miércoles, 9 de marzo de 2016

Descubriendo Asia Menor. Día 4. Cízico.

Nubles blancas cubren el cielo de la península de Kapu Dagh al amanecer del cuarto día. Un viento fresco sopla desde el Mármara, rizando ligeramente la superficie del agua. El puerto de Ernek se halla tranquilo, sus muelles vacíos, los pesqueros amarrados a puerto. No se divisan apenas buques navegando. Sólo el graznido de las gaviotas rompe el suave murmullo del mar. Posteriormente nos enteramos que esta quietud es propia de los meses invernales en Erdek, contrastando vivamente con el bullicio y la hiperactividad de los estivales, cuando la ciudad se llena de veraneantes y hay un trasiego continuo de embarcaciones. Por lo visto Erdek es un destino turístico de cierta importancia a nivel regional, razón por la que dispone de una oferta hotelera considerable: mucho mayor, desde luego, de lo que correspondería en condiciones normales a una localidad de su más bien reducido tamaño. 

Desayunamos en un local que nos recomienda (y al cual nos conduce) el encargado del hotel donde hemos pasado la noche. Aunque comemos bien, nos arrean una minuta nada económica, rondando los estándares europeos. Carísimo para Turquía, donde lo normal es comer por la mitad, al cambio, que en España. El restaurante tampoco es nada del otro mundo, por lo que sin duda alguna nos han debido aplicar una suerte de tarifa “especial” para turistas despistados, mucho más cara que la de sus paisanos turcos. Está claro que el del hotel se debe llevar una comisión por cada turista extranjero que es conducido hasta ese restaurante… en fin, tampoco es ninguna tragedia.

Fig. 1.- Plano del istmo de la península de Kapu Dagh, con la localización de las ruinas de Cízico. Año 1901.

La península de Kapu Dagh, el antiguo Arctonessus, no siempre fue una península. En un principio era una isla, una más de las que salpican el mar de Mármara. Casi toda ella es montañosa, siendo la parte más llana (dentro de lo que cabe) la más cercana al istmo, motivo por el que gentes procedentes de Mileto decidieron fundar allí, hacia el año 757 a.C., una colonia a la que llamaron Kyzikos (Cyzicus en latín, Cízico en castellano). En aquella época Kapu Dagh todavía era una isla. El momento en que se creó el istmo no es conocido con precisión, confundiéndose tras las brumas de la leyenda. Probablemente sea de factura artificial si bien también es posible que fuera creado por un terremoto. Cierta tradición histórica recogida por Plinio el Viejo otorga a Alejandro Magno el mérito de haber hecho construir el istmo tras la conquista de la ciudad de manos persas en el año 334 a.C. 

Cízico fue una ciudad de moderada importancia hasta la derrota de Atenas y su aliada Mileto en la guerra del Peloponeso (431-404 a.C.). Dado que Cízico había apoyado a los espartanos no sufrió el castigo de los vencedores, consiguiendo en cambio atraer hacia su puerto gran parte del tráfico de mercancías que antaño se repartieran las derrotadas Atenas y Mileto. Como además era una ciudad muy fácil de defender y su ubicación estratégica, en plena Propóntide (Mármara), facilitaba en grado sumo el control del comercio entre el mar Egeo/Mediterráneo a poniente y el mar Negro a levante, no es de extrañar que alcanzara rápidamente una enorme importancia comercial. De hecho la estátera de oro de Cízico, conocida como el “Ciziceno” y cuyo valor era de 28 dracmas, fue la divisa de uso corriente en todo el mediterráneo oriental hasta la época de Filipo II de Macedonia. En la siguiente figura (fig.2) podemos ver un hermoso ejemplar de estos cizicenos.

Fig.- 2. Estatera de oro acuñada en Cízico.

Durante la guerra entre la república romana y el rey póntico Mitrídates VI, Cízico apoyó a la primera, motivo por el que tuvo que soportar un duro asedio póntico del que salió airosa gracias a la excelencia de su emplazamiento geográfico y al hecho de poseer una muralla bastante potente. En agradecimiento, los romanos concedieron a la ciudad el rango de municipio y la hicieron capital administrativa de la antigua región conocida como Misia. Comenzaba así un largo periodo de intenso esplendor para Cízico, que llegaría a ser considerada una de las ocho ciudades más importantes del Imperio Romano. Aunque fue afectada por los diferentes terremotos que asolaron la zona en los siglos sucesivos, logró mantener su prosperidad. Prueba de ello son las numerosísimas series monetales acuñadas en Cízico que se conocen, fiel indicio de una actividad comercial pujante. Su gran riqueza atrajo la atención de los invasores árabes que la saquearon y ocuparon temporalmente (año 675) en el marco del primer sitio de Constantinopla. A resultas de este episodio, la ciudad entró en un periodo de acusada decadencia, a la postre agravado por varios terremotos. Poco a poco sus gentes se fueron marchando, dejando enormes áreas urbanas deshabitadas, repletas de ruinas tan magníficas como inútiles. A principios del siglo XIII sus últimos moradores fueron trasladados a Artake, el actual Erdek. Nunca más volvería a ser habitado Cízico. Sus mármoles y demás piedras finamente labradas servirían de cantera de ocasión durante siglos. De hecho las grandes mezquitas de Estambul y buena parte de los edificios otomanos de Bursa (ciudades ambas bastante cercanas a Cízico) fueron construidos en gran parte con material extraído de las desiertas ruinas. El resultado de tamaño espolio es que a día de hoy no queda casi nada de la que fuera esplendorosa metrópoli del mundo antiguo, motivo por el que muy pocos turistas se dejan caer por el paraje que los turcos conocen como Bal Kiz (la antigua Kiz). Como además la ciudad apenas ha recibido excavaciones pues todavía peor. No obstante nosotros sí que queríamos ir. Es más: estábamos especialmente interesados en ir. Y es que pasar por esa zona de Asia Menor y no acudir a presentar los debidos respetos a las míticas ruinas de Cízico, por mediocres que éstas sean, hubiera sido una afrenta imperdonable para el Genio del Mundo Antiguo. Y como se comprenderá no era plan de ofender a tan poderosa deidad…

Foto 1.- Ruinas del podio del templo de Adriano.

Conducimos hacia el sureste, camino del istmo. Unos pocos kilómetros antes de llegar a él localizamos un cartel que envía hacia las únicas ruinas excavadas y fácilmente visitables: los restos del célebre Templo de Adriano. Allí nos dirigimos, pues.

Entre vaquerías y pequeñas haciendas dedicadas al cultivo del olivo se alza ante nosotros una potente estructura escalonada de más de cien metros de largo. Sólo está parcialmente excavado. Aunque no falta el sillar en su fábrica, predomina la mampostería aglomerada con mortero de cal. Se trata del podio del templo de Adriano (foto 1): el mayor y más suntuoso de los edificios de la ciudad, considerado en la antigüedad uno de los edificios más sublimes de todos los tiempos, hasta el punto de aparecer incluido en todas las listas de maravillas edilicias confeccionadas por los autores clásicos. En algunos casos incluso se lo comparó de cerca con el Artemision de Éfeso, considerando que bien podría sustituir a éste en la célebre lista de las siete maravillas principales del mundo antiguo. Tan orgullosa estaba, ciertamente, la ciudad de Cízico de su maravilloso templo que no dudaron en representarlo en los reversos de sus monedas tal y como podemos contemplar en el ejemplar de la figura 3: 

Figura 3.- Bronce de Cízico acuñado a nombre de Gordiano III en cuyo reverso aparece una representación esquemática de la fachada principal del templo de Adriano.

Adriano visitó Cízico en el año 123, poco después del fuerte terremoto que sacudiera la región. Conmovido por el grado de destrozo que había sufrido la ciudad, ordenó sufragar con fondos imperiales la reconstrucción de ésta y también la erección de un fastuoso templo donde adorar su imperial figura. La obra resultante fue un enorme templo octóstilo, con dieciséis columnas por cada lado largo: las mayores del mundo clásico con sus 21,3 metros de altura y 2,3 metros de diámetro (las segundas más altas, las del templo libanés de Baalbek, “sólo” llegan a los 19 metros). Más si inmenso era el nuevo templo (el mayor del mundo antiguo según se ha calculado recientemente), no se quedaba atrás la suntuosidad de su decoración, abundando por doquier los más hermosos frisos y arquitrabes tallados en un mármol blanquísimo, de alta calidad. Los restos de estas soberbias esculturas ocupan hoy, algo amontonados, la pequeña explanada situada delante del zócalo del templo, pudiéndose caminar entre ellos y contemplar la belleza de sus diseños. En las siguientes fotos podemos ver una muestra de éstos (fotos 2,3,4 y 5)  así como algún que otro ejemplar de fragmento de columna (foto 6).





Fotos 2,3,4,5 y 6.- Fragmentos de elementos decorativos y arquitectónicos del templo de Adriano.

Continuamos caminando en paralelo al enorme zócalo. A un lado, la confusa aglomeración de exquisitas piezas de mármol, al otro los potentes escalones dejan paso en algunos puntos a un precioso enlosado de blanca sillería (foto 7). El aroma a siglos, a antigüedad, es tan intenso que emborracha los sentidos. Por fin, allá en el extremo septentrional del zócalo del templo, encontramos los restos de ciertas estructuras abovedadas, claramente romanas (fotos 8 y 9). Su estado de conservación es poco mejor que mediocre. No obstante proporcionan una información tan interesante como confirmar que el templo de Adriano fue una construcción ex-novo, contrariando así la práctica habitual en el oriente romano de erigir los grandes templos dedicados al culto imperial sobre recintos sagrados anteriores de época griega clásica o helenística.

Foto 7.- Escalones del zócalo del templo y enlosado de sillería anejo.

Una última sorpresa nos espera a pocos metros del citado extremo septentrional del templo. A finales de 2013 se desenterró aquí un gigantesco capitel corintio (foto 10), el único de entre los muchos que poseyera este magnífico templo que ha llegado casi entero hasta nuestros días (que sepamos). La enorme pieza mide 1,9 de alto y se encuentra in situ, tal y como fue encontrada, apoyada de hecho sobre una base de tierra original. Se trata del mayor ejemplar de capitel corintio del mundo, nada más y nada menos. Por fortuna se encuentra bastante bien conservado, pudiendo admirarse de cerca la delicada belleza de sus hojas de acanto, cubiertas por un delicado matiz rojizo cedido por la arcilla en que yaciera enterrado tantísimos años. Majestuoso, completa y absolutamente majestuoso. Faltan palabras para describirlo.

Foto 8.- Restos de dependencias en el extremo septentrional del zócalo del templo de Adriano.

Lamentablemente poco más es lo que ha quedado de tan celebrado monumento de la Antigüedad clásica. Y lo cierto es que no siempre fue así: en 1431 el erudito italiano Ciríaco de Ancona pudo contemplar todavía 31 columnas en pie. Dado que en ese preciso momento el centenario templo estaba siendo canibalizado en beneficio de las construcciones de la cercana Bursa, Ciríaco intentó persuadir al gobernador otomano de que cesara el espolio. No obtuvo el menor éxito: en 1444 la cifra se había reducido a 29 y en 1500 el eclesiástico florentino Bonsignore Bonsignori sólo pudo contar 26, las cuales a la postre habían empezado a ser utilizadas para fabricar balas de cañón (los denominados “pedreros”, un tipo de cañón primitivo, no utilizaban bala metálica sino pétrea). En el siglo XIX ya no quedaba ninguna columna, de hecho toda la superestructura del templo había sido completamente espoliada y no quedaba más que el zócalo actual. Éste fue el triste final del otrora magnífico templo de Adriano…

Foto 9.- Estructuras abovedadas de factura romana en el interior de las dependencias del extremo norte del templo.

Tras un buen rato de recorrer las ruinas del templo e intentar apreciar el mayor número de detalles, decidimos continuar la visita a la ciudad. Éramos conscientes de que a partir de ese momento el asunto podía complicarse toda vez que las pocas estructuras conservadas se hallaban dispersas aquí y allá en el interior de un amplia área surcada de colinas, bancales y arroyos así como sumamente poblada de vegetación (fundamentalmente olivares). Y es que Cízico es todavía un yacimiento en bruto, sin señalización ni desbroce alguno, sólo apto para valientes, donde resulta muy difícil localizar nada hasta que no se está prácticamente encima.

Foto 10.- Capitel corintio. El más grande conocido hasta la fecha.

Durante una hora y media larga nuestros pasos nos llevaron, errantes, por caminos de tierra y sendas entre los olivos en busca de restos cerámicos que pudieran indicar la presencia de restos de estructuras. De los primeros encontramos algo, de los segundos nada de nada. A lo lejos, por encima de los árboles, parecían divisarse ruinas de muros de sillería pero no estaba claro en absoluto (podía tratarse de afloramientos rocosos convencionales) y dado que resultaba bastante difícil moverse por aquella floresta no era plan de andar de un sitio para otro sin estar seguros de ir por buen camino. Por fortuna había salido el sol y no hacía nada de frío. Daba gusto pasear aunque fuera en vano. Por supuesto fuimos preguntando a todos los paisanos que encontramos (¿Kyzikos?, decíamos) y, aunque las barreras idiomáticas resultaban casi insuperables, nos pareció comprender que hacia el este, como a tres kilómetros, se encontraban unos restos de paredones bastante aparatosos.

Foto 11.- Panorámica del anfiteatro de Cízico visto desde lo alto de sus caveas.

Un poco cansados ya de caminar sin mucho ton ni son, decidimos volver al coche y conducir hacia la zona donde, según habíamos creído entender, existían algunas ruinas de entidad. Como poco podríamos subir a lo alto del cerro que se alza al norte (el monte Dindymon de los textos clásicos) y otear desde allí la ladera y el valle anejos a ver si divisábamos algo. Una vez ganada la cumbre comprobamos que habíamos hecho lo correcto: a lo lejos, muy abajo, ya en el valle, se distinguía claramente, sobresaliendo de entre los árboles, un potente muro con arranques de bóveda de evidente tipología romana. Sin duda alguna ésas eran las ruinas de gran tamaño a las que se referían las personas que habíamos consultado. Muy ilusionados, volvimos a montarnos en el coche y comenzamos el descenso del cerro intentando identificar, de entre los muchos senderos forestales que a la carretera daban, el más apropiado para alcanzar aquellas ruinas. No fue difícil: un camino de herradura lleno de baches y piedras parecía apuntar directo a aquel mágico lugar. Dado que era impracticable para un turismo normal, aparcamos a un lado de la carretera y comenzamos a caminar por la polvorienta senda. Los paredones romanos se alzaban a unos 800 metros, ladera abajo y, aunque el camino no pasaba exactamente por ellos resultó sencillo alcanzar los primeros restos campo a través. 

Foto 12.- Pareja de pilastras pertenecientes a los restos del anfiteatro de Cízico.

Un primer examen de las ruinas sumado a lo que habíamos leído sobre el yacimiento indicaba que nos encontrábamos ante los vestigios del antiguo Anfiteatro de Cízico. No es que quedara gran cosa: una solitaria pilastra con arranque de bóveda. Hizo falta asomarse tras una densa espesura de arbustos espinosos para confirmar plenamente que aquello era un anfiteatro: ante nosotros se abría un inmenso óvalo completamente cubierto de espeso bosque pero aún así reconocible. En realidad el punto donde estábamos, subidos en una suerte de murete de mampostería romano, era la parte alta de la cávea, motivo por el que mirando de frente y hacía abajo se podía identificar la geometría típica de un anfiteatro. Desde ese lugar era imposible acceder a ninguna parte pues el rápido descenso de la cávea sumido a la espesa vegetación impedía el paso. Piedra labrada, más allá de la pilastra anterior, se veía muy poca o ninguna: la inmensa mayoría del anfiteatro se encuentra sepultada e invadida por la floresta. Cuando lo quieran excavar no lo van a tener fácil pues lo cubre una auténtica espesura forestal, con árboles de troncos gruesos y ramas frondosas. La foto 11 es una panorámica del anfiteatro vista desde lo alto de la cávea anteriormente mencionada. Como se puede comprobar, se aprecia más o menos bien la planta ovoide propia de un anfiteatro sobre todo porque la vegetación es distinta: árboles de tipo atlántico con distintas tonalidades de verde, dentro, frente al monótono olivar, fuera.

Foto 13.- Sillería de granito en las pilastras del anfiteatro.

Caminando entre olivos y monte bajo fuimos rodeando la gran masa de tierra y arbustos espinosos que oculta en su seno las estructuras del anfiteatro ciziceno. Era campo a través puro y no era precisamente fácil desplazarse. Un  par de centenares de metros más abajo localizamos otras dos pilastras (foto 12). Éstas pudimos examinarlas mucho mejor que la anterior a la cual no habíamos podido arrimarnos debido a la presencia de una profunda zanja en el terreno. Así vimos que los paramentos exteriores de estas pilastras fueron realizados en una sillería de granito (foto 13) de agradable aspecto con abundancia de piezas colocadas a tizón a fin de reforzar la cohesión del paramento exterior con el núcleo de aglomerado basto. Por su parte tanto el paramento interno como la estructura abovedada que sobre estas pilastras se alzaba (y de la que sólo queda el arranque) fueron construidos en mampostería (opus incertum romano). Sin duda alguna se erigieron primero las bóvedas (foto 14) empleando una cimbra semicircular de madera cuyos mechinales de sostenimiento pueden observarse justo debajo de la bóveda. Los arcos que articulan estas bóvedas los constituyeron dos roscas sucesivas construidas con mampostería hormigonada, bien colocada. Finalmente, una vez concluidas estas bóvedas, se rellenaron los espacios intermedios entre pilastras con una mampostería similar a la de los arcos, hormigonada en hiladas finas. El resultado final no es muy atractivo desde el punto de vista estético por lo que se puede afirmar que toda esta mampostería dispuso de alguna clase de revestimiento embellecedor, largo tiempo ha desaparecido.

Foto 14.- Arranque de bóveda en una de las pilastras del anfiteatro.

A partir de este punto el terreno desciende con bastante pendiente, salvando en cosa de pocos metros el acusado desnivel existente entre ese punto y el nivel del suelo del anfiteatro (unos 4 metros). Cuesta, pues, un poco más el descenso y hay que agarrarse a los troncos de los olivos para no perder pie en los montones de mampuestos que hay por todas partes, procedentes del derrumbe de las estructuras murarias. Pero merece la pena pues no en vano el gran paredón romano que desde lejos se divisa (foto 15) se yergue imponente allá abajo, desafiando al tiempo y a la rapiña de los hombres desde hace más de mil ochocientos años…

Foto 15.- Gran paredón romano, el principal de los restos supervivientes del anfiteatro ciziceno, visto desde el nivel de las dos pilastras anteriores. Corresponde a la estructura de la puerta principal del anfiteatro.

Nuestro paredón es en realidad una de las dos superestructuras que conformaban la puerta principal del anfiteatro. Así, la pilastra en que se apoya es mucho mayor que las otras que hemos examinado (foto 16), tanto en espesor como en profundidad. Su muy superior altura se debe a que conserva el alzado de los dos niveles que tenía este anfiteatro, cubiertos ambos por sendas bóvedas de las que se han conservado un arranque (foto 17). El resto de pilastras sólo se levantan hasta la primera arquería, todo lo demás colapsó hace mucho tiempo. Los materiales y técnicas empleados en esta estructura son los mismos que en las pilastras menores; tal vez los sillares presenten una talla un poco mejor acabada. Se debe destacar además que en el intradós de este paredón, al nivel del segundo piso, se aprecia el arranque de una bóveda perpendicular a las otras dos (foto 18) o lo que es igual conectando esta arquería con otra más interna. Esto nos permite deducir que el anfiteatro de Cízico estaba compuesto por dos órdenes concéntricos de pilastras abovedadas. Nada sorprendente en una obra de tamaña envergadura.

Foto 16.- El "paredón" visto desde su base. Destaca la gran pilastra de sillería y los arranques de bóveda inferior y superior.

El interior del anfiteatro es una selva boscosa donde no se observa obra humana alguna más allá de un solitario sillar prismático descansando sobre la hierba a una veintena de metros del gran paredón. Todo está cubierto de vegetación hasta los topes. Por su centro, atravesándolo longitudinalmente de norte a sur, corre un arroyo (llamado Kleite) que en esta estación lleva bastante agua. De hecho para entrar en el anfiteatro ha hecho falta cruzarlo, saltando de una piedra a otra. La ubicación relativa del anfiteatro respecto a este arroyo permite hipotetizar su uso pretérito para llenar de agua la arena y celebrar en ella espectaculares naumaquias. Probablemente sucediera así a juzgar por los paralelismos existentes con otros anfiteatros romanos.

El lugar es hermoso en su salvajismo. Si algún día lo excavan probablemente saldrá a la luz una obra digna de admirarse. Originalmente el anfiteatro de Cízico tuvo treinta y dos entradas o, mejor dicho, vomitorios. Su eje mayor, por donde transcurre el arroyo, mide alrededor de los 140 metros. Entre sus ruinas han sido encontradas algunas inscripciones que han permitido su datación en el reinado de Adriano, con toda probabilidad aprovechando el gran impulso edilicio sufragado por este emperador y, concretando un poco más, aprovechando los materiales de edificios anteriores arruinados por el terremoto que sacudiera la ciudad muy poco tiempo atrás. Aunque el espolio de los materiales del anfiteatro viene de bastante antiguo, lo cierto es que ha sufrido un deterioro considerable en el último siglo toda vez que los testimonios de viajeros de primeros del siglo XX señalan la existencia de un número de pilastras abovedadas bastante mayor que la escuetísima cifra actual.

Foto 17.- Detalle de los niveles superiores de la estructura del anfiteatro, con los arranques de bóveda claramente visibles.

Desde el emplazamiento del anfiteatro se divisa un resto de muro a media ladera en una colina muy próxima. Aparentemente pertenece a los restos de la muralla de la ciudad, los cuales, según los testimonios de los viajeros históricos, eran de bastante entidad. Nos dirigimos hacia dicho muro un poco a ojo pues no hay ningún camino que conduzca hasta allí. Intentamos conservar una dirección adecuada pero los bancales, las zanjas y los arbustos espinosos nos desvían continuamente. Para colmo, en la mayor parte del camino el presunto tramo de muralla queda fuera de nuestra vista, oculto por los omnipresentes olivos, dificultando por tanto nuestra orientación. El caso es que pasados veinte minutos de costoso desplazamiento, cuando ya tendríamos que haberlo alcanzado (de sobra), continuamos caminando sin mucho orden ni concierto. Concluimos que nos lo hemos pasado y lo que es peor: probablemente no se pueda llegar a él pues una gran maraña de espino crece por esa zona, impidiendo el ascenso por la ladera de la colina. A la postre estamos ligeramente perdidos: tanto desvío forzado ha hecho que sepamos en qué dirección quedan las ruinas del anfiteatro y poco más. Imposible desandar lo andado. Procedemos por tanto a avanzar en la dirección que sabemos correcta aunque suponga, como es el caso, tener que caminar campo a través casi continuamente y sin esquivar los obstáculos. Ni que decir tiene que semejante forma de caminar por el monte incrementa mucho el esfuerzo a realizar. De esa guisa tardamos quince minutos largos en volver a divisar el paredón del anfiteatro. No deja de ser un  alivio, ciertamente, pues a partir de ese momento ya no hay riesgo de extravío: ¡Bendito paredón! Por fin, un poco cansados ya, retornamos al emplazamiento del anfiteatro.

Foto 18.- Vista del paredón desde el interior del anfiteatro, en la que se aprecia el arranque de la bóveda que unía la línea de estructuras exterior con la interior.

Aunque nos consta que hay más ruinas dispersas por la zona (tal y como refleja el mapa de la figura 1, trazado en 1901), debemos rendirnos a la evidencia de que resultan muy difíciles de encontrar sin ayuda local. La vegetación es demasiado espesa, los caminos breves y los obstáculos abundantes. Está claro que la otrora gloriosa Cízico guarda muy bien sus secretos. Es por ello que decidimos dar por terminada la visita y seguir camino. Aún visitaremos una ciudad antigua antes de concluir el día, la cual conoceremos en la siguiente entrada dentro de unos pocos días…

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