Las ruinas de Coelióbriga, la antigua capital de los Coelerni galaicos,
se encuentran en las inmediaciones de Castromao, pequeña aldea dependiente de
Celanova, en la provincia de Orense.
Por otro lado, conocemos la existencia de la etnia de los Coelerni
gracias a las menciones de Plinio el Viejo y Ptolomeo y su presencia en dos
epígrafes altoimperiales, uno de ellos la Tábula anteriormente citada.
La celebérrima Historia Naturalis cita a los Coelerni como uno de los 24 pueblos o etnias –cada uno de ellos con su propia capital o Civitas según el texto pliniano—que componían la población del convento Bracarense (unas 285.000 personas). Ptolomeo, por su parte, nombra a los Calerinori entre los pueblos que habitaban la franja de tierra comprendida entre el Miño y el Duero, no lejos del mar. Su capital, Celiobriga –de ahí el término Coeliobriga, estaría en las siguientes coordenadas: 6º 00´ E - 42º 20´N.
La tercera alusión que poseemos es
la inscripción existente en cierta pila honorífica localizada en el siglo XVIII
en las inmediaciones del puente romano de Chaves (Portugal), la antigua Aquae
Flaviae romana. En ella se menciona a los Coelerni como uno de los diez pueblos
del territorium de Aquae Flaviae que
habían sufragado la construcción de dicho puente (también se citan los otros
nueve). La inscripción ha sido datada en el año 79 d.C. merced al homenaje al
emperador Vespasiano que en ella figura. Este puente, que fuera construido por los
sufridos soldados de la Legión VII Félix, daba continuidad a la calzada número
XVII del Itinerario de Antonino (Bracara – Astúrica en su ruta meridional) a su
paso por Aquae Flaviae (que sin embargo no figura como mansio en este itinerario ya que no parece que se trate de la Ad Aquas del texto latino).
La muralla de Coelióbriga con su
paramento interno en primer plano.
La última referencia a los Coelerni, posiblemente la más importante en términos históricos, es la de la Tabula de Castromao. En ella se establece un pacto de hospitalidad entre los Coelerni y el prefecto de la Cohorte I de los Celtíberos, acantonada por aquel entonces en el campamento de A Cidadella, término de Sobrado dos Monxes (A Coruña), a la sazón la principal fuerza militar que había en los contornos por lo que no era raro que se buscara su protección en una sociedad como aquélla, de rasgos toscos y primitivos más no por ello menos iniciada en la senda de la romanización. La trascripción de la célebre inscripción latina es la siguiente:
G(neo) ivlio. Servio. Avgvrino. G(neo) trebio. / Sergiano.
Co(n)s(ulibus). / Coelerni. Exhispania. Citeriore. / Conventvs.
Bracari. Cvm. G(neo). An / tonio. Aqvilo. Novavgvstano.
/ Praef(ecto). Coh(ortis). i. Celtiberorvm. / Liberis. Posterisqve.
Eivs. Hos / pitivm. fecervnt. / G(neus). Antonivs. Aqvilvs. Cvm. Coeler / nis. Liberis. Posterisqve. Eorvm. Hospitivm. Fecit. Legatvs
/ egit p(ublius). Campanivs. Geminvs
Que puede traducirse así: “Siendo cónsules G. Iulius Serius y G. Trebius Sergianus, los Coelerni de la Hispania Citerior, del convento de Brácara, hicieron un hospitum con G. Antonius Aquiles, Novaugustano, prefecto de la I cohorte de los celtíberos, sus hijos y descendientes. G. Antonius Aquiles hizo un hospitum con los Coelerni, sus hijos y descendientes. Hizo de legado P. Campanius Geminus.”
Sección longitudinal de la muralla,
donde se aprecia con claridad la regularidad de su espesor y su buen estado de
conservación.
Datada en el año 132 d.C. gracias a la mención a los cónsules que aparece
al principio del texto, esta placa de bronce, rectangular y de buen tamaño, fue
localizada en el interior de una vivienda del castro de Castromao. Próxima a
ella se encontraban los restos de un asa del mismo metal, otrora soldada a la
parte posterior de la tábula, por medio de la cual se mantenía sujeta la placa
en algún lugar elevado, donde todo el mundo podía verla. Se trata de una
práctica habitual en la antigüedad que, en este caso concreto, permite
identificar el castro de Castromao con la Coeliobriga que fuera capital de los
Coelerni.
La economía de la antigua Coeliobriga debió ser de tipo ganadero-pastoril,
propia de la comarca, a lo que hay que sumarle las posibilidades comerciales
que proporcionaba su proximidad a la vía XVIII del Itinerario de Antonino (ruta
septentrional entre Brácara y Astúrica), con la que enlazaba por medio de una
calzada secundaria a la altura de la mansio
de Aquis Oreginis (la actual Baños de Bande). Dicha vía, considerada de gran
valor estratégico por las autoridades romanas, constituía, para la zona, un
motor de romanización de primer orden, capaz por sí sola de explicar la
prosperidad de los asentamientos emplazados en sus cercanías. Quizás se deba a
ello el hecho de que Coelióbriga, cuya existencia se remonta al siglo VI a.C.,
perdurara como lugar habitado hasta los primeros años del siglo IV d.C.,
bastante tiempo después de que la gran mayoría de los castros galaicos fueran abandonados,
constatándose incluso un incremento considerable de su población hacia el siglo
II de nuestra Era, cuando las casas comienzan a ocupar el terreno situado al
otro lado de la muralla.
Casas
circulares de tradición celta al pie de la muralla baja.
Conocemos bastante bien la estructura física de Coelióbriga gracias a las excavaciones realizadas en su solar. Los primeros indicios de poblamiento del castro corresponden a la parte superior del cerro ovalado en que se asienta, ocupado por una estrecha cumbre rocosa más o menos plana. Protegido por una muralla bastante degradada a la par que poco excavada, esta primera fase del asentamiento fue prácticamente desocupada en las sucesivas, de tal modo que apenas han sido localizadas unas pocas viviendas en toda la cumbre. El lugar donde se concentran la gran mayoría de los edificios de Coelióbriga es el sector de ladera inmediatamente inferior a la cumbre, lo que obligara en su tiempo a acometer una cierta nivelación de la acusada pendiente del terreno, fácilmente perceptible desde el aire. El hallazgo de viviendas otrora cubiertas con tégulas así como de geometría cuadrada, con agudas esquinas rectas y divididas en varias habitaciones, rasgos los cuatro de clara inspiración romana, alternadas con las típicas viviendas galaicas circulares (o de transición: rectangulares con esquinas redondeadas) nos pone tras la pista del proceso de romanización experimentado por los norteños Coelerni que sin embargo no por ello renunciarían a los principios básicos de su cultura hasta una época ya avanzada del Imperio romano.
Por otra parte, se debe destacar como, al igual que el asentamiento
primigenio, ésta ampliación contaba con su propia muralla, concéntrica con la
anterior y que ha llegado hasta nuestros días en bastante buen estado, hasta el
punto de conservar cuatro metros de alzado en algunos lugares. Se trata de un
lienzo continuo, sin torres, sólo interrumpido en la zona de las puertas, cuya
sencilla geometría curva busca adaptarse a la línea de cota en que concluye el explanamiento
de la ladera donde se alzaran las viviendas. Bastante regular, cuenta con un
espesor aproximado de tres metros verificados según la clásica técnica de la
triple hoja, que en este caso particular consta de paramento externo e interno labrados
en mampostería de granito sin desbastar aunque bien escogida, lo que permitiera
su adecuada colocación en seco, y un desordenado relleno central de cascotes y
tierra macizados.
Casa
rectangular, con agudas esquinas y varias habitaciones, elocuente testigo del
nivel de romanización de Coelióbriga.
Aunque robusta y de airosa factura, salta a la vista la poca capacidad operativa de esta muralla ante un enemigo mínimamente avezado en la guerra de sitio. Nos encontramos, pues, ante una muralla concebida no para hacer frente a un ejército sino para proteger a los moradores del asentamiento de ataques por sorpresa, golpes de mano, incursiones de rapiña y, en general, actos hostiles de baja intensidad como los que a buen seguro estuvieron expuestos los Coelerni durante siglos, antes de la llegada de los romanos y su implacable maquinaria militar. Como no parece muy probable que los romanos permitieran a los Coelerni fortificar su capital más allá de las defensas que pudiera poseer de antes y además la muralla baja de Coelióbriga exhibe unos rasgos bastante primitivos, resulta verosímil hipotetizar un origen prerromano –siglos II – I a.C. probablemente— para esta fortificación. Acaecida la conquista romana del noroeste en la segunda mitad del siglo I a.C., Coelióbriga se libraría por una razón u otra de la aciaga suerte de otros muchos castros, que fueron abandonados al ser forzados sus moradores a bajar al llano. Su arcaica muralla, erigida según las atrasadas técnicas indígenas, debió resultar poco amenazadora para las refinadas técnicas de asedio de los invasores latinos. Esto explica que fuera autorizada su conservación a fuer de seguir actuando como delimitadora de los límites del poblado y defensa contra agresiones inesperadas: en absoluto inusuales en tan remoto rincón de la provincia Tarraconense, parte periférica del imperio, de costumbres bárbaras, en la que el influjo civilizador de Roma aún tardaría algún tiempo en hacerse sentir y aún más en imponer finalmente su modo de vida hasta el extremo de anular en gran medida el sustrato céltico-indígena anterior.
Conocemos bastante bien la estructura física de Coelióbriga gracias a las excavaciones realizadas en su solar. Los primeros indicios de poblamiento del castro corresponden a la parte superior del cerro ovalado en que se asienta, ocupado por una estrecha cumbre rocosa más o menos plana. Protegido por una muralla bastante degradada a la par que poco excavada, esta primera fase del asentamiento fue prácticamente desocupada en las sucesivas, de tal modo que apenas han sido localizadas unas pocas viviendas en toda la cumbre. El lugar donde se concentran la gran mayoría de los edificios de Coelióbriga es el sector de ladera inmediatamente inferior a la cumbre, lo que obligara en su tiempo a acometer una cierta nivelación de la acusada pendiente del terreno, fácilmente perceptible desde el aire. El hallazgo de viviendas otrora cubiertas con tégulas así como de geometría cuadrada, con agudas esquinas rectas y divididas en varias habitaciones, rasgos los cuatro de clara inspiración romana, alternadas con las típicas viviendas galaicas circulares (o de transición: rectangulares con esquinas redondeadas) nos pone tras la pista del proceso de romanización experimentado por los norteños Coelerni que sin embargo no por ello renunciarían a los principios básicos de su cultura hasta una época ya avanzada del Imperio romano.
Aunque robusta y de airosa factura, salta a la vista la poca capacidad operativa de esta muralla ante un enemigo mínimamente avezado en la guerra de sitio. Nos encontramos, pues, ante una muralla concebida no para hacer frente a un ejército sino para proteger a los moradores del asentamiento de ataques por sorpresa, golpes de mano, incursiones de rapiña y, en general, actos hostiles de baja intensidad como los que a buen seguro estuvieron expuestos los Coelerni durante siglos, antes de la llegada de los romanos y su implacable maquinaria militar. Como no parece muy probable que los romanos permitieran a los Coelerni fortificar su capital más allá de las defensas que pudiera poseer de antes y además la muralla baja de Coelióbriga exhibe unos rasgos bastante primitivos, resulta verosímil hipotetizar un origen prerromano –siglos II – I a.C. probablemente— para esta fortificación. Acaecida la conquista romana del noroeste en la segunda mitad del siglo I a.C., Coelióbriga se libraría por una razón u otra de la aciaga suerte de otros muchos castros, que fueron abandonados al ser forzados sus moradores a bajar al llano. Su arcaica muralla, erigida según las atrasadas técnicas indígenas, debió resultar poco amenazadora para las refinadas técnicas de asedio de los invasores latinos. Esto explica que fuera autorizada su conservación a fuer de seguir actuando como delimitadora de los límites del poblado y defensa contra agresiones inesperadas: en absoluto inusuales en tan remoto rincón de la provincia Tarraconense, parte periférica del imperio, de costumbres bárbaras, en la que el influjo civilizador de Roma aún tardaría algún tiempo en hacerse sentir y aún más en imponer finalmente su modo de vida hasta el extremo de anular en gran medida el sustrato céltico-indígena anterior.
Estructuras
rectangulares, unas de clara inspiración
romana, otras de transición, con sus esquinas redondeadas, localizadas durante
las excavaciones.