sábado, 23 de julio de 2011

La primera Tetrarquía - 3ª parte -


La gran Reforma Monetaria de Diocleciano

La nueva concepción del estado romano ideada por Diocleciano, con la cual arranca la fase histórica hoy conocida como Bajo Imperio, presentaba múltiples diferencias con el estado altoimperial tanto de forma como de fondo. Entre las primeras podemos citar su orientalización en materia de vestimenta, adornos, decoración, etc. Entre las segundas, mucho más agudas que las anteriores, debemos citar como resumen del resto el agudo retroceso de las ideas de gobierno de tipo democrático (a la ateniense) en beneficio de un modelo de estado claramente oriental, con monarcas investidos de poder absoluto así como simbólicamente muy por encima de sus atribulados súbditos. Incluso algo tan íntimamente relacionado con la gloria de Roma como es el armamento de sus legiones y aún la estructura de éstas variaría significativamente al objeto de hacer frente a los desafíos que enemigos tan poderosos como los persas sasánidas o las hordas de bárbaros cada vez más numerosas y lo que era mucho peor: mejor organizadas, planteaban.

Como no podía ser de otra manera, también la estructura monetaria del Imperio se vería afectada por estas intensas reformas, de nuevo tanto en la forma como en el fondo. Es el caso de la conocida como Gran Reforma Monetaria de Diocleciano, con la cual concluiría el periodo clásico de la numismática romana para entrar en el bajoimperial, con todo lo que esto conlleva. A esta reforma vamos a dedicarle la presente entrada de este blog.

La gran reforma de Diocleciano no fue fruto de un solo edicto sino que, al parecer, es el resultado de una serie de etapas todavía no bien esclarecidas salvo en sus aspectos más generales. La primera fase, datada en un momento tan temprano como el año 286 d.C., tenía como objetivo mejorar la moneda de oro romana, el áureo, elevando su peso desde los 4,35 gramos del áureo ligero anterior a los 4,62 gramos del áureo reformado (esto es desde 70 piezas por libra a 60 piezas por libra) al tiempo que eliminaba de la circulación el sólido pesado o doble sólido de 6,5 gramos.  
Aúreo reformado (4,5 grs) a nombre de Diocleciano. Se trata de monedas de todo punto similares a sus antecesoras (y también a los antoninianos pre-reforma), con los mismos reversos, en muchas ocasiones resaltando el “parentesco” de los Augustos con Hércules y Júpiter.

En cualquier caso esta reforma no tuvo demasiado calado ya que la moneda de oro no había resultado apenas afectada por la inflacción que tanto se ensañara con la de plata y bronce a lo largo del siglo III, habiendo conservado en todo momento una ley muy elevada, motivo por el que tanto el áureo pre-reforma como el post-reforma eran ambas monedas fuertes, plenamente aceptadas por el mercado.

No sucedía lo mismo, desde luego, con el antoniniano, descendiente muy degenerado de aquellos denarios de alta ley de plata que empezaran a acuñarse en los lejanos tiempos de la república. En efecto, la caída en picado de esta moneda a lo largo de los últimos cincuenta años, más mal que bien contenida por la reforma de Aureliano, había arrastrado consigo a todos los tipos monetales romanos tanto en plata como en bronce, sacándolos de la circulación por la vía de la tesaurización o la de la desmonetación forzada al objeto de reaprovecharlos. Y es que no debemos olvidar que el antoniniano, por más que fuera mayoritariamente de bronce en la época que nos ocupa (1 parte de plata por cada 20 de bronce) y aún de bronce entero pocos años atrás, seguía siendo “teoricamente” la unidad de plata dentro del sistema trimetálico romano, motivo por el cual era, de nuevo teóricamente, superior a unidades anteriores  exclusivamente broncíneas como los ases, dupondios y sestercios, y aún al denario de plata (un antoniniano = dos denarios), todo ello por supuesto dejando a un lado el hecho de que tanto los grandes y pesados bronces altoimperiales como, mucho más, los denarios contemporáneos de éstos eran monedas con muchísimo mayor valor intrínseco que el antoniniano de finales del siglo III. La consecuencia era un antoniniano reducido a la simple condición de moneda fiduiciaria al estilo de nuestros billetes de banco actuales: concepto éste, si bien hoy plenamente funcional, totalmente inoperante en el sistema mercantil de la Antigüedad (1) y que, incapaz de contener los precios, no tardaba en detener su actividad macroeconómica. Esto suponía una inestabilidad total de la moneda que iba cayendo en una imparable espiral inflaccionaria la cual, para colmo, no dejaba de retroalimentarse a sí misma a medida que el estado, agobiado por un déficit cada vez mayor entre los gastos en aumento y la reducción de ingresos por medio de impuestos consecuencia directa del colapso en la actividad económica, iba bajando su ya paupérrimo contenido en plata a fin de obtener mayor número de monedas por la misma cantidad de plata sin amonedar. Uno de los resultados de esta nefasta política monetaria era la salida del mercado de toda moneda anterior al antoniniano, tal y como hemos comentado anteriormente, mucho más práctica para confiar el capital tanto individual como estatal que la patética moneda oficial.

Todas estas consideraciones debieron estar en la mente de Diocleciano cuando concibiera la segunda fase de su reforma, la cual podemos describir grosso modo como un retorno al sistema monetario de los primeros tiempos del Imperio si bien con algunas más que profundas matizaciones propias de la época en cuestión: los albores del Bajo Imperio. En efecto, hacia el año 294 d.C. Diocleciano crea 4 nuevos tipos monetales en sustitución del más que agotado antoniniano (2). En orden de mayor a menor valor encontramos primero al Argenteo: moneda de alto valor intrínseco acuñada en plata casi fina, luego iría el Follis, en vellón bajo, después el Radiado Post-Reforma, nombre actual para una moneda cuyo nombre real desconocemos, acuñada totalmente en bronce y y por último el Denario de bronce, pequeña moneda equivalente a la mitad de un radiado. Examinémoslas en detalle:
        
Argenteo. Al parecer Diocleciano se inspiró en el denario de Nerón para su concepción, otorgándole el mismo peso teórico (3,4 grs) y la misma ley: 95%. Moneda concebida para medianos y grandes pagos, su circulación siempre fue bastante escasa ya que lo habitual es que fuera atesorada por los usuarios, que preferían usar en su lugar los follis para los pagos. Nunca pudo, por tanto, hacer las veces del antiguo denario, quedando en una suerte de “tierra de nadie” monetaria que llevaría al temprano cese de su acuñación al término de la primera Tetrarquía.

Acuñados a nombre de los cuatro tetrarcas poseen ya uno de los rasgos principales de la moneda bajoimperial posterior al 294: la monotonía. En efecto, apenas se distinguen unos pocos tipos de reverso, correspondiendo a sólo dos de ellos al menos el 85 % de las acuñaciones. Se trata de los tipos Puerta de Campamento (que alcanzaría una larga tradición en las acuñaciones posteriores en bronce y vellón) y el sensiblemente más común de los Cuatro Tetrarcas realizando un sacrificio delante de una representación esquematizada del recinto amurallado de una ciudad o campamento (según se siga a unos autores u otros). En ambos casos se trata de motivos propagandísticos típicamente bajo imperiales: directos al grano así como huyendo del simbolismo mucho más figurado propio de épocas anteriores, con sus frecuentes representaciones alegóricas. Así, el primer tipo anunciaría no sin contundencia la renovada fortaleza del Imperio romano, por su parte el segundo sería el encargado de exhibir al cuarteto imperial ante todos sus súbditos: motivo éste –el de representar a la autoridad—harto frecuente en todo inicio de acuñación de ahí que se haya propuesto para esta emisión un comienzo de acuñación algo anterior al de la Puerta de Campamento (año 296 ésta última, 294 al anterior). 

Argenteo a nombre de Diocleciano acuñado en la 3ª Oficina de la ceca de Nicomedia correspondiente al tipo Puerta de Campamento. Aunque monedas monótonas en lo que a sus rasgos básicos se refiere, no lo son tanto en los pequeños detalles (algo muy agradable para los coleccionistas), pudiendo encontrar diseños de la puerta del campamento con tres y cuatro torres, con la sillería en hiladas verticales o al tresbolillo, con más o menos hiladas, con las puertas abiertas o cerradas (normalmente asociada a la variante con cuatro torres), etc. 

Argenteo a nombre de Maximiano Hércules acuñado en la segunda oficina de la ceca tracia de Heraclea. Al igual que el anterior presenta múltiples variantes dentro del tipo “Cuatro Tetrarcas sacrificando, con recinto amurallado detrás”.


Follis. Sin duda alguna es la moneda más célebre de la Tetrarquía (de todo el Bajo Imperio probablemente) y una de las más coleccionadas dentro las acuñaciones de la Antigüedad clásica. Al parecer la palabra follis, que en latín clásico designaba a la pequeña bolsa donde se llevaban las monedas, es algo posterior a la primera tetrarquía de ahí que hoy en día se crea que esta moneda no se llamaba follis sino otra denominación que desconocemos. De hecho algunos autores han propuesto la palabra nummus como la verdadera denominación de esta clase de monedas.

De módulo bastante grande (entre 23 y 26 mm de diámetro), grosor considerable, peso alrededor de 10,8 grs (1/30 de libra) y, por lo general, muy cuidada factura técnica recordaba poderosamente a los viejos bronces altoimperiales en los que sin duda debió de inspirarse. En realidad el follis debió ser pensado para actuar respecto al argenteo de forma similar al as altoimperial respecto al denario, esto es para actuar en la escala inmediatamente inferior de transacciones. No obstante su valor fiduciario era bastante mayor ya que un argenteo equivalía a solamente cinco follis por los dieciseis ases (4 sestercios) a los que equivalía un denario en tiempos de Augusto. Semejante diferencia debía reflejarse de alguna manera en la moneda y así era: el follis contenía cierta liga de plata en su composición, del 3 al 5% del total del metal, y, al menos en las emisiones más tempranas, una suerte de acabado superficial plateado (conseguido mediante tratamientos químicos con ácidos y no baño de plata como incorrectamente se ha sugerido) que aparte de embellecer sustancialmente la moneda también la hacía más proclive a su aceptación por parte del público al apuntalar con mayor firmeza su estrecha relación con el argenteo de plata (3). El caso es que la nueva moneda obtendría un éxito rotundo, acuñándose en cantidades enormes a lo largo y ancho del Imperio romano, motivo por el cual es bastante abundante hoy en día así como bastante accesible para el coleccionista medio aún en calidades elevadas.

Acuñados al igual que en los argenteos a nombre de los cuatro tetrarcas (los Augustos como tales y los Césares idem), también en los follis predomina la monotonía por encima de cualquier otra consideración. Así, dos reversos monopolizan la inmensa mayoría de la producción de estas monedas, siendo uno de ellos el más común con mucha diferencia. Éste último es el del Genio del Pueblo Romano, a la sazón una representación idealizada del estado romano de amplia tradición iconográfica, siendo el otro el de la Sagrada Moneda de los Emperadores en clara alusión al deseo imperial de asentar los nuevos tipos monetales post-reforma.

Por su parte, dicha monotonía también se extiende sobremanera a los anversos (algo que también sucedía en los argenteos), insistiendo en el busto laureado del emperador preferentemente a derecha y sin que los rasgos anatómicos del tetrarca de la moneda en cuestión permitan una fácil diferenciación de sus colegas a ojos poco expertos de tanto que se parecen unos a otros, habiéndose de recurrir en la mayoría de las ocasiones a la leyenda de anverso para alcanzar la plena seguridad en la identificación. La explicación de este fenómeno, inaudito en las acuñaciones romanas hasta la fecha, parte de la propia filosofía del régimen bajoimperial ideado por Diocleciano por el cual los emperadores debían ser vistos por sus súbditos como seres superiores, de naturaleza semi-divina así como protegidos de los dioses. Ante tal concepción de la institución imperial, el hecho de que los súbditos conocieran o no el aspecto real de sus emperadores pasaba a un plano totalmente secundario; lo único que debían saber es que estaban ahí, por encima de ellos, dirigiendo sus vidas así como repartiendo bondades y castigos por igual, todo ello, por supuesto, por el bien de todos. Para transmitir ese mensaje nada mejor que representar a los cuatro tetrarcas con gesto adusto pero firme, aspecto saludable y rasgos poco definidos amen de escasamente relevantes ya que no en vano debían ser comunes a los de la inmensa mayoría de hombres de su tiempo (detalles tan personales como la curiosa barba de Galieno o el tan hosco como inconfundible gesto de Caracalla debieron antojarse totalmente fuera de lugar a la hora de diseñar esta acuñación). Así se conseguía una imagen icónica del emperador en tanto institución a la que respetar y a la que someterse, sin que fuera siquiera necesario diferenciar con claridad a un tetrarca de otro pues al fin y al cabo los cuatro monarcas, a pesar de poseer cada uno su propia zona de influencia, lo eran a la vez de todo el Imperio siendo venerados por igual en todos los rincones de éste. Dicho esto, sí que es cierto que cada tetrarca suele ser representado con un conjunto de rasgos comunes que, dentro de la innegable similitud entre bustos, permite diferenciarlos con mayor o menos éxito. Así, Diocleciano suele exhibir una expresión más serena y venerable que el resto (no en vano era el tetrarca de mayor jerarquía), sobre todo en comparación con Maximiano Hércules, cuyo carácter duro y marcial no exento de cierta brutalidad puede apreciarse en muchos de los follis acuñados a su nombre. Por su parte Constancio Cloro también suele exhibir un aspecto tranquilo aunque firme (lo que concuerda con lo que sabemos acerca de su persona: que era el más moderado de los tetrarcas) y, al menos en apariencia, unos rasgos más juveniles que hacen por lo general algo más sencilla su identificación que en los otros tres casos. En cuanto a Galerio, se le suele representar como una versión algo más joven de Maximiano (sobre todo menos carnosa), con similar aire de hostilidad en su gesto, siendo en cualquier caso los que más se parecen entre sí de todas las combinaciones posibles entre los cuatro tetrarcas.


Follis a nombre de Diocleciano acuñado en la primera oficina de Heraclea hacia el año 297. Conserva la mayor parte del plateado original. Su clarísimo arte oriental, mucho más esquemático que el occidental, contribuye a desindividualizar todavía más a los tetrarcas representados en sus monedas. Esta diferenciación de estilos según la ubicación geográfica de las cecas, si bien ya observable en momentos anteriores de la amonedación romana, puede ser estudiada ahora en toda su amplitud debido al gran incremento en el número de cecas que la reforma de Diocleciano implicara, algo necesario habida cuenta que había que retirar todo el material circulante y sustituirlo por el nuevo sin causar desabastecimiento. Por otro parte, una característica adicional de la moneda bajoimperial es que casi siempre posee en su exergo marca de ceca, lo que permite estudiarla mucho mejor y es además uno de los principales atractivos para los coleccionistas del periodo. 

Follis a nombre de Diocleciano acuñado en la primera oficina de la ceca gala de Tréveri hacia el año 304 d.C. O Conserva la mayor parte del plateado original. Obsérvese la aguda diferencia de estilo con respecto a la moneda anterior, mucho más realista en este ejemplar lo mismo en anverso que en reverso lo que obviamente contribuye a personalizar un tanto el busto del tetrarca.


Follis a nombre de Maximiano Hércules acuñado en la ceca siria de Antioquía entre 294 y 297 con el plateado original bien conservado. Acuñación de gran calidad como puede verse en la fotografía que explica perfectamente la pasión que suelen generar entre los coleccionistas esta clase de monedas.  

Follis de Maximiano Hércules acuñado en la ceca gala de Tréveri hacia el 294. Aunque se trata de una ceca occidental las primeras acuñaciones tetrárquicas de Tréveri presentan un marcado aire oriental (posiblemente ése era el origen de los técnicos que labraron estos primeros follis) que se irá occidentalizando hasta terminar en unas acuñaciones de fuerte impronta realista

Follis a nombre de Maximiano Hércules acuñado en la primera oficina de la ceca gala de Tréveri hacia el año 304 d.C. Arte occidental puro. 

Follis a nombre de Maximiano Hércules acuñado en la primera oficina de la ceca gala de Lugdunum hacia el año 299. Dentro de su estilo occidental y por ello marcadamente realista, la ceca de Lugdunum se caracterizó en este periodo por su mayor originalidad, introduciendo variantes en sus monedas como el altar a los pies del Genio (ver esta moneda) o bustos con casco, cetro, escudo e incluso lanza. 

Follis a nombre de Maximiano Hércules acuñado en la ceca britana de Londinium hacia el año 297. El estilo en esta ceca periférica varía un tanto dentro de la estética realista, presentando un plano más amplio del busto del emperador en el que sobresale, con una clara intención intimidadora, la coraza de su uniforme militar.

Follis a nombre de Galerio Maximiano (que por ello aparece como César) acuñado en la primera oficina de Cízico en el bienio 295-296. Acuñación de gran calidad, con un intenso sabor oriental. En el reverso aparece la leyenda GENIO AVGG ET CAESARVM NN = GENIO AVGVSTORVM ET CAESARVM NOSTRORVM (el Genio de Nuestros Augustos y Césares) en lugar de la habitual GENIO POPVLI ROMANI (el Genio del Pueblo Romano). 

Follis a nombre de Galerio Maximiano acuñado en la primera oficina de la ceca gala de Tréveri hacia el año 304 d.C. Plateado original. 

Follis a nombre de Galerio Maximiano acuñado en la primera oficina de la ceca gala de Lugdunum en el bienio 297-298. Nuevamente la ceca de Lugdunum hace gala de su originalidad presentando un busto alargado y sin armadura.

Follis a nombre de Constancio Cloro acuñado en la ceca gala de Tréveri hacia el 294.

Follis a nombre de Constancio Cloro acuñado en la tercera oficina de la ceca italiana de Roma hacia el año 302. Presenta la leyenda de reverso extendida SACRA MONETA VRB AVGG ET CAESS NN, rodeando a una alegoría de la moneda, estante a izquierda, con balanza y cornucopia.
Los Follis serían acuñados durante toda la primera tetrarquía, la cual concluiría con la abdicación de Diocleciano y Maximino (obligado por el primero) en sus Césares que pasarían a ser Augustos y el nombramiento de dos nuevos Césares: Severo en occidente y Maximino Daya en oriente (año 305). Existen tanto en aureos (muy raros) como en follis monedas que recuerdan esta efeméride con la leyenda DN DIOCLETIANVS (o MAXIMINVS) FELICISSIMO SEN AVG en anverso y PROVID EORVM QVIES AVGG en reverso. No son monedas corrientes sobre todo en altas calidades, siendo muy apreciadas por los coleccionistas. 

Follis post-abdicación celebrando ésta a nombre de Maximiano Hércules acuñado en la ceca de Tréveri en el periodo 305-309.


Radiado Post-reforma. Se trata de una moneda de pequeño tamaño cuya relación dentro del nuevo sistema monetario se estima en 5 radiados por follis. Se desconoce su nombre antiguo siendo la expresión radiado post-reforma una forma moderna de nombrarla a falta de otra mejor. Su principal característica es que el busto del tetrarca siempre aparece radiado, de ahí que los confundan frecuentemente con los antoninianos pre-reforma si bien se diferencian bastante de éstos ya que son significativamente más pequeños de diámetro, no tienen plateado superficial (de hecho son puro bronce, sin plata alguna en su composición) y presentan solamente dos tipos de reverso en la línea del resto de acuñaciones post-reforma.
Sin lugar a dudas debieron ser concebidos como moneda fiduciaria pura, de escaso valor, destinada a las pequeñas transacciones propias de la vida diaria. Es por ello que casi siempre se la encuentra en hallazgos casuales una a una y no atesorada como los follis o, por supuesto, las de metal precioso.

A diferencia de los follis que fueron acuñados masivamente en todas las cecas imperiales, estos radiados sólo fueron acuñados en unas cuantas cecas si bien de forma abundante, motivo por el cual hoy en día no son monedas raras. Sus tipos son: uno mucho más común con leyenda de reverso CONCORDIA AVGG o CONCORDIA MILITVM rodeando a emperador, estante a izquierda recibiendo orbe con Victoriola de Júpiter, estante a derecha y otro con leyenda VOT XX o VOT X en dos líneas dentro de guirnalda. El primer tipo se debió inspirar sin duda en las acuñaciones de antoninianos pre-reforma donde no es en absoluto rara esta clase de reverso.

Radiado post-reforma acuñado a nombre de Diocleciano en la primera oficina de Cízico en el trienio 295-297. La acuñación de este tipo cesaría hacia el año 301, conservándose sólo en la ceca de Alejandría que lo haría en abundancia, no siendo extraño encontrar monedas de este tipo en lugares bastante alejados del Egipto actual. 

Radiado post-reforma acuñado a nombre de Maximiano Hércules en la ceca africana de Carthago hacia el año 303 d.C. El reverso VOT(IS) XX (compromiso por parte del emperador, en este caso hecho Maximiano, de reinar 20 años) sólo aparece por obvias razones en los más veteranos Augustos, siendo sustituido por un escueto VOT X en las monedas de los Césares.
 
 
DENARIO. Pequeña moneda de bronce equivalente a medio radiado sin contenido de plata. Plenamente fiduciaria, tuvo muy poco éxito (probablemente debido a su bajísima capacidad de compra al estilo de los céntimos de euro actuales) dejándose de acuñar al poco tiempo motivo por el cual es hoy en día bastante rara. Fue acuñada a nombre de los cuatro tetrarcas siendo su tipo de reverso siempre el mismo: VTILITAS PVBLICA rodeando a una alegoría de la Utilidad, estante a izquierda.

Los nuevos tipos monetales funcionarían relativamente bien durante algunos años. No obstante, el agudo proceso inflacionario que aquejaba desde mucho tiempo atrás al estado romano era muy difícil de frenar (prácticamente imposible, de hecho, con los medios que disponían entonces) por más que lo intentara el voluntarioso Diocleciano, incluso imponiendo por ley unos precios máximos para la mayoría de los bienes en una obstinada lucha contra la ley de la oferta y la demanda de final tristemente predecible en cuanto inútil (en la ilustración de más abajo puede verse dicha lista de precios máximos según un papiro de época). Esta inflación tenía que reflejarse forzosamente en las monedas, cuya manipulación era prácticamente el único procedimiento expeditivo que conocía el estado romano para incrementar su liquidez. Así, la segunda y tercera tetrarquías asistirían a un empobrecimiento del follis que iría disminuyendo tanto en tamaño como en porcentaje de plata, expulsando del
mercado en el proceso al argenteo vía tesaurización del mismo modo que el antoniniano adulterado expulsó al denario. Finalmente, ya en época del gobierno compartido de Constantino y Licinio, la completa degradación del follis haría innecesaria la presencia del radiado post-reforma que también desaparecería. Se volvería así de facto al sistema bimetálico oro-bronce propio de los peores tiempos del siglo III del cual volvería a salirse más mal que bien vía una nueva reforma en tiempos de Constantino como emperador único en que se volvería a introducir una moneda de plata de alta ley en el sistema monetario romano.
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  1. Al menos en lo que a moneda de valor se refería y el antoniniano, en buena lógica, era una de ellas. No sucedía lo mismo, desde luego, con la moneda concebida en origen en metal bajo, que siempre fue más o menos fiduciaria y que históricamente había funcionado sin problemas a lo largo y ancho del Imperio.
  2. La introducción de los cuatro nuevos tipos no debió ser a la vez sino progresiva aunque con escasa separación en el tiempo.
  3. Éste es el motivo por el que los antoninianos a partir de Galieno cuentan en ocasiones con el plateado superficial: para que el usuario tuviera claro que lo que tenía en la mano era un doble denario (moneda ésta de plata como es bien sabido) y no un bronce sin apenas valor intrínseco como en realidad sucedía.


domingo, 3 de julio de 2011

La primera Tetrarquía –2ª parte-

Los primeros años de la Tetrarquía y sus grandes campañas militares

Aunque la Diarquía fue un sistema que funcionó razonablemente bien durante algunos años, lo cierto es que la fuerza de las circunstancias llevó a concluir que dos emperadores eran aún demasiado pocos para solventar los problemas del vasto imperio romano, sobre todo en su mitad occidental donde el rebelde Carausio no sólo no había sido derrotado allá en su feudo britano (incluso se las había apañado para rechazar un ataque en toda regla en el 289) sino que además había ido incrementando su poder en el continente en perjuicio de la autoridad del Augusto Maximiano. Se imponía, pues, aumentar el número de miembros de la jefatura del imperio, conclusión a la que, según algunos investigadores, ya habían llegado los dos augustos a finales de 290 con ocasión de su conferencia de Milán, donde entre ceremonia y ceremonia, a cada cual más fastuosa y cargada de pompa y boato, habían debatido en profundidad acerca de los problemas que aquejaban al imperio. 

Como los problemas eran más graves en occidente, fue allí por donde se decidió comenzar. Así, el día 1 de marzo de 293 d.C., en la capital imperial de Milán, Maximiano nombra César de occidente a Flavio Valerio Constancio, apodado Cloro por el color de su piel, profundamente claro. Esta designación no debió resultar muy inesperada para nadie ya que Constancio, hombre de gran experiencia militar que había sido gobernador de la provincia de Dalmacia, ostentaba en el momento de su ascenso el mando del ejército que combatía contra Carausio así como el cargo de Prefecto del Pretorio de Maximino (una suerte de jefe de su casa militar), responsabilidades ambas que indicaban era el hombre de confianza del augusto de occidente, confianza ésta que reforzaría haciéndole casar con su hija Teodora (para lo cual Constancio hubo de repudiar a su esposa Elena, madre del futuro emperador Constantino). Por su parte Diocleciano nombraría como César de oriente (mayo de 293) a Galerio, se piensa que su prefecto del pretorio y desde luego un militar con sobrada experiencia que se remontaba a los tiempos de Aureliano y Probo. Al igual que hiciera Maximino, hizo casar a Galerio con su hija Galeria Valeria, concediendole el pomposo nombre de Cayo Galerio Valerio Maximiano.

Los nuevos Césares, aunque inferiores en rango en los Augustos y por tanto supeditados a éstos en lo que a las directrices generales de su política se refería, poseían no obstante autoridad absoluta sobre las provincias puestas a su cargo. Concretamente Constancio recibió el gobierno de la Galia y Britania, instaurando su capital en la septentrional Treveris, mientras que Galerio asumió el control de las provincias de Iliria, Tracia, Macedonia y Siria, todas ellas fronterizas, lo que vaticinaba una intensa prolongación de su vida militar al nuevo César.
 
Concluida la reorganización del estado romano, conocida a partir de entonces como la  Tetrarquía o “Gobierno de Cuatro” así como sellada con la adopción formal de los nuevos Césares por parte de los Augustos, los soberanos se pusieron manos a la obra, cada uno en su zona de influencia. En verdad eran muchas las amenazas que aquejaban al imperio por lo que no había tiempo que perder.
 
Constancio Cloro sería el primer miembro de la Tetrarquía en “apuntarse un tanto”. En efecto, su lucha contra Carausio se reanudó con un sonado éxito al derrotar al ejército rebelde que amenazaba con apoderarse de la Galia y empujarlo hacia el mar hasta arrebatarle la plaza marítima de Gesoriacum, también conocida como Bononia, muy cerca de la actual Calais, de inmenso valor estratégico en tanto en cuanto su dominio permitía la invasión por mar de Britania. El impacto de este desastre entre los rebeldes britanos fue tan grande que provocó el asesinato de Carausio por su tesorero Alecto, quien se hizo proclamar emperador del por entonces conocido como Imperium Britanniarum.
 
Los dos años siguientes los emplearía tanto en someter a los aliados francos de Alecto que podían obstaculizar la recuperación de Britania como en construir una poderosa flota que le permitiera ganar el dominio del canal de la Mancha el tiempo suficiente para desembarcar su ejército en suelo britano. Una vez alcanzados estos objetivos (295) Constancio acomete la invasión de Britania, seguro de que tiene las espaldas cubiertas por el Augusto Maximino que ha llegado al frente de sus tropas desde sus provincias meridionales para relevar coyunturalmente a Constancio en su fundamental tarea de proteger la frontera fortificada del Rhin. Para ello, el César de occidente divide su ejército en dos grandes cuerpos, el primero bajo sus órdenes y el segundo al mando de su prefecto del pretorio, Asclepiodoto, partiendo en al mismo tiempo aunque desde puertos y con flotas distintas. Sin embargo el destino en forma de mal tiempo retrasará el trayecto del César, concediéndole al fiel Asclepiodoto --que ha aprovechado la niebla, tan frecuente en aguas del canal, para burlar a la flota rebelde y desembarcar con éxito cerca de la actual Southampton-- el honor de dar batalla al ejército del Imperium Britanniarum, con su comandante el emperador Alecto a la cabeza. La victoria de las tropas imperiales será total, muriendo el propio Alecto en la batalla. Descabezado de esta manera su inestable reino, los restos de su ejército, en su gran mayoría mercenarios francos  del continente, se dispersan en una horda de saqueos y destrucción sólo detenida con la intervención del ejército de Constancio, que los masacra cuando se acercaban ya con malignas intenciones a Londinium, la capital de la provincia, entrando a continuación en ella entre los vítores de la población que lo aclaman como a su libertador. Era el último día de existencia del Imperium Britanniarum, cuyos territorios volvían así al seno del Imperio.


Una vez concluida con éxito su campaña britana, Constancio procedió a reorganizar la provincia así como a devolver a parte de sus tropas a las fortalezas renanas en las que estaban de guarnición, lo que permitió al Augusto Maximiano abandonar los dominios de su César y centrarse en los problemas que asolaban su porción del Imperio. Descritos como una interminable sucesión de saqueos y matanzas a manos de las tribus bereberes de los montes Atlas, que año tras año asolaban las dos Mauritanias (Cesariana y Tingitana), llegando en sus correrías hasta las tierras del sur de Hispania, no eran en verdad una amenaza pequeña ya que la falta de respuesta por parte romana estaba envalentonando sobremanera a los fieros mauri (de donde viene la palabra castellana “moro”) norteafricanos hasta el extremo de poner en cuestión la soberanía romana sobre el territorio. Fue así como Maximiano, tras reunir un gran ejército de heterogénea procedencia, entró en Hispania, destruyendo las partidas de mauri que asolaban su mitad meridional, especialmente la rica provincia de la Bética, para pasar después a la Mauritania Tingitana donde en el mes de marzo del año 297 inicia su campaña contra los bandidos bereberes. Cuentan las crónicas que la guerra fue especialmente dura, sin batallas campales al preferir el enemigo el empleo de la guerra de guerrillas que dominaban con maestría. Sin embargo el poderío de la maquinaría militar romana acabaría por imponerse, logrando expulsar a los bereberes de sus montañas natales y arrojarlos al Sáhara. Así, el 10 de marzo de 298 Maximiano entraba triunfal en la gran ciudad de Cartago siendo aclamado por la multitud con el apelativo de redditor lucis aeternae, el Restaurador de la Luz Eterna.

Mientras tanto, en Oriente, Diocleciano y su César Galerio tampoco se hallaban precisamente de brazos cruzados. Tras unos primeros contratiempos relativamente fáciles de resolver (castigo a los sármatas en el limes del Danubio y sometimiento de ciertas rebeliones menores en Egipto), el nuevo soberano persa Narsés declara la guerra a Roma, invadiendo acto seguido (primavera de 296) el protectorado romano de Armenia. La respuesta romana no se hace esperar: un ejército al mando del César de oriente parte de Antioquía y tras cruzar la provincia de Siria se interna en tierras mesopotámicas donde será duramente derrotado por las huestes sasánidas en la batalla de Calínico.

Una vez en presencia de Diocleciano, el derrotado Galerio intentará disculparse, a lo que su airado superior le replica que en lugar de pergeñar explicaciones lo que tiene que hacer es volver al frente y lavar su honor y el de Roma. Se cuenta que incluso le obligó a caminar, vestido de púrpura, detrás del carro imperial (conducido por el propio Diocleciano) en cierto desfile a fin de que todo el mundo supiera de la indignación del Augusto para con su César. No obstante, lo cierto es que en aquel momento los romanos orientales carecían de fuerzas para volver a la lucha por lo que no era mucho lo que el avergonzado Galerio podía hacer.
  

Tuvo que ser la diosa fortuna la que se decidiera a ayudar al atribulado Imperio, impidiendo que el persa Narsés acertara a aprovecharse de su ventaja ya que se limitó a permanecer al acecho en Armenia y Mesopotamia sin atreverse a penetrar hacia la gran ciudad de Antioquía, la tercera del Imperio por aquel entonces, cuya pérdida hubiera supuesto sin duda un golpe demoledor para el dominio romano en tierras de Asia. Esto permitió que cuando en la primavera del 298 acampaba en las cercanías de Antioquía una nutrida hueste de legionarios (incluidos varios contingentes de mercenarios godos y sármatas) procedente de las fronteras del Danubio, un repuesto Galerio pudiera partir hacia el noreste, camino de Armenia, en busca de su desquite.

Se estima en 25000 hombres el número de combatientes que alineó el César Galerio allá en la montañosa Armenia frente a su oponente persa, que no había sido capaz de forzar la batalla en un paraje más llano y por tanto más apropiado para el empleo de su formidable caballería acorazada: los célebres catafractos. El lugar era conocido como Satala y allí, tras un comienzo de combate tan cruento como indeciso, las tropas romanas arrollan a las sasánidas, poniendo en fuga a todo el ejército hasta el punto de que el propio rey Narsés debe escapar a uña de caballo mientras los romanos se apoderan de su campamento donde ha quedado su tesoro, su harén, varios familiares entre los que debemos destacar a su esposa oficial y la mayor parte de su corte.

A diferencia de Narsés, Galerio sí sabría explotar el éxito, conquistando en una rápida campaña Armenia y la parte de Mesopotamia hasta el río Tigris. No contento con ello, avanzaría hasta la capital persa, la mítica Ctesifonte, la cual tomaría y saquearía también, repitiendo la gesta del emperador Caro, catorce años atrás. Poco después se firmaba en la plaza fronteriza de Nisibis una paz por la que Persia se veía obligada a renunciar tanto a Armenia como a la Mesopotamia a poniente del Tigris, ésta última bajo control de Roma desde tiempos de Trajano pero que había sido perdida en tiempos del emperador Valeriano I  a manos del gran monarca persa Sapor.

Centrándonos ahora en el devenir numismático relacionado con estos intensos años, se pueden dividir las acuñaciones tetrárquicas en dos grupos. El primero, anterior al periodo 294-296 en que se forja la gran reforma monetaria de Diocleciano, supone una continuación a todos los niveles con la amonedación anterior. El segundo, consecuencia de la anteriormente citada reforma, da lugar a la que hoy en día consideramos Moneda Bajo Imperial propiamente dicha, mereciendo por su amplitud una entrada propia de este blog. Nos centraremos ahora, pues, solamente en las monedas de continuación acuñadas entre marzo de 293 d.C., fecha de la proclamación de Constancio Cloro como César y la fechas imprecisas pero siempre dentro del trienio 294-296 d.C. en que las distintas acuñaciones anteriores a la reforma (mayoritariamente antoninianos y una poco prolífica emisión de aureos) van siendo abandonadas en beneficio de los nuevos tipos monetales.

A diferencia de lo que se podría intuir en un principio, las acuñaciones pre-reforma en el periodo citado son, en proporción, mucho más escasas que durante la Diarquía, a pesar de ser ahora cuatro los soberanos del imperio en lugar de dos, lo que forzosamente había de reflejarse en las acuñaciones. En efecto, apenas conocemos alguna emisión aislada y bastante escasa de Diocleciano o Maximiano Hércules datada unánimemente por todos los investigadores en este periodo (concretamente en el año 295 d.C., con ceca de Tréveri), aunque es probable que existan piezas con reversos similares a los de la Diarquía que correspondan también a este periodo. En cualquier caso resulta complicado datar con total precisión las piezas carentes datos sólidos tales como marcas de control adicionales a las de
ceca.

Antoniniano de Maximiano Hércules acuñado en el año 295 d.C. en la ceca septentrional de Tréveri, sin duda alguna revitalizada tras ubicar en ella su capital el César Constancio. Aunque todavía es una moneda pre-reforma, encontramos ya en ella detalles típicos de la moneda bajoimperial como la leyenda de ceca, motivo de que se le haya asignado una datación tan tardía.

Aunque algo más abundantes, tampoco son precisamente comunes los antoninianos pre-reforma acuñados a nombre de Galerio Maximiano y Constancio Cloro, sobre todo los de éste último definitivamente más escasos que los de su colega oriental. Conviene no confundir estas monedas con los radiados post-reforma, bastante más abundantes y cuyo único punto en común es el busto radiado del monarca, motivo por el cual, a pesar de ser tanto morfológica como iconográficamente bastante distintos a las monedas pre-reforma, no es raro verlos calificados como antoninianos. 
  

Antoniniano de Galerio Maximiano acuñado en el bienio 293-294 en la segunda oficina (B del exergo) de la ceca gala de Lugdunum. El anverso GAL VAL MAXIMIANVS NOB C, versión resumida de GALERIO VALERIO MAXIMIANO NOBILISSIMVS CAESAR, nos informa claramente de la identidad del César de Oriente si bien el reverso persiste en su halago a los dos Augustos, concretamente en este caso a su buen entendimiento, esto es buena concordia (CONCORDIA AVGG = CONCORDIA AVGVSTORVM). De hecho lo normal es que los reversos de estos antoninianos no mencionen para nada a los Césares (la excepción es una acuñación de Antioquía que veremos después) sino a los Augustos o, todo lo más, a alguna alegoría relacionada con su nombramiento como Césares tal y como tendremos ocasión de apreciar en la moneda siguiente. En cualquier caso y duda lo relativamente reducido de estas emisiones no se da un gran repertorio de reversos al estilo de lo que podemos encontrar en los antoninianos de pasadas épocas.
Antoniniano de Constancio Cloro acuñado en la ceca de Roma a juzgar por el relámpago representado en el exergo del reverso, marca típica de dicha ceca. A juzgar por la leyenda PROVIDENT DEOR à PROVIDENTIA DEORVM, la Providencia de los Dioses, un propagandístico intento de asignar a los dioses romanos la decisión de haber sido escogido Constancio como César, la moneda debió ser acuñada poco después de su nombramiento a modo de “presentación pública” del nuevo César de occidente.
  

Antoniniano de Maximiano Hércules acuñado en la ceca siria de Antioquía en el trienio 293-295 en su tercera oficina (letra G del campo). Interesantísima moneda, la única que hace referencia a los Césares en su reverso, en este caso resaltando su carácter de protegidos de las deidades patronas de la Diarquía, Júpiter y Hércules tal y como reza la leyenda extendida: iovi et hercvli conservatori caessarvm. Existe también esta emisión a nombre de Constancio Cloro.

Por último merece la pena señalar ciertas acuñaciones labradas por el rebelde Carausio en sus cecas britanas (Londinium y Camulodunum) a nombre de los Augustos Diocleciano y Maximiano claramente anteriores al advenimiento de los Césares cuando el líder del Imperium Britanniarum aún aspiraba a ser reconocido como un colega más por los diarcas, de ahí que intentara suavizar su actitud acuñando moneda a nombre de los Augustos. Su característica principal, más allá del estilo estilístico, es la contracción AVGGG en el reverso, contracción de AVGVSTORVM si bien haciendo referencia en este caso a Tres emperadores (Carausio, Diocleciano y Maximiano) en lugar de Dos, lo que sería la fórmula habitual AVGG. Como es sabido no le saldrían bien sus planes al rebelde britano, cesando estas acuñaciones desde el mismo momento en que Constancio Cloro es nombrado César con el principal objetivo de acabar con su Imperium Britanniarum. Al igual que las demás acuñaciones de Carausio son monedas bastante escasas y buscadas por los coleccionistas. La siguiente  moneda es un bonito ejemplo de estas acuñaciones, acuñada en la ceca de Camulodunum a nombre de Diocleciano.
  

En las ilustraciones de esta entrada podemos ver en primer lugar el célebre conjunto escultórico que representa a los tetrarcas en actitud de abrazarse –CONCORDIA--, hoy en la ciudad de Venecia, antaño en Constantinopla. A continuación podemos ver un busto de Constancio Cloro seguido de otro de Galerio Maximiano, de evidente arte oriental. Seguimos con un fragmento del Arco de Galerio en la ciudad griega de Tesalónica en la que se escenifica una representación idealizada del cenit de la batalla de Satala, con el César Galerio, a caballo, cargando sobre un atribulado Narsés que parece no ser capaz de resistir la embestida. Por último podemos ver una imagen de las ruinas de la capital persa de Ctesifonte, en Irak, tal y como se encuentran hoy en día.