Nos encontramos fuera de la ciudad de Hierápolis, en su extremo septentrional, allá donde daba (y da) comienzo la principal necrópolis de la ciudad (punto 12 del mapa de la figura 1). La idea es entrar de nuevo en la urbe y, siguiendo las calzadas enlosadas, ir posando la atención solamente en los edificios tardorromanos y bizantinos. Conviene, pues, conocer de antemano la historia de Hierápolis correspondiente a tan turbulentos periodos, los cuales se extienden desde el comienzo de la anarquía militar (año 235) hasta el abandono de la ciudad en el pleno Medioevo.
El siglo que engloba la segunda mitad del siglo III y la primera del siglo IV constituye una etapa de “tranquilo estancamiento” para Hierápolis que si bien por un lado se ve económicamente afectada por la caída de la prosperidad en todo el Imperio romano, por otro tiene la suerte de no sufrir los saqueos y depredaciones perpetrados por invasores bárbaros en diversas zonas de Asia Menor. Prueba de su relativa bonanza en época bajo imperial es la restauración de la escena del teatro atestiguada por vía epigráfica en el año 352. Desgraciadamente las cosas empeorarían bastante en la segunda mitad del siglo IV d.C. a raíz del grave deterioro causado en los monumentos de la ciudad por un nuevo terremoto. Si bien algunos edificios fueron reparados –es el caso del teatro--, otros no tuvieron tanta suerte, detalle éste que señala la incapacidad económica de la Hierápolis tardorromana a la hora de costear reconstrucciones de gran alcance. Es el caso paradigmático de la majestuosa ágora adrianea: abandonada en este momento y cuyas ruinas, ricas en materiales de calidad como mármoles y travertinos, serían sistemáticamente expoliadas durante los siglos posteriores.
En el año 395 d.C., Teodosio I, emperador de oriente y occidente, decreta la obligación para todas las ciudades del Imperio de proveerse de una muralla defensiva. Esta medida de seguridad ya había sido tomada por muchas ciudades con anterioridad a esa fecha, más no por Hierápolis, probablemente debido a su localización algo alejada de las áreas habituales de acción de los saqueadores bárbaros que habían castigado recurrentemente Asia Menor durante los últimos ciento cincuenta años. Es por ello que la fortificación de la ciudad debió ser acometida ex-novo en este momento de la historia, empleando para ello una enorme cantidad de sillares reutilizados, extraídos principalmente de la arruinada ágora y del teatro suburbano: obra helenística localizada en las estribaciones de las colinas que se alzan al norte de Hierápolis y que había sido abandonado siglos atrás en beneficio del mucho más accesible, para el hieropolitano medio, teatro romano. La nueva y flamante muralla de la ciudad acogió en su interior la mayor parte de la ciudad romana, dejando fuera sólo algunas áreas poco habitadas o directamente abandonadas, como por ejemplo la ocupada por el ágora. Esto difiere bastante de otras ciudades de Asia Menor, algunas tan importantes o más que Hierápolis, donde se constata una fuerte reducción de la superficie urbana habitada y por tanto protegida por la nueva muralla en relación a la misma de los siglos altoimperiales. Semejante dato es uno de los más preclaros indicios de decadencia de una ciudad antigua, constituyendo su ausencia, como en este caso de Hierápolis, fiel testimonio de un pulso urbano todavía bastante firme.
Los siglos V y VI de nuestra Era son los siglos del triunfo definitivo del cristianismo en ambas mitades del mediterráneo y muy especialmente en Asia Menor, donde se asienta con especial fuerza, influyendo poderosamente en el paisaje urbano de sus ciudades, pobladas mayoritariamente por cristianos. En el caso de Hierápolis esta transfomación de ciudad pagana a ciudad cristiana se aprecia en el abandono de edificios tradicionalmente asociados con la mentalidad pagana como el teatro y la construcción de grandes edificios de culto cristiano como la catedral, la iglesia de los pilares, la iglesia de los baños-basílica (ver entrada anterior de este blog) y el magnífico martyrion de San Felipe. Este último edificio fue erigido en la primera mitad del siglo V en honor al apóstol San Felipe, quien fuera martirizado en la ciudad hacia el año 80 d.C. y cuya tumba, muy próxima a este martyrion, había constituido un centro de peregrinación al menos desde mediados del siglo IV. El conjunto sacro formado por la tumba y el martyrion alcanzaría una sobresaliente fama a lo largo y ancho del mediterráneo oriental, atrayendo durante muchas décadas a un sinnúmero de devotos, comparable en volumen al recibido por el sepulcro de San Juan en Éfeso y sólo superado por el del sepulcro de Nuestro Señor en Jerusalén. No resulta, pues, de extrañar que Hierápolis, a la hora de ser evaluada como de ciudad cristiana, pudiera presumir de un estatus muy elevado dentro del sentimiento religioso predominante.
En el año 535 Hierápolis es elevada a la condición de capital de la provincia bizantina de Frigia Pacatiana Segunda, categoría antaño ostentada por la vecina Laodicea ad Lycum. La ciudad responde al nombramiento erigiendo una gran catedral cuyos restos hoy pueden contemplarse. Tanto el anterior nombramiento como esta última construcción indican que Hierápolis no era por aquellos tiempos una ciudad decadente sino bastante vital.
Sin embargo la caprichosa fortuna estaba en contra de ésta y otras muchas ciudades antiguas de Asia Menor. En efecto, la fatalidad dispondría que en algún momento de las primeras décadas del siglo VII, reinando Heraclio en Constantinopla, un potente terremoto sacudiera la ciudad, arruinando sus principales edificios así como dejándola en un estado de postración del que ya nunca habría de recuperarse. Así, el registro arqueológico de los cuatro siglos siguientes (VIII al XI) nos informa de una profunda degradación del área urbana, detectando humildes casas y modestas capillas erigidas sobre las ruinas de las que fueran grandes domus porticadas e iglesias majestuosas, o invadiendo las antaño anchas calles pavimentadas hasta reducirlas a la condición de estrechos callejones. De todos los edificios monumentales hieropolitanos sólo los antiguos Baños Mayores parecen haber sobrevivido a los fatídicos terremotos permaneciendo en uso, evidentemente no como tales, sino como centro administrativo de la ciudad. Se trata del último soplo de vida urbana en una ciudad desfalleciente. Con todo, a pesar de tamaña decadencia, el lugar sigue reteniendo cierto valor estratégico (algo lógico habida cuenta del carácter fronterizo de la región entre el imperio Bizantino y el sultanato selyúcida del Rum) y probablemente también económico. Esto explica la construcción en algún momento del siglo XII de un castillo allá en el borde de la cumbre de la colina, donde comienzan las laderas de blanco travertino.
El abandono de la ciudad se produce en la segunda mitad del siglo XIII a raíz de la conquista definitiva de la región por los turcos selyúcidas y la subsiguiente pérdida del valor estratégico que durante las décadas anteriores había servido para insuflar un hálito de vida a la moribunda Hierápolis. Nunca más volvería a habitarse, quedando la antaño gloriosa urbe reducida a la condición de silencioso campo de ruinas. En tan triste condición, sólo brevemente interrumpida por la visita de curiosos ocasionales, permanecería durante siglos hasta que a mediados del siglo XX comenzaran las primeras excavaciones, lideradas, ayer como hoy, por arqueólogos italianos.
Estamos de nuevo dentro de la ciudad, caminando por la “calle de Frontino” en dirección sur, flanqueados por las columnas supervivientes de la que otrora fuera una espléndida vía porticada. A nuestra espalda descansa, solitaria, la majestuosa puerta de Frontino, reluciente a la luz anaranjada del atardecer (foto 1). La plateia prosigue durante unos pocos cientos de pasos; al fondo de ésta, interponiéndose en su trazado, se alza una oscura, pues está a contraluz, estructura fortificada (foto 2). Hacia allí nos dirigimos.
Los primeros vestigios de la Hierápolis tardorromana y bizantina salen a nuestro encuentro muy poco antes de alcanzar nuestro meta. Los podemos observar en la fotografía 3. A la izquierda vemos una línea de columnas correspondiente a un par de domus con peristilo datada en el siglo IV, perteneciente a un área residencial construida ex-novo en lo que fuera un área cementerial durante el periodo Julio-Claudio. Aunque por muy poco, esta zona quedó fuera del espacio protegido por la muralla construida durante el cambio de siglo del IV al V. Es posible que esto aconsejara su abandono en esta época; todo lo más llegaría habitada al terremoto del siglo VII: momento en que nos consta que quedó definitivamente arruinada. Como resultado del potente seísmo la mayor parte de la calle de Frontino debió quedar cubierta de escombros. Los hierapolitanos de entonces procuraron limpiar la vía pero su éxito no fue más que parcial. Tampoco intentaron reconstruir las viviendas antiguas, antes bien se limitaron a erigir unas humildes casas adosadas a la fachada columnada de las domus tardorromanas, con lo que ello implicaba de invadir la calzada de la calle de Frontino, cuya anchura quedó así reducida a la mitad. En la foto 3 podemos ver los restos de las casas bizantinas a la derecha de la columnata de las domus tardorromanas y, más a la derecha, la calzada de la calle de Frontino dramáticamente disminuida en anchura a partir de ese punto.
Finalmente llegamos a la estructura fortificada a la que nos dirigíamos. En realidad nos hemos topado con una de las dos puertas principales con que contara la muralla tardorromana, erigida por orden del emperador Teodosio I durante los primeros años del reinado de su sucesor, Arcadio. La calle de Frontino es concretamente el tramo de plateia que va desde esta puerta teodosiana a la puerta de Frontino.
Esta puerta, conocida como la “Puerta Septentrional” (punto 10 del plano) fue levantada con recia sillería de travertino reutilizada procedente de la arruinada ágora (foto 4). En la actualidad conserva alrededor de las dos terceras partes del alzado original. Su concepción es bastante simple: un vano rectangular, adintelado, flanqueado por dos torres cuadradas proyectadas hacia el exterior (foto 5). Muy típico de la ingeniería romana es la disposición de sendos arcos de descarga (en el intradós y en el extradós del muro respetivamente) a fin de aliviar el peso sobre el dintel de la puerta (foto 6). La condición cristiana de la Hierápolis tardorromana aparece reflejada en la cruz tallada en altorrelieve sobre las dovelas claves de dichos arcos de descarga.
El ala septentrional del ninfeo de los tritones se alza justo al otro lado de esta puerta septentrional. Esto se aprecia claramente en la foto 7. Por su parte, el muro trasero del ninfeo fue incorporado a la muralla tardorromana, que avanza por tanto hacia el sur en este sector, girando luego hacia el este, esta vez ciñéndose al trazado meridional del ágora adrianea, sobre cuya base de sillería se construyera este segundo tramo de muralla. Una vez superada la zona del ágora, la muralla gira de nuevo hacia el sur durante unos pocos metros y luego otra vez hacia el este ajustándose al perfil del terreno, el cual presenta bastantes desniveles en esta zona debido a la relativa proximidad de las colinas orientales. La foto 8 corresponde a este tramo en “zig-zag”, bastante bien conservado como se puede apreciar.
La plateia luce su calzada enlosada sólo unos pocos metros más allá del ninfeo de los tritones. Se conoce bien su trazado pero aún está lejos de haber sido excavada en su totalidad debido a lo difícil que resulta perforar los durísimos sedimentos de travertino blanco que las aguas descontroladas, aliadas con el largo tiempo transcurrido, han ido depositando en amplias áreas del yacimiento. Sea como sea, seguimos el camino de tierra que hace las veces de plateia en la actualidad. No tardamos en llegar a las ruinas de un gran edificio monumental, identificado como la antigua catedral de Hierápolis (punto 9 del plano). Obra de mediados del segundo tercio del siglo VI –lo comentamos más arriba--, fue erigida empleando sillería reutilizada procedente del ágora. Posee planta basilical (la más frecuente en Asia Menor) dispuesta en tres alas: una principal central y dos laterales menores, separadas entre sí por sendas hileras de columnas. En la foto 9 podemos observar la disposición en tres alas descrita, con las bases de las columnas erguidas in situ si bien bastante deterioradas (el muro que se ve en primer plano es el muro septentrional de la catedral: uno de los cuatro que daban al exterior). Por su parte, el ábside es con diferencia la parte mejor conservada y más interesante de esta catedral. Fue diseñado con extradós de planta poligonal e intradós semicircular: una disposición inusual en tierras occidentales pero habitual en Asia Menor. El semicírculo interior se encuentra ocupado por una serie de asientos escalonados concéntricos conformando una suerte de pequeña cávea. Es lo que se denomina un synthronon, esto es el lugar donde se sentaban el obispo y sus sacerdotes durante la liturgia. La foto 10 corresponde al tercio oriental de la catedral, pudiéndose contemplar en ella el moderadamente bien preservado ábside, incluidos los asientos escalonados de su synthronon.
El terremoto del siglo VII dejaría la catedral fuera de uso –probablemente por desplome de sus bóvedas—habiendo de conformarse los hierapolitanos con erigir un par de pequeñas iglesias en el interior de sus ruinas: ambas de pobre factura y de las que sólo se han conservado unos tristes cimientos. Así mismo, el decrépito nártex de la catedral se emplearía como cementerio en los tiempos medievales. Visto lo visto, está claro que la vieja catedral del siglo VI conservó siempre, aún en ruinas, una posición de honor en el sentir religioso de los habitantes de Hierápolis…
La plateia nos va conduciendo de vuelta al corazón de la ciudad, allá donde a la ida –véase la anterior entrada en este blog— visitamos el templo de Apolo con su ninfeo monumental. Esta vez decidimos continuar plateia adelante atraídos por unos poderosos muros de sillería de piedra travertina localizados doscientos pasos al sur de los anteriores monumentos. Su propietario es un enigmático edificio, poco excavado y estudiado, conocido como “la Iglesia de los Pilares” (punto 4 del plano). Se llama así porque cuenta en su interior con dos hileras paralelas de gruesos pilares prismáticos (foto 11), distribuyendo el interior de la iglesia en las tres naves habituales en las basílicas paleocristianas de Asia Menor. La gran fortaleza de estos pilares y su disposición generando espacios cuadrados sucesivos sugiere la existencia pretérita de grandes bóvedas de sillería, probablemente del tipo “domo” central al estilo de Santa Sofia de Constantinopla. El ábside de esta iglesia se encuentra flanqueado por dos habitaciones rectangulares de gruesos muros, empleadas respectivamente como sacristía (foto 12) y como sala de almacenaje de los elementos necesarios para la celebración de la misa (foto 13).
La iglesia de los pilares ha sido datada estilística y epigráficamente en los años centrales del siglo VI, más o menos contemporánea por tanto de la catedral cuyas ruinas se alzan unos centenares de metros al norte. Lo curioso y enigmático a la vez es que esta iglesia de los pilares fue, en sus buenos tiempos, un edificio más grande e imponente que la catedral, algo totalmente inusual en cualquier contexto cristiano antiguo o moderno. También llama la atención la ausencia de decoración escultórica que presenta esta iglesia de los pilares, si bien ésta es una afirmación provisional a expensas de que una ulterior excavación en profundidad la confirme o no. Se han propuesto dos hipótesis capaces de explicar la anomalía que supone su gran tamaño, mayor que el de la catedral. Una, nos dice que esta iglesia fue la segunda “Iglesia de San Felipe”: construida y consagrada a raíz de la destrucción de la primera, el martyrium, por un incendio en algún momento de mediados del VI. La otra sitúa a la iglesia de los pilares como la más importante de los Montanistas, en competencia directa con la catedral: adscrita como es natural a la ortodoxia trinitaria. El montanismo fue una corriente religiosa dentro del cristianismo cuyo origen data de mediados del siglo II en la propia Frigia (región a la que pertenecía Hierápolis), motivo por el que, aunque se extendió por todo el Imperio romano, fue en esta región donde más arraigó. Predicaba un cristianismo ascético y de moral muy conservadora así como abiertamente inclinado a la búsqueda de la Divinidad mediante el éxtasis místico. Combatida durante los siglos bajoimperiales por la iglesia ortodoxa, perduró con declinante éxito hasta el reinado de Justiniano I, cuando su decadencia final fue sancionada vía anatemización por mandato imperial. Fue en Frigia, su lugar de nacimiento, donde más tiempo perduró y donde así mismo generó mayor número de conflictos religiosos. Es posible que el incendio del Martyrium sucediera con ocasión de estas dispuestas, tal vez a manos de los ortodoxos católicos por tratarse de un complejo sacro relacionado con los montanistas a través de su fundador Montano, al que la tradición hacía descender por línea directa de las hijas del apóstol Felipe. Quién sabe…
Tras visitar la iglesia de los pilares nos encaminamos, por un camino secundario, hacia la pequeña altura en cuya falda se asientan las imponentes cáveas del teatro romano de Hierápolis. Vamos por allí en vez de por la senda principal que recorre el yacimiento porque queremos acercarnos a los tramos de muralla que se alzan próximos a la necrópolis oriental de la que hablamos en la anterior entrada del blog. Están en razonable buen estado (foto 14), lo suficiente para comprobar que esta área de la fortificación tardorromana fue construida con menor cuidado que la zona septentrional, encajando con variable acierto un sinfín de sillares reutilizados de diferentes formas y tamaños. Incluso se ha preservado una de las torres de flanqueo de la muralla (tuvo 17): cuadrada, hueca y brevemente proyectada hacia el exterior tal y como podemos apreciar en la foto 15.
Siguiendo el perímetro de la muralla llegamos hasta donde se encuentra una puerta secundaria de ésta, nombrada “Puerta Este” –East Gate—en el plano de la figura 1. Es de vano simple rectangular, adintelado y con arco de descarga adovelado por encima (foto 16). Idéntico a la puerta septentrional sólo que menos aparatoso. A pocos pasos de esta puerta se localiza una pequeña poterna adintelada, con el extradós cegado (foto 17). La muralla en este sector está mejor conservada que en el anterior, probablemente debido a su más cuidado paramento, isódomo en su mayoría (foto 18). Gracias a ello se puede estudiar mejor su técnica constructiva, a la sazón una fábrica de triple hoja –emplecton—típicamente romana consistente en dos paramentos externos de buena sillería (aunque reutilizada) y un relleno interno de mampostería sin desbastar aglomerada con mortero de cal de buena calidad (foto 19).
Nuestros pasos se encaminan a continuación al más importante y emotivo de los monumentos tardorromanos de Hierápolis: el conjunto sacro del martyrium y el sepulcro del apostol Felipe. Se puede llegar a él utilizando un camino de tierra moderno que hay al efecto o siguiendo la línea de muralla hasta alcanzar los restos de una segunda puerta secundaria, abierta en aquélla precisamente para dar continuidad a la calzada utilizada por los antiguos hierapolitanos para ir hasta tan reverenciado lugar de culto. Esta puerta, conocida como “la Puerta de San Felipe”, no ha conservado nada de su vano, probablemente similar al de la puerta que vimos en el párrafo anterior. Lo que sí está bastante bien preservada es la calzada enlosada que pasaba a través suyo (foto 20) y también una de las torres rectangulares que la flanqueaban por el exterior (foto 21). Merece la pena destacar de entre las múltiples piezas reutilizadas que se observan un fragmento de losa de mármol blanco grabada con las letras latinas A E en caracteres capitales romanos: postrer vestigio de una perdida inscripción monumental de cronología altoimperial temprana (foto 22).
El martyrium de San Felipe se halla situado en la cumbre de una colina con pendiente relativamente acusada, cuya ladera comienza en las proximidades de la puerta de San Felipe al otro lado del encajonado cauce de un arroyo estacional. Dicho arroyo delimita el final de la llanura sobre la que se alza la ciudad y el comienzo de una sierra de moderado empaque de la cual la colina del martyrium constituye una suerte de “anticipo”.
El ascenso por la falda de la colina se realizaba y se realiza vía una larga escalinata de piedra tallada. Aunque ha sido restaurada en la última década a fin de hacerla funcional, tiene todo el aspecto de haber permanecido siempre en bastante buen estado. Justo al pie de la escalera se alzan las ruinas de un edificio octogonal (foto 23) que ha sido identificado como una instalación termal para uso de los peregrinos, los cuales debían purificarse vía un adecuado lavado antes de subir al conjunto sacro.
Subimos por la escalinata. Tiene mucha pendiente por lo que conviene subir con algo de cuidado. Escasos metros antes de llegar arriba observamos unas ruinas a mano izquierda recientemente excavadas (foto 24). Corresponden a un edificio bizantino construido en un momento impreciso entre los siglos IX y XI y parece ser que hizo las veces de puerta monumental al sepulcro del apóstol Felipe, no así al martyrium que por aquella época ya llevaba destruido muchos años.
La larga escalinata concluye en una terraza de arena amarillenta, con evidentes señales de trabajo arqueológico reciente. Una fuente para abluciones bellamente esculpida en piedra travertina (foto 25) nos recibe del mismo modo en que recibiera a innúmeros peregrinos durante los largos siglos en que este santuario de San Felipe constituyera un centro de adoración cristiana de la más alta categoría. Aquí se puede girar a la derecha o subir un segundo tramo de escaleras que hay a la izquierda. Decidimos hacer lo primero. La recompensa no tarda en llegar en forma de una pequeña al tiempo que elegante estructura de sillería travertina con tejado a dos aguas (foto 26), inserta en un conjunto edilicio a todas luces muy posterior. En realidad se trata de una tumba romana del siglo I d.C., algo nada sorprendente habida cuenta de que estamos en un lugar que fuera usado como necrópolis en época altoimperial. Incluso hemos visto algunos sarcófagos aquí y allá (foto 27). Pero lo cierto es que dicha tumba con tejado a dos aguas fue incorporada con tanto esmero en las edificaciones posteriores que se puede afirmar su gran importancia para las gentes que construyeron el martyrium en la primera mitad del siglo V. Todo indica, pues, y así lo supieron ver los arqueólogos modernos, que aquella tumba del siglo I era ni más ni menos que el sepulcro del apóstol Felipe o lo que es igual: el centro neurálgico de todo el santuario y, mucho más aún, uno de los lugares más sagrados para la fe cristiana que han existido nunca.
Quizás sea pura sugestión pero lo cierto es que sentimos una fuerza positiva, una energía especial, en aquel lugar. La fe, la esperanza, la devoción de miles y miles de peregrinos cristianos a través de los tiempos ha quedado impregnada de alguna manera en este desolado rincón. Quizás contribuye a esta “pureza” ambiental, a esta “fosilización” de antiguos sentimientos, el hecho de que el santuario queda relativamente alejado del núcleo del yacimiento arqueológico de Hierápolis, por lo que son minoría los visitantes que hasta aquí llegan, y también su fecha de descubrimiento: un recientísimo año 2011. Tal vez con el paso de los años y la sucesiva llegada de turistas, muchos de ellos no creyentes, esta extraña energía que nosotros creímos percibir se vaya disipando… mas lo que es a día de hoy sigue estando ahí, deseosa de recibir a los visitantes de buena voluntad.
Los restos edilicios posteriores en los que se encuentra cuidadosamente inserta la tumba del apóstol son contemporáneos del martyrium y corresponden a una iglesia de planta basilical de gran calidad constructiva, con abundancia de mármoles en forma de frisos, losas, capiteles, tambores y bases de columna, nichos esculpidos, etc, muchos de ellos adornados con cruces exquisitamente talladas (fotos 28 y 29). La disposición en planta de esta iglesia fue pensada en función de la misma de la tumba altoimperial del apóstol, cuidando de reservarle a ésta un lugar central tal y como le correspondía.
Las razones arqueológicas e históricas que sustentan la identificación de esta zona del santuario con el sepulcro y basílica del apóstol son bastante sólidas e interesantes. A fin de no alargar en exceso esta entrada no las vamos a incluir aquí. No obstante, quien desee profundizar un poco más en el tema puede leer la entrevista a Francesco D´Andria, director de las excavaciones de Hierápolis, que figura en el siguiente link: https://es.zenit.org/articles/asi-descubri-la-tumba-del-apostol-felipe/. Nosotros nos vamos a limitar a complementarla adjuntando una foto del sello de bronce al que se refieren en la entrevista (figura 2).
Visitada la tumba del apóstol es hora de volver sobre nuestros pasos y acometer la subida a la escalinata de la foto 30, la cual conduce a la terraza donde se alzan las ruinas del otrora espléndido martyrium de San Felipe.
El Martyrium es un edificio bastante complejo, de claro estilo tardorromano oriental, el cual sería perfeccionado durante el periodo bizantino temprano hasta alcanzar un elevadísimo nivel de excelencia cuya mejor prueba es la celebérrima iglesia justiniana de Santa Sofia en Constantinopla. Consiste en un gran cuadrado el cual encierra un imponente edificio octogonal distribuido en 16 habitaciones (8 capillas y 8 vestíbulos monumentales) intercomunicadas así como dispuestas en torno a una cúpula central en forma de domo soportada por ocho pilares de sillería travertina (foto 31). Estos pilares son las estructuras mejor conservadas del conjunto debido a la calidad de sus materiales y la cuidadosa ejecución que presentan. Se encuentran horadados por galerías cubiertas con bóvedas de medio cañón, en cuyas dovelas clave fueron esculpidos símbolos cristianos tales como la cruz y el cristograma o crismón (fotos 32 y 33). El espacio existente entre el edificio octogonal y el muro del cuadrado principal se encuentra ocupado por veintiocho pequeñas dependencias rectangulares (foto 34) concebidas, según se cree, para alojamiento y servicio de los peregrinos y por cuatro entradas desde el exterior una en el centro de cada lado. Por su parte, los ritos principales de veneración al santo se realizaban en el octógono situado debajo de la cúpula central, donde se han exhumado los restos del synthronon utilizado por los clérigos oficiantes (foto 35).
El martyrium fue destruido por un incendio a mediados del siglo VI, posiblemente provocado en el curso de alguna clase de disturbio cívico-religioso. No sufrió el mismo destino la basílica del sepulcro, la cual continuó durante mucho tiempo atrayendo peregrinos procedentes de todo el oriente imperial. El culto también continuó de alguna manera en el martyrium: así lo atestigua las dos pequeñas iglesias que fueron levantadas entre sus ruinas datadas en los siglos altomedievales.
Retornamos al área nuclear de Hierápolis por la calzada antaño vigilada por la puerta de San Felipe. La hora de cierre del yacimiento se aproxima y también el sol ha empezado a declinar en el cielo. Nos queda, no obstante, un sitio que visitar: los restos del castillo medieval construido en el siglo XII en el borde de la colina, aprovechando una suerte de península natural fácil de defender.
El castillo está bastante derruido, conservándose en buen estado sólo su frente oriental, esto es el del lado de tierra. Éste presenta una tipología típicamente plenomedieval, con muro de gran grosor (foto 36), escaleras de acceso a los adarves, saeteras en el interior de arcos semiapuntados (foto 37) y una recia torre cuadrada, hueca, bastante proyectada hacia el exterior (foto 38). Fue construido empleando un sistema de triple hoja con mampostería basta aglomerada de cal en el interior y paramentos exteriores de sillería romana reutilizada, incluidos elementos “exóticos” tales como tambores de columna, lápidas con inscripciones, etc. Su abandono debe datar de finales del siglo XIV o poco después a juzgar por los hallazgos numismáticos realizados en la fortaleza durante la única campaña arqueológica que se ha llevado a cabo en su solar hasta la fecha.
Retornamos a Pammukale bañados en la hermosa luz anaranjada que ilumina el atardecer en este rincón de Frigia. Atrás queda una de las ciudades antiguas más bonitas, interesantes y emotivas que hemos tenido ocasión de visitar en el curso de nuestros viajes. Y son unas cuantas ya. Absolutamente recomendable para todo aquel que le interese la Antigüedad Clásica.
Descendemos lentamente por la blanca ladera de travertino, reluciente bajo el sol. La piedra está muy fría tal y como corresponde a un mes de diciembre en el interior de Anatolia. Aprovechamos para hacernos algunas fotos durante la bajada. Resulta divertida la experiencia aunque no especialmente relajante que digamos. Finalmente alcanzamos la base de la colina y con esto ponemos punto y final a nuestro noveno día de viaje por tierras de Asia Menor. Mañana más…
Figura 1.- Plano simplificado del yacimiento de Hierápolis.
El siglo que engloba la segunda mitad del siglo III y la primera del siglo IV constituye una etapa de “tranquilo estancamiento” para Hierápolis que si bien por un lado se ve económicamente afectada por la caída de la prosperidad en todo el Imperio romano, por otro tiene la suerte de no sufrir los saqueos y depredaciones perpetrados por invasores bárbaros en diversas zonas de Asia Menor. Prueba de su relativa bonanza en época bajo imperial es la restauración de la escena del teatro atestiguada por vía epigráfica en el año 352. Desgraciadamente las cosas empeorarían bastante en la segunda mitad del siglo IV d.C. a raíz del grave deterioro causado en los monumentos de la ciudad por un nuevo terremoto. Si bien algunos edificios fueron reparados –es el caso del teatro--, otros no tuvieron tanta suerte, detalle éste que señala la incapacidad económica de la Hierápolis tardorromana a la hora de costear reconstrucciones de gran alcance. Es el caso paradigmático de la majestuosa ágora adrianea: abandonada en este momento y cuyas ruinas, ricas en materiales de calidad como mármoles y travertinos, serían sistemáticamente expoliadas durante los siglos posteriores.
Fotos 1 y 2.- Tramo de la plateia localizado entre la puerta de Frontino y la puerta bizantina (Calle de Frontino). En la foto de arriba (1) vemos la mitad septentrional de éste y en la de abajo (2) la meridional.
En el año 395 d.C., Teodosio I, emperador de oriente y occidente, decreta la obligación para todas las ciudades del Imperio de proveerse de una muralla defensiva. Esta medida de seguridad ya había sido tomada por muchas ciudades con anterioridad a esa fecha, más no por Hierápolis, probablemente debido a su localización algo alejada de las áreas habituales de acción de los saqueadores bárbaros que habían castigado recurrentemente Asia Menor durante los últimos ciento cincuenta años. Es por ello que la fortificación de la ciudad debió ser acometida ex-novo en este momento de la historia, empleando para ello una enorme cantidad de sillares reutilizados, extraídos principalmente de la arruinada ágora y del teatro suburbano: obra helenística localizada en las estribaciones de las colinas que se alzan al norte de Hierápolis y que había sido abandonado siglos atrás en beneficio del mucho más accesible, para el hieropolitano medio, teatro romano. La nueva y flamante muralla de la ciudad acogió en su interior la mayor parte de la ciudad romana, dejando fuera sólo algunas áreas poco habitadas o directamente abandonadas, como por ejemplo la ocupada por el ágora. Esto difiere bastante de otras ciudades de Asia Menor, algunas tan importantes o más que Hierápolis, donde se constata una fuerte reducción de la superficie urbana habitada y por tanto protegida por la nueva muralla en relación a la misma de los siglos altoimperiales. Semejante dato es uno de los más preclaros indicios de decadencia de una ciudad antigua, constituyendo su ausencia, como en este caso de Hierápolis, fiel testimonio de un pulso urbano todavía bastante firme.
Foto 3.- Ésta es la calzada de la vía de Frontino justo antes de alcanzar la puerta bizantina. De izquierda a derecha se ve la columnata de las casas del siglo IV, las mucho más humildes viviendas bizantinas del siglo VII y la calzada enlosada de la vía, bastante disminuida en anchura en este punto.
Foto 4.- Intradós de la puerta bizantina septentrional con el enlosado de la vía de Frontino en primer plano.
En el año 535 Hierápolis es elevada a la condición de capital de la provincia bizantina de Frigia Pacatiana Segunda, categoría antaño ostentada por la vecina Laodicea ad Lycum. La ciudad responde al nombramiento erigiendo una gran catedral cuyos restos hoy pueden contemplarse. Tanto el anterior nombramiento como esta última construcción indican que Hierápolis no era por aquellos tiempos una ciudad decadente sino bastante vital.
Foto 5.- Torre cuadrada de la puerta Septentrional.
Foto 6.- Dintel que cubre el vano de la puerta Septentrional, con su arco de descarga de sillería adovelada.
Foto 7.- Otra foto del intradós de la puerta Septentrional, donde se aprecia claramente el ala septentrional del ninfeo de los Tritones adosada a aquél.
Foto 8.- Tramo en zig-zag, bastante bien conservado, de la muralla de Hierápolis.
Los primeros vestigios de la Hierápolis tardorromana y bizantina salen a nuestro encuentro muy poco antes de alcanzar nuestro meta. Los podemos observar en la fotografía 3. A la izquierda vemos una línea de columnas correspondiente a un par de domus con peristilo datada en el siglo IV, perteneciente a un área residencial construida ex-novo en lo que fuera un área cementerial durante el periodo Julio-Claudio. Aunque por muy poco, esta zona quedó fuera del espacio protegido por la muralla construida durante el cambio de siglo del IV al V. Es posible que esto aconsejara su abandono en esta época; todo lo más llegaría habitada al terremoto del siglo VII: momento en que nos consta que quedó definitivamente arruinada. Como resultado del potente seísmo la mayor parte de la calle de Frontino debió quedar cubierta de escombros. Los hierapolitanos de entonces procuraron limpiar la vía pero su éxito no fue más que parcial. Tampoco intentaron reconstruir las viviendas antiguas, antes bien se limitaron a erigir unas humildes casas adosadas a la fachada columnada de las domus tardorromanas, con lo que ello implicaba de invadir la calzada de la calle de Frontino, cuya anchura quedó así reducida a la mitad. En la foto 3 podemos ver los restos de las casas bizantinas a la derecha de la columnata de las domus tardorromanas y, más a la derecha, la calzada de la calle de Frontino dramáticamente disminuida en anchura a partir de ese punto.
Fotos 9 (arriba).- Restos de las tres alas de la catedralde Hierápolis con las bases de los pilares. Foto 10 (abajo).- Ábside de la catedral hierapolitana con los asientos del synthronon en su interior.
Finalmente llegamos a la estructura fortificada a la que nos dirigíamos. En realidad nos hemos topado con una de las dos puertas principales con que contara la muralla tardorromana, erigida por orden del emperador Teodosio I durante los primeros años del reinado de su sucesor, Arcadio. La calle de Frontino es concretamente el tramo de plateia que va desde esta puerta teodosiana a la puerta de Frontino.
Foto 11.- Vista de la fachada oriental de la Iglesia de los Pilares, donde se pueden apreciar varios de los poderosos pilares de sillería de los que toma el nombre.
Esta puerta, conocida como la “Puerta Septentrional” (punto 10 del plano) fue levantada con recia sillería de travertino reutilizada procedente de la arruinada ágora (foto 4). En la actualidad conserva alrededor de las dos terceras partes del alzado original. Su concepción es bastante simple: un vano rectangular, adintelado, flanqueado por dos torres cuadradas proyectadas hacia el exterior (foto 5). Muy típico de la ingeniería romana es la disposición de sendos arcos de descarga (en el intradós y en el extradós del muro respetivamente) a fin de aliviar el peso sobre el dintel de la puerta (foto 6). La condición cristiana de la Hierápolis tardorromana aparece reflejada en la cruz tallada en altorrelieve sobre las dovelas claves de dichos arcos de descarga.
Fotos 12 y 13.- Habitaciones rectangulares ubicadas una a cada lado del ábside de la iglesia de los pilares. La de la foto 12 (arriba) se utilizaba como sacristía, la de la foto 13 (abajo) como almacén.
El ala septentrional del ninfeo de los tritones se alza justo al otro lado de esta puerta septentrional. Esto se aprecia claramente en la foto 7. Por su parte, el muro trasero del ninfeo fue incorporado a la muralla tardorromana, que avanza por tanto hacia el sur en este sector, girando luego hacia el este, esta vez ciñéndose al trazado meridional del ágora adrianea, sobre cuya base de sillería se construyera este segundo tramo de muralla. Una vez superada la zona del ágora, la muralla gira de nuevo hacia el sur durante unos pocos metros y luego otra vez hacia el este ajustándose al perfil del terreno, el cual presenta bastantes desniveles en esta zona debido a la relativa proximidad de las colinas orientales. La foto 8 corresponde a este tramo en “zig-zag”, bastante bien conservado como se puede apreciar.
Foto 14 (arriba).- Fragmento de muralla localizado en las proximidades de la necrópolis oriental de la ciudad. Foto 15 (abajo).- Torre de flanqueo cuadrada dispuesta en el tramo de muralla de la foto 14.
La plateia luce su calzada enlosada sólo unos pocos metros más allá del ninfeo de los tritones. Se conoce bien su trazado pero aún está lejos de haber sido excavada en su totalidad debido a lo difícil que resulta perforar los durísimos sedimentos de travertino blanco que las aguas descontroladas, aliadas con el largo tiempo transcurrido, han ido depositando en amplias áreas del yacimiento. Sea como sea, seguimos el camino de tierra que hace las veces de plateia en la actualidad. No tardamos en llegar a las ruinas de un gran edificio monumental, identificado como la antigua catedral de Hierápolis (punto 9 del plano). Obra de mediados del segundo tercio del siglo VI –lo comentamos más arriba--, fue erigida empleando sillería reutilizada procedente del ágora. Posee planta basilical (la más frecuente en Asia Menor) dispuesta en tres alas: una principal central y dos laterales menores, separadas entre sí por sendas hileras de columnas. En la foto 9 podemos observar la disposición en tres alas descrita, con las bases de las columnas erguidas in situ si bien bastante deterioradas (el muro que se ve en primer plano es el muro septentrional de la catedral: uno de los cuatro que daban al exterior). Por su parte, el ábside es con diferencia la parte mejor conservada y más interesante de esta catedral. Fue diseñado con extradós de planta poligonal e intradós semicircular: una disposición inusual en tierras occidentales pero habitual en Asia Menor. El semicírculo interior se encuentra ocupado por una serie de asientos escalonados concéntricos conformando una suerte de pequeña cávea. Es lo que se denomina un synthronon, esto es el lugar donde se sentaban el obispo y sus sacerdotes durante la liturgia. La foto 10 corresponde al tercio oriental de la catedral, pudiéndose contemplar en ella el moderadamente bien preservado ábside, incluidos los asientos escalonados de su synthronon.
Foto 16.- La llamada "Puerta Este" de la muralla de Hierápolis con su vano adintelado cubierto por arco de descarga.
El terremoto del siglo VII dejaría la catedral fuera de uso –probablemente por desplome de sus bóvedas—habiendo de conformarse los hierapolitanos con erigir un par de pequeñas iglesias en el interior de sus ruinas: ambas de pobre factura y de las que sólo se han conservado unos tristes cimientos. Así mismo, el decrépito nártex de la catedral se emplearía como cementerio en los tiempos medievales. Visto lo visto, está claro que la vieja catedral del siglo VI conservó siempre, aún en ruinas, una posición de honor en el sentir religioso de los habitantes de Hierápolis…
Foto 17.- Poterna adintelada próxima a la puerta de la muralla anterior. Destaca el suso de elementos reutilizados en su construcción.
La plateia nos va conduciendo de vuelta al corazón de la ciudad, allá donde a la ida –véase la anterior entrada en este blog— visitamos el templo de Apolo con su ninfeo monumental. Esta vez decidimos continuar plateia adelante atraídos por unos poderosos muros de sillería de piedra travertina localizados doscientos pasos al sur de los anteriores monumentos. Su propietario es un enigmático edificio, poco excavado y estudiado, conocido como “la Iglesia de los Pilares” (punto 4 del plano). Se llama así porque cuenta en su interior con dos hileras paralelas de gruesos pilares prismáticos (foto 11), distribuyendo el interior de la iglesia en las tres naves habituales en las basílicas paleocristianas de Asia Menor. La gran fortaleza de estos pilares y su disposición generando espacios cuadrados sucesivos sugiere la existencia pretérita de grandes bóvedas de sillería, probablemente del tipo “domo” central al estilo de Santa Sofia de Constantinopla. El ábside de esta iglesia se encuentra flanqueado por dos habitaciones rectangulares de gruesos muros, empleadas respectivamente como sacristía (foto 12) y como sala de almacenaje de los elementos necesarios para la celebración de la misa (foto 13).
Foto 18.- Tramo de muralla bien conservado localizado en el sector de la Puerta Este.
La iglesia de los pilares ha sido datada estilística y epigráficamente en los años centrales del siglo VI, más o menos contemporánea por tanto de la catedral cuyas ruinas se alzan unos centenares de metros al norte. Lo curioso y enigmático a la vez es que esta iglesia de los pilares fue, en sus buenos tiempos, un edificio más grande e imponente que la catedral, algo totalmente inusual en cualquier contexto cristiano antiguo o moderno. También llama la atención la ausencia de decoración escultórica que presenta esta iglesia de los pilares, si bien ésta es una afirmación provisional a expensas de que una ulterior excavación en profundidad la confirme o no. Se han propuesto dos hipótesis capaces de explicar la anomalía que supone su gran tamaño, mayor que el de la catedral. Una, nos dice que esta iglesia fue la segunda “Iglesia de San Felipe”: construida y consagrada a raíz de la destrucción de la primera, el martyrium, por un incendio en algún momento de mediados del VI. La otra sitúa a la iglesia de los pilares como la más importante de los Montanistas, en competencia directa con la catedral: adscrita como es natural a la ortodoxia trinitaria. El montanismo fue una corriente religiosa dentro del cristianismo cuyo origen data de mediados del siglo II en la propia Frigia (región a la que pertenecía Hierápolis), motivo por el que, aunque se extendió por todo el Imperio romano, fue en esta región donde más arraigó. Predicaba un cristianismo ascético y de moral muy conservadora así como abiertamente inclinado a la búsqueda de la Divinidad mediante el éxtasis místico. Combatida durante los siglos bajoimperiales por la iglesia ortodoxa, perduró con declinante éxito hasta el reinado de Justiniano I, cuando su decadencia final fue sancionada vía anatemización por mandato imperial. Fue en Frigia, su lugar de nacimiento, donde más tiempo perduró y donde así mismo generó mayor número de conflictos religiosos. Es posible que el incendio del Martyrium sucediera con ocasión de estas dispuestas, tal vez a manos de los ortodoxos católicos por tratarse de un complejo sacro relacionado con los montanistas a través de su fundador Montano, al que la tradición hacía descender por línea directa de las hijas del apóstol Felipe. Quién sabe…
Foto 19.- Sección longitudinal de la muralla de Hierápolis donde se observa bien el sistema de tres hojas --emplecton-- utilizado en su construcción.
Tras visitar la iglesia de los pilares nos encaminamos, por un camino secundario, hacia la pequeña altura en cuya falda se asientan las imponentes cáveas del teatro romano de Hierápolis. Vamos por allí en vez de por la senda principal que recorre el yacimiento porque queremos acercarnos a los tramos de muralla que se alzan próximos a la necrópolis oriental de la que hablamos en la anterior entrada del blog. Están en razonable buen estado (foto 14), lo suficiente para comprobar que esta área de la fortificación tardorromana fue construida con menor cuidado que la zona septentrional, encajando con variable acierto un sinfín de sillares reutilizados de diferentes formas y tamaños. Incluso se ha preservado una de las torres de flanqueo de la muralla (tuvo 17): cuadrada, hueca y brevemente proyectada hacia el exterior tal y como podemos apreciar en la foto 15.
Foto 20.- Ruinas de la Puerta de San Felipe donde destaca la calzada enlosada a la que daba continuidad y que conducía hasta el complejo del Martyrium.
Siguiendo el perímetro de la muralla llegamos hasta donde se encuentra una puerta secundaria de ésta, nombrada “Puerta Este” –East Gate—en el plano de la figura 1. Es de vano simple rectangular, adintelado y con arco de descarga adovelado por encima (foto 16). Idéntico a la puerta septentrional sólo que menos aparatoso. A pocos pasos de esta puerta se localiza una pequeña poterna adintelada, con el extradós cegado (foto 17). La muralla en este sector está mejor conservada que en el anterior, probablemente debido a su más cuidado paramento, isódomo en su mayoría (foto 18). Gracias a ello se puede estudiar mejor su técnica constructiva, a la sazón una fábrica de triple hoja –emplecton—típicamente romana consistente en dos paramentos externos de buena sillería (aunque reutilizada) y un relleno interno de mampostería sin desbastar aglomerada con mortero de cal de buena calidad (foto 19).
Foto 21.- Torre de flanqueo de la Puerta de San Felipe.
Nuestros pasos se encaminan a continuación al más importante y emotivo de los monumentos tardorromanos de Hierápolis: el conjunto sacro del martyrium y el sepulcro del apostol Felipe. Se puede llegar a él utilizando un camino de tierra moderno que hay al efecto o siguiendo la línea de muralla hasta alcanzar los restos de una segunda puerta secundaria, abierta en aquélla precisamente para dar continuidad a la calzada utilizada por los antiguos hierapolitanos para ir hasta tan reverenciado lugar de culto. Esta puerta, conocida como “la Puerta de San Felipe”, no ha conservado nada de su vano, probablemente similar al de la puerta que vimos en el párrafo anterior. Lo que sí está bastante bien preservada es la calzada enlosada que pasaba a través suyo (foto 20) y también una de las torres rectangulares que la flanqueaban por el exterior (foto 21). Merece la pena destacar de entre las múltiples piezas reutilizadas que se observan un fragmento de losa de mármol blanco grabada con las letras latinas A E en caracteres capitales romanos: postrer vestigio de una perdida inscripción monumental de cronología altoimperial temprana (foto 22).
Foto 22.- Fragmento de inscripción altoimperial reutilizado en la Puerta de San Felipe.
El martyrium de San Felipe se halla situado en la cumbre de una colina con pendiente relativamente acusada, cuya ladera comienza en las proximidades de la puerta de San Felipe al otro lado del encajonado cauce de un arroyo estacional. Dicho arroyo delimita el final de la llanura sobre la que se alza la ciudad y el comienzo de una sierra de moderado empaque de la cual la colina del martyrium constituye una suerte de “anticipo”.
Foto 23.- Ruinas de las Termas del Martyrium, utilizadas por los peregrinos antes de ascender al complejo sacro.
El ascenso por la falda de la colina se realizaba y se realiza vía una larga escalinata de piedra tallada. Aunque ha sido restaurada en la última década a fin de hacerla funcional, tiene todo el aspecto de haber permanecido siempre en bastante buen estado. Justo al pie de la escalera se alzan las ruinas de un edificio octogonal (foto 23) que ha sido identificado como una instalación termal para uso de los peregrinos, los cuales debían purificarse vía un adecuado lavado antes de subir al conjunto sacro.
Foto 24.- Restos de la puerta monumental de cronología plenomedieval bizantina (siglos IX-XI) que daba paso al sepulcro del apóstol San Felipe.
Subimos por la escalinata. Tiene mucha pendiente por lo que conviene subir con algo de cuidado. Escasos metros antes de llegar arriba observamos unas ruinas a mano izquierda recientemente excavadas (foto 24). Corresponden a un edificio bizantino construido en un momento impreciso entre los siglos IX y XI y parece ser que hizo las veces de puerta monumental al sepulcro del apóstol Felipe, no así al martyrium que por aquella época ya llevaba destruido muchos años.
Foto 25.- Fuente para abluciones localizada al término de la escalinata del acceso al complejo dedicado al apóstol San Felipe.
La larga escalinata concluye en una terraza de arena amarillenta, con evidentes señales de trabajo arqueológico reciente. Una fuente para abluciones bellamente esculpida en piedra travertina (foto 25) nos recibe del mismo modo en que recibiera a innúmeros peregrinos durante los largos siglos en que este santuario de San Felipe constituyera un centro de adoración cristiana de la más alta categoría. Aquí se puede girar a la derecha o subir un segundo tramo de escaleras que hay a la izquierda. Decidimos hacer lo primero. La recompensa no tarda en llegar en forma de una pequeña al tiempo que elegante estructura de sillería travertina con tejado a dos aguas (foto 26), inserta en un conjunto edilicio a todas luces muy posterior. En realidad se trata de una tumba romana del siglo I d.C., algo nada sorprendente habida cuenta de que estamos en un lugar que fuera usado como necrópolis en época altoimperial. Incluso hemos visto algunos sarcófagos aquí y allá (foto 27). Pero lo cierto es que dicha tumba con tejado a dos aguas fue incorporada con tanto esmero en las edificaciones posteriores que se puede afirmar su gran importancia para las gentes que construyeron el martyrium en la primera mitad del siglo V. Todo indica, pues, y así lo supieron ver los arqueólogos modernos, que aquella tumba del siglo I era ni más ni menos que el sepulcro del apóstol Felipe o lo que es igual: el centro neurálgico de todo el santuario y, mucho más aún, uno de los lugares más sagrados para la fe cristiana que han existido nunca.
Foto 26.- Tumba romana del siglo I donde fuera depositado el cuerpo del apóstol San Felipe tras su ejecución.
Quizás sea pura sugestión pero lo cierto es que sentimos una fuerza positiva, una energía especial, en aquel lugar. La fe, la esperanza, la devoción de miles y miles de peregrinos cristianos a través de los tiempos ha quedado impregnada de alguna manera en este desolado rincón. Quizás contribuye a esta “pureza” ambiental, a esta “fosilización” de antiguos sentimientos, el hecho de que el santuario queda relativamente alejado del núcleo del yacimiento arqueológico de Hierápolis, por lo que son minoría los visitantes que hasta aquí llegan, y también su fecha de descubrimiento: un recientísimo año 2011. Tal vez con el paso de los años y la sucesiva llegada de turistas, muchos de ellos no creyentes, esta extraña energía que nosotros creímos percibir se vaya disipando… mas lo que es a día de hoy sigue estando ahí, deseosa de recibir a los visitantes de buena voluntad.
Foto 27.- Sarcófago de cronología altoimperial romana conservado in situ en los aledaños del complejo sacro.
Los restos edilicios posteriores en los que se encuentra cuidadosamente inserta la tumba del apóstol son contemporáneos del martyrium y corresponden a una iglesia de planta basilical de gran calidad constructiva, con abundancia de mármoles en forma de frisos, losas, capiteles, tambores y bases de columna, nichos esculpidos, etc, muchos de ellos adornados con cruces exquisitamente talladas (fotos 28 y 29). La disposición en planta de esta iglesia fue pensada en función de la misma de la tumba altoimperial del apóstol, cuidando de reservarle a ésta un lugar central tal y como le correspondía.
Fotos 28 y 29.- Elementos constructivos y decorativos de la gran iglesia levantada alrededor de la tumba del apóstol. Arriba vemos una placa de mármol adornada con una cruz latina, abajo una basa de columna decorada con una cruz griega.
Las razones arqueológicas e históricas que sustentan la identificación de esta zona del santuario con el sepulcro y basílica del apóstol son bastante sólidas e interesantes. A fin de no alargar en exceso esta entrada no las vamos a incluir aquí. No obstante, quien desee profundizar un poco más en el tema puede leer la entrevista a Francesco D´Andria, director de las excavaciones de Hierápolis, que figura en el siguiente link: https://es.zenit.org/articles/asi-descubri-la-tumba-del-apostol-felipe/. Nosotros nos vamos a limitar a complementarla adjuntando una foto del sello de bronce al que se refieren en la entrevista (figura 2).
Figura 2.- Sello de bronce de cronología bizantina que constituye la principal prueba en apoyo de la identificación de la tumba a dos aguas de la foto 26 con el sepulcro del apóstol San Felipe.
Foto 30.- Escalinata de acceso al Martyrium.
El Martyrium es un edificio bastante complejo, de claro estilo tardorromano oriental, el cual sería perfeccionado durante el periodo bizantino temprano hasta alcanzar un elevadísimo nivel de excelencia cuya mejor prueba es la celebérrima iglesia justiniana de Santa Sofia en Constantinopla. Consiste en un gran cuadrado el cual encierra un imponente edificio octogonal distribuido en 16 habitaciones (8 capillas y 8 vestíbulos monumentales) intercomunicadas así como dispuestas en torno a una cúpula central en forma de domo soportada por ocho pilares de sillería travertina (foto 31). Estos pilares son las estructuras mejor conservadas del conjunto debido a la calidad de sus materiales y la cuidadosa ejecución que presentan. Se encuentran horadados por galerías cubiertas con bóvedas de medio cañón, en cuyas dovelas clave fueron esculpidos símbolos cristianos tales como la cruz y el cristograma o crismón (fotos 32 y 33). El espacio existente entre el edificio octogonal y el muro del cuadrado principal se encuentra ocupado por veintiocho pequeñas dependencias rectangulares (foto 34) concebidas, según se cree, para alojamiento y servicio de los peregrinos y por cuatro entradas desde el exterior una en el centro de cada lado. Por su parte, los ritos principales de veneración al santo se realizaban en el octógono situado debajo de la cúpula central, donde se han exhumado los restos del synthronon utilizado por los clérigos oficiantes (foto 35).
Foto 31.- Vista del interior del martyrium, observándose en primer plano uno de los ocho pilares de sillería traverina que sujetaban la cúpula central.
El martyrium fue destruido por un incendio a mediados del siglo VI, posiblemente provocado en el curso de alguna clase de disturbio cívico-religioso. No sufrió el mismo destino la basílica del sepulcro, la cual continuó durante mucho tiempo atrayendo peregrinos procedentes de todo el oriente imperial. El culto también continuó de alguna manera en el martyrium: así lo atestigua las dos pequeñas iglesias que fueron levantadas entre sus ruinas datadas en los siglos altomedievales.
Fotos 32 y 33.- Dovela clave con símbolos cristianos.
Retornamos al área nuclear de Hierápolis por la calzada antaño vigilada por la puerta de San Felipe. La hora de cierre del yacimiento se aproxima y también el sol ha empezado a declinar en el cielo. Nos queda, no obstante, un sitio que visitar: los restos del castillo medieval construido en el siglo XII en el borde de la colina, aprovechando una suerte de península natural fácil de defender.
Foto 34.- Primer plano de una de las 28 dependencias rectangulares que ocupaban el espacio entre el octógono central y el cuadrado exterior del Martyrium.
El castillo está bastante derruido, conservándose en buen estado sólo su frente oriental, esto es el del lado de tierra. Éste presenta una tipología típicamente plenomedieval, con muro de gran grosor (foto 36), escaleras de acceso a los adarves, saeteras en el interior de arcos semiapuntados (foto 37) y una recia torre cuadrada, hueca, bastante proyectada hacia el exterior (foto 38). Fue construido empleando un sistema de triple hoja con mampostería basta aglomerada de cal en el interior y paramentos exteriores de sillería romana reutilizada, incluidos elementos “exóticos” tales como tambores de columna, lápidas con inscripciones, etc. Su abandono debe datar de finales del siglo XIV o poco después a juzgar por los hallazgos numismáticos realizados en la fortaleza durante la única campaña arqueológica que se ha llevado a cabo en su solar hasta la fecha.
Foto 35.- Pilares abovedados del martyrium, con los restos del synthronon central en primer plano, a la derecha.
Retornamos a Pammukale bañados en la hermosa luz anaranjada que ilumina el atardecer en este rincón de Frigia. Atrás queda una de las ciudades antiguas más bonitas, interesantes y emotivas que hemos tenido ocasión de visitar en el curso de nuestros viajes. Y son unas cuantas ya. Absolutamente recomendable para todo aquel que le interese la Antigüedad Clásica.
Fotos 36 y 37.- Murallas del castillo medieval de Hierápolis. En la foto de abajo (37) se puede observar un arco semiapuntado albergando en su interior una saetera.
Descendemos lentamente por la blanca ladera de travertino, reluciente bajo el sol. La piedra está muy fría tal y como corresponde a un mes de diciembre en el interior de Anatolia. Aprovechamos para hacernos algunas fotos durante la bajada. Resulta divertida la experiencia aunque no especialmente relajante que digamos. Finalmente alcanzamos la base de la colina y con esto ponemos punto y final a nuestro noveno día de viaje por tierras de Asia Menor. Mañana más…
Foto 38.- Torre cuadrada del castillo medieval de Hierápolis.
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