Las ruinas, bastante considerables, de la ciudad celtíbero-romana de
Termes, también llamada Tiermes e incluso Termantia, se extienden por la amplia
cumbre del cerro de la Virgen del Castro, término municipal de Montejo de
Tiermes, en los confines meridionales de la provincia de Soria.
Los orígenes de Termes se
remontan al periodo celtíbero antiguo (siglo VI-V a.C.), cuando la arqueología
detecta la presencia de un asentamiento arévaco (pueblo celtibérico) en la
cumbre del cerro de la Virgen del Castro. Sin embargo habrá que esperar a los
años centrales del siglo II a.C. para ver aparecer por primera vez el nombre de
Termes en la Historia escrita. Esto lo debemos concretamente a las pluma de
Apiano (Iber, 76-77-79) quien
relata como en el año 141 a.C. el cónsul Quinto Pompeyo, tras fracasar en su
asedio contra Numancia, al comienzo de las guerras celtibéricas, se dirigió
contra su aliada Termes, nombrada Termancia en los textos latinos, a la sazón
considerada una presa más fácil que la inmortal ciudad arévaca. Craso error fue
aquél, tal y como pudo comprobar el cónsul tras sufrir tres derrotas
consecutivas en que perdiera casi toda la caballería y una cohorte entera con
seiscientos hombres, tribuno incluido.
Muralla bajoimperial de Termes. Zona
septentrional del perímetro fortificado. En primer plano, uno de sus recios
cubos de flanqueo.
Poderosas fortificaciones debía
poseer ya la orgullosa ciudad celtíbera, sublimadas por los potentes barrancos
que a la manera de murallas naturales delimitan el cerro de la Virgen del
Castro. Lamentablemente apenas ha quedado nada de ellas: sólo una fugaz línea
de derrumbe de considerable espesor que bien pudiera ser el último vestigio del
zócalo de una antigua muralla, hecho de piedra seca o, más probablemente,
cogida con barro, sobre el cual se dispondría el paramento principal, de adobe,
según las técnicas de fortificación arévacas. Sí que han llegado, no obstante,
hasta nosotros los huecos en que se alzaran las dos grandes puertas de la
ciudad, a la sazón tallados en la dura roca en forma de angostos accesos (sobre
todo la puerta occidental) muy fáciles de defender desde la cumbre del cerro al
abrirse a un estrecho pasillo permanentemente batido desde las alturas donde
por cierto las rocas labradas en regulares formas parecen indicar la pretérita
existencia de fortificaciones.
Espléndido paramento de sillería bien
labrada que luciera la muralla de Termes.
Termantia continuaría libre e
indómita durante bastantes años a pesar de la caída de Numancia en el año 133
a.C. Mas finalmente sonaría la hora de Roma también para este lugar, cuyas
puertas se abrirían ante el cónsul Tito Didio en el año 98 a.C. sin duda a
consecuencia de la gran derrota sufrida por el pueblo arévaco ante el ejército
romano bajo mando del citado magistrado romano. Como castigo a la obstinada
oposición de los termestinos, Tito Didio mandaría que descendieran al llano con
la prohibición expresa de amurallar la cumbre del cerro (a la luz de esta
información, suministrada por Apiano, se supone que fue entonces, con ocasión
de la conquista romana, que fue desmantelada la primitiva muralla celtibérica).
Comenzaría así la andadura de la ciudad dentro del imperio romano, como ciudad
estipendiaria naturalmente, pues había sido conquistada por la fuerza, lo que
implicaba que debía satisfacer un tributo anual a Roma si quería poder
continuar cultivando sus campos y apacentando sus rebaños. Semejante imposición
no debía ser nada del agrado de los impetuosos arévacos de Termantia,
dificultando el proceso de romanización común a todos los pueblos hispánicos
bajo la égida de Roma pero desigual en intensidad y duración. Sin duda seguía
muy vivo el espíritu racial arévaco cuando el levantamiento de Sertorio en
tierras de Hispania, al que se uniera Termantia sin vacilaciones. Sin embargo
la suerte volvió a ser esquiva a la vieja ciudad arévaca que fue ganada al
asalto por Cneo Pompeyo Magno en el año 72 a.C. --Floro (III, 10,9)-- tras una labor previa de arrasamiento de los
campos circundantes y subsiguiente debilitamiento de sus habitantes a manos del
temible jinete del hambre.
Base, bastante bien conservada, de uno
de los cubos de la muralla bajoimperial.
Durante el resto del periodo
republicano, Termantia prosigue su existencia como ciudad sometida. Sus casas y
callejuelas se levantan en la falda del cerro de la Virgen del Castro, allá en
sus zonas menos agrestes y en el llano anejo. Concluida la República, el imperio
será gobernado por los todopoderosos emperadores. No parece una mala forma de
gobierno, al menos en este brillante principio, ya que la riqueza, el
urbanismo, las artes y las ciencias florecen en toda la ribera mediterránea al
socaire de la célebre pax romana,
garantizada por las no menos célebres legiones imperiales. También será ésta
una buena época para Termes, citada así ya por Floro, Ptolomeo Plinio el Viejo,
Tito Livio, Diodoro de Sicilia y Tácito, en detrimento del viejo nombre
celtibérico de Termantia. En efecto, la ciudad crece y prospera. El proceso de
romanización es ya imparable. Su eficacia es máxima en tanto en cuenta comienza
por los termestinos más influyentes, herederos directos de las antiguas élites
celtibéricas, algunos de los cuales ascienden a la categoría de ciudadanos
romanos con derecho al empleo de praenomen,
nomen y cognomen. Así lo indica sin ningún genero de dudas la epigrafía de
la época, por fortuna relativamente abundante a la hora de hacer referencia a
antiguos termestinos.
Cubo de la muralla en el que se aprecia
perfectamente su planta semicircular peraltada. Se aprecia bien el paramento exterior de silleria.
Elocuente reflejo de esta
prosperidad es la monumentalización de Termes, detectada arqueológicamente a
partir del reinado de Augusto en que se construye un templo en la zona
septentrional de la ciudad, allá donde la pendiente del cerro comienza a ganar
inclinación. Pero el empujón definitivo vendrá en el reinado de Tiberio (14-27
d.C.), sucesor de Augusto. En efecto, hacia el año 20 d.C. se construye el
primer foro de la ciudad, entre cuyas ruinas se ha encontrado los restos de un
epígrafe, datado con exactitud en el año 26 d.C., en el que se menciona
directamente al emperador Tiberio con todos sus títulos y ascendientes en lo
que se ha interpretado como una expresión del agradecimiento a la autoridad
imperial por la concesión de la ciudadanía latina al, a partir de ese momento,
municipio termestino. Si a este dato le unimos la pertenencia a la tribu
Galeria de algunos termestinos registrados en la epigrafía, a la sazón la tribu
a la que se adscribieran los nuevos municipios durante los reinados de la
dinastía Julio-Claudia, tenemos suficientes argumentos para fijar el ascenso de
Termes a la categoría de municipio latino durante el reinado de Tiberio. Desde
luego el sólo hecho de la construcción de ese foro indica no sólo un proceso de
romanización muy avanzado sino también un deseo de adecuar la estructura urbana
de la ciudad a su nueva condición jurídica.
Sección transversal de la muralla bajoimperial de Termes. Se observa el paramento interno, de sillería, y el núcleo heterogéneo.
Durante el reinado de Tiberio se erigió
también un nuevo templo imperial en la zona del foro y se concluyó el magnífico
acueducto de la ciudad, concienzudamente tallado en la roca en muchos tramos y
cuyas aguas se vertían en un gran depósito acuario o castellum acquae, excavado en su mayor parte. Desde luego la ciudad
es rica y próspera: así lo indica tanto la epigrafía al mencionar sumas de
dinero (9.991.000 sestercios) ciertamente enormes para tratarse de una ciudad
del interior de la meseta como el registro arqueológico: rico en cerámicas de
gran calidad (sobre todo terra sigillata),
instrumentos de metal, vidrios y demás, todo lo cual evidencia de paso la
existencia de un floreciente comercio. Semejante bonanza tiene su culminación
hacia los años 70 del siglo I d.C. con la construcción de un segundo foro,
mayor que el anterior y unas termas próximas, sin duda imponentes a juzgar por
los restos que nos han llegado. El nuevo foro impulsa una nueva
reorganización del espacio urbano, puntualmente muy intensa hasta el punto de
amortizar algunas estructuras anteriores como el primer templo, erigido en
tiempos de Augusto. Probablemente sea éste el cenit de Termes como ciudad, muy
romanizada tal y como indican sus espléndidas domus, erigidas según el modelo
romano aunque conservando todavía bastantes elementos de indigenismo, cuyo
principal testimonio son los nombres célticos citados en la epigrafía.
La muralla bajoimperial seccionando
algunas de las antiguas viviendas rupestres allá en la zona meridional de la
ciudad.
La primera mitad del
siglo II d.C. aún debió ser bastante próspera para Termes, perdurando sin mayor
problema las instituciones urbanas tal y como indica la célebre tabula patronatus localizada en el
cercano pueblo de Peralejo de los Escuderos, donde se cita a los dos duunviros
de la ciudad así como al SENATVS POPVLVSQVE TERMESTINVS. Sin embargo el
inexorable proceso de decadencia, común a todo el occidente romano, haría acto
de presencia también en Termes, ejemplificado
muy bien en el abandono y reconversión en basurero, verificado durante la
segunda mitad del siglo, de todo el sector nororiental de la ciudad. No
obstante la ciudad continuaría existiendo con bastante vigor tanto en este
siglo como en el siguiente. Así lo prueban las obras de mantenimiento
detectadas en la cercana calzada que unía Termes con Uxama y Segontia, en el acueducto
así como en el área foral Flavia y, por supuesto, la construcción de una
poderosa muralla de técnica genuinamente bajoimperial datada entre los años
238-244 (fecha de acuñación de una moneda de Gordiano Pío localizada en la fosa
de fundación de esta muralla) y los años posteriores al 276 d.C. en que se data
la segunda invasión germánica de Hispania (la lógica histórica tiende a
inclinar la datación hacia esta última fecha).
La llamada puerta del sol en el sector
suroriental de la ciudad. Celtíbera de origen.
La nueva muralla de Termes surgió
para defender los sectores más vulnerables de la ciudad, esto es los de su
mitad oriental, más accesibles desde el exterior. Esto explica la ausencia de
restos de esta fortificación en el área occidental, por otra parte innecesaria
al actuar los vertiginosos precipicios que flanquean esta parte del cerro,
solar del antiguo asentamiento arévaco, como inmejorable defensa natural. Las
necesidades impuestas por la exigente ciencia poliorcética obligaron a la
reducción del área urbana de la ciudad desde las 50 Ha del periodo altoimperial
a las nuevas 30 Ha del bajoimperial, quedando fuera del recinto murado una
extensa área de viviendas al sur de la ciudad (que no obstante continuaron
habitados si bien con fines más de tipo industrial que residencial). Incluso
fue necesario la destrucción de algunos complejos edilicios anteriores, tales
como parte del graderío del sector suroriental –interpretado como lugar de
reuniones al aire libre desde época prerromana--, o el conjunto rupestre
meridional, alguna de cuyas casas aparecen literalmente divididas por la mitad
por los gruesos sillares de la muralla bajoimperial.
Vista de los pobres restos, no del todo
claros, de la antigua muralla celtibérica de Termantia.
Como se dijo, la muralla de
Termes muestra una tipología claramente bajoimperial, donde prima por encima de
cualquier otra consideración la eficacia defensiva. Así lo indica sin ir más lejos
su monumentalidad –elocuente indicio del vigor económico de la ciudad que la
erigiera--, conseguida a fuerza del empleo masivo de grandes sillares de
arenisca (algunos reutilizados de edificios anteriores), de módulo romano y un
severo flanqueo de los lienzos por medio de torres semicirculares peraltadas,
también de sillería, idénticas en su concepción a las de otras muchas murallas
romanas contemporáneas como las de Legio, Astúrica Augusta o Caesaraugusta por nombrar
sólo tres ejemplos.
Interior de una de las famosas viviendas
rupestres de Termes.
La técnica constructiva empleada
en esta muralla es el opus quadratum
romano, extendido por todo el imperio así como muy empleado a la hora de
construir fortificaciones gracias a su robustez y, sobre todo, insuperable
aparato estético. En realidad es una técnica de triple hoja tipo emplecton, en la que los paramentos
exteriores se ejecutan en sillería bien ladraba así como asentada en seco, sin
concurso de argamasa. El núcleo de la estructura se podía hacer bien en opus caementicium, lo que presupone una
buena selección de los áridos (sólo arenas y garbancillos, nunca mampuestos
salvo en el caso del opus caementicium
ciclópeo) y las cales, bien en opus
incertum, esto es una mezcla más o menos heterogénea de tierra y mampuestos
ligada con mortero de cal. En el caso de la muralla de Termes, el núcleo
interno es de opus incertum de no muy
buena calidad (este último parámetro dependía directamente de la calidad del
mortero de cal empleado, es este caso no muy alta a juzgar por el grado de
deterioro que presenta en la actualidad). En total, los dos paramentos y el
núcleo conforman un espesor regular de 2,5 metros.
Armónico graderío labrado en la roca
natural del cerro posiblemente en época celtibérica.
En cuanto a las torres de
flanqueo, macizas en sus planta inferior, a la postre la única conservada,
exhiben un diámetro bastante regular de 2 metros en su parte semicircular. El
peralte previo se prolonga por espacio de otros 50 centímetros, lo que arroja
una proyección hacia el exterior de 2,5 metros para la estructura completa de
la torre. Las torres se encuentran separadas unas de otras por una distancia
media de 10 metros, medida ésta que garantiza un flanqueo óptimo de la base de
las murallas.
Debido a que la muralla sólo se
ha excavado en algunos puntos, desconocemos la mayor parte de sus detalles
tales como la ubicación de las puertas y vanos menores si bien es verosímil
suponer la continuidad en el empleo de los antiguos accesos celtibéricos. Hoy
en día sólo tenemos constancia con seguridad de los restos de un bastión (cuya
construcción arrasaría parte del graderío contiguo), muy arrasado, guardando la
entrada suroriental de la ciudad, ésta última labrada en la piedra así como de
época celtibérica.
Ruinas romanas de Termes, pertenecientes
al castellum acquae, al fondo, y a las estructuras del foro flavio (primer
plano).
Aunque Termes continuaría
existiendo como ciudad en los siglos IV y V, lo cierto es que la arqueología ha
identificado evidencias de un claro retroceso urbanístico. En efecto, en algún
momento indeterminado de estos dos siglos el foro flavio se abandona y su solar
enlosado es compartimentado por precarios muros de mampostería, sin duda
pertenecientes a una población venida a menos que no duda en ocupar de forma
privada y sin ambiciones el antiguo lugar público, orgullo de la ciudad. Al
mismo tiempo que esto sucede dentro de las murallas, afuera comienzan a
proliferar las explotaciones agropecuarias o villae, distribuidas aquí y allá en el territorio termestino, algunas
de las cuales han sido detectadas arqueológicamente. Y es que al igual que
sucediera en todos los rincones de la Hispania bajoimperial, también en Termes
se retrajo el mundo urbano en beneficio del rural.
Estos restos, todavía confusos aunque
relacionados con un antiguo templo, son el único testimonio que nos ha llegado
de la Termantia arévaca. Se encuentran en al cumbre del cerro de la Virgen del
Castro, allá donde estuviera el asentamiento celtibérico.
Tampoco la época visigoda
supondría el fin de Termes, si bien su área habitada ha quedado reducida a una
pequeña parte de la que fuera. Es por ello que las gentes de los siglos VI y
VII no dudan en enterrar a sus muertos entre las ruinas de los antiguos
edificios altoimperiales, allá en la zona central de la ciudad. La situación
continuaría más o menos igual durante el dominio musulmán. Termes, cuyo nombre
va mudando en Tiermes, es la plaza más importante de la zona, auténtica
frontera entre la Cristiandad y el Islam, lo cual no quiere decir ni mucho menos
que sea grande ni esté muy poblada. Más bien se debe pensar todo lo contrario.
Finalmente, la zona será ganada definitvamente por los cristianos allá por el
siglo XI. Es precisamente a finales de esta centuria cuando ciertos pasajes del
Cantar del Mio Cid hacen sospechar que Rodrigo Díaz de Vivar pasó hasta dos
veces por las inmediaciones de Termes, a la que llama Agriza, interpretable
como la “Agujereada” o “las Cuevas”, quizás en alusión a las viviendas
rupestres, auténticos agujeros en la roca, que caracterizan la ciudad. Esta
afirmación, aunque algo aventurada, es desde luego factible ya que el
legendario caballero burgalés empleó en aquellos traslados una ruta que muy
bien puede identificarse con la antigua calzada romana Uxama-Segontia, en medio
de la cual, como se dijo, se encontraba Termes. Aún el lugar conservaba cierta
importancia en aquella época si bien no tardaría en comenzar a perderla a favor
de la recién fundada Caracena, mejor ubicada estratégicamente que Termes a la
hora de custodiar el acceso a la frontera del Duero. A pesar de todo el
viejísimo asentamiento aguantará varios siglos más, permitiéndose incluso
embellecerse con una hermosa iglesia románica (siglo XII), hoy ermita de la
virgen de Tiermes. Incluso se conoce documentalmente la existencia de un
monasterio, del que no nos han llegado restos. Pero el destino de Termes estaba
echado. Así en 1499 la aldea estaba casi abandonada. No tardaría mucho más en
quedar vacía, poniendo así punto y final a más de dos mil años de Historia continuada..