lunes, 3 de junio de 2013

ARATISPI. Una ciudad romana de provincias en la Bética.

Con este nombre fue llamada una antigua ciudad romana, de moderada importancia, cuyos restos se encuentran en el paraje conocido como Cauche el Viejo, tres kilómetros al sur de la pedanía de Villanueva de Cauche, dependiente de Antequera, en la provincia de Málaga.
 
El solar que ocupa es un cerro de escasa altura, breve pendiente y limitada superficie que obviamente nunca pudo albergar una ciudad grande. No es de extrañar, pues, que Aratispi no aparezca citada en ninguna fuente clásica, habiendo de agradecer la noticia de su pretérita existencia a las diferentes menciones que figuran en las inscripciones localizadas en el Cerro del Cauche, hoy visibles empotradas en el campanario de la vecina Villanueva de Cauche. En efecto se trata de tres alusiones directas a una ciudad nombrada Aratispi y dos más en las que se hace referencia a otros tantos naturales de este asentamiento.
 
Restos, bastante degradados, de la muralla de la Res Pvblica Aratispitana romana.

La primera de ellas es la CIL 5730 y en ella se lee: “RES PVBLICA ARATISPITANORVM / DECREIT DIVO DEDICAVIT. La segunda, igual de clara, está clasificada con el número 5731 del CIL: RES P. ARATISPITANA / D.D. Por su parte la tercera inscripción, publicada por Corell en epigraphica 66 (1994) 60 hace referencia a un pacto de hospitalidad entre un tal Q. Lucius Fenestella y el “SENATV POPVLOQVE CIVITATIS ARATISPITANAE”. Los otros dos epígrafes citan respectivamente a un ARATISPITANO (CIL 5733) y un ARATISPITANVS (CIL 5734). No parece, pues, haber sitio para la polémica a la hora de identificar los restos urbanos localizados en Cauche el Viejo con la antigua Aratispi romana.

Las excavaciones arqueológicas realizados en la cumbre del cerro de Cauche el Viejo han permitido datar los primeros indicios de poblamiento en el remoto Calcolítico (hacia el 3000 a.C.), prolongándose éste sin sucesión de continuidad hasta la época ibérica. A este momento histórico pertenecen los restos de la muralla de la ciudad, destruida, según el parecer de los investigadores, durante la conquista romana de la comarca si bien es seguro que fue reconstruida posteriormente para servir de defensa al asentamiento ya romanizado.

Aparejo de sillarejo alternando con auténticos sillares en la muralla de Aratispi.
 
El motor principal de esta modesta ciudad, posiblemente dependiente en algún modo de la cercana Anticaria (la actual Antequera, once kilómetros hacia el norte), debió ser su proximidad a la ruta entre Cástulo (Linares, Jaén) y Málaca, que ponía en comunicación el interior de Andalucía (y más allá lógicamente) con la actual capital de la costa del Sol, de cuyo puerto podían salir por barco toda clase de productos y muy especialmente los recursos metalíferos del curso alto del río Guadalquivir, cuya capital administrativa era la citada Cástulo, muy apreciados en la cuenca mediterránea desde tiempos inmemoriales. Esta importante ruta, aunque no aparece reflejada en textos como el itinerario de Antonino, sí que figura en el anónimo de Rávena –concretamente es la número IV—figurando sucesivamente las estaciones de Anticaria, Nescania (Cortijo de Escaña, Valle de Abdalajís) y Málaca, plazas las tres más o menos cercanas a nuestra Aratispi.
 
Aparte de sus competencias comerciales y logísticas, Aratispi también basaría su economía en la agricultura de secano propia de la zona, sazonada con una producción olivera cuyo recuerdo nos ha llegado en la forma de una prensa de aceite encontrada durante las excavaciones.
 
Torre cuadrada de la muralla de Aratispi, la única conservada de todas las que pudiera poseer en sus buenos tiempos.

La ciudad romana desbordaría los estrechos límites del asentamiento ibérico hacia el siglo I d.C., descendiendo al valle inmediato, más o menos llano. El siglo II d.C. sería el de mayor esplendor de la ciudad. Así lo atestigua tanto la abundancia de cerámica sigillata localizada en los estratos correspondientes  como el hecho de que los cinco epígrafes conservados estén fechados en dicha centuria. Incluso se puede concretar un poco más restringiendo este periodo al primer tercio del siglo, cuando se tallaran sendas inscripciones honoríficas respectivamente dedicadas a los emperadores Adriano (117- 138) y Trajano (98 – 117) en las que se hace mención expresa a los magistrados de la ciudad, fiel indicio de su vigor como entidad urbana.
 
Tabernae excavadas en el frente meridional del cerro de Cauche el Viejo, en el lugar otrora ocupado por la muralla de la ciudad, que debe ser por tanto cronológicamente anterior.
 
El siglo III conocería un periodo de profunda decadencia, común a toda la provincia bética, y que sin ningún problema puede concretarse en la minería del alto Guadalquivir, muy paralizada por entonces con lo que ello significaba de merma de la riqueza disponible a lo largo de la ruta Cástulo-Málaca antes mencionada. En el año 262 de nuestra Era, reinando en Roma el emperador Galieno, se produce la invasión de Hispania por parte de una gran horda de francos y alamanes, pueblos bárbaros los dos procedentes del norte de Europa que, previamente, han pasado por la Galia, saqueándola y devastándola. Según el rastro de destrucciones detectado por la moderna arqueología los bárbaros fueron avanzando hacia el sur siguiendo la vía Hercúlea que bordeaba el Mediterráneo así como avanzando por el interior a través de las calzadas que comunicaban el valle del Ebro con la meseta. Llegados a la bética sufren sus efectos Baelo Claudia, Gadis y probablemente Málaca antes de pasar a la Mauritania Tingitania, donde prosiguen sus raids de saqueo. También se ha sugerido su paso por Antequera y Singilia Barba, urbes muy cercanas ambas a Aratispi, lo que unido al hecho de la probable devastación de Málaca nos permite hipotetizar el empleo de la ruta Castulo – Málaca por parte de francos y alamanes, detalle éste que en último extremo permite atestiguar la destrucción de Aratispi en algún momento entre los años 262 y el 267, fecha esta última considerada límite de la presencia germánica en Hispania antes de pasar a África. El corte en las exportaciones de aceite de oliva a Roma, provocado según los investigadores por la invasión bárbara, supondría la puntilla a una situación ya muy deteriorada aún antes del ataque norteño a causa del cese de la actividad minera y el retraimiento general del mundo urbano característico de este periodo del Imperio romano. Sí que parece cierto que Aratispi retuvo algún tipo de población residual --sin duda carente de dinamismo urbano ni con toda probabilidad instituciones públicas-- ya que en época musulmana alberga una pequeña población fortificada que perduraría a duras penas hasta la conquista cristiana de Antequera (1410) en que se despuebla para siempre.
 
Inscripción 5730 del CIL esculpida en honor del emperador Trajano por la RES PVBLICA ARATISPITANORVM.

Los principales restos conservados de Aratispi son una serie de tabernae, erigidas en una sobria mampostería cogida con mortero de cal, donde no falta algún que otro ejemplo de pavimento verificado en opus spicatum. También pueden contemplarse algunos vestigios de viviendas en la cumbre del cerro de Cauche el Viejo y la prensa olearia mencionada anteriormente así como algunos tramos de la vieja muralla ibero-romana que pasamos a describir a continuación.
 
Se trata de una muralla poco imponente de trazado rectilíneo, cuyos breves restos pueden observarse hoy en sector meridional del cerro, el más vulnerable al presentar una pendiente menor, a una cota ligeramente inferior a la de su cumbre.
Está ejecutada empleando la habitual técnica de triple hoja, paramento interno, paramento externo y núcleo interior heterogéneo y macizado. Su paramento externo muestra un correcto sillarejo no isódomo, en ocasiones sillería de calidad variable, que proporciona un aparejo sólido y de agradable apariencia. Como aglomerante se utilizó un mortero de barro de buena calidad, especialmente destacable en los puntos donde la falta de linealidad en las hiladas obligó al empleo de calzos de regularización. El paramento interno se encuentra hoy soterrado por lo que no se puede decir nada de él.
 
Un nuevo lienzo, algo más tosco que el anterior, de la muralla aratispitana.
 
El elemento más destacable que podemos contemplar en esta muralla es una torre rectangular maciza de aproximadamente 3,5 metros de ancho por 2 de lado. Lo más probable es que todo el frente meridional del recinto amurallado estuviera flanqueado por torres como ésta.
 
La escasa similitud de los materiales y técnicas empleados en esta muralla en relación con los propios del resto de las estructuras excavadas en Aratispi, de clara cronología imperial, así como el hecho de verse interrumpida a partir de cierto punto de su traza por las tabernae citadas, permite fechar esta muralla en época republicana, posiblemente siguiendo la traza de la muralla ibérica. Estamos hablando por tanto del siglo II a.C., no mucho después de la destrucción de la muralla ibérica encuadrable en el marco de la conquista de la zona y el subsiguiente comienzo de la romanización.
 
Restos de pavimentos romanos desenterrados durante las excavaciones. Opus Spicatum (en espina de pez) a la izquierda, Opus Testaceum (ladrillo) a la derecha.