jueves, 3 de agosto de 2017

Descubriendo Asia Menor II. Día 3, 2ª Parte. El santuario de Claros.

El santuario de Claros se encuentra a 4 kilómetros al norte de Notion. El paisaje que lo rodea es llano; su clara tierra aparece cubierta por una verde capa de árboles frutales, sobre todo naranjos y mandarinos. Dada la fecha, finales de noviembre, los frutos están maduros y listos para la recogida. La verdad es que tienen una pinta excelente.

Tras un corto paseo por el campo llegamos hasta la valla que delimita el emplazamiento del antiguo complejo sacro. Nos encontramos a punto de conocer el que fuera uno de los santuarios oraculares más importantes del mundo helénico. Merece, pues, la pena pagar la entrada al yacimiento y penetrar en su interior.

Foto 1.- El propileo del santuario de Claros visto desde el interior de éste.

La primera referencia escrita alusiva al santuario de Apolo Clarios data de la segunda mitad del siglo VII a.C., apareciendo en los llamados Himnos Homéricos, en el himno III dedicado a Apolo, como “la espléndida Claros”. Las excavaciones arqueológicas permiten atrasar esta fecha hasta el siglo X a.C. (se han hallado fragmentos de cerámica protogeométrica) si bien se ignora si este asentamiento primigenio era de naturaleza religiosa, una suerte de proto-santuario, o de tipo convencional.

Foto 2.- Detalle del propileo con sus tambores de columna y algunos sillares de los muros perimetrales.

Los mitos fundacionales griegos relativos al santuario comienzan su relato contando cómo tras la conquista de Tebas por los epígonos, los videntes tebanos Teiresias y Manto, padre e hija respectivamente, fueron reducidos a la cautividad. Sus aprehensores epígonos, en vista de sus dones sobrenaturales, decidieron enviarlos al oráculo de Delfos en calidad de presente al dios Apolo, acompañados por un grupo de tebanos cautivos. Solamente Manto llegaría a Delfos pues su padre moriría en la travesía. Presentada ante el oráculo, éste ordenaría a Manto tomar bajo su dirección a los compatriotas tebanos que la acompañaban y poner rumbo a Jonia, en la costa microasiática, donde habría de fundar una colonia para mayor honra de Apolo. El grupo desembarcó en las proximidades del actual emplazamiento de Caros pero antes de que pudieran fundar ninguna ciudad fueron capturados por el cretense Racio, que señoreaba esa parte de la antigua Caria. Manto se apresuró a señalar a Racio que habían llegado allí enviados por el dios Apolo, con el expreso mandato de fundar una ciudad. Su poder de convicción debía ser grande, al menos tanto como la devoción del líder cretense, ya que no sólo consiguió casarse con él sino también obtener su permiso para fundar la nueva ciudad. Daba comienzo así la andadura de Claros como lugar histórico. El hijo de Manto y Racio, llamado Mopso, heredó de su madre el don de la clarividencia, siendo a la sazón el fundador mítico del santuario de Claros así como el primer sacerdote que en él sirviera como oráculo. Se ignora cuánto de realidad y cuanto de ficción hay en este mito. De lo único que se puede estar seguro es que la datación más temprana proporcionada por los hallazgos arqueológicos resulta compatible con la fecha estimada en que se produjo la fundación mítica que acabamos de relatar.


Fotos 3 y 3bis.- Inscripciones talladas en los tambores de las columnas del propileo.

Los mitos griegos también cuentan que el vidente Calchas, que había participado en la guerra de Troya, viajó a Claros y retó a Mopso a ver quién era el que poseía mejores dotes de adivinación. Mopso demostró ser el mejor dotado lo que sumió en tan profunda aflicción a Calchas que murió de pena.

Durante el periodo clásico de la civilización griega el santuario de Claros se hizo famoso a lo largo y ancho del Mediterráneo oriental. Siglo tras siglo, el dios Apolo, con el apelativo de Clarios, fue adorado en este rincón de Asia Menor –bajo dominio de la ciudad de Colofón--, viajando innúmeros peregrinos hasta su sagrado reciento en pos de una respuesta a sus preguntas, las cuales eran contestadas por los sacerdotes de Apolo que cuidaban del santuario. Las excavaciones arqueológicas han fechado en el siglo IX a.C. las primeras evidencias de prácticas religiosas en el área del santuario, al parecer concentradas alrededor del surgidero de un manantial de agua fresca. Sin embargo no se ha detectado ninguna estructura relacionable directamente con el santuario anterior a la segunda mitad del siglo VII a.C. y aún en este caso se trata de un simple altar semicircular, no muy grande. Asímismo, resulta necesario avanzar en el tiempo hasta los estratos correspondientes a mediados del siglo VI a.C. para encontrar las primeras edificaciones de cierta entidad erigidas en el área sacra: un gran altar rectangular, un templo dedicado a Apolo y otro más pequeño dedicado a su hermana, la diosa Artemisa (en su advocación de Artemisa Claria), ambos adornados con estatuas de tipo arcaico, las célebres korei, algunos fragmentos de las cuales han sido exhumados durante las excavaciones.

Foto 4.- Ruinas del katagogeion de Claros.

La fama del santuario era celebrada cada cinco años en que se celebraban los llamados Juegos Clarios en honor a Apolo. El lugar recibía tan crecida cantidad de visitantes que con el correr de los años se hizo necesario ampliar los edificios sacros. Fue así como a comienzos del siglo III a.C., en plena helenística, comenzaron a levantarse un nuevo gran altar y un nuevo templo de Apolo aprovechando parcialmente las estructuras pre-existentes. En paralelo con las obras mayores (que en el caso del nuevo templo de Apolo nunca llegaron a concluirse) los agradecidos peregrinos contribuyeron también a embellecer y magnificar el santuario grabando sus nombres en altares votivos, en columnas y en lápidas delicadamente talladas. Algún tiempo después se llevó a cabo la construcción de una entrada monumental (propileo).

Foto 5.- Tambor de columna perteneciente al monumento en honor a Poleamios.

Tras la victoria romano-pergamena en la batalla de Magnesia (190 a.C.) y la retirada de las huestes seleúcidas de la mayoría de Asia Menor, Colofón se apresura a declarar su sumisión a Roma, personificada en los hermanos Escipión: Lucio Cornelio Escipión, en calidad de cónsul e imperator del ejército de campaña romano, y su lugarteniente Publio Cornelio Escipión, el Africano, el vencedor de Anibal. La respuesta de los escipiones sería una carta en la que rubricaban el compromiso de protección por parte de Roma para con Colofón y garantizaban la inviolabilidad del santuario de Claros.

Foto 6.- Columna levantada en honor de sexto Apuleyo.

Las visitas al santuario de Claros continuaron durante la época romana, alcanzando su apogeo en los siglos II y III de nuestra Era. Importantes personajes se desplazaron hasta allí para escuchar las respuestas del oráculo de Apolo Clarios, entre los que podemos citar a Lúculo –el vencedor de Mitrídates VI--, a Pompeyo el Grande (ambos levantaron una columna votiva en agradecimiento a Apolo) y a Germánico. Éste último pasó por allí en el 18 d.C. El oráculo le reveló que su muerte estaba cercana, muriendo en efecto un año después con tan sólo 33 años. En época de Adriano se realizarán las últimas intervenciones de entidad en el complejo sacro, concretamente en el templo de Apolo, destinadas a adecuar su cella para recibir tres imponentes estatuas (Apolo, Artemisa y Leto, la madre de ambos), recién esculpidas para mayor gloria de la divina familia y del santuario.



 Foto 7 (arriba).- Base rectangular de sillería para estatuas. Foto 8 (centro).- Base cilíndrica para estátua con inscripción griega en ella. Foto 9 (abajo).- Bases de estatua (una de ellas corrida, con asiento central) y columna honorífica.

Conocemos relativamente bien cómo actuaba el oráculo de Claros gracias a los escritores de la Antigüedad. Así, Tácito nos informa que los sacerdotes del santuario eran escogidos entre los miembros de ciertas familias de Mileto, siendo siempre del género masculino. Los visitantes se limitaban a enunciar su nombre y número (en la lista de consultantes del día), esto es no expresaban su consulta, y los sacerdotes respondían de forma supuestamente milagrosa pues siempre se podía relacionar la respuesta con la eventual pregunta. Lo cierto es que ya en la Antigüedad hubo escépticos que desconfiaron de la presunta intervención divina en el proceso, alegando que el oráculo proporcionaba solamente respuestas ambiguas y estereotipadas, llenas de lugares comunes, incluso repitiéndose de unos visitantes a otros. Por su parte, Plinio el Viejo señala que “en Colofón, en la cueva del Apolo Clarios, hay un estanque, cuya agua, al beberla, otorga el poder de pronunciar maravillosos oráculos; sin embargo las vidas de los que beben de ella se acortan”. Tácito confirma estas palabras aclarando que los sacerdotes, una vez conocida la identidad del consultante, penetraban en el interior del templo de Apolo donde bebían de una fuente misteriosa, hecho lo cual pronunciaban su respuesta en forma de poema.


Fotos 10 y 10bis.- Ruinas del gran Altar de Apolo.

A principios del siglo IV d.C. el santuario sería visitado por el filósofo neoplatónico Jámblico. Gracias a él sabemos que las consultas al dios Apolo se realizaban de noche, no sirviendo todas las noches para ello sino sólo algunas. Es por ello que los visitantes tenían que esperar la llegada de una noche apropiada, tiempo éste que aprovechaban para prepararse adecuadamente para el momento clave. Esto se verificaba participando en ceremonias religiosas, realizando ofrendas en el gran altar de Apolo, iniciándose en determinados cultos mistéricos… todo lo cual conllevaba una serie de gastos para el visitante cuyo montante era empleado en la manutención del santuario. Jámblico también destaca que el sacerdote caía en trance durante su presunta comunicación con Apolo, perdiendo toda conciencia de sí mismo hasta el punto de ignorar posteriormente lo dicho durante el éxtasis místico. Al igual que otros santuarios famosos, como el de Emesa o el de Delfos, el de Claros también tenía su propia piedra sagrada, su ónfalo o betilo. En su caso se trataba de un bloque de mármol azul oscuro. Su localización marcaba el punto central del santuario y de todo el oeste de Asia Menor. Un estrecho corredor comunicaba la habitación donde se guardaba el ónfalo con una segunda sala ocupada por la sagrada fuente de Apolo. Allí era donde el oráculo se recogía para beber el agua milagrosa y poder entrar en contacto con la divinidad. El manantial que alimentaba esta fuente sigue manando en la actualidad, anegando de hecho un buen pedazo del yacimiento. Una vez conocida la respuesta a su pregunta, los consultantes eran guiados a través del laberinto que conformaban y conforman los subterráneos del templo de Apolo. Mientras el oráculo se recuperaba de su trance, lo que según Jámblico a veces le costaba un considerable esfuerzo, los consultantes daban hasta siete vueltas por las oscuras entrañas del magnífico edificio, concluyendo la ceremonia religiosa con la salida al exterior, iluminado por las antorchas, donde esperaba su turno el resto de visitantes.


Foto 11 (arriba).- Silla de piedra finalmente esculpida reservada a las autoridades del santuario. Foto 12 (abajo).- Asiento en forma de exedra contiguo a la anterior silla de honor y con idéntica finalidad.

Conocemos más de trescientas inscripciones talladas en piedra conteniendo respuestas dadas por el oráculo de Claros a los consultantes, tanto personas individuales como grupos. Quizás la más célebre de todas fue localizada en las ruinas de la ciudad licia (suroeste de Asia Menor) de Enoanda (también conocida como Térmesos Menor), datada a comienzos del siglo II. Ésta fue la respuesta del oráculo a la pregunta “¿Cuál es la naturaleza de Dios?” expresada por la delegación enoandesa:

Nacido por sí mismo, no enseñado, sin madre, inquebrantable,
no da lugar a nombre alguno, pero de muchos nombres, habita en el fuego,
así es Dios: somos una porción de Dios, sus ángeles.
Esto es, pues, lo que, a quienes le preguntaban
acerca de la naturaleza de Dios,
respondió el Dios.

Esta definición de Dios, aunque de innegable origen pagano, se ajustaba tan bien al enfoque monoteísta de la religión propugnado por el cristianismo que fue utilizada por diversos autores cristianos a lo largo de los siglos. Sin lugar a dudas se trata de un ejemplo modélico de sincretismo religioso: fenómeno éste habitual en la antigüedad tardía y, desde luego, sobradamente atestiguado en el proceso de formación de la doctrina cristiana.

Foto 13.- El magnífico reloj de sol exhumado en el yacimiento de Claros.

La decadencia del santuario de Claros debió comenzar en las primeras décadas del siglo IV d.C. El motivo fue la rápida propagación del cristianismo acaecida a raíz de su legalización por Constantino I (año 313). En pocos años los antiguos centros oraculares paganos empezaron no sólo a perder visitantes sino también a ser acosados. Así, en 341 el emperador Constancio II ordenar perseguir a los sacerdotes paganos, cerrar sus templos y derruir sus santuarios. Era la antesala, el prolegómeno, de la catástrofe definitiva: en el año 380 Teodosio I rubrica el edicto de Tesalónica por el cual se reconocía al cristianismo como única religión oficial del estado romano, proscribiéndose todas las demás. En lo sucesivo acudir a un santuario como el de Claros sería un acto delictivo, igualmente ofrecer en él servicios adivinatorios (se castigaba con la muerte). El resultado fue el abandono total de templos y santuarios, los cuales quedaron como canteras de ocasión o viviendas de menesterosos, iniciándose así un proceso de amortización llamado a conducirlos hasta su casi total desaparición.

Foto 14.- Vista general del templo de Apolo Clarios.

Una vez que conocemos la historia del santuario de Claros, es hora de dirigir la vista hacia sus ruinas: testigo mudo de un pasado memorable. Lo primero que encontramos es el propileo o entrada monumental al complejo sacro (foto 1), cuya función teológica era separar el ámbito sacro del profano. En este caso se trataba de una estructura rectangular con tres vanos (tripylon) separados por columnas. Se conserva una pequeña parte del alzado de sus muros y algunos tambores de columna, acanalados (foto 2). Tanto unos como otros presentan inscripciones en mejor o peor estado (fotos 3 y 3bis), datadas en época imperial romana. Contienen una lista de las diferentes delegaciones ciudadanas que acudieron al santuario a plantear cuestiones y también una relación de los jóvenes cantores que entonaban los himnos en honor a Apolo.

Foto 15.- Esquina noreste del templo con la bien conservada escalinata en primer plano.

A la izquierda del propileo se encuentran los restos del katagogeion, esto es el edificio destinado al alojamiento de los visitantes del santuario (foto 4). Se trata de una estructura de considerable tamaño, provisto de letrina, cocina y los dormitorios propiamente dichos. Al igual que los hoteles actuales alojarse en él tenía un precio, siendo también necesario reservar habitación con anterioridad. En su estado actual se diría que es obra romana.

Foto 16.- Vista del deambulatorio exterior del templo en las inmediaciones de su esquina SE.

Una vez dentro del recinto del santuario, se sigue hacia el norte por medio de una calzada, la llamada vía sacra, otrora pavimentada, que comunica el propileo con el área del templo de Apolo. Jámblico nos informa que en esta zona del santuario creció en tiempos una arboleda considerada sagrada, la cual ya no existía en su época. A los lados de dicha calzada se alzan los restos exhumados de los monumentos erigidos en honor a los personajes más importantes que visitaron la ciudad, tanto romanos como nativos. Algunos de estos monumentos fueron construidos reaprovechando otros anteriores, de época helenística. Destaca el monumento en honor al ciudadano colofonio Polemaios, levantado en el tercer cuarto del siglo II a.C., del cual se han conservado una base con inscripción griega, un capitel jónico y algunos elegantes tambores de columna, todos ellos tallados en un precioso mármol blanco con vetas azuladas (foto 5). Otro elemento de interés es la columna levantada en honor de Sexto Apuleyo: sobrino de Octavio Augusto y procónsul de Asia durante el bienio 23-22 a.C. (foto 6). Ya en las inmediaciones del templo de Apolo podemos observar algunas bases para estatuas más y una enhiesta columna de orden jónico (fotos 7, 8 y 9), todas ellas de cronología imperatorial romana.



Foto 17 (arriba).- Vestigios del templo arcaico del siglo VI a.C. reaprovechados durante la construcción del templo helenístico. Foto 18 (centro).- Lado septentrional del templo de Apolo con tambores de columna en primera plano. Foto 19 (abajo).- Columna desplomada en el suelo por efecto de un terremoto, con sus tambores depositados in situ.

La antigua vía sacra concluye en un área llana, susceptible de inundarse dada la escasa profundidad del nivel freático en esta zona. A la derecha se encuentran los restos del gran Altar de Apolo (fotos  10 y 10bis). Posee una planta rectangular de 9 por 18 metros. En él se realizaban los preceptivos sacrificios –holocaustos— de animales en honor a Apolo y también, en ocasiones, en honor a Dionisio. Las excavaciones han exhumado los asientos de honor, bellamente esculpidos en piedra marmórea, utilizados por las autoridades del santuario y los visitantes de alcurnia durante las ceremonias sacrificiales (fotos 11 y 12). Otro hallazgo de interés realizado en el sector del gran altar es el reloj de sol (sundial) de la foto 13: muy bien conservado así como provisto de una inscripción que reza: “Atenágoras, hijo de Apolos, siendo agoranomos, lo ofreció (el sundial) a Dionisios y al Pueblo”.


Foto 20 (arriba).- Bloque esculpido otrora ubicado en el arquitrabe del templo. Foto 21 (abajo).- Fragmento de estatua femenina perteneciente a la ornamentación del mismo.

Como no podía ser de otra manera las ruinas del templo de Apolo resultan, con diferencia, el mayor atractivo del yacimiento desde el punto de vista arquitectónico (foto 14) De planta rectangular y orden dórico, poseía once columnas en los lados largos y seis en los cortos. Conserva bastante bien la escalinata de acceso, provista de cuatro grandes peldaños (foto 15) y el deambulatorio alrededor de la cella con su piso de sillería de gran tamaño (foto 16). Algunas estructuras del templo primitivo del siglo VI a.C. pueden observarse en la parte posterior del edificio (foto 17). Sus enormes columnas (1´6 metros de diámetro) presentan un profundo acanalado, perfectamente tallado (foto 18). Algunas se derrumbaron a consecuencia de un terremoto en una época posterior al abandono del templo, quedando en el suelo tal cual cayeron, con los enormes tambores desplazados siguiendo la línea de desplome (foto 19). Aquí y allá se encuentran algunas grandes piezas talladas pertenecientes al arquitrabe del templo (foto 20), también unos pocos fragmentos de estatuas procedentes de la decoración del templo (foto 21). Por su parte, la cella está bastante arrasada, conservándose poco más que su enlosado y un regular conjunto de sillares más o menos colocados en su lugar original (fotos 22 y 23). La parte mejor conservada del templo, a la postre más interesante y con mayor valor histórico, son las habitaciones subterráneas (ádyton) donde se encontraba el ónfalos de Claros y la sagrada fuente de Apolo. Las mismas a las que el sacerdote oráculo se retiraba para caer en trance y ponerse en contacto con el dios. También se ha conservado la mayor parte del trazado laberíntico que las rodeaba. Toda el área subterránea se encuentra cubierta por un techo de sillería así como por una serie de arcos redondos adovelados (foto 24), dejando espacios entre ellos (tanto entre líneas sillares como entre arcos) al objeto de permitir la comunicación directa entre los subterráneos del templo y su planta principal (foto 25). Finalmente comentar la presencia de unos pocos fragmentos de las tres estatuas colosales, correspondientes a Apolo, Artemisa y Leto, talladas y colocadas durante el reinado de Adriano.


Fotos 22 y 23.- Ruinas de la cella del templo de Apolo, con sus imponentes sillares perfectamente escuadrados.

Contigua a la gran mole del templo de Apolo, al norte de ésta, se encuentran los restos, reducidos a la condición de pobres cimientos, del templo de Artemisa (foto 26), erigido en el siglo VI a.C. al tiempo que el primer templo de Apolo. Luce una correcta fábrica de sillería de tamaño medio, bien trabajada así como provista de los típicos encastres para grapas metálicas de unión entre bloques. Sus dimensiones son mucho, mucho menores que las de su hermano mayor.


Foto 24 (arriba).- Las dependencias subterráneas (ádyton) del templo de Apolo vistas desde el enlosado de su cella. Foto 25 (abajo).- Huecos en el enlosado de la cella destinados a comunicar ésta con las dependencias subterráneas.

Concluida aquí la visita al santuario de Apolo Clarios, salimos del yacimiento y, desandando el camino, volvemos a la realidad en forma de coche y carretera. Un nuevo día de descubrimientos, de aprendizaje, de intensa degustación de la antigüedad clásica, está llegando a su fin. En ruta a Kusadasi nos detenemos en una recóndita playa, no demasiado bien cuidada. Desde allí, sentados sobre la arena, contemplamos el mortecino sol poniéndose en el horizonte, tiñendo de rojo y oro la tranquila superficie del mar Egeo. Así concluyó nuestro tercer día de visita por tierras de Asia Menor…

Foto 26.- Ruinas, muy degradadas, del templo de Artemisa Claria, construido en el siglo VI a.C.

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