sábado, 10 de septiembre de 2016

Descubriendo Asia Menor. Día 9. Hierápolis, 1ª Parte.

Pamukkale es una ciudad más bien pequeña que podría calificarse de turística dado el elevado número de hoteles que hay en ella, algunos de elevada categoría, pero que desde luego no lo es según los baremos occidentales ya que, fuera de los hoteles, exhibe un urbanismo algo degradado, con abundancia de bloques de viviendas muy humildes, calles estrechas, algunas mal asfaltadas, y escasos locales comerciales. 

El motivo principal de que haya tantos hoteles es la ciudad no es la proximidad de las ruinas de la ciudad grecorromana de Hierápolis sino la presencia de varias piscinas de aguas termales y las formaciones geológicas de travertino blanco que han hecho célebre a Pamukkale: desde luego muy curiosas y bonitas de ver, sobre todo al amanecer y al atardecer (foto 1).      

       Foto 1.- Vista de la ladera de la colina de Hierápolis, cubierta de blanco travertino.   

Nuestra intención era, como se puede suponer, visitar la mencionada Hierápolis. No obstante no dejamos de ver tampoco las formaciones de travertino aunque sólo fuera porque es necesario pasar por ellas, a pie y descalzo (a fin de no ensuciar las níveas superficies), para alcanzar las ruinas. Resulta una experiencia peculiar caminar descalzo por las lisas superficies de travertino blanco, no diremos que agradable sobre todo porque a finales de otoño la piedra está bastante fría. En principio intentamos caminar por las zonas secas pero pronto comprobamos que era mejor ir por en medio de las corrientes de agua termal (ricas en sales calcáreas cuya precipitación da lugar a las formaciones de travertino) no sólo por que se pasaba menos frío sino porque la propia pisada resultaba más cómoda y relajada. La subida a la colina donde se alza la ciudad, aproximadamente quinientos metros con una pendiente considerable, hay que hacerla de esta manera. Lo bueno es que la piedra no resbala en absoluto a pesar de su lisa superficie; de lo contrario los accidentes serían forzosamente frecuentes y tal ruta de acceso estaría con toda probabilidad prohibida. Sea como sea existe otra forma más convencional de llegar a las ruinas, incluso en coche, a la postre la que utiliza la mayoría de la gente.  

Figura 1.- Monedas de bronce acuñadas en Hierápolis durante el periodo imperial. De izquierda a derecha y de arriba abajo: 1.- AE16 semiautónomo del siglo II, 2.- AE18 en nombre del emperador Claudio, 3.- AE21 en nombre de la emperatriz Crispina, esposa de Cómodo, 4.- AE24 semiautónomo. Época de Filipo I el Árabe.

El yacimiento de Hierápolis se extiende por la cumbre amesetada de la colina. Constituye un conjunto arqueológico de primer orden cuya visita resulta prácticamente obligatoria para el enamorado de estos temas, todo ello a pesar de que sólo está excavado un porcentaje relativamente pequeño del área habitada en la Antigüedad. Como siempre hacemos al llegar a este punto, vamos a conocer un poco su historia antes de adentrarnos en sus evocadoras ruinas…

Hierápolis, ciudad frigia, fue fundada en algún momento de la primera mitad del siglo III a.C., esto es en época helenística temprana, al objeto de aprovechar los abundantes recursos hídricos del emplazamiento. Su nombre quiere decir “Ciudad Sagrada” en lengua griega y tiene su origen en la existencia, dentro de su recinto, de una caverna natural en la que se producían –y se producen—emanaciones espontáneas de gases venenosos, razón por la que el lugar era considerado una de las puertas del inframundo (un plutonium) y, como tal, recibía culto desde mucho tiempo atrás. La nueva ciudad sería consagrada a Ápolo Archegetes --un sincretismo entre el dios Apolo griego y alguna divinidad masculina autóctona de Anatolia occidental-- bajo cuya advocación fueron consagradas la mayoría de las fundaciones helenísticas de la región.

Figura 2.- Plano del yacimiento arqueológico de Hierápolis.

Hierápolis formaría parte del imperio Seleúcida hasta que la derrota de Antioco III en la batalla de Magnesia (190 a.C.) deja todo el territorio de Asia Menor hasta la línea de los montes Tauros, muchos kilómetros hacia levante, en poder del reino atálida de Pérgamo. La ciudad prosperaría bajo la égida pergamena, entrando finalmente en la órbita romana con motivo de la ejecución del testamento de Átalo III, el último monarca atálida, el cual dejara su reino en herencia a la república romana (133 a.C.).

Como ya hemos visto en el caso de otras ciudades próximas, Hierápolis también se beneficiaría grandemente de la apertura a los mercados occidentales proporcionada por su inclusión en las rutas comerciales dominadas por Roma. Su prosperidad se asienta por un lado en la producción de tejidos de lana y por otro en el cuidadoso teñido de éstos, labor ésta en la que los hierapolitanos destacaban gracias al empleo del agua caliente de sus múltiples fuentes termales, la cual, según el geógrafo griego Estrabón, contribuía poderosamente a la fijación de los tintes en los tejidos.
  

Fotos 2 y 3.- Pilares de sillería (arriba) y arco de medio punto adovelado (abajo) pertenecientes al antiguo Gimnasio de Hierápolis.

En el año 60 d.C., reinando Nerón en Roma, un fuerte terremoto golpea la ciudad, devastándola gravemente. Las labores de reconstrucción progresarán lentamente durante la década siguiente hasta que el afianzamiento de Vespasiano en el trono romano (año 69) proporciona la suficiente estabilidad en el Imperio como para estimular las labores de reconstrucción en las ciudades afectadas por el terremoto del año 60. Comienza así una etapa de frenética actividad edilicia en la ciudad de Hierápolis, la cual se prolongará durante todo el periodo Flavio (69 – 96 d.C.). La mayor parte de los edificios monumentales de la ciudad tales como el templo de Apolo, el teatro, los baños y las puertas honoríficas, cuyas ruinas podemos contemplar hoy, son erigidos en este momento.

Foto 4.- Ninfeo del siglo III perteneciente al complejo sacro en honor a Apolo.

La prosperidad de Hierápolis alcanza su cénit durante el siglo II d.C., prolongándose el buen estado de las finanzas municipales durante las primeras décadas del siglo siguiente. Sin duda aquella fue una época dorada para Asia Menor: protegida por la Pax Romana así como enclavada en la mejor posición posible para beneficiarse de las relaciones comerciales entre oriente y occidente. En la siguiente figura podemos contemplar cuatro monedas de bronce acuñadas en Hierápolis entre los siglos I y III a manera de modesta representación del elevado número de emisiones identificadas hasta la fecha, lógica consecuencia de la bonanza económica que caracterizara a aquellos tiempos.

Foto 5.- Detalle del ninfeo del templo donde se observan sillares reutilizados en su paramento superior.

Parece ser (y digo parece pues las crónicas contemporáneas no lo indican específicamente) que Adriano pasó por Hierápolis en el año 130 d.C. a la cabeza de las legiones romanas, camino de Siria-Palestina, donde los judíos habían vuelto a revelarse. Esta visita, la primera de un emperador romano que recibía la ciudad, debió suponer un acontecimiento de lo más memorable para los hieropolitanos, cuyo aprecio y devoción por la imperial figura fueron recompensados por Adriano con la devolución del Aurum Coronarium, esto es el donativo que realizaban todas las ciudades a cada nuevo emperador con ocasión de su entronización. No contento con esto, Adriano impulsó la construcción de una espléndida ágora monumental, una de las mayores y más lujosas de Asia Menor, llamada a ser durante muchos años el más imponente de los edificios hieropolitanos. En respuesta a tan singulares mercedes la agradecida ciudad mandaría esculpir dos estatuas de gran calidad: una dedicada a este emperador y otra a su esposa Sabina, las cuales han llegado hasta nuestros días bastante deterioradas pero reconocibles. 

Foto 6.- Vista del podio escalonado del templo de Apolo.

Es posible que Lucio Vero también pasara por la ciudad en el año 166 con ocasión del retorno a occidente de las tropas desplegadas durante la reciente guerra con Partia (que anduvo por las inmediaciones lo sabemos seguro gracias a la epigrafía). En esta ocasión, sin embargo, la visita imperial no debió ser un acontecimiento feliz toda vez que vino acompañada de una terrible plaga (alguna clase de viruela o sarampión) que golpearía a Hierápolis, a Asia Menor y, en general, al Imperio entero, pasando a la historia con el nombre de Plaga Antonina (por Antonino, el cognomen del emperador Marco Aurelio).

Foto 7.- Enlosado superior y arranques del muro cella del templo de Apolo.

Durante el reinado de Septimio Severo (193-211) la ciudad resulta especialmente beneficiada por la gracia imperial, tal y como demuestra la intensa actividad constructiva del momento, dedicada tanto a la erección de nuevos monumentos como a la mejora y engrandecimiento de los anteriores. Destaca aquí la nueva escena del teatro, de una elevadísima calidad técnica, donde aparece esculpida la familia imperial Severa en lo que supone una clara evidencia del favor imperial mencionado anteriormente. Este interés de Septimio Severo por Hierápolis pudo deberse a su estrecha relación con el sofista Antípatro, natural de la ciudad, a quien nombrara representante de todas las ciudades de habla griega del Imperio y, en un plano mucho más personal, preceptor de los jóvenes príncipes Caracalla y Geta.

Foto 8.- Paramento de recia sillería travertina colocada con alternancia no uniforme de sogas y tizones en el templo de Apolo.

El amor entre Hierápolis y la dinastía Severa continuará durante el reinado de los representantes “menores” de ésta. Así, Heliogábalo le concede el tanto tiempo ansiado Neokorato (tal vez el más reputado de los títulos oficiales que podía recibir una ciudad grecorromana, por cuya concesión éstas competían de firme), con derecho a erigir un templo majestuoso en el que adorar de forma oficial y solemne a la figura imperial. Por su parte, el reinado de Alejandro Severo presenciará la construcción de un maravilloso ninfeo (fuente monumental) próximo a la entrada septentrional de la ciudad, cuyas ruinas son conocidas en la actualidad como “el Ninfeo de los Tritones”.

Foto 9.- Inscripción griega exhumada en el área del templo en la que se menciona al dios tutelar Apolo (segunda línea).

Vamos a escoger este crucial momento histórico del final de la dinastía Severa y el comienzo del agitado periodo conocido como la Anarquía Militar para detener nuestro relato de la historia de Hierápolis y acometer la descripción de los magníficos restos monumentales pertenecientes al Alto Imperio que han llegado hasta nuestros días. De esta forma dividiremos esta etapa de nuestro viaje en dos entradas más o menos similares tanto en tamaño de texto como en contenido histórico. A por ello pues.

El plano de la figura 2 nos servirá para orientarnos un poco en este enorme yacimiento. Como indicamos en el párrafo anterior en esta ocasión sólo nos vamos a detener en los monumentos altoimperiales; los bajoimperiales o bizantinos los conoceremos en la siguiente entrada de este blog.

Foto 10.- Fragmento de friso ricamente esculpida perteneciente a la otrora exuberante ornamentación escultórica del templo de Apolo.

El mejor conservado de los monumentos clásicos de Hierápolis son los llamados “Baños Mayores” (número 1 del plano), localizados muy cerca del punto en el que concluyen las blancas terrazas de travertino por las que hemos “escalado” la ladera de la colina. Este complejo termal nunca ha estado enterrado, habiendo conservado las inmensas bóvedas de sillería en buen estado. De hecho fue utilizado en la Baja Edad Media, durante la última etapa de existencia de la ciudad, como centro administrativo de ésta. En la actualidad alberga el museo arqueológico provincial, reuniendo una colección de las mejores piezas halladas tanto en Hierápolis como en su comarca. Por este motivo ha recibido bastantes reformas modernas que han alterado un tanto su fisonomía romana original. Por falta de tiempo no llegamos a entrar en él. Otra vez será.

Foto 11.- La boca del plutonium de Hierápolis (derecha) adosada al muro meridional del templo de Apolo.

Junto a los baños mayores se encuentran los restos del gimnasio principal de la ciudad. Sus ruinas están poco excavadas y, en apariencia, pobremente conservadas, reduciéndose a unos cuantos pilares de sillería (foto 2) y algún que otro arco de medio punto adovelado a medio sepultar (foto 3).

Caminamos unos cientos de metros por la senda principal que se interna en el yacimiento. Pronto desaparecen los tramos asfaltados y los edificios modernos (hay un pequeño hotel junto a los baños mayores que incluye una piscina de época clásica en su interior, todavía en uso), siendo sustituidos por caminos de tierra y ruinas antiguas. Desde luego la vista, mucho menos antropizada, ha mejorado significativamente.

Foto 12.- La plateia hieropolitana excavada unos metros al sur del complejo sacro de Apolo.

Nuestros pasos nos llevan hasta los restos de un edificio cuya pretérita elegancia salta a la vista a pesar del deterioro provocado por los siglos. Se trata de un monumental ninfeo (punto 5 del plano) erigido a comienzos del siglo III, en tiempos de Septimio Severo.  El edificio tiene forma de U, habitual en los ninfeos, conservándose bastante bien su muro principal (foto 4), de gran grosor (entre 3 y 4 metros según las zonas). Su fábrica es de sillería de piedra travertina (foto 5), en muchos casos reutilizada, detalle éste que pone de relieve la cronología relativamente tardía del edificio. Una elegante escalinata de mármol permitía el acceso del público al estanque donde vertía la fuente del ninfeo.

Foto 13.- Serpenteante canal de travertino: uno más de los muchos que hay en el yacimiento de Hierápolis.

La responsable última de la condición monumental del edificio era una columnata porticada de gran valor estético que se apoyaba sobre el muro principal del que acabamos de hablar. No se ha conservado nada de ella más allá de alguno restos de capiteles, arquitrabes, molduras y frisos marmóreos, todos ellos esculpidos con la suficiente finura como para insinuar la gran belleza artística que otrora poseyera este ninfeo. 

A la espalda del ninfeo se levantan las ruinas de un gran complejo sacro dedicado a Apolo (punto 6 del plano). Constaba de un gran templo monumental de orden dórico y un recinto porticado adosado a su fachada occidental. De este último no queda mucho (algunos capiteles, molduras y poco más), del primero se conserva el podio escalonado del templo en razonable buen estado (foto 6) así como algo del enlosado superior y los arranques del muro cella (foro 7), todo ello levantado en una recia, imponente y perfectamente labrada sillería de piedra travertina (foto 8). El pórtico fue construido en época Flavia, también debió edificarse en ese momento un primer templo sustituido posteriormente, reinando Septimio Severo, por éste cuyos restos contemplamos. Los materiales reutilizados que se ven en el ninfeo deben proceder de ese primer templo así como del propio pórtico, remodelado al mismo tiempo que se construían el segundo templo y el ninfeo. En realidad el ninfeo formaba parte del complejo sacro del templo de Apolo, siendo estrictamente contemporáneo del segundo templo.

Foto 14.- Ruinas de un edificio monumental romano todavía no excavado ni estudiado.

La consagración a Apolo de este complejo sacro es segura gracias a la explícita información proporcionada por inscripciones como la de la foto 9. Posteriormente también fue empleado como lugar de culto a la familia imperial, habiéndose localizado entre sus ruinas las estatuas de Adriano y Sabina mencionadas algunos párrafos más atrás. En sus buenos tiempos debió ser una obra maravillosa: armónica y firme, elegantemente adornada con profusión de esculturas y piezas talladas de las cuales se han conservado algunos testimonios (foto 10). De hecho, lo más probable es que el Neokorato concedido por Heliogábalo fuera llevado a la práctica en este templo ya que no se han localizado ulteriores recintos sacros con la entidad suficiente como para oficiar tan elevado menester.

Foto 15.- El grande teatro romano de Hierápolis.

El emplazamiento de este complejo sacro no fue escogido precisamente al azar sino con un muy buen motivo: la presencia de cierta caverna natural, ya mencionada anteriormente, de cuya boca brotaban gases venenosos, motivo por el que fue considerada en la Antigüedad una de las puertas al inframundo o lo que es igual, un plutonium (punto 7 del plano). Dado que el lugar era considerado sagrado desde una época muy temprana, la construcción del templo junto a él parecía una decisión lógica. En efecto, la boca de la famosa caverna fue localizada durante las excavaciones del templo adosada al muro meridional de éste así como enmarcada por un elegante arco de medio punto de mármol tallado (foto 11). Todavía manan gases tóxicos de ella hasta el punto de que algunos obreros resultaron intoxicados durante las labores de excavación. Es por ello que se decidió tapiarla parcialmente a fin de evitar accidentes.

Foto 16.- Detalle del teatro romano donde se observa la magnitud de sus bóvedas y arcos de sillería travertina.

La vía principal de Hierápolis, llamada plateia en los tiempos antiguos, pasaba por delante del ninfeo a una cota ligeramente más baja, cuyo desnivel era compensado con la escalinata que describimos al pie de aquél. De esta forma se facilitaba el acceso directo al complejo sacro de Apolo desde la plateia. La excavación de la zona ha sacado a la luz algunos restos de esta vía principal, suficientes para deducir su carácter porticado, con arquitrabes esculpidos y dinteles con inscripciones (foto 12). 

Foto 17.- Las magníficas cáveas del teatro de Hierápolis con su diazoma central.

Abundan los canales de travertino en este sector del yacimiento debido a la pendiente que tiene. A pesar de que parecen artificiales, en realidad son estructuras naturales creadas por la sedimentación del carbonato cálcico disuelto en las aguas al paso de éstas en su camino hacia el borde de la colina y la ladera que conduce al valle. En la antigüedad las abundantes fuentes de agua que hacían famosa y rica Hierápolis eran conducidas de forma racional por medio de múltiples canalizaciones, tanto en régimen laminar como forzado (tuberías). Sin embargo con la decadencia y posterior abandono de la ciudad estas canalizaciones quedaron inutilizadas, tomando el agua otros caminos regulados por los caprichosos dictados de la pendiente y el relieve del terreno. Los serpenteantes canales de travertino, tales como el de la foto 13, que se ven por todas partes en ésta y en otras áreas de Hierápolis, son el registro fósil de aquellos nuevos cauces tomados por las aguas tras la desaparición de las conducciones clásicas.

Foto 18.- La escena reconstruida del teatro de Hierápolis.

Todavía queda mucho por excavar en el antiguo solar de Hierápolis. Poco a poco van siendo exhumados restos de edificios como el de la foto 14, cuya poderosa fábrica de sillería y gran tamaño de los muros permite hipotetizar su carácter público y monumental. Nada más puedo agregar sobre esta construcción pues ni aparece señalizada in situ ni he encontrado nada sobre ella en la bibliografía del yacimiento.

Foto 19.- Vista general del espléndido interior del teatro de Hierápolis.

El terreno va ascendiendo ligeramente a media que nos internamos en la parte oriental del yacimiento. Frente a nosotros se alza un enorme teatro romano (foto 15) francamente bien conservado. Fechado en el último tercio del siglo I, durante la reconstrucción flaviana de la ciudad tras el terremoto del año 60, fue reformado a comienzos del siglo III. El muro de la escena, riquísimamente adornado con relieves y esculturas, data de esta última época.

Foto 20.- Tumbas de cronología imperial romana localizadas en la necrópolis oriental de Hierápolis.

La fábrica principal del teatro es una magnífica sillería de travertino. Los bloques son de gran tamaño y muy bien escuadrados, colocados en seco sin concurso de argamasa en la más pura tradición del opus quadratum romano. Algunos muestran rebordes hemiesféricos utilizados durante la construcción del edificio para el apoyo del andamiaje. 

El acceso al interior del edificio se verificaba por medio de galerías cubiertas con altas bóvedas de medio cañón impecablemente labradas en sillería adovelada (foto 16). El resultado es de una gran belleza visual. El muro de la escena parece algo más tosco de aspecto, evidencia clara de su más tardía ejecución, Su fachada exterior se encuentra horadada por seis galerías abovedadas alineadas flanqueando en grupos de tres la entrada central.

Foto 21.- Tumba de pedestal dela necrópolis oriental con su sarcófago conservado in situ.

Las cáveas se dividen en dos niveles sucesivos con diazoma central (foto 17). Están muy, muy bien conservadas hasta el punto de poder calificarse de funcionales. Por su parte la escena porticada (foto 18) ha sido reconstruida en los últimos años valiéndose de los elementos hallados durante la excavación y de un exhaustivo estudio del monumento. El proceso, arduo y complejo, se denomina anastilosis y permite éxitos como el del presente teatro (foto 19), cuya escena combina con maestría el respeto a la realidad histórica y la belleza estética.

Foto 22.- Sarcófago con inscripción funeraria localizado en la necrópolis oriental de Hierápolis.

La muralla tardorromana, que conoceremos en la próxima entrada, transcurre a unas cuantas decenas de metros del teatro de Hierápolis. Al otro lado de ella, ya fuera de la ciudad, podemos ver algunas tumbas de cronología altoimperial semienterradas (foto 20), pertenecientes a la llamada Necrópolis Oriental, todavía sin excavar. Son de tipo “casa”, ejecutadas en piedra travertina. Sin duda albergaron las cenizas de hieropolitanos acaudalados. La de la foto 21 conserva todavía, si bien bastante deteriorado, el sarcófago que contuviera los huesos del finado. Un sarcófago mejor conservado descansa sobre el terreno a pocos metros de las tumbas anteriores, labrado con una inscripción (foto 22) en la que se detalla el nombre del propietario de la tumba y las fórmulas habituales de la antigüedad acerca del respeto a ésta, incluyendo el castigo, normalmente en forma de multa pero a veces también de terribles maldiciones, que podía sobrevenirle al que la profanara o deteriorara. 


Fotos 23 y 24. Calles secundarias de Hierápolis con su calzada enlosada en muy buen estado de revista.

Además de la vía principal o plateia los arqueólogos han exhumado otras calles, de tipo secundario, reuniendo los suficientes datos para definir tanto la estructura física de éstas como su ordenamiento urbano: de tipo ortogonal tal y como era de esperar dado el origen helenístico de la ciudad. Unas son más estrechas (foto 23) que otras (foto 24), pero todas lucen un aspecto bastante decente merced a su bien conservado enlosado de piedra caliza. De hecho hoy en día se usan para ir de un lado a otro del yacimiento, evitando así el campo a través.

Foto 25.- Vista del lado oriental del ágora adrianea de Hierápolis, el único que todavía restos de cierta entidad.

Caminando por una de las calzadas descritas en el párrafo anterior (la de la foto 24 concretamente) llegamos hasta el lugar donde se encontrara la magnífica ágora de la ciudad, construida en tiempos de Adriano a raíz de su visita a Hierápolis en el año 130. Dado que éste fue el primero de los edificios clásicos en ser abandonado, su expolio comenzaría mucho antes del abandono de la ciudad, desapareciendo en su mayor parte en el proceso. Y es una pena pues a juzgar por la gran calidad de los tambores de columna, capiteles, dinteles, arquitrabes y demás piezas exquisitamente esculpidas que se han ido exhumando durante las excavaciones se trataba de un conjunto porticado realmente sobresaliente. El caso es que hoy en día debemos conformarnos con el disfrute de las ruinas, pobres pero de cierta entidad “volumétrica”, correspondientes al lado oriental del rectángulo que, como todas las ágoras, describía ésta de Hierápolis (foto 25).


Fotos 26 y 27.- Vistas de la plateia en el tramo conocido como la Calle de Frontino: de lejos el tramo mejor conservado de calzada romana en todo el yacimiento de Hierápolis.

Tras visitar el ágora adrianea salimos a una calle ancha, elegante, armónica, bonita, pulcramente enlosada,… un auténtico regalo del destino para el visitante actual. Se trata de la calle principal de la ciudad o plateia, parte de la cual ya visitamos anteriormente, y que atravesaba longitudinalmente la ciudad de norte a sur, estando flanqueada a cada lado por una galería porticada. De todos los tramos de la plateia excavados éste es con mucha diferencia el mejor conservado (fotos 26 y 27), constituyendo uno de los platos fuertes de la visita al yacimiento tanto por su belleza intrínseca como por las ruinas monumentales dispuestas a ambos lados de la blanca calzada.

Foto 28.- Vista del extremo meridional del ninfeo de los tritones, con el ala sur, el muro trasero y el podio del estanque.

Una de esas ruinas monumentales es la perteneciente al llamado “Ninfeo de los Tritones”, construido en  tiempos de Alejandro Severo al objeto de proporcionar una fuente cerca del límite de la ciudad donde los visitantes de la ciudad, especialmente las caravanas comerciales, pudieran saciar su sed y refrescarse. En su día estuvo ricamente adornado con columnas, frisos, arquitrabes y molduras esculpidos, destacando los tritones –de donde le viene el nombre—tallados en la base del estanque de mármol sobre el que vertían las fuentes del ninfeo. La representación artística de la figura 3 nos muestra el aspecto que tuviera en sus mejores tiempos. Tiene forma de U, con dos pequeñas alas laterales horadadas por sendos nichos otrora adornados con estatuas (foto 28). Tras cesar en su labor como fuente monumental en el siglo IV, su muro trasero fue aprovechado como parte de la muralla tardorromana, función que cumpliría durante trescientos años hasta que un nuevo terremoto lo echara debajo, destruyéndolo casi por completo. En la foto 29 podemos ver lo que queda de este ninfeo (segundo plano) y la calzada de la plateia (primero).

Figura 3.- Representación artística del ninfeo de los Tritones tal y como se veía en la segunda mitad del siglo III d.C.

Caminamos por la enlosada plateia en dirección norte, esto es hacia afuera de la ciudad. Las ruinas de un elegante edificio porticado se alzan a nuestra derecha. Las fotos 30 y 31 nos muestran este edificio visto desde dos puntos distintos. Está muy bien restaurado, habiéndose recolocado las columnas localizadas en las excavaciones con tanto acierto como coherencia. El estudio de la construcción revela que estamos ante unas letrinas monumentales, destinadas a “aliviar” las necesidades de los visitantes de la ciudad nada más entrar en ésta.

Foto 29.- Vista de la calzada de la plateia en primer plano con el ninfeo de los tritones al fondo.

Muy cerca de las letrinas la calzada termina (o mejor dicho empieza) al pie de una hermosa puerta monumental (punto 11 del plano) erigida en tiempos de Domiciano (foto 32), concretamente entre los años 84 y 86, dedicada al procónsul de Asia Sexto Julio Frontino, razón por la que se la denomina “Puerta de Frontino” y al tramo de plateia anejo “Calle de Frontino”. Todo esto lo sabemos gracias a la inscripción situada en el frontón de esta puerta monumental (foto 33). Consta de tres arcos de medio punto de muy buena factura (foto 34) apoyados sobre pilares prismáticos. Sobre ellos se alza un cuerpo superior en el cual se encuentra la inscripción anterior y que en su día estuvo adornado con estatuas colocadas en los espacios cúbicos situados al efecto. Por último observamos, flanqueando los vanos de la puerta, dos torrecillas cilíndricas: huecas y con entrada adintelada, de tipo ceremonial (no defensivo).


Foto 30 y 31.- La gran letrina ubicada junto a la salida (o entrada) septentrional de Hierápolis vista desde ángulos distintos.

La puerta de Frontino marcaba el inicio del trazado urbano de Hierápolis. Se cree que había otra puerta, más o menos similar, en la otra punta de la plateia, en el extremo meridional de la ciudad. Hacia afuera de éstas comenzaba la campiña, razón por la que no solía haber edificios de entidad por allí. No es el caso, sin embargo, de Hierápolis, donde las ruinas de un magnífico edificio de sillería travertina, en el que destacan por méritos propios los enormes arcos de medio punto adovelados, se alzan unas decenas de metros al norte de la puerta de Frontino, ya fuera de la ciudad (foto 35).

Foto 32.- La puerta de Frontino, erigida durane la cuarta potestad tribunicia del emperador Domiciano.

El análisis de esta singular construcción, todavía sin excavar, indica que fue construida en el siglo II d.C. y que originalmente se trataba de un monumental recinto termal (baño), destinado a la purificación mediante la limpieza de todo aquel visitante que quisiera entrar en la ciudad de ahí su ubicación extraurbana. Estamos ante una medida básica de prevención de las enfermedades enmascarada por una tradición religiosa muy extendida en Asia Menor. De alguna manera esto explica que en la primera mitad del siglo VI, cuando el conjunto llevaba ya, probablemente, bastante tiempo fuera de uso, su caldarium fuera reconvertido en iglesia. Para ello no sólo se repararon los desperfectos que pudiera haber en su estructura sino que se le añadieron algunos elementos arquitectónicos adicionales entre los que destaca un hermoso ábside de gran tamaño. En este uso sacro permaneció durante bastante tiempo hasta su destrucción final por un terremoto en algún momento de la alta edad media. Hoy en día se conoce esta estructura como los Baños-Basílica (punto 12 del plano) y así suele aparecer mencionada en la bibliografía.


Foto 33 (arriba).- Inscripción conmemorativa de la construcción del arco de Frontino. Foto 34 (abajo).- Detalle de uno de los tres arcos de medio punto adovelados que conforman el vano de la puerta de Frontino.

Allá donde acaban los Baños-Basílica comienza el que fuera, durante los siglos XVII, XVIII y XIX, el más importante atractivo de la desierta ciudad a juzgar por el énfasis y la admiración que despierta en los relatos de los viajeros de entonces. Se trata de la enorme Necrópolis Septentrional de Hierápolis: la mejor conservada del mundo antiguo y en donde se pueden encontrar multitud de tumbas de toda clase y datación, desde las más monumentales a las más humildes; desde las más antiguas, fechadas en época helenística, a las más modernas, correspondientes al siglo IV de nuestra Era. Sólo la visita a esta inmensa colección de edificios funerarios justifica sobradamente la visita al yacimiento.

Foto 35.- La imponente fachada occidental de los Baños-Basílica.

Resultaría tremendamente extenso describir todas las tumbas que hay en esta necrópolis, incluso hacerlo con las más vistosas supera con mucho las pretensiones de este trabajo. Sí comentaremos que el tipo funerario más utilizado con diferencia es el “modelo casa”, consistente en un pedestal con forma de “casa”, de ahí su nombre, con lo que esto implica: forma cúbica, hueco, con puerta, ornamentado (en ocasiones mucho) con molduras, inscripciones, tallas, etc, sobre cuya “azotea” se colocaban el sarcófago o los sarcófagos (según el tamaño del pedestal) que contenían los restos mortales de los finados. Ya vimos algún ejemplo de este modelo al visitar las tumbas de la necrópolis oriental. En la foto 36 podemos ver dos de estas tumbas con sus pedestales abajo y los sarcófagos arriba, concretamente dos en el caso de la tumba que figura en primer plano. Estas tumbas “casa” solían disponer de un pequeño recinto alrededor, normalmente ajardinado, donde los familiares se reunían periódicamente para honrar a sus muertos. Dichos recintos eran también de buena albañilería cuando se trataba de hierapolitanos especialmente acaudalados, conservándose ejemplares como el de la foto 37, donde se observa la puerta de sillería que daba acceso al recinto funerario. 

Foto 36.- Tumbas de tipo "casa" con sus sarcófagos localizadas en la necrópolis septentrional de Hierápolis.

Otro modelo funerario utilizado en Hierápolis era el de la capilla funeraria. Básicamente seguía el mismo principio que los panteones actuales: un edificio en forma de capilla en cuyo interior se depositaban los sarcófagos. Por regla general se trataba un modelo más caro que el tipo “casa” al requerir un mejor acabado arquitectónico. Estas capillas funerarias también disponían de su propio recinto e incluso, en los ejemplares más suntuosos, un segundo edificio adosado la tumba en sí, donde los familiares podían no sólo reunirse sino incluso celebrar banquetes ceremoniales en memoria de los finados. La más imponente superviviente de esta clase de tumba es la conocida como A18 (foto 38): construida en época flavia, se caracteriza por su elegante capilla funeraria con tejado a dos aguas y, lo más llamativo, una magnífica habitación abovedada aneja, labrada en una sillería de excelente calidad. Sin duda alguna el precio de construcción de esta tumba debió ser absolutamente prohibitivo, sólo al alcance de una familia hierapolitana tremendamente acaudalada, perteneciente a la élite dirigente de la ciudad.

Foto 37.- Tumba de tipo "casa" con la puerta de su recinto anejo en buen estado de conservación.

En el lado opuesto de la jerarquía social, el modelo funerario situado por debajo del tipo “casa” consiste en una simple base de sillería sobre la que se depositaba el sarcófago. De esa forma se reducía el oneroso pedestal del tipo “casa” a su mínima expresión, abaratándose en gran medida la obra. La foto 39 corresponde a un excelente ejemplar de este tipo, donde destaca el buen estado del sarcófago, conservando incluso su tapa con forma de tejado a dos aguas, algo nada habitual en esta clase de elementos funerarios.

Foto 39.- Sarcófago de buena calidad colocado sobre pedestal simple de sillería travertina.

Concluida la visita a la necrópolis septentrional damos por terminada esta entrada. En la próxima vamos a ir desandando el camino seguido hasta aquí, centrándonos en esta ocasión en los edificios de cronología tardorromana y bizantina de la ciudad. ¡Un saludo hasta entonces!

                                          Foto 38.- La magnífica tumba A18, con su capilla funeraria y edificio anexo.                                   

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