jueves, 28 de marzo de 2019

Calatrava la Vieja. Entre la historia y la leyenda...

La ciudad-fortaleza de Calatrava la Vieja, antaño bastión capital del poder islámico en la península Ibérica, es hoy uno de los parques arqueológicos más importantes de Castilla la Mancha y, en su tipo, de España entera.

No es para menos ciertamente, habida cuenta la espectacularidad de sus ruinas localizadas en el término de de Carrión de Calatrava, 9 kilómetros al este de Ciudad Real capital. Y sin embargo el principal valor del yacimiento no es el visual, por sublime que éste sea, sino el histórico hasta el extremo de poderse calificar a la mítica Calatrava como uno de los enclaves protagonistas de nuestra Edad Media. Conozcamos, pues, un poco este lugar del que tanto se ha escrito en los últimos ocho siglos…

La ciudad-fortaleza de Calatrava, vista desde su frente meridional. A la derecha, la alcazaba.

Su fundación debe retrotraerse a una época tan lejana como el siglo VIII, posiblemente en tiempos del último gobernador de al-Ándalus -dependiente del califato de Oriente con sede en Damasco (Siria)-, Yusûf Abd al-Rahmân al-Fihrî (747-756). El asentamiento, erigido sobre otro anterior de filiación romana detectado arqueológicamente, recibiría el nombre de Q´al at Rabah –el Castillo de Rabah—, posteriormente romanceado en Calatrava. Ignoramos todo sobre este Rabah más allá de que debió ser el caudillo fundador de la plaza. Sí que sabemos, no obstante, que la nueva medina fue poblada con gentes procedentes de la antigua urbe hispano-visigodo-romana de Oreto (la Oretum Germanorum de los textos clásicos), a la sazón identificada con los vestigios exhumados en el Cerro Domínguez, término de Granátula de Calatrava. Transferidas a la postre todas las competencias administrativas de la vieja plaza hispana, muy castigada durante la invasión al tratarse de la cabeza de la comarca, a la fundación andalusí, no tardaría aquélla en quedar deshabitada con la sola excepción de la guarnición de la fortaleza, todavía reconocible en su decrepitud, erigida por manos ismaelitas en lo más alto del cerro así como secularmente dependiente de Calatrava.

El paraje escogido como solar de la nueva ciudad era una meseta de suelo  pantanoso, bastante extensa, con la particularidad de estar encajada en un meandro del río Guadiana, cuya corriente la rodeaba por tres de sus cuatro flancos, haciendo las veces de excelente foso defensivo. Dotada, pues, de un considerable valor táctico en razón de su potencial defensivo, Calatrava gozaba también de una gran importancia estratégica al estar situada a mitad de camino en la ruta, romana de origen, que comunicaba Toledo, la antigua capital visigoda, con Córdoba, la nueva capital de la Hispania musulmana.

Torre pentagonal de la muralla urbana de Q´al at-Rabah. A la izquierda uno de los muchos cubos rectangulares de flanqueo.

La primera mención de Q´al at Rabah en las fuentes históricas, reseñada por ibn Idari en su célebre Bayan al-Mugrib, nos lleva al año 785, fecha de la batalla de Cazlona, librada junto a los muros de la antiquísima ciudad ibérica de Cástulo entre los ejércitos de Abd al-Rahman I, último de los príncipes Omeyas orientales y primero de los occidentales y los de Abu l-Aswad, hijo del depuesto gobernador abbasí de al-Ándalus, Yusûf Abd al-Rahmân al-Fihrî; a la postre saldada con la victoria del primero y la proclamación por ende del emirato de al-Ándalus como entidad independiente del Califato de Oriente. Parece ser que los restos del ejército abbasí, liderados por su derrotado líder Abu l-Aswad, fueron perseguidos por los victoriosos omeyas hasta Calatrava, donde pudieron refugiarse. Esto indica que ya por aquel entonces la medina estaba fortificada, algo por otro parte perfectamente lógico habida cuenta su condición de cabeza de la comarca en detrimento de la Oretum hispánica.

La importancia de Calatrava como bastión fue incrementándose a medida que los roces entre el poder Omeya, centralizado en Córdoba, y los levantiscos moradores de la ciudad de Toledo, poblada por muladíes y bereberes –pocos árabes por tanto, a la sazón los principales valedores del clan Omeya-- iban enrareciendo el ambiente en toda la submeseta sur, impregnando sus diáfanas llanuras con el aroma de la rebelión. Por fin, allá por el año 829, reinando en al-Ándalus Abd al-Rahman II, estalla la revuelta en la ciudad del Tajo, cuyas tropas ponen en jaque a las cordobesas hasta el extremo de atacar Calatrava hacia el año 832, sin conseguir tomarla. Derrotada la rebelión, Toledo permanecerá leal a Córdoba durante el resto del reinado de Abd al-Rahman II. Sin embargo, a su muerte, acaecida en 852, la ciudad vuelve a las andadas. Su primera acción militar contra el nuevo emir, Muhammad I, se dirige contra Q´al at Rabah, principal bastión cordobés al norte de Sierra Morena del que dependen todos los hisn –asentamientos fortificados— de una vasta región aproximadamente coincidente con la actual comarca natural de la Mancha. En esta ocasión la plaza será tomada al asalto por los rebeldes y destruida. Abandonada tras la marcha de los toledanos, permanecerá desierta durante un año, tiempo éste empleado por los cordobeses en retomar el control sobre la zona. Pero la sediciosa Toledo, lejos de amilanarse por este retroceso, continúa arrogante y poderosa, desafiando a las huestes emirales desde su inexpugnable emplazamiento flanqueado por las bravas aguas del Tajo. Es por este motivo que el emir Muhammad decide convertir Calatrava en una auténtica plaza fuerte, a fuer de elevarla a la categoría de punta de lanza cordobesa frente a Toledo, capaz de coordinar todo el dispositivo militar de cerco a la rebelión. Para ello no habrá de repararse en gastos: la abundante plata cordobesa estimula tanto a los alarifes andalusíes que logran levantar en muy poco tiempo un impresionante conjunto fortificado sin nada que envidiar a los más poderosos de la península. De hecho, la mayor parte de las estructuras castellológicas que hoy podemos contemplar en el yacimiento fueron erigidas en este momento. El resultado fue una auténtica ciudad-fortaleza en el más puro estilo musulmán, con su muralla urbana cuajada de cubos, dos grandes corachas, torres albarranas, sofisticadas entradas en codo y, lo más importante, una maciza alcazaba, de impresionante aspecto.

Acceso en codo, con giro hacia la derecha, localizado en el sector meridional de la muralla urbana.

La definitiva derrota de Toledo no se producirá hasta los inicios del reinado de Abd al-Rahman III (912-961). Son más de seis décadas de lucha casi continua, sólo interrumpida por fugaces sumisiones toledanas, en ningún caso sinceras, durante las que el emirato Omeya consigue a duras penas y no sin alguna que otra debacle mantener el control sobre Calatrava y con ella sobre la comarca manchega.

La época califal supone un periodo de cierta calma en esta zona de al-Ándalus, la cual se degradará a la muerte de Almanzor y el inicio de la descomposición del Califato. A medida que la guerra civil se extiende por al-Ándalus, irán escapando las distintas regiones al control cordobés. La comarca señoreada por la gran plaza de Calatrava será una de estas áreas desafectas. Incluso llegará a formar un reino independiente (una taifa) a la caída del Califato –1030--, efímero en todo caso ya que a los pocos años será engullido por la poderosa taifa toledana de los bereberes Banu Di-l-Nun, en cuyas manos permanecerá durante medio siglo a modo de guardián de la frontera toledana frente al vigoroso reino de Córdoba, luego de Sevilla. 

La capital toledana pasará a dominio cristiano en 1085 junto a la mayor parte de la taifa. Sin embargo Calatrava seguirá por el momento en poder islámico ya que muy poco antes ha sido ocupada por el rey de Sevilla al-Mutamid junto a todas las fortalezas de su entorno, aprovechando el hundimiento de su vecino del norte. Seis años después cambiará otra vez de propietario al incorporarse al imperio almorávide tras la derrota de la taifa sevillana, a la sazón concluida con la toma de su capital por las tropas del sultán Yusuf ben Tasufin y el envío de al-Mutamid en calidad de prisionero a la fortaleza de Agmat, al pie de los montes Atlas, donde permanecería el resto de su vida. 

La coracha de la muralla urbana vista desde uno de sus torreones.

Como ya hiciera en tiempos de los emires de al-Ándalus, Calatrava volverá a enfrentarse bajo la égida almorávide a la ciudad de Toledo. Los adalides de esta última ciudad, escudo amurallado del reino castellano-leonés, considerarán durante medio siglo a los de Calatrava como sus enemigos naturales. Es el tiempo de los caballeros fronteros: hombres frugales y valerosos de ambas religiones que tras reunir un puñado de combatientes, animosos como ellos, se adentran en la tierra de nadie que media entre las dos grandes plazas antagónicas para caer por sorpresa sobre los predios enemigos y sembrar la destrucción. Debemos a la Crónica del Emperador Alfonso VII, escrita por mano anónima a finales del siglo XII, algunas de las mejores descripciones acerca de esta época, ruda y guerreada, protagonizada por hombres como Munio Alfonso, alcaide cristiano de Mora o al-Faray, su homólogo musulmán en la ciudad-fortaleza de Q´al at Rabah. Finalmente, Calatrava será conquistada con toda su comarca en 1147, reinando en Castilla y León el gran emperador Alfonso VII que sabe aprovechar perfectamente el desmoronamiento del poder almorávide en África. Poco después la plaza, con su alfoz, será entregada a la Orden del Temple para su explotación y defensa.

Los templarios retendrían la fortaleza hasta 1157, fecha en que inopinadamente los míticos monjes-soldado renuncian a la posesión en el peor momento ya que se espera un ataque inminente por parte del nuevo poder imperante en el Magreb y al-Ándalus: el imperio almohade. Don Sancho III, el joven rey de Castilla, se verá de pronto en una situación muy apurada al encontrarse sin tropas de reserva con las que acudir a su frontera sur al tenerlas todas ocupadas en la frontera con el reino de León del que también se espera una pronta ofensiva. Parecía que la catástrofe se cernía sin remedio sobre Castilla cuando un fraile del monasterio de santa María de Fítero (Navarra), antiguo caballero que había viajado hasta la corte en compañía de su abad, el futuro San Raymundo, se ofrece al monarca para reunir a su costa una hueste con la que defender la plaza amenazada a cambio de la donación de ésta a su congregación. Sin nada que perder, don Sancho accede, verificándose la donación en enero de 1158. A partir de ese instante los dos monjes disponen de muy pocos meses para allegar los medios necesarios para la defensa de la fortaleza antes de que la llegada de la primavera ponga a los almohades en el camino de Calatrava. Ni cortos ni perezosos los nuevos propietarios de la mítica plaza solicitan auxilio al arzobispo de Toledo, posiblemente el prelado más rico y poderoso de todos los que componían la iglesia española, quien no sólo les dio una espléndida limosna sino que además cuidó de promulgar una bula por la cual concedía diversas indulgencias a cuantos acudieran en defensa de Calatrava ya fuere ofreciendo sus propias personas o mediante la aportación de dinero, armas, caballos o cualquier otra cosa útil. Muy grande debía de ser el ascendiente del arzobispo sobre las gentes de su archidiócesis así como espléndidas las indulgencias contenidas en su bula ya que enseguida acudió a Toledo gran número de gentes procedentes de todo el reino. Pertrechados convenientemente merced a las donaciones que por doquier llegaban, el abad pudo transformar aquella heterogénea multitud en un respetable ejército, al mando del cual partiera hacia el sur, llegando sin novedad a la desierta Calatrava, cuyas murallas guarnicionaron con esmero. Ahora sólo quedaba esperar un ataque que nunca llegaría toda vez que los almohades, enterados de lo ocurrido por sus adalides de frontera, decidieron dejar para mejor ocasión el asalto a la plaza manchega.

       Los imponentes torreones de flanqueo de la alcazaba en su frente occidental.

El júbilo se extendió por Castilla cuando se supo que los musulmanes, impresionados por el despliegue organizado en torno a Calatrava, habían resuelto no atacar la plaza. A partir de ese momento el abad Raymundo podía pedir lo que quisiera a su rey. Incluso el maestrazgo de  una nueva Orden militar, a imitación de las jerosolimitanas, sólo que ésta de carácter exclusivamente hispano, creada tanto para defender lo ya ganado a los moros como para ampliar los reinos cristianos a costa de aquéllos. Acababa, pues, de nacer la primera Orden de caballería española, nombrada de Calatrava como el solar que la viera nacer y cuyos pioneros fueron aquéllos de entre los hombres de don Raymundo que, renunciando voluntariamente a los gozos y liviandades de este mundo, quisieron tomar el hábito de monjes, retener la coraza de los guerreros y acompañar con entusiasmo a su señor en la lucha por la Cristiandad.
      
La  nueva Orden fue confirmada por el papa Alejandro III en 1164 según la regla otorgada por el Capítulo General del Cister, lo que implicaba el seguimiento de la Regla de San Benito convenientemente matizada. Enseguida el fulgor heroico de la institución atrajo sobre sí un largo rosario de donaciones que la colocaron en disposición de sostener con garantías no sólo su casa madre –Calatrava—sino también buena parte de las fortalezas menores de los contornos, yermas desde su conquista en tiempos de Alfonso VII al carecer los monarcas castellanos de medios para su defensa. Caracuel, Alarcos, Benavente y Almodóvar del Campo son algunos de los castillos puestos en valor en aquel tiempo por los caballeros de Calatrava con la aquiescencia del rey Sancho III y de su hijo el gran Alfonso VIII; todos ellos provistos de su correspondiente alfoz, la suma de los cuales conformaba un territorio tan extenso como compacto amen de bien fortificado desde entonces conocido por el nombre de Campo de Calatrava. 

Puerta de la alcazaba. Flanqueada por dos poderosos cubos, destaca el enorme arco de medio punto entre ambas, salvando el vano.

Pero el destino de la Orden de Calatrava estaba muy lejos de ser un camino de rosas.  Así, tras una pletórica segunda mitad del siglo XII, llegó el aciago 19 de julio de 1195, fecha de la mayor derrota sufrida por las armas cristianas frente a las musulmanas en toda la Edad Media. Aquel día, en la amplia llanura que se abre a levante del castillo de Alarcos, flanqueada por las tranquilas aguas del Guadiana, las huestes de Alfonso VIII, que habían llegado hasta allí dispuestas a impedir la entrada del enemigo sarraceno en el reino, fueron completamente derrotadas por las del tercer califa almohade Abu Yusuf Ya´qub al-Mansur, señor de un vasto imperio en la cima de su poderío.
          
La derrota de Alarcos supuso un golpe terrible para la Orden de Calatrava. En pocos días los norteafricanos se apoderaron de todos los castillos del campo de Calatrava, en su gran mayoría evacuados de antemano, presentándose finalmente frente a las murallas de la capital, a la sazón defendida por muy pocos caballeros dadas las sensibles perdidas de la batalla y la mucha gente que andaba todavía huída. Parece ser que los freiles declinaron la oferta de rendición del califa, sucumbiendo todos durante el posterior asalto a la ciudad-fortaleza. Años después, una vez recuperada Calatrava, sus heroicos restos serían desenterrados y vueltos a enterrar en una suntuosa cripta del gran castillo-convento de Calatrava la Nueva, expresamente labrada para acogerlos.

   Torres responsables del mantenimiento del foso húmedo. La de la derecha sujetaba la      estructura de la noria que elevaba el agua del río; la de la izquierda –hueca—hacía las veces de depósito acuario.

Bien guarnecida así como fortalecida con algunas obras de envergadura, Q´al at-Rabah retomaría su vocación de antagonista de la urbe toledana. Así permanecerá 17 largos años hasta que el 1 de julio de 1212 es retomada para Castilla por el mismo ejército que unos cuantos días mas tarde derrotará al ejército almohade en la celebérrima batalla de las Navas de Tolosa. Como es natural, la plaza volvió a ser investida como cabeza de la Orden de su nombre tras la campaña de las Navas. Así permaneció un breve puñado de años pues enseguida los freiles constataron la gran insalubridad del emplazamiento, rodeado por un pantanoso Guadiana del que brotaban enjambres de insectos. Reunido el capítulo de la Orden en la alcazaba de la antigua ciudad musulmana se decidió la construcción de una nueva sede. La altivez de los monjes-soldado se unió entonces a su vocación castrense para imaginar una magnífica fortaleza, imposible de tomar por la fuerza. El lugar escogido para hacer realidad tan grandioso proyecto fue el cerro del Alacranejo, término de Aldea del Rey. Algunos investigadores piensan que allí se alzaba ya una fortificación: el castillo de Dueñas. Otros sin embargo lo niegan, proponiendo incluso localizaciones alternativas para los restos de este castillo. El autor de este artículo se inclina, no sin reservas, por esta segunda posibilidad. Sea como sea, sabemos que para 1217 las obras del nuevo Sacro Castillo-Convento estaban lo suficientemente avanzadas como para permitir el traslado hasta su iglesia de la Virgen de los Martires, imagen muy venerada por los calatravos y los restos de los caballeros muertos en la pérdida de Calatrava de 1195. El gigantesco castillo, con diferencia el mayor de Castilla, sería finalmente concluido hacia 1226, trasladándose en ese mismo año la sede de la Orden a su recinto. A partir de ese momento la enorme fortaleza pasaría a ser conocida como Calatrava la Nueva, correspondiéndole el apelativo de “la Vieja” a la Calatrava del Guadiana, en lo sucesivo cabeza de una de las encomiendas calatravas. Así permanecería durante dos siglos hasta que la falta de enemigos aconsejó a los freiles abandonar la seguridad de las centenarias murallas y trasladar la sede de la encomienda a un lugar más sano: el actual Carrión de Calatrava. Nunca más volviera a vivir nadie en Q´al at-Rabah si bien sus estructuras se conservaron en buen estado durante bastante tiempo. Así nos lo hace saber Fernando Colón, quien en los albores del imperio Español se desviara de su camino hacia el sur para sumergirse un rato en la contemplación de los restos de la ciudad yerma.

CALATRAVA LA VIEJA. DESCRIPCIÓN.
            
Tratándose como se trata de una ciudad y no un castillo aislado –alcázar—o un asentamiento fortificado menor –hisn— Q´al at Rabah dispone de todos los elementos defensivos propios de una medina islámica, normalmente divisibles en las fortificaciones de la ciudad en sí y la alcazaba: reservada a la guarnición de la ciudad así como alojamiento habitual del gobernador de ésta.

El patio de armas de la alcazaba, lleno de los restos de antiguos edificios.

En efecto, el núcleo urbano propiamente dicho cuenta para su protección con una soberbia muralla flanqueada cada pocos metros por cubos rectangulares, macizos y con escasa proyección hacia el exterior, de tipología claramente musulmana más alguno que otro pentagonal, recientemente excavado, de inspiración preislámica. Merece la pena destacar, allá en su frente sur, la entrada en codo abierta en esta muralla, datada arqueológicamente en época del emir Muhammad I y que es, por lo tanto, el elemento de su tipo más antiguo de la península, muy anterior desde luego a las obras almohades, tradicionalmente consideradas las introductoras de esta clase de defensa en la península. También resulta impresionante la gran coracha del vértice NO, posiblemente la mayor de la península, por medio de la cual los habitantes de la ciudad podían tomar el agua del Guadiana en caso de asedio sin abandonar la protección de sus muros.

En cuanto a la alcazaba de Calatrava, se trata sin duda del elemento más espectacular de todo el conjunto fortificado. Bastante más espesos y altos, los muros de este formidable bastión dominan con tamaña autoridad a los de la ciudad aneja que no cabe la menor duda de su doble finalidad como último reducto de la plaza y, a la vez, como elemento intimidatorio sobre los habitantes de la misma a fin de convencerles de la conveniencia de dejar a un lado toda tentación de rebelarse contra la autoridad central cordobesa representada por el gobernador y sus soldados de guarnición en la alcazaba.

Restos de los pilares que sostenían la bóveda de la sala de audiencias

Aparte de sus enormes torreones rectangulares, el elemento más significativo de esta alcazaba es el magnífico arco de medio punto que cubre el vano de acceso a la ciudad, a la sazón el único por el que se podía penetrar en su interior. Se trata de una obra de desaforadas proporciones, sin paralelos en el mundo andalusí, en la que se ha visto una clara intención propagandística por parte de su constructor, el emir Muhammad I, de cara a los rebeldes toledanos. Labrado en firme mampostería, conserva los mechinales de la cimbra utilizada para su construcción. 
Por si fuera poca esta realización, la alcazaba de Calatrava contaba también con otra estructura única en su género consistente en un sistema de captación de las aguas del Guadiana y relleno posterior del foso seco excavado en el frente no guarnecido por la corriente del río a fin de generar algo tan inusual en nuestra más bien seca península como un foso húmedo. Dicho sistema consistía en una gran noria de canjilones, típicamente islámica, montada en una de las torres exteriores de la alcazaba así como encargada de elevar un agua que era a continuación conducida hasta un gran depósito acuario labrado en el interior de la torre siguiente, desde donde se hacía llegar por nuevas conducciones hasta el foso seco en cuestión. El empleo de este gran depósito, con su ingente reserva de líquido, permitía mantener el nivel de agua en el foso incluso en pleno verano. Semejante tipo de estructura, de obvia inspiración romana, no volvería a verse en tierras del Occidente europeo hasta mucho tiempo después del remoto siglo IX en que se construyera en este caluroso paraje del interior de España.

Frente meridional de la alcazaba en el que destaca una robusta torre albarrana,
erigida en tiempos del emir Muhammad I.


El interior de la alcazaba se encuentra bastante saturado de edificios entre los que destacan una sala de audiencias de factura musulmana, la iglesia erigida por los calatravos sobre los fundamentos de una obra anterior templaria que quedara a medio construir y las dependencias propias de la encomienda. También disponía la alcazaba de su propia coracha, más modesta que la de la ciudad y cuyos pobres restos podemos ver cerca de su vértice NE. Por último, debemos reseñar la presencia de dos torres albarranas protegiendo el frente meridional de la alcazaba –el más débil por faltarle la defensa del río--. La más occidental de ellas es de origen emiral ya que posee en su base la misma clase de sillares que los muros próximos de la alcazaba, sin embargo la segunda es considerada obra almohade a juzgar por sus características constructivas.

1 comentario:

Adolfo Ruiz dijo...

Magnífico. Si ya tenía ganas de conocer Calatrava la Vieja, ahora tengo incluso más.

¡¡Muchísimas gracias!!