viernes, 29 de enero de 2016

Descubriendo Asia Menor. Día 1. Nicomedia.

Amanece en la orilla oriental del Bósforo. Hemos pernoctado en un hotel muy próximo al aeropuerto internacional Sabiha Gokcen, situado en la orilla asiática de la gran ciudad de Estambul, no muy lejos de su extremo oriental. Este aeropuerto viene muy bien para lanzarse a recorrer Asia Menor sin tener que pasar la dura prueba de atravesar, volante en mano, una urbe famosa por su densísimo tráfico, capaz de exasperar al más bravo de los conductores.

Conducimos rumbo sureste en una mañana sólo moderamente luminosa debido a la capa de nubes blancas que cubre el cielo. A la izquierda de la moderna autovía (E80) que enlaza la capital turca, Ankara, con la mayor ciudad del país –Estambul— se alza una sucesión de sierras cubiertas de verde que descienden hacia el mar de Mármara por un lado y hacia el mar Negro por el otro. A su derecha, muy cercanos ya al Mármara, el terreno llanea significativamente, concluyendo en abiertas ensenadas donde se concentra la población de la zona. Hoy en día es una comarca fuertemente urbanizada e industrializada cuyo paisaje no difiere especialmente del que pueda encontrarse en múltiples lugares de la rivera norte del Mediterráneo. 


Figura 1.- Estatua de Hércules.

Tras un rato de trayecto se divisa una vasta aglomeración de edificios ocupando las colinas que se alzan justo al pie del Mármara, en el punto donde éste termina. Todo el terreno se encuentra urbanizado, desde la orilla del agua hasta las cumbres, así durante kilómetros y kilómetros sin que la presencia de una cartelería suficientemente clara permita distinguir unas localidades de otras. No obstante nos esforzamos en localizar la ciudad de Izmit pues no en vano es la antigua Nicomedia, tan renombrada en las crónicas. Tras una hora larga de conducción errática de acá para allá, arriba y abajo de los cerros, costa a la izquierda, costa a la derecha, muy mal ayudados por el GPS que llevamos en el coche, logramos ubicar Izmit gracias a un cartel municipal. Se trata de una ciudad de escaso encanto, cuyos edificios en su gran mayoría no cumplen el medio siglo, siendo su aspecto puramente funcional. Tiene bastante tráfico, abundando las calles sin salida no señalizadas, los semáforos, las direcciones prohibidas y las vías de un solo sentido donde para dar la vuelta hay que irse muy lejos. La conducción se torna, pues, bastante desagradable y el GPS contribuye activamente a ello equivocándose con estresante frecuencia.


Figura 2.- Estatua de Atenea.

Por mucho que recorremos la ciudad no encontramos nada que huela a antiguo. Nicomedia nos esquiva continuamente; al rato empezamos a sospechar que la antigua capital de Bitinia yace sepultada bajo esa abigarrada aglomeración urbana llamada Izmit sin ningún resto de su pasado esplendor a la vista. Como además resulta prácticamente imposible estacionar y cada error en el trayecto supone una tragedia ya que para corregirlo hace falta media hora adicional de tráfico y semáforos, nos vemos incapacitados para explorar el lugar de modo conveniente. Finalmente, con mucho esfuerzo y tras descifrar unos cuantos carteles en turco, logramos dar con el museo arqueológico de Izmit. Parece que, por fin, vamos a poder obtener algo de información acerca de los vestigios de Nicomedia que pueda haber. Nuestro gozo en un pozo: el personal del museo no sabe apenas inglés ni tampoco de arqueología (ya les vale). Lo cierto es que se esfuerzan en entendernos y ayudarnos pero entre las deficiencias idiomáticas y que tampoco saben de qué les estamos hablando nos quedamos tal cual.


Figura 3.- Tumba con inscripción sepulcral borrada.

Ya que estamos ahí pasamos a visitar el museo. No es muy habitual en nosotros pues preferimos aprovechar el escaso tiempo disponible pateándonos los yacimientos y no contemplando vitrinas. Pero bueno, a falta de pan…

El museo de Nicomedia es bastante modesto y no porque en la ciudad no hayan aparecido reliquias de valor (todo lo contrario, cada vez que cavan un cimiento en esas colinas salen maravillas) sino porque tradicionalmente han sido trasladadas al museo arqueológico de Estambul (que no está demasiado lejos). La visita se hace un poco incómoda porque llevamos a un guardia jurado detrás todo el tiempo. No es que busque controlarnos sino que, dado que en el museo no hay visitantes lo mantienen cerrado y a oscuras, siendo la misión de dicho guardia dar la luz a las distintas salas y apagarlas cuando salimos. Sea como sea, el caso es que preferimos salir al jardín del museo donde hay un puñado de piezas expuestas: tal vez menos valiosas pero que se pueden admirar con más tranquilidad al no tener que llevar ya al vigilante pegado a nuestros pasos.


Figura 4.- Tapa de tumba ricamente ornamentada.

Las fotos que ilustran esta entrada corresponden a algunas de las piezas más interesantes que pudimos contemplar allí. 

La figura 1 corresponde a una gran estatua de Hércules esculpida en un precioso mármol blanco. Merece la pena destacar su excelente estilo clásico; posiblemente sea copia de alguna obra griega anterior.  La figura 2 es una estatua de la diosa Atenea, tallada en un estilo más local y por tanto menos refinado que el anterior. Conserva restos de su policromía original, siendo su envergadura similar a la de la estatua de Hércules: alrededor de tres metros de altura.


Fig 5.- Tumba con inscripción griega.

En el jardín hay varias tumbas de tipo helenístico con lo que ello implica de generoso tamaño, profusión de inscripciones, riqueza ornamental, etc. Las podemos datar en época imperial romana. Aquí podemos observar tres de ellas (figuras 3, 4 y 5). La tumba de la figura 3 llama especialmente la atención porque la inscripción con el nombre y demás datos del difunto ha sido borrada adrede utilizando un escoplo, probablemente al objeto de reutilizar la tumba en algún momento bastante posterior a su uso original. De la segunda tumba (figura 4) sólo se expone la ornamentada tapa, falta el sarcófago de pieza encima del cual se apoyaba. En cuanto a la tumba de la figura 5 merece la pena destacar la larga inscripción dedicatoria, muy trabajada, que contrasta vivamente con la casi total ausencia de ornamentación escultórica.


Figura 6.- Friso con tritón.

Por último podemos contemplar un hermoso friso con la representación de un tritón (figura 6), varias columnas coronadas por capiteles de orden corintio y jónico pertenecientes a distintos edificios (figura 7) y un imponente pedestal marmóreo con inscripción griega en su parte superior (figura 8).

Cansados de bregar con el agobiante tráfico de Izmir así como persuadidos de que la vieja Nicomedia no conserva ya apenas nada que enseñar al visitante, realizamos una frugal comida y nos disponemos a abandonar la ciudad. Somos conscientes de que nos queda un buen trecho hasta llegar a Nicea, la siguiente etapa en nuestro viaje, y preferimos hacer el camino de día. Mientras nos montamos en el coche experimentamos una acusada sensación de desilusión: no en vano habíamos esperado más de Izmit y ésta nos ha decepcionado.


Figura 7.- Columnas con capiteles.

El viaje a Nicea será cualquier cosa menos fácil. Todavía no nos hemos hecho con el país ni con el GPS de manera que llegar a cualquier parte nos cuesta un triunfo. Así, cuando nos queremos dar cuenta, nos encontramos entrando en una suerte de parque natural, entre montañas boscosas. Un cartel nos informa que Iznik (Nicea) se halla a unos sesenta y cinco kilómetros por carreteras de montaña (una hora y media de viaje). Como en principio le hemos dicho al GPS que nos mande exclusivamente por carreteras asfaltadas, no desconfiamos. Así pues, tomamos la carretera D595. El paisaje es muy agradable: verde, arbolado, con arroyos… cada pocos kilómetros atravesamos pequeños pueblitos adornados con recogidas mezquitas. Tiene su encanto. Así durante una hora larga. De pronto, a la salida de uno de los pueblitos, el asfalto se acaba y la carretera D595 se convierte en una pista de tierra con baches, barro (había estado lloviendo los días anteriores) y algún que otro derrumbe. En principio decidimos seguir. La tarde está cayendo pero aún se ve bastante bien. Entonces la pista (no la voy a llamar carretera) se pone a trepar por la montaña, cada vez más arriba, con curvas cada vez más cerradas y con el ancho de calzada cada vez más escueto. Empezamos a preocuparnos en serio. La noche se acercaba en las dichosas montañas entre Nicomedia y Nicea. Pronto llegó el primer patinazo en el barro. Nada grave pero se notaba. Luego el segundo; poco después el tercero. Ahí ya no pudimos más y, aunque sólo nos quedaban unos dieciocho kilómetros para llegar a Iznik, decidimos dar la vuelta y deshacer lo andado. Desde luego no era plan de quedarse con un coche de alquiler atascado en una revuelta perdida en mitad de la nada. Posteriormente averiguamos que esa ruta entre las montañas era la misma que habían seguido las legiones de Septimio Severo, en el año 194, en su marcha desde Nicomedia hacia Nicea en pos del ejército de Pescenio Níger, que las esperaba apostado al pie de las murallas de esta última ciudad. El choque conocido como la batalla de Nicea-Cios tendría lugar a unos 12 kms de Nicea, en la ruta que estábamos llevando nosotros, finalizando con la derrota nigerina y la subsiguiente caída de las provincias de Asia y Bitinia en manos de Septimio Severo. ¡Qué suerte la nuestra!


Figura 8.- Pedestal con inscripción griega.

Enfurecidos con el GPS que nos había metido en semejante trampa mortal, retornamos a Izmit. Con la ayuda de un pobre mapa de la zona que tenemos diseñamos una ruta bastante larga pero segura, por carreteras más o menos importantes. Primero al este, luego al sur y finalmente al oeste. La idea es rodear el gran macizo de sierras que separan Nicomedia de Nicea. No son menos de doscientos kilómetros pero a esas alturas preferimos andar lo que haya que andar y dejar los experimentos para otro día. El viaje se hace pesado y largo pues ya es totalmente de noche y además estamos muy cansados, mas al final, tras tres horas de marcha, conseguimos llegar a la modesta localidad de Iznik-Nicea. Como última broma el GPS se dedica a mandarnos de un sitio a otro de Iznik sin acertar a localizar el hotel donde tenemos la reserva. Media hora más de confuso acá para allá. Nuevamente hay que tirar de mapa para, valiéndonos del lago Ascania como referencia, lograr llegar al hotel. Eso sí: a diferencia de Nicomedia, su rival histórica, Nicea no ha tardado en salir a nuestro encuentro en la forma de un potente tramo de muralla romana débilmente iluminado por la amarillenta luz de un farolillo callejero. Su visión nos reconforta el alma, facilitando nuestro descanso. ¡Qué ganas de que amanezca para podernos patear Nicea!


Atardecer en las montañas entre Nicomedia y Nicea.

2 comentarios:

Adolfo Ruiz dijo...

¡¡Bravo!!!

Hacía muchísimo que no disfrutaba tanto con un diario de viaje. Estoy deseando que se publique el Día 2 :)

***Aeternitas Numismatics*** dijo...

Me alegro mucho de que te haya gustado, Adolfo. Estos cocinando el día 2. A ver si te gusta igual...