La batalla del puente Milvio ocurrió el 28 de octubre del año 312 d.C. muy cerca del estribo septentrional del citado puente que, franqueando la corriente del Tíber, daba continuidad a la vía Flaminia hasta el corazón de las atestadas calles de Roma.
Busto de Majencio
En ella se enfrentaron el célebre emperador Constantino, César formal de occidente aunque Augusto de facto tras la muerte de Severo II en 307, y el asesino de este último, el usurpador Majencio: hijo del que fuera augusto de occidente Maximiano Hércules y que se había hecho proclamar emperador en Roma en 306, contándose entre sus dominios la península Itálica, Sicilia y la valiosísima, por su riqueza agrícola, provincia del África Proconsular. En juego se encontraba nada menos que la supremacía sobre la pars occidentalis, esto es la mitad occidental del Imperio romano, que había estado en entredicho prácticamente desde el mismo instante del fallecimiento de Constancio Cloro en 305, a la sazón padre de Constantino y el último de los Augustos de occidente “legítimos” o lo que es igual proclamados con arreglo al sistema sucesorio diseñado por el arquitecto del sistema tetrárquico, el gran Diocleciano.
Aunque la fuerza de los números favorecía a Majencio, que encabezaba un ejército de alrededor de 80.000 soldados frente a los poco más de 40.000 que alineaba su rival, lo cierto es que la victoria se inclinó del lado de Constantino.
Busto colosal de Constantino el Grande, el cual pertenecía a una enorme estatua del mismo ubicada en la basílica que había hecho construir su rival Majencio.
Dejando para un trabajo más detallado posibles intervenciones divinas de carácter sobrenatural (“con este signo vencerás”), parece razonable hipotetizar como motivos últimos de la victoria constantinea tanto los graves errores tácticos cometidos por Majencio (dejar el río a su espalda, con un frágil puente provisional de madera –el Milvio había sido inutilizado unos días antes de la batalla—como única vía de escape a la ciudad en caso de apuro) como la diferencia de calidad entre las tropas de ambos ejércitos: curtidos y disciplinados legionarios de frontera en el caso del vencedor, aguerridos pero poco disciplinados pretorianos con el apoyo de las bien armadas pero poco fogueadas cohortes urbanas de Roma en el del derrotado.
Como muchos otros de sus soldados, Majencio se ahogaría cruzando el río Tiber en un desesperado intento de acogerse al amparo de las poderosas murallas de Roma que tan lejanas parecían ahora que el puente provisional, colapsado por el alocado trasunto de tanto fugitivo, se había derribado con estrépito en el peor momento de la batalla. Con su muerte se cerraba un reinado turbulento, muy probablemente no tan siniestro como lo retratan los escritores cristianos (carecemos de fuentes alternativas que nos informen) aunque sí funestamente lastrado por las graves dificultades económicas producto del aislamiento al que la condición de “fuera de la ley” de Majencio, rubricada por el resto de señores del Imperio en la conferencia de Carnuntum (308), lo abocara. Sea como sea podemos destacar como ejes principales de su gobierno tanto el hecho de que se inclinara por un paganismo moderadamente militante (no persiguió a los cristianos), incluyendo aquí el cultivo de las tradiciones religiosas romanas más ancestrales, como su decidido fomento de la promoción política de Roma: por aquel entonces una ciudad tan enorme como decadente que, privada de la inmensa mayoría de sus antaño descomunales poder e influencia, había visto reducido su papel a la condición de mera capital “espiritual” del Imperio. Prueba de esto último es la erección de edificios tan suntuosos como la basílica o el circo, el primero en el foro, el segundo a las afueras de la ciudad, o la magnífica restauración del celebérrimo templo de Venus y Roma, proyectos los tres concebidos por Majencio como buques insignias de una campaña de engrandecimiento de la Ciudad Eterna como no se había conocido desde hacía muchas décadas.
Ruinas del Circo de Majencio, a las afueras de Roma, no lejos de la vía Apia.
Al igual que en tantos otros momentos de la historia de Roma particularmente oscuros, también en éste corresponde al estudio de la numismática del periodo ir un poco más allá de la información proporcionada por las escuetas fuentes escritas y/o arqueológicas. No en vano las acuñaciones a nombre de Majencio resultan especialmente interesantes tanto por su acusada peculiaridad (sus iconografías se suelen apartan bastante de los tipos habituales en el resto del Imperio) como por el hecho de reflejar con precisión el ambiente político en que fueran concebidas. Se trata sin duda de un tema del mayor interés pero que por su amplia dimensión escapa al reducido ámbito de este trabajo, el cual gira alrededor de una sola emisión: constantinea para más señas pero directamente emparentada con las emisiones de Majencio, en sentido ideológicamente contrario, eso sí, por más que formalmente sean muy similares. Volveremos sobre este tema más adelante; de momento sigamos asistiendo al desmoronamiento final del régimen de Majencio, suceso del cual poseemos un testimonio arqueológico de excepción: el hallazgo en 2005 de los estandartes imperiales de Majencio dentro de una corroída caja de madera (podemos verlos en las fotos siguientes) allá en una ladera de la colina palatina, donde fueron enterrados por sus derrotados partidarios la noche del 28 de octubre de 312 a fin de que no cayeran en poder del odiado Constantino.
Constantino hizo su entrada triunfal en Roma al día siguiente de la batalla del Puente Milvio. Atrás quedaba una noche de acongojado temor para los habitantes de la ciudad ante la incertidumbre acerca de la reacción del vencedor para con ellos. No era para menos, ciertamente, pues lo mismo el pueblo que el senado de Roma habían apoyado mayoritariamente a Majencio, lógicamente seducidos por el empeño de éste de devolver a Roma el liderazgo del Imperio así como de conservar el privilegio de exención de pago de impuestos del que gozaban los ciudadanos de Roma desde tiempo casi inmemorial (año 167 a.C. concretamente) y que recientemente había sido suprimido por el Augusto Galerio Maximiano en lo que constituía una prueba definitiva del cese de Roma como cabeza del poder imperial.
Interior del templo de Venus y Roma, construido en tiempos de Adriano y Antonino Pío y que fuera espléndidamente restaurado por Majencio.
Más aún, Majencio consideraba a Roma “su ciudad”, posicionándola por encima de cualquier otra urbe del universo romano, lo que naturalmente favorecía sobremanera su apreciación por parte del pueblo y el senado romanos. Conseguido de esta manera el cariño y la aprobación de los romanos, con todo su inmenso significado a nivel espiritual y de armonía con las pluriseculares tradiciones romanas, ya no parecía tan necesaria la legitimidad “oficial” de tipo tetrárquico que tan contundentemente le negaran a Majencio en la conferencia de Carnuntum. Dicho con otras palabras, la relación entre Roma y Majencio se puede describir como una interdependencia mutuamente beneficiosa por la cual la decadente pero todavía muy prestigiosa Ciudad Eterna se encargaba de compensar el déficit de legitimidad del que adolecía el régimen de Majencio que a su vez le devolvía el favor reponiéndola en su trono de capital imperial, cabeza del orbe romano, así como garantizando la perpetuación de los múltiples privilegios conseguidos en los tiempos de gloria de la ciudad. Magnífica prueba de todo lo anterior es el principal tipo de reverso que podemos encontrar en las monedas de Majencio en el cual aparece una alegoría de Roma divinizada (modelo básico del que existen variantes, siendo la principal la que aparece el propio Majencio, con atuendo militar, en actitud de venerar a la diosa Roma) en el interior de un templo hexaestilo (en realidad se trata del templo de Venus y Roma: auténtico símbolo de la ciudad que como dijimos había sido espléndidamente restaurado por Majencio) todo ello rodeado por la leyenda extendida CONSERVATORES VRBIS SVAE, esto es “el Conservador/Protector de SU CIUDAD”. Como se ve, una contundente declaración de intenciones por parte de Majencio para con Roma sin apenas margen para la confusión o la mal interpretación. En las siguientes fotografías podemos ver un par de ejemplares de estas monedas, correspondiente el primero a la ceca de Aquileia y el segundo a la de Roma.
El caso es que para enorme alivio de los habitantes de la Ciudad Eterna Constantino no desató ninguna represión contra ellos, exponiendo en su comparecencia ante el senado, el mismo día de su entrada en Roma, su intención tanto de ser clemente con los que apoyaron a Majencio como de respetar la autoridad de tan prestigiosa como antigua cámara. En realidad, lejos de querer repetir la matanza de senadores protagonizada por Septimio Severo, su predecesor en la nómina de emperadores romanos que conquistaran la ciudad en el marco de una guerra civil, Constantino deseaba apuntalar su poder en la mitad occidental del Imperio (todavía en entredicho pues a ojos del augusto de oriente, Galerio, seguía siendo solamente César) convirtiendo a la hostil ciudad de Roma en aliada suya. Para ello no había mejor procedimiento que continuar, de alguna manera, la labor de Majencio permutando, eso sí, el protagonismo de éste por el suyo propio. Esto conllevaba la necesidad no sólo de mostrar clemencia sino que además era preciso tanto neutralizar el poder que pudiera restarle a la facción derrotada como, mucho más allá aún, suprimir de la conciencia de los romanos la idea de Majencio como benefactor y sustituirla por la de tirano.
Ruinas de la Basílica de Majencio en el foro de Roma.
El primero de tales objetivos lo cumplió sobradamente mandando disolver la guardia pretoriana –de lejos el principal sostén de Majencio desde el punto de vista militar—y enviando a todos sus integrantes a un incómodo destino en las frías y remotas fronteras del limes germano. Como quiera que el senado albergaba un profundo resentimiento hacia la guardia pretoriana --no en vano ésta había sido utilizada en demasiadas ocasiones como herramienta de coacción y castigo de aquél-- esta decisión de Constantino fue especialmente celebrada entre los senadores y le hizo ganar muchos adeptos para su causa. En cuanto al segundo objetivo, en teoría más difícil de alcanzar en tanto en cuanto no bastaba con obligar sino que había que convencer, Constantino se puso inmediatamente manos a la obra, empleando para ello todos los medios al alcance de la muy depurada maquinaria propagandística romana. Así, sus proclamas levantaron una gran variedad de acusaciones sobre Majencio, calificándolo por ejemplo de perversor de las esposas de los senadores, alguna de la cual, mancillada en su honor, no había encontrado otra salida que el suicidio. También se dijo que había hecho asesinar a varios senadores al objeto de apoderarse de sus propiedades, siendo tan rapaz en su voracidad de acumular posesiones, entre ellas la comida, que había provocado la hambruna en la ciudad. Esto no era cierto toda vez que, si bien es verdad que hubo situaciones de grave carestía en Roma, no era Majencio el culpable de ellas sino la rebelión de Domicio Alejandro en el África Proconsular, a la sazón el lugar donde se cultivaba el trigo que servía para alimentar a la enorme ciudad de Roma. Tan inflamadas soflamas procuraron agudizar al máximo el carácter tiránico del finado emperador, recordando a la plebe la contundencia con que la guardia pretoriana sofocara las revueltas ciudadanas surgidas en respuesta a las hambrunas provocadas por la mencionada rebelión de Domicio Alejandro. Se llegó a cifrar en 6000 personas las fallecidas bajo el acero pretoriano, motivo éste más que suficiente para mudar el apelativo “Protector de Su Ciudad” –CONSERVATOR VRBIS SVAE—con el que tanto gustaba de definirse Majencio por el de “Asesino de su ciudad”.
Reconstrucción virtual de la Basílica de Majencio en la que se muestra con todo el esplendor que debió lucir en los siglos bajoimperiales.
Como es natural, si Majencio había sido un tirano, culpable de gravísimos crímenes contra el pueblo de Roma, procedía aplicarle uno de los más clásicos castigos “sociales” reservados a los gobernantes nefandos difuntos: la damnatio memoriae. No tardó pues el senado (puede que más guiado por el temor que por el convencimiento) en ordenar borrar el nombre de Majencio y de su hijo Rómulo de todas las inscripciones así como retirar sus estatuas y bustos.
En paralelo con todas estas actuaciones en perjuicio del ascendiente de Majencio sobre los que fueran sus súbditos, Constantino se empleó a fondo en suplantar a aquél en el corazón de los romanos. En efecto, su hábil mezcla de persuasión y amenaza consiguió del más pragmático que idealista senado el reconocimiento en su persona del mérito de erigir la imponente basílica y el de restaurar el templo de Venus y Roma. Más lejos aún, el dócil senado también se avino a levantar estatuas de Constantino por doquier, incluyendo una de oro: detalla éste de enorme importancia toda vez que este metal, el más noble de todos, se solía reservar exclusivamente para las estatuas de los dioses y no para las de los emperadores, que eran de mármol o bronce. Desde luego, Constantino estaba empeñado en mostrarse como el “libertador” de los romanos que había puesto fin al terrible reinado del tirano Majencio. Como tal libertador no había venido a cambiar esencia alguna sino a devolverle la dignidad al presuntamente vejado pueblo de Roma. Roma era tan “Su Ciudad” como lo había sido de Majencio (a pesar de que nunca había estado en ella con anterioridad, al menos oficialmente), con la diferencia de que él no era un tirano sino un soberano justo que había devuelto (restituido) la ciudad al buen orden y el dominio de la ley.
El Arco de Constantino, junto al Coliseo, muy cerca del foro romano.
Como era de esperar, no olvidó Constantino recurrir a la que quizás era la herramienta propagandística más potente al alcance de un emperador romano: la acuñación de moneda. Así es, todo el conjunto de ideas anteriormente descrito fue hábilmente desgranado en una interesantísima acuñación numismática a la cual ya nos hemos referido anteriormente y sobre la que ahora resulta oportuno volver. Formalmente, la emisión es una continuación total de la última emisión de Majencio con reverso de Roma en Templo hexaestilo. La intención es clara: si bien el anverso de la moneda ha cambiado (ahora aparece Constantino en él), el reverso indica en un primer vistazo que es una moneda hecha en Roma, por Roma y para Roma. Hacía falta un segundo vistazo un poco más detallado del reverso para empaparse plenamente del mensaje de la moneda. Se trata de las leyendas de reverso LIBERATORI VRBIS SVAE y RESTITVTORI VRBIS SVAE, empleadas alternativamente en esta emisión, y que identificaban sin la menor vacilación a Constantino como vencedor del tirano (Libertador) así como Restitutor de la paz y la justicia en una ciudad de Roma que a la postre reconocía como suya, del mismo modo que lo hacía Majencio en sus monedas. En las siguientes fotografías podremos ver dos monedas de éstas, cada una con una leyenda de reverso.
Constantino apenas permaneció un poco más de dos meses en Roma. Nada más terminar los juegos consulares, en enero del 313, abandonó la ciudad a la cabeza del grueso de sus tropas, dejando en ella una guarnición comandada por el prefecto Rufino. Su talla como estadista salta a la vista considerando como en un espacio de tiempo tan breve se las apañó para dar la vuelta al estado anterior de las cosas, definido por el apego de la ciudad a Majencio. Ni que decir tiene que en el momento de su partida semejante transición ideológica, bastante radical, aún no debía estar completada pero desde luego ya avanzaba en la dirección correcta. Así lo indica, entre otras evidencias, la construcción, ordenada poco después por el senado, del famoso Arco de Constantino (ver fotografía más arriba) en las inmediaciones del foro. En cuanto a la emisión constantinea con reverso de Roma en Templo de las que hemos hablado anteriormente, parece ser que finalizó nada más dejar el emperador la ciudad siendo continuada por varias otras (en paralelo o sucesivamente) con los tipos de reverso empleados habitualmente por el emperador en el resto de sus dominios (MARTI CONSERVATORI, SOLI INVICTO, etc). Esta hipótesis, lógica desde el punto de vista histórico –no hay que olvidar que el reverso de Roma en Templo era al fin y al cabo un diseño de Majencio que convenía abandonar una vez alcanzado el fin para el que se utilizó—resulta avalada por la gran rareza de la emisión en cualquiera de las dos variantes de leyenda. Concretando un poco más, el tipo LIBERATORI resulta, según el RIC, algo menos raro que el RESTITVTOR (R2 frente a R4) lo que se puede explicar considerando que éste último sólo se acuñó en la primera oficina --RP-- mientras que el primero lo hace en la segunda y tercera (RS y RT). Esto implica que, en teoría y simplificando un poco el asunto, el volumen de acuñación de LIBERATORI debió ser del orden del doble del de RESTITVTOR. Sea como sea, lo cierto es que se conocen muy pocos ejemplares de ambas leyendas, al contrario de cualquiera de los tipos inmediatamente anteriores o posteriores, bastante comunes en promedio. El hecho además de que esta emisión sólo se acuñara en Roma y no en el resto de las cecas italianas, todas ellas bajo control de Constantino, es un argumento adicional a favor de su brevedad y por ello escaso volumen, concebido según todos los indicios para consumo inmediato del pueblo de Roma como así sucedió.