calle principal de Sardis, es también la que se debe tomar para volver a la autovía por lo que seguimos por ella. A unos quinientos metros del complejo gimnástico-termal vemos en lo alto de una pequeña terraza, unos cuantos metros por encima de la cota de la carretera, las ruinas de un muro de considerable empaque, muy probablemente de cronología antigua. No tenemos mucho tiempo pues el día es corto y aún nos queda otro yacimiento que visitar pero aún así nos detenemos a un lado de la carretera y nos acercamos a ver de qué se trata. 

Foto 20.- Las poderosas ruinas del Edificio A.

Comprobamos que el paredón en cuestión tiene forma aproximada de L invertida. En la figura 1 podemos apreciar una vista aérea de este edificio, conocido en los mapas del yacimiento como “Edificio A”. Es un muro poderoso, fuerte, de marcado aire castral (foto 20). Posee una suerte de saetera cubierta con un dintel reutilizado en el tramo mejor conservado (foto 21). Está construido con mampostería sin desbastar aglomerada con mortero de cal, regularizada con frecuentes hiladas simples de ladrillo (foto 22). Este último detalle constructivo permite datarlo con posterioridad a la época romana, en algún momento del periodo bizantino. Como suele ocurrir en estos edificios sin excavar es muy poco lo que se sabe de él. Se ha propuesto su condición de fortificación levantada en el siglo VII al mismo tiempo que la fortaleza de acrópolis (cuyos paramentos son similares) destinada a la vigilancia de la crucial calzada O-E, para lo que contaría con un destacamento de soldados dependiente de la guarnición principal en la acrópolis.

Foto 21- Saetera cubierta con dintel localizada en el Edificio A.

Alrededor de 200 metros o poco más colina arriba, en las terrazas que se hallan por encima de la del Edificio 1, se encuentran los restos del teatro, el estadio y el templo de Tiberio (estos últimos muy arruinados). Lamentablemente no los vimos pues ignorábamos que estaban ahí y bien que nos pesa ya que nos hubiera encantado estudiarlos un poco y fotografiarlos. En  fin, otra vez será. En cualquier caso, quien quiera saber cómo son que vea este vídeo, grabado desde un dron:



De vuelta en la carretera proseguimos hacia el este. Las ruinas del “Edificio D” y de los Baños Orientales quedan a nuestra izquierda. Esta vez llevamos el tiempo demasiado justo y preferimos no pararnos, lo que a la postre acabará por pesarnos pues parece ser que el “Edificio D” son los restos de la basílica bizantina (siglo VI) de Sardis. Tampoco es que se vea gran cosa en superficie: 6 pilares de sillería reaprovechada coronadas por muñones de arquerías de ladrillo. De nuevo habrá de ser en la siguiente ocasión.

Foto 22.- Ruinas del Edificio A. Aparejo típicamente bizantino de mampostería regularizada con hileras de ladrillo.


Un poco más de 100 kms nos separan del siguiente hito en nuestro viaje. Lo conoceremos en la siguiente entrada de este blog…

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