Aunque todavía no se ha podido demostrar con seguridad, todos los
indicios apoyan la identificación del oppidum hispanorromano de Fornacis con
las ruinas localizados en el cerro de Hornachuelos, término municipal de Ribera
del Fresno, provincia de Badajoz.
Fornacis. Vista del recinto superior
desde el punto central del recinto inferior, en las proximidades del gran
aljibe rectangular.
Hornachuelos permanecería
deshabitado durante cerca de dos mil años. Finalmente, a mediados del siglo II
a.C., poco después del final de las guerras lusitanas (147 – 139 a.C.), a la
sazón concluidas con la conquista romana de la zona, el lugar vuelve a
repoblarse (a diferencia de otros asentamientos cercanos, Hornachuelos no
conoció poblamiento protohistórico).
Las excavaciones han puesto al
descubierto un asentamiento de 5 hectáreas de superficie en el que se pueden
distinguir dos áreas claramente diferenciadas, correspondientes a otros tantos
amesetamientos concéntricos del cerro, cada una de los cuales debió poseer, a
juzgar por los bruscos taludes que aún hoy exhibe el terreno, su propia
muralla, ya fuera de de piedra o terrera (la meseta inferior no parece que
poseyera nunca una muralla de mampuesto). Las estructuras localizadas, todas
ellas en el recinto superior, corresponden a una serie de manzanas de casas, de
plata rectangular, adosadas entre sí y abiertas a ambos lados de una calle
principal que discurre en la dirección longitudinal del cerro. En la actualidad
sólo se conservan sus zócalos de mampostería ya que los alzados de adobe
debieron degradarse hace mucho tiempo. Las cubiertas fueron, en principio,
bastante simples, ramajes y barro, no detectándose la presencia de tégulas
romanas hasta los primeros años del siglo I d.C. Esta clase de urbanismo, poco
desarrollado en razón de la ausencia de edificios públicos, pobres
infraestructuras básicas, etc, impide calificar al asentamiento de Hornachuelos
de ciudad, considerando este concepto dentro de la óptica romana. Sí que
encaja, no obstante, dentro del concepto de oppidum, a saber un lugar
fortificado de razonables extensión y dominio sobre el entorno pero sin llegar
a la categoría de civitas.
Éstos son los restos mejor conservados
de la muralla romana de Fornacis, erigida a finales del siglo I a.C.
Sabemos gracias a Plinio el Viejo
que los romanos llamaban Beturia al territorio comprendido entre el río
Guadiana y Sierra Morena. Se trataba de una denominación de tipo geográfico,
carente por tanto de sentido político, jurídico o administrativo así como
anterior a la división de la Hispania Ulterior en Hispania Ulterior Bética e
Hispania Ulterior Lusitana. La mitad oriental de esta Beturia, poblada por el
pueblo túrdulo, era la Beturia Túrdula, la occidental, ocupada por los
célticos, era la Céltica. Aunque Plinio nos proporciona los nombres de los
oppida betúricos más importantes, auténticos municipios romanos ya en la época
en que redactara su célebre Historia Naturalis, no menciona ningún lugar que
pueda relacionarse con el asentamiento del cerro de Hornachuelos a pesar de su
evidente fundación romana y pujanza durante más de dos siglos. Algo más de
suerte tenemos con Ptolomeo que cita la “ciudad” de Fornacis entre los
turdetanos de la Bética. Las coordenadas que proporciona –8º 30´ O y 38º 50´
N—puestas en relación con las propias de otras ciudades próximas cuyo
emplazamiento conocemos con seguridad permiten ubicar a Fornacis en la zona del
oppidum de Hornachuelos, topónimo éste que por otra parte presenta una cierta
semejanza fonética con la palabra Fornacis. Si a estos argumentos le unimos el
carácter estratégico del paraje, explicado anteriormente, y la relativa entidad
de los hallazgos arqueológicos (de los que la cercana villa de Hornachos,
competidora de Hornachuelos por la identificación de Fornacis, carece) que
evidencian la pretérita existencia de un antiguo oppidum betúrico, podemos admitir
como verosímil la identificación del asentamiento del cerro de Hornachuelos con
la Fornacis ptolemaica.
Los abundantes hallazgos
numismáticos realizados en el cerro de Hornachuelos a lo largo de los tiempos
atestiguan unas relaciones comerciales bastante intensas entre Fornacis y el
valle del Guadalquivir así como con la región del valle medio del Ebro. Sin duda
el asentamiento debió ser bastante próspero aunque no lo suficiente para
alcanzar la categoría de municipio romano que otros oppida cercanos (los que
cita Plinio) lograran con el paso de los años y el avance de la romanización. Parece
ser que el motivo de esta falta de proyección histórica está relacionado con la
fundación de Emérita Augusta en el año 25 a.C. En muy poco tiempo la nueva
colonia augustea monopoliza todo el protagonismo en la zona. Prueba de ello es,
para el caso que nos ocupa, la caída en desuso de la antigua senda norte-sur
que pasaba por Fornacis en beneficio de otra ruta paralela, la hoy llamada ruta
de la Plata, con Emérita como jalón principal en el valle medio del Guadiana.
Ni que decir tiene que esta alteración en las rutas comerciales locales debió
suponer un duro golpe para Fornacis del que ya no se recuperaría. Sus
habitantes irían dejando progresivamente el asentamiento en dirección a los
oppida y ciudades próximas, menos alterados por esta medida. En efecto, la
arqueología indica que para finales del siglo I d.C., todo lo más primer cuarto
del siglo II d.C., el lugar ya estaba abandonado.
En las proximidades del vértice suroriental del
recinto superior, flanqueando con toda probabilidad el camino de acceso a éste
desde el inferior –el actual debe coincidir con el antiguo-- se encuentran los
restos, muy arrasados, de una torre de planta aparentemente circular y hueca.
Al estar casi soterrada no se puede interpretar su sistema constructivo si bien
se debe suponer similar al del reto de construcciones defensivas. Desde esta
torre y hacia el oeste pueden observarse sin dificultar algunos restos más de
la muralla de Fornacis si bien hoy en día se encuentran tan enterrados que sólo
es posible restituir su trazado.
Centrándonos ahora en el aspecto
numismático, parece ser que la ciudad de Fornacis emitió hacia el 50 a.C. una muy
reducida emisión de Ases y Cuadrantes con leyenda BALLEIA (inscripción ésta todavía
no satisfactoriamente interpretada). La razón de ubicar la ceca que batiera
estas monedas en el cerro de Hornachuelos descansa en que la gran mayoría de
los escasos ejemplares conocidos fueron encontrados en el propio cerro durante
las excavaciones arqueológicas o en sus proximidades vía hallazgos fortuitos.
Los contados ejemplares de As de
Balleia conocidos presentan un diámetro medio de 30 mm por 18 gramos de peso. En
el anverso aparece una cabeza masculina a derecha de pobre arte precedida por
un elemento no indentificado. En cuanto al reverso, se muestra en el tercio
superior un hacha bipenne en posición horizontal, en el centro leemos la palabra
BALLEIA también horizontal, por último el tercio inferior se encuentra ocupado
por una suerte de elemento no identificado aunque aparentemente de naturaleza
vegetal.
Los cuadrantes presentan un
tamaño medio de 15 mm y un peso de 3,8 gramos, siendo considerados cuadrantes y
no otro divisor precisamente por esa metrología. Aunque también muy escasos lo
son significativamente menos que los rarísimos ases. El anverso es similar al
de los ases, con una cabeza masculina de pobre arte a derecha. El reverso,
bastante vistoso, exhibe en su centro una luna creciente en posición horizontal
rodeada en su parte superior por tres estrellas. Debajo, curvada, la leyenda
BALLEIA nos permite identificar con seguridad la moneda. A continuación podemos
ver tres cuadrantes correspondientes a esta escasísima emisión.
Muralla excavada de Fornacis,
correspondiente al sector del poblado. Como se ve, sirve como muro trasero de
algunas casas.
Torre hueca y redonda (al menos en
apariencia) del extremo SE de la muralla.
Las gentes de Fornacis ocuparían
el recinto superior durante el siglo I a.C. Tras sufrir un incendio, se
trasladan al recinto inferior, que ocupa las dos terceras partes de la
superficie del cerro, a principios del siglo I d.C. Aunque es una zona menos
defendible, resulta más cómoda de habitar en razón de su mayor extensión, menor
cota relativa respecto a los campos circundantes y mayor protección frente a
los vientos del norte. Aquí excavaran en la roca (si es que no estaba hecho de
antes) un gran aljibe rectangular, realmente digno de verse.
Arriba, allá en el recinto
superior, quedaron los restos abrasados del antiguo habitat, rodeados de una
muralla cuyos restos todavía son susceptibles de estudio. En realidad, el
sistema defensivo de Fornacis fue evolucionando con el paso del tiempo. En un
principio contó con una muralla de piedra seca poco imponente, precedida de un
profundo y ancho foso en lo que constituye un reflejo evidente de las prácticas
campamentales romanas. Los excavadores la fechan en la mitad del siglo II a.C.,
esto es contemporánea de la fundación del asentamiento. Posteriormente este
foso fue cayendo en desuso. Tras colmatarse se erigió una nueva muralla sobre
él, culminada por una empalizada de madera (finales del siglo I a.C.). Esta
muralla es la que hoy en día puede verse, a fragmentos, delimitando el
perímetro del amesetamientos superior del cerro de Hornachuelos. Las zonas
mejor conservadas muestran un aparejo de
sillarejo tosco ligado con mortero de barro. Se trata del paramento externo de
un sistema de triple hoja convencional, fácil de apreciar en el lienzo excavado
y consolidado en el sector de las viviendas, que por cierto utilizan la muralla
como muro trasero. Esto no es de extrañar habida cuenta la poca relevancia
constructiva de esta fortificación (apenas 1,5 metros de espesor), obviamente
erigida para delimitar el poblado más que para protegerlo.
Gran aljibe rectangular excavado en la
dura roca del cerro de Hornachuelos, allá en recinto inferior.
Traza de la muralla romana de Fornacis, junto
a la torre surorioental.
Se atribuye también al oppidum de
Hornachuelos la acuñación de cierta serie de plomos monetiformes con leyenda púnica
BGLT. De momento han sido muy poco estudiados aunque lo cierto es que se han
encontrado bastantes de estos plomos en Hornachuelos y sus proximidades.