Pamukkale es una ciudad más bien pequeña que podría calificarse de turística dado el elevado número de hoteles que hay en ella, algunos de elevada categoría, pero que desde luego no lo es según los baremos occidentales ya que, fuera de los hoteles, exhibe un urbanismo algo degradado, con abundancia de bloques de viviendas muy humildes, calles estrechas, algunas mal asfaltadas, y escasos locales comerciales.
El motivo principal de que haya tantos hoteles es la ciudad no es la proximidad de las ruinas de la ciudad grecorromana de Hierápolis sino la presencia de varias piscinas de aguas termales y las formaciones geológicas de travertino blanco que han hecho célebre a Pamukkale: desde luego muy curiosas y bonitas de ver, sobre todo al amanecer y al atardecer (foto 1).
Foto 1.- Vista de la ladera de la colina de Hierápolis, cubierta de blanco travertino.
Nuestra intención era, como se puede suponer, visitar la mencionada Hierápolis. No obstante no dejamos de ver tampoco las formaciones de travertino aunque sólo fuera porque es necesario pasar por ellas, a pie y descalzo (a fin de no ensuciar las níveas superficies), para alcanzar las ruinas. Resulta una experiencia peculiar caminar descalzo por las lisas superficies de travertino blanco, no diremos que agradable sobre todo porque a finales de otoño la piedra está bastante fría. En principio intentamos caminar por las zonas secas pero pronto comprobamos que era mejor ir por en medio de las corrientes de agua termal (ricas en sales calcáreas cuya precipitación da lugar a las formaciones de travertino) no sólo por que se pasaba menos frío sino porque la propia pisada resultaba más cómoda y relajada. La subida a la colina donde se alza la ciudad, aproximadamente quinientos metros con una pendiente considerable, hay que hacerla de esta manera. Lo bueno es que la piedra no resbala en absoluto a pesar de su lisa superficie; de lo contrario los accidentes serían forzosamente frecuentes y tal ruta de acceso estaría con toda probabilidad prohibida. Sea como sea existe otra forma más convencional de llegar a las ruinas, incluso en coche, a la postre la que utiliza la mayoría de la gente.
Figura 1.- Monedas de bronce acuñadas en Hierápolis durante el periodo imperial. De izquierda a derecha y de arriba abajo: 1.- AE16 semiautónomo del siglo II, 2.- AE18 en nombre del emperador Claudio, 3.- AE21 en nombre de la emperatriz Crispina, esposa de Cómodo, 4.- AE24 semiautónomo. Época de Filipo I el Árabe.