Amanece
en la orilla oriental del Bósforo. Hemos pernoctado en un hotel muy próximo al
aeropuerto internacional Sabiha Gokcen, situado en la orilla asiática de la
gran ciudad de Estambul, no muy lejos de su extremo oriental. Este aeropuerto
viene muy bien para lanzarse a recorrer Asia Menor sin tener que pasar la dura
prueba de atravesar, volante en mano, una urbe famosa por su densísimo tráfico,
capaz de exasperar al más bravo de los conductores.
Conducimos
rumbo sureste en una mañana sólo moderamente luminosa debido a la capa de nubes
blancas que cubre el cielo. A la izquierda de la moderna autovía (E80) que
enlaza la capital turca, Ankara, con la mayor ciudad del país –Estambul— se
alza una sucesión de sierras cubiertas de verde que descienden hacia el mar de
Mármara por un lado y hacia el mar Negro por el otro. A su derecha, muy
cercanos ya al Mármara, el terreno llanea significativamente, concluyendo en
abiertas ensenadas donde se concentra la población de la zona. Hoy en día es
una comarca fuertemente urbanizada e industrializada cuyo paisaje no difiere
especialmente del que pueda encontrarse en múltiples lugares de la rivera norte
del Mediterráneo.
Figura 1.- Estatua de Hércules. |
Tras
un rato de trayecto se divisa una vasta aglomeración de edificios ocupando las
colinas que se alzan justo al pie del Mármara, en el punto donde éste termina.
Todo el terreno se encuentra urbanizado, desde la orilla del agua hasta las
cumbres, así durante kilómetros y kilómetros sin que la presencia de una
cartelería suficientemente clara permita distinguir unas localidades de otras. No
obstante nos esforzamos en localizar la ciudad de Izmit pues no en vano es la
antigua Nicomedia, tan renombrada en las crónicas. Tras una hora larga de
conducción errática de acá para allá, arriba y abajo de los cerros, costa a la
izquierda, costa a la derecha, muy mal ayudados por el GPS que llevamos en el
coche, logramos ubicar Izmit gracias a un cartel municipal. Se trata de una
ciudad de escaso encanto, cuyos edificios en su gran mayoría no cumplen el medio
siglo, siendo su aspecto puramente funcional. Tiene bastante tráfico, abundando
las calles sin salida no señalizadas, los semáforos, las direcciones prohibidas
y las vías de un solo sentido donde para dar la vuelta hay que irse muy lejos.
La conducción se torna, pues, bastante desagradable y el GPS contribuye
activamente a ello equivocándose con estresante frecuencia.
Figura 2.- Estatua de Atenea.
Por
mucho que recorremos la ciudad no encontramos nada que huela a antiguo. Nicomedia
nos esquiva continuamente; al rato empezamos a sospechar que la antigua capital
de Bitinia yace sepultada bajo esa abigarrada aglomeración urbana llamada Izmit
sin ningún resto de su pasado esplendor a la vista. Como además resulta
prácticamente imposible estacionar y cada error en el trayecto supone una tragedia
ya que para corregirlo hace falta media hora adicional de tráfico y semáforos,
nos vemos incapacitados para explorar el lugar de modo conveniente. Finalmente,
con mucho esfuerzo y tras descifrar unos cuantos carteles en turco, logramos
dar con el museo arqueológico de Izmit. Parece que, por fin, vamos a poder
obtener algo de información acerca de los vestigios de Nicomedia que pueda
haber. Nuestro gozo en un pozo: el personal del museo no sabe apenas inglés ni
tampoco de arqueología (ya les vale). Lo cierto es que se esfuerzan en
entendernos y ayudarnos pero entre las deficiencias idiomáticas y que tampoco
saben de qué les estamos hablando nos quedamos tal cual.
Figura 3.- Tumba con inscripción sepulcral borrada.
Ya
que estamos ahí pasamos a visitar el museo. No es muy habitual en nosotros pues
preferimos aprovechar el escaso tiempo disponible pateándonos los yacimientos y
no contemplando vitrinas. Pero bueno, a falta de pan…
El
museo de Nicomedia es bastante modesto y no porque en la ciudad no hayan
aparecido reliquias de valor (todo lo contrario, cada vez que cavan un cimiento
en esas colinas salen maravillas) sino porque tradicionalmente han sido
trasladadas al museo arqueológico de Estambul (que no está demasiado lejos). La
visita se hace un poco incómoda porque llevamos a un guardia jurado detrás todo
el tiempo. No es que busque controlarnos sino que, dado que en el museo no hay visitantes
lo mantienen cerrado y a oscuras, siendo la misión de dicho guardia dar la luz
a las distintas salas y apagarlas cuando salimos. Sea como sea, el caso es que
preferimos salir al jardín del museo donde hay un puñado de piezas expuestas:
tal vez menos valiosas pero que se pueden admirar con más tranquilidad al no
tener que llevar ya al vigilante pegado a nuestros pasos.
Figura 4.- Tapa de tumba ricamente ornamentada.
Las
fotos que ilustran esta entrada corresponden a algunas de las piezas más
interesantes que pudimos contemplar allí.
La
figura 1 corresponde a una gran estatua de Hércules esculpida en un precioso
mármol blanco. Merece la pena destacar su excelente estilo clásico;
posiblemente sea copia de alguna obra griega anterior. La figura 2 es una estatua de la diosa Atenea,
tallada en un estilo más local y por tanto menos refinado que el anterior.
Conserva restos de su policromía original, siendo su envergadura similar a la
de la estatua de Hércules: alrededor de tres metros de altura.
Fig 5.- Tumba con inscripción griega.
En
el jardín hay varias tumbas de tipo helenístico con lo que ello implica de generoso
tamaño, profusión de inscripciones, riqueza ornamental, etc. Las podemos datar
en época imperial romana. Aquí podemos observar tres de ellas (figuras 3, 4 y
5). La tumba de la figura 3 llama especialmente la atención porque la
inscripción con el nombre y demás datos del difunto ha sido borrada adrede
utilizando un escoplo, probablemente al objeto de reutilizar la tumba en algún
momento bastante posterior a su uso original. De la segunda tumba (figura 4)
sólo se expone la ornamentada tapa, falta el sarcófago de pieza encima del cual
se apoyaba. En cuanto a la tumba de la figura 5 merece la pena destacar la
larga inscripción dedicatoria, muy trabajada, que contrasta vivamente con la
casi total ausencia de ornamentación escultórica.
Figura 6.- Friso con tritón.
Por
último podemos contemplar un hermoso friso con la representación de un tritón
(figura 6), varias columnas coronadas por capiteles de orden corintio y jónico
pertenecientes a distintos edificios (figura 7) y un imponente pedestal
marmóreo con inscripción griega en su parte superior (figura 8).
Cansados
de bregar con el agobiante tráfico de Izmir así como persuadidos de que la
vieja Nicomedia no conserva ya apenas nada que enseñar al visitante, realizamos
una frugal comida y nos disponemos a abandonar la ciudad. Somos conscientes de
que nos queda un buen trecho hasta llegar a Nicea, la siguiente etapa en
nuestro viaje, y preferimos hacer el camino de día. Mientras nos montamos en el
coche experimentamos una acusada sensación de desilusión: no en vano habíamos
esperado más de Izmit y ésta nos ha decepcionado.
Figura 7.- Columnas con capiteles.
El
viaje a Nicea será cualquier cosa menos fácil. Todavía no nos hemos hecho con
el país ni con el GPS de manera que llegar a cualquier parte nos cuesta un
triunfo. Así, cuando nos queremos dar cuenta, nos encontramos entrando en una
suerte de parque natural, entre montañas boscosas. Un cartel nos informa que
Iznik (Nicea) se halla a unos sesenta y cinco kilómetros por carreteras de
montaña (una hora y media de viaje). Como en principio le hemos dicho al GPS
que nos mande exclusivamente por carreteras asfaltadas, no desconfiamos. Así
pues, tomamos la carretera D595. El paisaje es muy agradable: verde, arbolado,
con arroyos… cada pocos kilómetros atravesamos pequeños pueblitos adornados con
recogidas mezquitas. Tiene su encanto. Así durante una hora larga. De pronto, a
la salida de uno de los pueblitos, el asfalto se acaba y la carretera D595 se
convierte en una pista de tierra con baches, barro (había estado lloviendo los
días anteriores) y algún que otro derrumbe. En principio decidimos seguir. La
tarde está cayendo pero aún se ve bastante bien. Entonces la pista (no la voy a
llamar carretera) se pone a trepar por la montaña, cada vez más arriba, con
curvas cada vez más cerradas y con el ancho de calzada cada vez más escueto.
Empezamos a preocuparnos en serio. La noche se acercaba en las dichosas
montañas entre Nicomedia y Nicea. Pronto llegó el primer patinazo en el barro.
Nada grave pero se notaba. Luego el segundo; poco después el tercero. Ahí ya no
pudimos más y, aunque sólo nos quedaban unos dieciocho kilómetros para llegar a
Iznik, decidimos dar la vuelta y deshacer lo andado. Desde luego no era plan de
quedarse con un coche de alquiler atascado en una revuelta perdida en mitad de
la nada. Posteriormente averiguamos que esa ruta entre las montañas era la
misma que habían seguido las legiones de Septimio Severo, en el año 194, en su
marcha desde Nicomedia hacia Nicea en pos del ejército de Pescenio Níger, que
las esperaba apostado al pie de las murallas de esta última ciudad. El choque
conocido como la batalla de Nicea-Cios tendría lugar a unos 12 kms de Nicea, en
la ruta que estábamos llevando nosotros, finalizando con la derrota nigerina y
la subsiguiente caída de las provincias de Asia y Bitinia en manos de Septimio
Severo. ¡Qué suerte la nuestra!
Figura 8.- Pedestal con inscripción griega.
Enfurecidos
con el GPS que nos había metido en semejante trampa mortal, retornamos a Izmit.
Con la ayuda de un pobre mapa de la zona que tenemos diseñamos una ruta
bastante larga pero segura, por carreteras más o menos importantes. Primero al
este, luego al sur y finalmente al oeste. La idea es rodear el gran macizo de
sierras que separan Nicomedia de Nicea. No son menos de doscientos kilómetros
pero a esas alturas preferimos andar lo que haya que andar y dejar los
experimentos para otro día. El viaje se hace pesado y largo pues ya es
totalmente de noche y además estamos muy cansados, mas al final, tras tres
horas de marcha, conseguimos llegar a la modesta localidad de Iznik-Nicea. Como
última broma el GPS se dedica a mandarnos de un sitio a otro de Iznik sin
acertar a localizar el hotel donde tenemos la reserva. Media hora más de
confuso acá para allá. Nuevamente hay que tirar de mapa para, valiéndonos del
lago Ascania como referencia, lograr llegar al hotel. Eso sí: a diferencia de
Nicomedia, su rival histórica, Nicea no ha tardado en salir a nuestro encuentro
en la forma de un potente tramo de muralla romana débilmente iluminado por la
amarillenta luz de un farolillo callejero. Su visión nos reconforta el alma,
facilitando nuestro descanso. ¡Qué ganas de que amanezca para podernos patear
Nicea!
Atardecer en las montañas entre Nicomedia y Nicea.
2 comentarios:
¡¡Bravo!!!
Hacía muchísimo que no disfrutaba tanto con un diario de viaje. Estoy deseando que se publique el Día 2 :)
Me alegro mucho de que te haya gustado, Adolfo. Estos cocinando el día 2. A ver si te gusta igual...
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