lunes, 23 de diciembre de 2013

La ciudad de CONSABURA (Consuegra). El paso de Roma por la Carpetania.

Los orígenes de Consabura (actual Consuegra, en Toledo) se remontan al siglo VI a. C., momento en que la arqueología detecta la presencia de un oppidum –poblado fortificado—en la cumbre del Cerro Calderico, hoy ocupado por el célebre castillo de la localidad y sus no menos afamados molinos de viento. 

Perteneciente a la etnia prerromana de los carpetanos, el asentamiento fue conquistado por las tropas romanas en algún momento situado entre el 192 a.C. –fecha de la conquista romana de Toledo por el pretor de la Ulterior M. Fulvio Nobilior—y el 182 a.C. –fecha de la conquista del oppidum de Contrebia Cárbica por el pretor de la Citerior Fulvio Flaco--, con preferencia hacia la primera de estas fechas dada la proximidad geográfica entre Toledo y Consuegra así como la ausencia de accidentes geográficos relevantes entre ambas.

Presa romana de Consuegra/Consabura. Lado de aguas arriba (embalse).

Parece ser que la Consabura carpetana no se entregó de grado a los nuevos señores de la región, toda vez que Plinio el Viejo la cita como Ciudad Estipendiaria, esto es sujeta al pago de un tributo –el stipendium—al pretor romano de la Citerior. Sea como sea, la ausencia de referencias en los textos latinos contemporáneos induce a pensar que bien la plaza se entregó sin excesiva resistencia, bien era demasiado pequeña como para representar un desafío importante a las águilas romanas, digno por tanto de reflejarse en las crónicas.

lunes, 11 de noviembre de 2013

La Presa de Alcantarilla. Un ejemplo de ingeniería romana muy poco conocido.

Los restos de la que fuera una enorme presa romana, comparable en monumentalidad a los más egregios logros de la técnica latina, se encuentran en la finca “La Alcantarilla”, de la que toma el nombre, sita a la sazón dentro del término municipal de Mazarambroz, provincia de Toledo, al sur del núcleo urbano de dicha población.

Para llegar a ella es preciso tomar el primer camino que nos encontramos a la izquierda nada más salir del pueblo en dirección a Cuerva y continuar por él durante cuatro kilómetros aproximadamente hasta llegar a un cruce de cierta entidad en comparación con los ramales que a un lado y a otro desembocan en la senda principal. Doblando entonces a la derecha, esto es abandonando dicha senda principal, conduciremos durante algo menos de un kilómetro hasta divisar la casa de labor de la finca y a su lado las imponentes ruinas que nos atañan. Al tratarse de una propiedad privada es preciso solicitar permiso en la casa para realizar la visita.

Vista del estribo izquierdo de la presa observado desde el vaso del embalse: hoy completamente seco.

sábado, 19 de octubre de 2013

AUGUSTÓBRIGA de los Pelendones. Una fundación romana en plena Celtiberia.

La antigua ciudad romana de Augustóbriga se localiza en el actual Muro de Agreda (Soria), en cuyo núcleo urbano han aparecido los escasos restos materiales que conservamos de esta civitas.

Al igual que tantos otros núcleos latinos lo poco que conocemos de Augustóbriga se debe a las escuetas menciones de los itinerarios –en este caso tanto el Ravenate como el de Antonino—y al geógrafo Ptolomeo. No obstante, el análisis de algunos factores como su nombre, emplazamiento físico y el contexto histórico de la comarca en que se encuentra constituye una fuente de información bastante verosímil si bien, no hay que olvidarlo, de tipo conjetural ante la falta de documentación escrita.

Como a simple vista se aprecia el nombre del asentamiento procede de la unión de dos palabras: una latina, Augusto, a la postre el cognomen del primer emperador romano, y otra céltica, briga, traducible como fortaleza, castro o, en general, lugar fortificado. “La fortaleza de Augusto” sería el significado etimológico de la palabra Augustóbriga, lo que nos pone tras la pista de un asentamiento, ya fundado, ya renombrado, en época augustea, setenta años después de la conquista romana de Termancia (96 a.C.) y el final de las Guerras Celtibéricas. Considerando por un lado que Augustóbriga se encontraba emplazada en un llano de pobres condiciones defensivas y, por otro lado, el hecho conocido de que los romanos, tras la victoria final, obligaron a las tribus celtíberas a desalojar la gran mayoría de sus poblados –castros—y ciudades fortificadas, casi siempre localizadas en altos de fácil defensa, asentándolas en las llanuras aledañas donde eran mucho más sencillo su control, se puede colegir que Augustóbriga fue uno de estos nuevos asentamientos en llano. Desde luego el nombre del lugar, significativamente oficialista, apunta en esta dirección, siendo posible ir un poco más lejos y afirmar el carácter campamental de la nueva plaza, al menos en los primeros años de su existencia. Dicho todo esto parece razonable datar la fundación de Augustóbriga en algún momento del último tercio del siglo I a.C.

Muralla de Augustóbriga al pie de la pequeña colina en que se alza el castillo de Muro de Ágreda.

viernes, 9 de agosto de 2013

METELLINUM (Medellín). De campamento a ciudad romana.

La Metellinum romana se corresponde con la actual Medellín, provincia de Badajoz, en cuyo casco urbano e inmediaciones se encuentran los escasos pero significativos vestigios que el pasado clásico nos ha legado.
 
Los orígenes de la antigua ciudad romana, hoy población extremeña, se encuentran en cierto asentamiento prerromano localizado en la cumbre del cerro del castillo de Medellín, donde hoy se alza la gran fortaleza medieval que da nombre a este accidente geográfico.

Muralla romana de Metellinum, con su esbelto paramento externo de mampostería regular en hiladas.
 
En el año 79 a.C. desembarca en Hispania Quinto Cecilio Metelo Pío (Quintvs Caecilivs Metellivs Pivs en latín), nuevo procónsul de la Ulterior. Su misión era derrotar al rebelde Sertorio, que bajo su dirección de cuño romano había independizado de facto una gran parte de la península ibérica.
 
Al mando de dos legiones, Metelo se dirige a la provincia Lusitania, en plena efervescencia bélica por aquel entonces al hallarse bajo control de Sertorio todos los territorios al norte del Guadiana. Decidido a afianzar el dominio romano sobre la zona, Metelo establece dos grandes campamentos a manera de puntos fuertes y un número indeterminado pero considerable de puntos fortificados menores. Estos dos campamentos fueron Castra Caecilia (identificado con el yacimiento de Cáceres el Viejo, en las proximidades de Cáceres capital) y Castra Metellinum, la actual Medellín, que iniciaba así su andadura por la senda de la Historia.
 
Sección transversal de la muralla romana de Metellinum donde se observa claramente el paramento externo de mampostería por hiladas y el núcleo de argamasa de cal y mampuestos sin desbastar.
 
La plaza campamental de Metellinum sobreviviría al final de las guerras sertorianas, concluidas en el año 71 a.C. con la derrota del líder rebelde. Reducida en extensión, se extendía por la cumbre del cerro del castillo y su ladera meridional, dejando sin ocupar las otras laderas sin duda ante el temor a las inundaciones provocadas por los frecuentes desbordamientos del Guadiana en época de crecida. No obstante, su importancia político-administrativa era grande al tratarse del mayor asentamiento romano en bastantes kilómetros a la redonda. Este hecho, unido a la existencia de varios epígrafes que indican la pertenencia de los naturales de Metellinum a la tribu Sergia (en menor porcentaje, a la Galeria), permite aseverar el ascenso del asentamiento a la condición de colonia durante el gobierno de César (las colonias cesarianas solían ser inscritas en la tribu Sergia). Nos encontramos, pues, ante una de las colonias romanas más antiguas de la península Ibérica, algo que por otra parte no debe extrañarnos dado que se trataba de una plaza de fundación romana, de cuya lealtad por tanto no había motivos de duda.
 
Metellinum conocería un periodo de gran esplendor durante el periodo republicano tardío y los primeros años del imperio (segunda mitad del siglo I a.C.). Sin embargo, la fundación de la Colonia Augusta Emérita en el año 25 a.C., veinticinco kilómetros aguas abajo del Guadiana, y su rápido crecimiento posterior iban a eclipsar en poco tiempo a la ciudad de Metelo. A pesar de todo Metellinum conservaría un considerable vigor urbanístico a lo largo del periodo Julio-Claudio (14-68 d.C.) tal y como atestigua el culto imperial detectado en la epigrafía, el patronazgo de personajes principales como Druso, hijo de Germánico, o Gaius Caesar, hijo adoptivo de Augusto y, sobre todo, los restos del gran puente sobre el Guadiana, arrasado por una riada a comienzos del siglo XVII y del que sólo quedan las bases de las pilas, así como las ruinas del teatro de la ciudad, erigido en el siglo I d.C. aprovechando la pendiente de la ladera del cerro del castillo.
 
Sección longitudinal de la muralla de Metellinum.
 
Conocemos poco acerca del devenir de Metellinum en los siglos siguientes a su fundación y desarrollo temprano. La falta de excavaciones arqueológicas se une en este caso al escaso volumen de referencias en los textos latinos para componer un panorama en exceso esquemático si bien probablemente correcto. Así, lo más que se puede decir es que no parece que la ciudad pasara nunca de entidad urbana más bien pequeña, sobre todo en comparación con la cercana y mucho más fastuosa Emérita. Sí que poseía, no obstante, un territorium independiente del de Emérita en el que florecían grandes villas agrícolas dependientes de la ciudad, la mayoría de las cuales han sido estudiadas con metodología arqueológica o al menos prospectadas de tal manera que se ha podido reconstruir con bastante precisión los límites de dicho territorium.
 
Muralla romana de Metellinum, en el área del teatro, con el recrecimiento de tapial de época almohade.
 
Los únicos autores antiguos que citan a Metellinum en sus obras son, como suele ser habitual en estos casos de parquedad documental, Plinio el Viejo y Ptolomeo. El primera la cita como Metellinensis Colonia, el segundo como Caecilia Gemellina en las coordenadas 8º 40´ O -- 39º 30´N. La ciudad también es mencionada en el itinerario de Antonino como mansio de la ruta XI que enlazaba las grandes urbes de Emérita y Córduba, la última antes de llegar a Emérita. De hecho, la construcción del puente romano sobre el Guadiana, hoy casi desparecido como se dijo, fue acometida con el objetivo de dar continuidad a esta ruta a su paso por Metellinum. Por último añadir que también aparece citada en el anónimo de Rávena con el nombre de Metilinon.
Aunque la ciudad nunca pudo superar la imponente competencia que suponía la proximidad de la capital de la diócesis hispánica, lo cierto es que a diferencia de muchas otras urbes hispanorromanas no sucumbió a la crisis del siglo III o a las turbulencias de finales del imperio, ni tan siquiera a la invasión musulmana que tantos núcleos antiguos yermara para siempre. Probablemente sea la existencia del puente sobre el Guadiana, imprescindible a la hora de asegurar las comunicaciones entre la capital del emirato y la siempre levantisca Mérida, la razón última de éste éxito, por otra parte motivo de que en lo alto del cerro del castillo haya lucido siempre su estampa una recia fortaleza.
 
Restos, casi arrasados, de una de las puertas de la muralla de Metellinum.
 
Aparte de los maltrechos restos del puente y las no mucho mejor conservadas ruinas del teatro, el único vestigio de la antigua Metellinum que nos ha llegado son unos pocos fragmentos de su muralla y los vestigios, muy degradados, de una posible puerta (aparentemente de acceso directo con una torre de flanqueo a la izquierda). De lo poco que queda de la muralla se puede entresacar una factura simple, poco monumental  --opus incertum--, de formas rectilíneas y con escasa profusión de elementos poliorcéticos como por ejemplo torres. Muestra un aparejo de triple hoja, siguiendo los preceptos del emplecton romano. Los paramentos externos fueron levantados con mampuestos sin tallar aunque de tamaño y forma bastante uniformes lo que permitió una regularización en hiladas ciertamente armoniosa. Todo el conjunto está ligado con un mortero de cal de muy buena calidad, fiel indicio de su origen romano. El núcleo interno, por su parte, lo forma la habitual mezcla heterogénea de tierra y mampuestos, nuevamente ligados con mortero de cal de alta calidad. En la actualidad conserva un alzado máximo de algo más de 2,5 metros en el mejor de los casos. Su espesor, más bien moderado, no alcanza los dos metros. Considerando en conjunto todas estas características, resulta bastante verosímil atribuirle una cronología temprana a esta muralla, de tipo más simbólico que defensivo por tanto. Probablemente se construyera con ocasión del ascenso de la ciudad a la categoría de Colonia, acontecimiento éste datable en algún momento entre los años 63 y 40 a.C., fechas respectivas del nombramiento de Julio César como cuestor de la Hispania Ulterior y de la batalla de Munda.
 
Ruinas del teatro romano de Metellinum. La bóveda de ladrillo se corresponde con uno de los dos accesos principales al edificio.
 
La muralla romana de Metellinum siguió siendo utilizada en los siglos medievales como defensa principal de la plaza, al menos mientras pudo  soportar el embate de los siglos y los conflictos de los hombres. Sin embargo hubo un momento, posiblemente hacia finales del siglo XII, en que los viejos lienzos romanos estaban tan arrasados que ya no podían proporcionar una defensa adecuada. Debió ser entonces cuando se recrecieran con un tapial de cal y canto de mediana calidad, observable todavía en la mayoría de los lugares donde se ha conservado la muralla de Medellín y que, a juzgar por su morfología, debe ser obra almohade.
 
Ruinas de la parte baja de la cávea del teatro romano de Metellinum.


lunes, 3 de junio de 2013

ARATISPI. Una ciudad romana de provincias en la Bética.

Con este nombre fue llamada una antigua ciudad romana, de moderada importancia, cuyos restos se encuentran en el paraje conocido como Cauche el Viejo, tres kilómetros al sur de la pedanía de Villanueva de Cauche, dependiente de Antequera, en la provincia de Málaga.
 
El solar que ocupa es un cerro de escasa altura, breve pendiente y limitada superficie que obviamente nunca pudo albergar una ciudad grande. No es de extrañar, pues, que Aratispi no aparezca citada en ninguna fuente clásica, habiendo de agradecer la noticia de su pretérita existencia a las diferentes menciones que figuran en las inscripciones localizadas en el Cerro del Cauche, hoy visibles empotradas en el campanario de la vecina Villanueva de Cauche. En efecto se trata de tres alusiones directas a una ciudad nombrada Aratispi y dos más en las que se hace referencia a otros tantos naturales de este asentamiento.
 
Restos, bastante degradados, de la muralla de la Res Pvblica Aratispitana romana.

La primera de ellas es la CIL 5730 y en ella se lee: “RES PVBLICA ARATISPITANORVM / DECREIT DIVO DEDICAVIT. La segunda, igual de clara, está clasificada con el número 5731 del CIL: RES P. ARATISPITANA / D.D. Por su parte la tercera inscripción, publicada por Corell en epigraphica 66 (1994) 60 hace referencia a un pacto de hospitalidad entre un tal Q. Lucius Fenestella y el “SENATV POPVLOQVE CIVITATIS ARATISPITANAE”. Los otros dos epígrafes citan respectivamente a un ARATISPITANO (CIL 5733) y un ARATISPITANVS (CIL 5734). No parece, pues, haber sitio para la polémica a la hora de identificar los restos urbanos localizados en Cauche el Viejo con la antigua Aratispi romana.

Las excavaciones arqueológicas realizados en la cumbre del cerro de Cauche el Viejo han permitido datar los primeros indicios de poblamiento en el remoto Calcolítico (hacia el 3000 a.C.), prolongándose éste sin sucesión de continuidad hasta la época ibérica. A este momento histórico pertenecen los restos de la muralla de la ciudad, destruida, según el parecer de los investigadores, durante la conquista romana de la comarca si bien es seguro que fue reconstruida posteriormente para servir de defensa al asentamiento ya romanizado.

Aparejo de sillarejo alternando con auténticos sillares en la muralla de Aratispi.
 
El motor principal de esta modesta ciudad, posiblemente dependiente en algún modo de la cercana Anticaria (la actual Antequera, once kilómetros hacia el norte), debió ser su proximidad a la ruta entre Cástulo (Linares, Jaén) y Málaca, que ponía en comunicación el interior de Andalucía (y más allá lógicamente) con la actual capital de la costa del Sol, de cuyo puerto podían salir por barco toda clase de productos y muy especialmente los recursos metalíferos del curso alto del río Guadalquivir, cuya capital administrativa era la citada Cástulo, muy apreciados en la cuenca mediterránea desde tiempos inmemoriales. Esta importante ruta, aunque no aparece reflejada en textos como el itinerario de Antonino, sí que figura en el anónimo de Rávena –concretamente es la número IV—figurando sucesivamente las estaciones de Anticaria, Nescania (Cortijo de Escaña, Valle de Abdalajís) y Málaca, plazas las tres más o menos cercanas a nuestra Aratispi.
 
Aparte de sus competencias comerciales y logísticas, Aratispi también basaría su economía en la agricultura de secano propia de la zona, sazonada con una producción olivera cuyo recuerdo nos ha llegado en la forma de una prensa de aceite encontrada durante las excavaciones.
 
Torre cuadrada de la muralla de Aratispi, la única conservada de todas las que pudiera poseer en sus buenos tiempos.

La ciudad romana desbordaría los estrechos límites del asentamiento ibérico hacia el siglo I d.C., descendiendo al valle inmediato, más o menos llano. El siglo II d.C. sería el de mayor esplendor de la ciudad. Así lo atestigua tanto la abundancia de cerámica sigillata localizada en los estratos correspondientes  como el hecho de que los cinco epígrafes conservados estén fechados en dicha centuria. Incluso se puede concretar un poco más restringiendo este periodo al primer tercio del siglo, cuando se tallaran sendas inscripciones honoríficas respectivamente dedicadas a los emperadores Adriano (117- 138) y Trajano (98 – 117) en las que se hace mención expresa a los magistrados de la ciudad, fiel indicio de su vigor como entidad urbana.
 
Tabernae excavadas en el frente meridional del cerro de Cauche el Viejo, en el lugar otrora ocupado por la muralla de la ciudad, que debe ser por tanto cronológicamente anterior.
 
El siglo III conocería un periodo de profunda decadencia, común a toda la provincia bética, y que sin ningún problema puede concretarse en la minería del alto Guadalquivir, muy paralizada por entonces con lo que ello significaba de merma de la riqueza disponible a lo largo de la ruta Cástulo-Málaca antes mencionada. En el año 262 de nuestra Era, reinando en Roma el emperador Galieno, se produce la invasión de Hispania por parte de una gran horda de francos y alamanes, pueblos bárbaros los dos procedentes del norte de Europa que, previamente, han pasado por la Galia, saqueándola y devastándola. Según el rastro de destrucciones detectado por la moderna arqueología los bárbaros fueron avanzando hacia el sur siguiendo la vía Hercúlea que bordeaba el Mediterráneo así como avanzando por el interior a través de las calzadas que comunicaban el valle del Ebro con la meseta. Llegados a la bética sufren sus efectos Baelo Claudia, Gadis y probablemente Málaca antes de pasar a la Mauritania Tingitania, donde prosiguen sus raids de saqueo. También se ha sugerido su paso por Antequera y Singilia Barba, urbes muy cercanas ambas a Aratispi, lo que unido al hecho de la probable devastación de Málaca nos permite hipotetizar el empleo de la ruta Castulo – Málaca por parte de francos y alamanes, detalle éste que en último extremo permite atestiguar la destrucción de Aratispi en algún momento entre los años 262 y el 267, fecha esta última considerada límite de la presencia germánica en Hispania antes de pasar a África. El corte en las exportaciones de aceite de oliva a Roma, provocado según los investigadores por la invasión bárbara, supondría la puntilla a una situación ya muy deteriorada aún antes del ataque norteño a causa del cese de la actividad minera y el retraimiento general del mundo urbano característico de este periodo del Imperio romano. Sí que parece cierto que Aratispi retuvo algún tipo de población residual --sin duda carente de dinamismo urbano ni con toda probabilidad instituciones públicas-- ya que en época musulmana alberga una pequeña población fortificada que perduraría a duras penas hasta la conquista cristiana de Antequera (1410) en que se despuebla para siempre.
 
Inscripción 5730 del CIL esculpida en honor del emperador Trajano por la RES PVBLICA ARATISPITANORVM.

Los principales restos conservados de Aratispi son una serie de tabernae, erigidas en una sobria mampostería cogida con mortero de cal, donde no falta algún que otro ejemplo de pavimento verificado en opus spicatum. También pueden contemplarse algunos vestigios de viviendas en la cumbre del cerro de Cauche el Viejo y la prensa olearia mencionada anteriormente así como algunos tramos de la vieja muralla ibero-romana que pasamos a describir a continuación.
 
Se trata de una muralla poco imponente de trazado rectilíneo, cuyos breves restos pueden observarse hoy en sector meridional del cerro, el más vulnerable al presentar una pendiente menor, a una cota ligeramente inferior a la de su cumbre.
Está ejecutada empleando la habitual técnica de triple hoja, paramento interno, paramento externo y núcleo interior heterogéneo y macizado. Su paramento externo muestra un correcto sillarejo no isódomo, en ocasiones sillería de calidad variable, que proporciona un aparejo sólido y de agradable apariencia. Como aglomerante se utilizó un mortero de barro de buena calidad, especialmente destacable en los puntos donde la falta de linealidad en las hiladas obligó al empleo de calzos de regularización. El paramento interno se encuentra hoy soterrado por lo que no se puede decir nada de él.
 
Un nuevo lienzo, algo más tosco que el anterior, de la muralla aratispitana.
 
El elemento más destacable que podemos contemplar en esta muralla es una torre rectangular maciza de aproximadamente 3,5 metros de ancho por 2 de lado. Lo más probable es que todo el frente meridional del recinto amurallado estuviera flanqueado por torres como ésta.
 
La escasa similitud de los materiales y técnicas empleados en esta muralla en relación con los propios del resto de las estructuras excavadas en Aratispi, de clara cronología imperial, así como el hecho de verse interrumpida a partir de cierto punto de su traza por las tabernae citadas, permite fechar esta muralla en época republicana, posiblemente siguiendo la traza de la muralla ibérica. Estamos hablando por tanto del siglo II a.C., no mucho después de la destrucción de la muralla ibérica encuadrable en el marco de la conquista de la zona y el subsiguiente comienzo de la romanización.
 
Restos de pavimentos romanos desenterrados durante las excavaciones. Opus Spicatum (en espina de pez) a la izquierda, Opus Testaceum (ladrillo) a la derecha.



miércoles, 24 de abril de 2013

COELIÓBRIGA o la romanización en Galicia.

Las ruinas de Coelióbriga, la antigua capital de los Coelerni galaicos, se encuentran en las inmediaciones de Castromao, pequeña aldea dependiente de Celanova, en la provincia de Orense.
Su morfología encaja plenamente con los parámetros propios de la cultura castreña del noroeste: emplazamiento en altura con complicadas pendientes, tamaño moderado (apenas dos hectáreas), hábitat fortificado, escaso desarrollo urbanístico, etc. En realidad, el castro de Castromao no se diferenciaría apenas de los castros próximos, tan abundantes en esta parte de Galicia, si no fuera por la afortunada circunstancia de su identificación con la antigua Coeliobriga, a la sazón proporcionada por la Tábula de Hospitalidad encontrada durante las excavaciones practicadas en 1970, de la que hablaremos después.
La muralla baja de Coelióbriga abrazando los restos de las casas de sus moradores.


Por otro lado, conocemos la existencia de la etnia de los Coelerni gracias a las menciones de Plinio el Viejo y Ptolomeo y su presencia en dos epígrafes altoimperiales, uno de ellos la Tábula anteriormente citada.


La celebérrima Historia Naturalis cita a los Coelerni como uno de los 24 pueblos o etnias –cada uno de ellos con su propia capital o Civitas según el texto pliniano—que componían la población del convento Bracarense (unas 285.000 personas). Ptolomeo, por su parte, nombra a los Calerinori entre los pueblos que habitaban la franja de tierra comprendida entre el Miño y el Duero, no lejos del mar. Su capital, Celiobriga –de ahí el término Coeliobriga, estaría en las siguientes coordenadas: 6º 00´ E - 42º 20´N.

La tercera alusión que poseemos es la inscripción existente en cierta pila honorífica localizada en el siglo XVIII en las inmediaciones del puente romano de Chaves (Portugal), la antigua Aquae Flaviae romana. En ella se menciona a los Coelerni como uno de los diez pueblos del territorium de Aquae Flaviae que habían sufragado la construcción de dicho puente (también se citan los otros nueve). La inscripción ha sido datada en el año 79 d.C. merced al homenaje al emperador Vespasiano que en ella figura. Este puente, que fuera construido por los sufridos soldados de la Legión VII Félix, daba continuidad a la calzada número XVII del Itinerario de Antonino (Bracara – Astúrica en su ruta meridional) a su paso por Aquae Flaviae (que sin embargo no figura como mansio en este itinerario ya que no parece que se trate de la Ad Aquas del texto latino).
La muralla de Coelióbriga con su paramento interno en primer plano.

La última referencia a los Coelerni, posiblemente la más importante en términos históricos, es la de la Tabula de Castromao. En ella se establece un pacto de hospitalidad entre los Coelerni y el prefecto de la Cohorte I de los Celtíberos, acantonada por aquel entonces en el campamento de A Cidadella, término de Sobrado dos Monxes (A Coruña), a la sazón la principal fuerza militar que había en los contornos por lo que no era raro que se buscara su protección en una sociedad como aquélla, de rasgos toscos y primitivos más no por ello menos iniciada en la senda de la romanización. La trascripción de la célebre inscripción latina es la siguiente:

G(neo)    ivlio.    Servio.    Avgvrino.    G(neo)    trebio.   /   Sergiano.
Co(n)s(ulibus).   /   Coelerni.    Exhispania.  Citeriore.  /  Conventvs.
Bracari.     Cvm.    G(neo).    An  /  tonio.   Aqvilo.   Novavgvstano.
/  Praef(ecto).   Coh(ortis).  i.   Celtiberorvm.  /  Liberis.   Posterisqve.
Eivs.   Hos  /  pitivm.  fecervnt.  /  G(neus).  Antonivs.  Aqvilvs.  Cvm. Coeler / nis. Liberis. Posterisqve. Eorvm. Hospitivm. Fecit.  Legatvs
/  egit  p(ublius).  Campanivs.  Geminvs

Que puede traducirse así: “Siendo cónsules G. Iulius Serius y G. Trebius Sergianus, los Coelerni de la Hispania Citerior, del convento de Brácara, hicieron un hospitum con G. Antonius Aquiles, Novaugustano, prefecto de la I cohorte de los celtíberos, sus hijos y descendientes. G. Antonius Aquiles hizo un hospitum con los Coelerni, sus hijos y descendientes. Hizo de legado P. Campanius Geminus.”

Sección longitudinal de la muralla, donde se aprecia con claridad la regularidad de su espesor y su buen estado de conservación.


Datada en el año 132 d.C. gracias a la mención a los cónsules que aparece al principio del texto, esta placa de bronce, rectangular y de buen tamaño, fue localizada en el interior de una vivienda del castro de Castromao. Próxima a ella se encontraban los restos de un asa del mismo metal, otrora soldada a la parte posterior de la tábula, por medio de la cual se mantenía sujeta la placa en algún lugar elevado, donde todo el mundo podía verla. Se trata de una práctica habitual en la antigüedad que, en este caso concreto, permite identificar el castro de Castromao con la Coeliobriga que fuera capital de los Coelerni.
La economía de la antigua Coeliobriga debió ser de tipo ganadero-pastoril, propia de la comarca, a lo que hay que sumarle las posibilidades comerciales que proporcionaba su proximidad a la vía XVIII del Itinerario de Antonino (ruta septentrional entre Brácara y Astúrica), con la que enlazaba por medio de una calzada secundaria a la altura de la mansio de Aquis Oreginis (la actual Baños de Bande). Dicha vía, considerada de gran valor estratégico por las autoridades romanas, constituía, para la zona, un motor de romanización de primer orden, capaz por sí sola de explicar la prosperidad de los asentamientos emplazados en sus cercanías. Quizás se deba a ello el hecho de que Coelióbriga, cuya existencia se remonta al siglo VI a.C., perdurara como lugar habitado hasta los primeros años del siglo IV d.C., bastante tiempo después de que la gran mayoría de los castros galaicos fueran abandonados, constatándose incluso un incremento considerable de su población hacia el siglo II de nuestra Era, cuando las casas comienzan a ocupar el terreno situado al otro lado de la muralla.

Casas circulares de tradición celta al pie de la muralla baja.


Conocemos bastante bien la estructura física de Coelióbriga gracias a las excavaciones realizadas en su solar. Los primeros indicios de poblamiento del castro corresponden a la parte superior del cerro ovalado en que se asienta, ocupado por una estrecha cumbre rocosa más o menos plana. Protegido por una muralla bastante degradada a la par que poco excavada, esta primera fase del asentamiento fue prácticamente desocupada en las sucesivas, de tal modo que apenas han sido localizadas unas pocas viviendas en toda la cumbre. El lugar donde se concentran la gran mayoría de los edificios de Coelióbriga es el sector de ladera inmediatamente inferior a la cumbre, lo que obligara en su tiempo a acometer una cierta nivelación de la acusada pendiente del terreno, fácilmente perceptible desde el aire. El hallazgo de viviendas otrora cubiertas con tégulas así como de geometría cuadrada, con agudas esquinas rectas y divididas en varias habitaciones, rasgos los cuatro de clara inspiración romana, alternadas con las típicas viviendas galaicas circulares (o de transición: rectangulares con esquinas redondeadas) nos pone tras la pista del proceso de romanización experimentado por los norteños Coelerni que sin embargo no por ello renunciarían a los principios básicos de su cultura hasta una época ya avanzada del Imperio romano.
Por otra parte, se debe destacar como, al igual que el asentamiento primigenio, ésta ampliación contaba con su propia muralla, concéntrica con la anterior y que ha llegado hasta nuestros días en bastante buen estado, hasta el punto de conservar cuatro metros de alzado en algunos lugares. Se trata de un lienzo continuo, sin torres, sólo interrumpido en la zona de las puertas, cuya sencilla geometría curva busca adaptarse a la línea de cota en que concluye el explanamiento de la ladera donde se alzaran las viviendas. Bastante regular, cuenta con un espesor aproximado de tres metros verificados según la clásica técnica de la triple hoja, que en este caso particular consta de paramento externo e interno labrados en mampostería de granito sin desbastar aunque bien escogida, lo que permitiera su adecuada colocación en seco, y un desordenado relleno central de cascotes y tierra macizados.
Casa rectangular, con agudas esquinas y varias habitaciones, elocuente testigo del nivel de romanización de Coelióbriga.

Aunque robusta y de airosa factura, salta a la vista la poca capacidad operativa de esta muralla ante un enemigo mínimamente avezado en la guerra de sitio. Nos encontramos, pues, ante una muralla concebida no para hacer frente a un ejército sino para proteger a los moradores del asentamiento de ataques por sorpresa, golpes de mano, incursiones de rapiña y, en general, actos hostiles de baja intensidad como los que a buen seguro estuvieron expuestos los Coelerni durante siglos, antes de la llegada de los romanos y su implacable maquinaria militar. Como no parece muy probable que los romanos permitieran a los Coelerni fortificar su capital más allá de las defensas que pudiera poseer de antes y además la muralla baja de Coelióbriga exhibe unos rasgos bastante primitivos, resulta verosímil hipotetizar un origen prerromano –siglos II – I a.C. probablemente— para esta fortificación. Acaecida la conquista romana del noroeste en la segunda mitad del siglo I a.C., Coelióbriga se libraría por una razón u otra de la aciaga suerte de otros muchos castros, que fueron abandonados al ser forzados sus moradores a bajar al llano. Su arcaica muralla,  erigida según las atrasadas técnicas indígenas, debió resultar poco amenazadora para las refinadas técnicas de asedio de los invasores latinos. Esto explica que fuera autorizada su conservación a fuer de seguir actuando como delimitadora de los límites del poblado y defensa contra agresiones inesperadas: en absoluto inusuales en tan remoto rincón de la provincia Tarraconense, parte periférica del imperio, de costumbres bárbaras, en la que el influjo civilizador de Roma aún tardaría algún tiempo en hacerse sentir y aún más en imponer finalmente su modo de vida hasta el extremo de anular en gran medida el sustrato céltico-indígena anterior.

Estructuras rectangulares, unas de clara  inspiración romana, otras de transición, con sus esquinas redondeadas, localizadas durante las excavaciones.

miércoles, 13 de marzo de 2013

TERMES/TERMANTIA. De aliada de Numancia a municipio romano.

Las ruinas, bastante considerables, de la ciudad celtíbero-romana de Termes, también llamada Tiermes e incluso Termantia, se extienden por la amplia cumbre del cerro de la Virgen del Castro, término municipal de Montejo de Tiermes, en los confines meridionales de la provincia de Soria.
 
Los orígenes de Termes se remontan al periodo celtíbero antiguo (siglo VI-V a.C.), cuando la arqueología detecta la presencia de un asentamiento arévaco (pueblo celtibérico) en la cumbre del cerro de la Virgen del Castro. Sin embargo habrá que esperar a los años centrales del siglo II a.C. para ver aparecer por primera vez el nombre de Termes en la Historia escrita. Esto lo debemos concretamente a las pluma de Apiano (Iber, 76-77-79) quien relata como en el año 141 a.C. el cónsul Quinto Pompeyo, tras fracasar en su asedio contra Numancia, al comienzo de las guerras celtibéricas, se dirigió contra su aliada Termes, nombrada Termancia en los textos latinos, a la sazón considerada una presa más fácil que la inmortal ciudad arévaca. Craso error fue aquél, tal y como pudo comprobar el cónsul tras sufrir tres derrotas consecutivas en que perdiera casi toda la caballería y una cohorte entera con seiscientos hombres, tribuno incluido.
 
Muralla bajoimperial de Termes. Zona septentrional del perímetro fortificado. En primer plano, uno de sus recios cubos de flanqueo.

Poderosas fortificaciones debía poseer ya la orgullosa ciudad celtíbera, sublimadas por los potentes barrancos que a la manera de murallas naturales delimitan el cerro de la Virgen del Castro. Lamentablemente apenas ha quedado nada de ellas: sólo una fugaz línea de derrumbe de considerable espesor que bien pudiera ser el último vestigio del zócalo de una antigua muralla, hecho de piedra seca o, más probablemente, cogida con barro, sobre el cual se dispondría el paramento principal, de adobe, según las técnicas de fortificación arévacas. Sí que han llegado, no obstante, hasta nosotros los huecos en que se alzaran las dos grandes puertas de la ciudad, a la sazón tallados en la dura roca en forma de angostos accesos (sobre todo la puerta occidental) muy fáciles de defender desde la cumbre del cerro al abrirse a un estrecho pasillo permanentemente batido desde las alturas donde por cierto las rocas labradas en regulares formas parecen indicar la pretérita existencia de fortificaciones.
 
Espléndido paramento de sillería bien labrada que luciera la muralla de Termes.
 
Termantia continuaría libre e indómita durante bastantes años a pesar de la caída de Numancia en el año 133 a.C. Mas finalmente sonaría la hora de Roma también para este lugar, cuyas puertas se abrirían ante el cónsul Tito Didio en el año 98 a.C. sin duda a consecuencia de la gran derrota sufrida por el pueblo arévaco ante el ejército romano bajo mando del citado magistrado romano. Como castigo a la obstinada oposición de los termestinos, Tito Didio mandaría que descendieran al llano con la prohibición expresa de amurallar la cumbre del cerro (a la luz de esta información, suministrada por Apiano, se supone que fue entonces, con ocasión de la conquista romana, que fue desmantelada la primitiva muralla celtibérica). Comenzaría así la andadura de la ciudad dentro del imperio romano, como ciudad estipendiaria naturalmente, pues había sido conquistada por la fuerza, lo que implicaba que debía satisfacer un tributo anual a Roma si quería poder continuar cultivando sus campos y apacentando sus rebaños. Semejante imposición no debía ser nada del agrado de los impetuosos arévacos de Termantia, dificultando el proceso de romanización común a todos los pueblos hispánicos bajo la égida de Roma pero desigual en intensidad y duración. Sin duda seguía muy vivo el espíritu racial arévaco cuando el levantamiento de Sertorio en tierras de Hispania, al que se uniera Termantia sin vacilaciones. Sin embargo la suerte volvió a ser esquiva a la vieja ciudad arévaca que fue ganada al asalto por Cneo Pompeyo Magno en el año 72 a.C. --Floro (III, 10,9)--  tras una labor previa de arrasamiento de los campos circundantes y subsiguiente debilitamiento de sus habitantes a manos del temible jinete del hambre.
 
Base, bastante bien conservada, de uno de los cubos de la muralla bajoimperial.
 
Durante el resto del periodo republicano, Termantia prosigue su existencia como ciudad sometida. Sus casas y callejuelas se levantan en la falda del cerro de la Virgen del Castro, allá en sus zonas menos agrestes y en el llano anejo. Concluida la República, el imperio será gobernado por los todopoderosos emperadores. No parece una mala forma de gobierno, al menos en este brillante principio, ya que la riqueza, el urbanismo, las artes y las ciencias florecen en toda la ribera mediterránea al socaire de la célebre pax romana, garantizada por las no menos célebres legiones imperiales. También será ésta una buena época para Termes, citada así ya por Floro, Ptolomeo Plinio el Viejo, Tito Livio, Diodoro de Sicilia y Tácito, en detrimento del viejo nombre celtibérico de Termantia. En efecto, la ciudad crece y prospera. El proceso de romanización es ya imparable. Su eficacia es máxima en tanto en cuenta comienza por los termestinos más influyentes, herederos directos de las antiguas élites celtibéricas, algunos de los cuales ascienden a la categoría de ciudadanos romanos con derecho al empleo de praenomen, nomen y cognomen. Así lo indica sin ningún genero de dudas la epigrafía de la época, por fortuna relativamente abundante a la hora de hacer referencia a antiguos termestinos.
 
Cubo de la muralla en el que se aprecia perfectamente su planta semicircular peraltada. Se aprecia bien el paramento exterior de silleria.
 
Elocuente reflejo de esta prosperidad es la monumentalización de Termes, detectada arqueológicamente a partir del reinado de Augusto en que se construye un templo en la zona septentrional de la ciudad, allá donde la pendiente del cerro comienza a ganar inclinación. Pero el empujón definitivo vendrá en el reinado de Tiberio (14-27 d.C.), sucesor de Augusto. En efecto, hacia el año 20 d.C. se construye el primer foro de la ciudad, entre cuyas ruinas se ha encontrado los restos de un epígrafe, datado con exactitud en el año 26 d.C., en el que se menciona directamente al emperador Tiberio con todos sus títulos y ascendientes en lo que se ha interpretado como una expresión del agradecimiento a la autoridad imperial por la concesión de la ciudadanía latina al, a partir de ese momento, municipio termestino. Si a este dato le unimos la pertenencia a la tribu Galeria de algunos termestinos registrados en la epigrafía, a la sazón la tribu a la que se adscribieran los nuevos municipios durante los reinados de la dinastía Julio-Claudia, tenemos suficientes argumentos para fijar el ascenso de Termes a la categoría de municipio latino durante el reinado de Tiberio. Desde luego el sólo hecho de la construcción de ese foro indica no sólo un proceso de romanización muy avanzado sino también un deseo de adecuar la estructura urbana de la ciudad a su nueva condición jurídica.
 
Sección transversal de la muralla bajoimperial de Termes. Se observa el paramento interno, de sillería, y el núcleo heterogéneo.
 
Durante el reinado de Tiberio se erigió también un nuevo templo imperial en la zona del foro y se concluyó el magnífico acueducto de la ciudad, concienzudamente tallado en la roca en muchos tramos y cuyas aguas se vertían en un gran depósito acuario o castellum acquae, excavado en su mayor parte. Desde luego la ciudad es rica y próspera: así lo indica tanto la epigrafía al mencionar sumas de dinero (9.991.000 sestercios) ciertamente enormes para tratarse de una ciudad del interior de la meseta como el registro arqueológico: rico en cerámicas de gran calidad (sobre todo terra sigillata), instrumentos de metal, vidrios y demás, todo lo cual evidencia de paso la existencia de un floreciente comercio. Semejante bonanza tiene su culminación hacia los años 70 del siglo I d.C. con la construcción de un segundo foro, mayor que el anterior y unas termas próximas, sin duda imponentes a juzgar por los restos que nos han llegado. El nuevo foro impulsa una nueva reorganización del espacio urbano, puntualmente muy intensa hasta el punto de amortizar algunas estructuras anteriores como el primer templo, erigido en tiempos de Augusto. Probablemente sea éste el cenit de Termes como ciudad, muy romanizada tal y como indican sus espléndidas domus, erigidas según el modelo romano aunque conservando todavía bastantes elementos de indigenismo, cuyo principal testimonio son los nombres célticos citados en la epigrafía.
 
La muralla bajoimperial seccionando algunas de las antiguas viviendas rupestres allá en la zona meridional de la ciudad.
 
La primera mitad del siglo II d.C. aún debió ser bastante próspera para Termes, perdurando sin mayor problema las instituciones urbanas tal y como indica la célebre tabula patronatus localizada en el cercano pueblo de Peralejo de los Escuderos, donde se cita a los dos duunviros de la ciudad así como al SENATVS POPVLVSQVE TERMESTINVS. Sin embargo el inexorable proceso de decadencia, común a todo el occidente romano, haría acto de presencia también en Termes,  ejemplificado muy bien en el abandono y reconversión en basurero, verificado durante la segunda mitad del siglo, de todo el sector nororiental de la ciudad. No obstante la ciudad continuaría existiendo con bastante vigor tanto en este siglo como en el siguiente. Así lo prueban las obras de mantenimiento detectadas en la cercana calzada que unía Termes con Uxama y Segontia, en el acueducto así como en el área foral Flavia y, por supuesto, la construcción de una poderosa muralla de técnica genuinamente bajoimperial datada entre los años 238-244 (fecha de acuñación de una moneda de Gordiano Pío localizada en la fosa de fundación de esta muralla) y los años posteriores al 276 d.C. en que se data la segunda invasión germánica de Hispania (la lógica histórica tiende a inclinar la datación hacia esta última fecha).
 
La llamada puerta del sol en el sector suroriental de la ciudad. Celtíbera de origen.

La nueva muralla de Termes surgió para defender los sectores más vulnerables de la ciudad, esto es los de su mitad oriental, más accesibles desde el exterior. Esto explica la ausencia de restos de esta fortificación en el área occidental, por otra parte innecesaria al actuar los vertiginosos precipicios que flanquean esta parte del cerro, solar del antiguo asentamiento arévaco, como inmejorable defensa natural. Las necesidades impuestas por la exigente ciencia poliorcética obligaron a la reducción del área urbana de la ciudad desde las 50 Ha del periodo altoimperial a las nuevas 30 Ha del bajoimperial, quedando fuera del recinto murado una extensa área de viviendas al sur de la ciudad (que no obstante continuaron habitados si bien con fines más de tipo industrial que residencial). Incluso fue necesario la destrucción de algunos complejos edilicios anteriores, tales como parte del graderío del sector suroriental –interpretado como lugar de reuniones al aire libre desde época prerromana--, o el conjunto rupestre meridional, alguna de cuyas casas aparecen literalmente divididas por la mitad por los gruesos sillares de la muralla bajoimperial.
 
Vista de los pobres restos, no del todo claros, de la antigua muralla celtibérica de Termantia.
 
Como se dijo, la muralla de Termes muestra una tipología claramente bajoimperial, donde prima por encima de cualquier otra consideración la eficacia defensiva. Así lo indica sin ir más lejos su monumentalidad –elocuente indicio del vigor económico de la ciudad que la erigiera--, conseguida a fuerza del empleo masivo de grandes sillares de arenisca (algunos reutilizados de edificios anteriores), de módulo romano y un severo flanqueo de los lienzos por medio de torres semicirculares peraltadas, también de sillería, idénticas en su concepción a las de otras muchas murallas romanas contemporáneas como las de Legio, Astúrica Augusta o Caesaraugusta por nombrar sólo tres ejemplos.
 
Interior de una de las famosas viviendas rupestres de Termes.
 
La técnica constructiva empleada en esta muralla es el opus quadratum romano, extendido por todo el imperio así como muy empleado a la hora de construir fortificaciones gracias a su robustez y, sobre todo, insuperable aparato estético. En realidad es una técnica de triple hoja tipo emplecton, en la que los paramentos exteriores se ejecutan en sillería bien ladraba así como asentada en seco, sin concurso de argamasa. El núcleo de la estructura se podía hacer bien en opus caementicium, lo que presupone una buena selección de los áridos (sólo arenas y garbancillos, nunca mampuestos salvo en el caso del opus caementicium ciclópeo) y las cales, bien en opus incertum, esto es una mezcla más o menos heterogénea de tierra y mampuestos ligada con mortero de cal. En el caso de la muralla de Termes, el núcleo interno es de opus incertum de no muy buena calidad (este último parámetro dependía directamente de la calidad del mortero de cal empleado, es este caso no muy alta a juzgar por el grado de deterioro que presenta en la actualidad). En total, los dos paramentos y el núcleo conforman un espesor regular de 2,5 metros.

Armónico graderío labrado en la roca natural del cerro posiblemente en época celtibérica.

En cuanto a las torres de flanqueo, macizas en sus planta inferior, a la postre la única conservada, exhiben un diámetro bastante regular de 2 metros en su parte semicircular. El peralte previo se prolonga por espacio de otros 50 centímetros, lo que arroja una proyección hacia el exterior de 2,5 metros para la estructura completa de la torre. Las torres se encuentran separadas unas de otras por una distancia media de 10 metros, medida ésta que garantiza un flanqueo óptimo de la base de las murallas.

Debido a que la muralla sólo se ha excavado en algunos puntos, desconocemos la mayor parte de sus detalles tales como la ubicación de las puertas y vanos menores si bien es verosímil suponer la continuidad en el empleo de los antiguos accesos celtibéricos. Hoy en día sólo tenemos constancia con seguridad de los restos de un bastión (cuya construcción arrasaría parte del graderío contiguo), muy arrasado, guardando la entrada suroriental de la ciudad, ésta última labrada en la piedra así como de época celtibérica.


Ruinas romanas de Termes, pertenecientes al castellum acquae, al fondo, y a las estructuras del foro flavio (primer plano).
 
Aunque Termes continuaría existiendo como ciudad en los siglos IV y V, lo cierto es que la arqueología ha identificado evidencias de un claro retroceso urbanístico. En efecto, en algún momento indeterminado de estos dos siglos el foro flavio se abandona y su solar enlosado es compartimentado por precarios muros de mampostería, sin duda pertenecientes a una población venida a menos que no duda en ocupar de forma privada y sin ambiciones el antiguo lugar público, orgullo de la ciudad. Al mismo tiempo que esto sucede dentro de las murallas, afuera comienzan a proliferar las explotaciones agropecuarias o villae, distribuidas aquí y allá en el territorio termestino, algunas de las cuales han sido detectadas arqueológicamente. Y es que al igual que sucediera en todos los rincones de la Hispania bajoimperial, también en Termes se retrajo el mundo urbano en beneficio del rural.
 
Estos restos, todavía confusos aunque relacionados con un antiguo templo, son el único testimonio que nos ha llegado de la Termantia arévaca. Se encuentran en al cumbre del cerro de la Virgen del Castro, allá donde estuviera el asentamiento celtibérico.
 
Tampoco la época visigoda supondría el fin de Termes, si bien su área habitada ha quedado reducida a una pequeña parte de la que fuera. Es por ello que las gentes de los siglos VI y VII no dudan en enterrar a sus muertos entre las ruinas de los antiguos edificios altoimperiales, allá en la zona central de la ciudad. La situación continuaría más o menos igual durante el dominio musulmán. Termes, cuyo nombre va mudando en Tiermes, es la plaza más importante de la zona, auténtica frontera entre la Cristiandad y el Islam, lo cual no quiere decir ni mucho menos que sea grande ni esté muy poblada. Más bien se debe pensar todo lo contrario. Finalmente, la zona será ganada definitvamente por los cristianos allá por el siglo XI. Es precisamente a finales de esta centuria cuando ciertos pasajes del Cantar del Mio Cid hacen sospechar que Rodrigo Díaz de Vivar pasó hasta dos veces por las inmediaciones de Termes, a la que llama Agriza, interpretable como la “Agujereada” o “las Cuevas”, quizás en alusión a las viviendas rupestres, auténticos agujeros en la roca, que caracterizan la ciudad. Esta afirmación, aunque algo aventurada, es desde luego factible ya que el legendario caballero burgalés empleó en aquellos traslados una ruta que muy bien puede identificarse con la antigua calzada romana Uxama-Segontia, en medio de la cual, como se dijo, se encontraba Termes. Aún el lugar conservaba cierta importancia en aquella época si bien no tardaría en comenzar a perderla a favor de la recién fundada Caracena, mejor ubicada estratégicamente que Termes a la hora de custodiar el acceso a la frontera del Duero. A pesar de todo el viejísimo asentamiento aguantará varios siglos más, permitiéndose incluso embellecerse con una hermosa iglesia románica (siglo XII), hoy ermita de la virgen de Tiermes. Incluso se conoce documentalmente la existencia de un monasterio, del que no nos han llegado restos. Pero el destino de Termes estaba echado. Así en 1499 la aldea estaba casi abandonada. No tardaría mucho más en quedar vacía, poniendo así punto y final a más de dos mil años de Historia continuada..