sábado, 26 de marzo de 2016

Descubriendo Asia Menor. Día 5, 1ª parte. Troya


CANTO IV 

[Asamblea de los dioses en el Olimpo]

Los dioses entretanto una asamblea
celebraban sentados cabe Zeus
sobre áureo pavimento, y entre ellos
la augusta Hebe néctar escanciaba;
y ellos unos a otros con sus copas
de oro se saludaban con un brindis,
mirando a la ciudad de los troyanos. […]

[…]"Desventurada, ¿cómo pues, tan grandes
males te infieren Príamo y los hijos
de Príamo, que con ardor anhelas
devastar Ilio, ciudad bien fundada?
Si tú misma, entrando por sus puertas
y por sus altos muros,
a devorar llogaras todos crudos,
a Príamo y de Príamo a los hijos,
y a los demás troyanos,
entonces por entero
tu cólera curaras. […]

[…]Porque de las ciudades
que bajo el sol y el estrellado cielo
vienen siendo vivienda
de los hombres que viven en la tierra,
de ellas sobremanera érame cara
de todo corazón la Ilio sagrada,
como lo eran Príamo y el pueblo
de Príamo el lancero distinguido […]”.

Dejamos Çanakkale bajo un cielo soleado que invita a seguir conociendo los secretos de Asia Menor. Conducimos rumbo al sur, penetrando en el interior de la antigua región llamada Tróade (figura 1), coincidente con la península costera en que concluye Misia (región ésta a la que perteneciera históricamente la anterior). El corónimo Tróade nos resulta harto sugerente toda vez que deriva de Troya: la mítica ciudad de la Antigüedad cuyo asedio y conquista por los griegos fue narrada por Homero en su celebérrima Iliada. Iliada a su vez proviene del griego Ilios (Ilión en castellano, Ilium en latín), nombre por el que también era conocida la ciudad de Troya. Dicho todo esto nos parece un deber, casi una obligación, dedicar la primera visita del día al yacimiento arqueológico de Truva, a la sazón el nombre turco de la legendaria ciudad de Aquiles, Héctor, Ulises y demás paladines homéricos.

Figura 1.- Mapa de la antigua Tróade (Troas)

El paisaje de la Tróade es verde y ondulado. No hay grandes sierras pero tampoco abunda especialmente la tierra llana. El verdor lo cubre todo, lo mismo en forma de cultivos que de espesos bosques mediterráneos. Se nota que es una tierra lluviosa y fértil, lo que explica el desarrollo en la zona de civilizaciones complejas, de tipo urbano, en épocas tan remotas como el tercer milenio antes de Cristo. Hoy en día, sin embargo, la Tróade está poco poblada (algo más el área del Helesponto, sobre todo Çanakkale), acentuándose esta condición a medida que nos acercamos a la costa del Egeo, lo cual contrasta con los tiempos antiguos, cuando sucediera exactamente lo contrario. Las carreteras por las que circulamos son de una entidad proporcional al número de habitantes, esto es secundarias e incómodas de transitar con la excepción de la vía que lleva al yacimiento de Troya: más ancha y cuidada por razones turísticas.

Figura 2.- Plano del yacimiento arqueológico de Troya.

El yacimiento de Troya, localizado en la denominada colina de Hissarlik, es uno de los más famosos de Turquía, quizá el que más después de Éfeso, y se nota claramente que atrae mucho turismo. No resulta de extrañar, pues, que a diferencia de la mayoría de lugares arqueológicos turcos, éste esté organizado de una forma mucho más a la “europea”, esto es con vallas, pasarelas, “por aquí no, por allí tampoco”, tienda de souvenirs, grandes aparcamientos para autobuses, etc. No es de lo peor que nos hemos encontrado en coartamiento de la libertad de movimientos del visitante (ni mucho menos) pero aún así la cosa pierde bastante encanto. Las ruinas en verdad son bonitas e interesantes de ver pero si lo que se busca es percibir en ellas la magia de los tiempos pretéritos mucho me temo que se saldrá decepcionado. A día de hoy el lugar está ya demasiado alterado y explotado, habiendo perdido la mayor parte de la atmósfera épica que a buen seguro un día poseyera. En fin, qué se le va a hacer…

Foto 1.- La muralla de Troya I.

martes, 15 de marzo de 2016

Descubriendo Asia Menor. Día 4, 2ª parte. Priapos.

Concluida la visita a Cízico, dejamos la península de Kapu Dagh y retornamos a las vastas extensiones turcas. Una vez en la autopista, conducimos en dirección a la localidad costera de Çanakkale, al pie del Helesponto. 200 kilómetros de costa del Mármara separan de ella. La carretera es buena y se consumen los kilómetros rápidamente, siempre hacia poniente. En un momento dado, como a mitad de camino o algo menos, aparece un cartel que envía hacia las ruinas de Priapos. Aún queda algo de luz. Calculamos que podemos llegar justo antes de que anochezca, justitos pero llegamos.


Foto 1.- La hermosa bahía de Karabiga, vista desde las inmediaciones de la ciudad antigua de Priapos, a la luz del atardecer. Foto cedida por El prisma de Lara.
El yacimiento se halla a unos veinte kilómetros por carreteras secundarias, junto a la pequeña localidad pesquera de Karabiga, en el interior de una ancha bahía con hermosas vistas (foto 1). Los últimos rayos de sol se están posando sobre los desvencijados muros cuando por fin los alcanzamos, tiñéndolos de un intenso tono anaranjado. Dichos muros pertenecen a una muralla urbana jalonada de torres cuadradas que, aunque hoy en día se halla bastante maltrecha, antaño tuvo que ser realmente poderosa a juzgar por la gran envergadura de las torres (foto 2) y el enorme espesor de los lienzos de mampostería (fotos 3 y 4). Recorremos una parte del perímetro de muralla, la que más a mano nos pilla. Tenemos entendido que existen restos de estructuras habitacionales en el interior del yacimiento pero la noche se nos está echando encima y ya no da tiempo a más. Ha sido una visita relámpago aunque no por ello menos interesante.

Foto 2.- Ruinas de un torreón perteneciente a la muralla tardo-bizantina de Pegai/Priapos.

miércoles, 9 de marzo de 2016

Descubriendo Asia Menor. Día 4. Cízico.

Nubles blancas cubren el cielo de la península de Kapu Dagh al amanecer del cuarto día. Un viento fresco sopla desde el Mármara, rizando ligeramente la superficie del agua. El puerto de Ernek se halla tranquilo, sus muelles vacíos, los pesqueros amarrados a puerto. No se divisan apenas buques navegando. Sólo el graznido de las gaviotas rompe el suave murmullo del mar. Posteriormente nos enteramos que esta quietud es propia de los meses invernales en Erdek, contrastando vivamente con el bullicio y la hiperactividad de los estivales, cuando la ciudad se llena de veraneantes y hay un trasiego continuo de embarcaciones. Por lo visto Erdek es un destino turístico de cierta importancia a nivel regional, razón por la que dispone de una oferta hotelera considerable: mucho mayor, desde luego, de lo que correspondería en condiciones normales a una localidad de su más bien reducido tamaño. 

Desayunamos en un local que nos recomienda (y al cual nos conduce) el encargado del hotel donde hemos pasado la noche. Aunque comemos bien, nos arrean una minuta nada económica, rondando los estándares europeos. Carísimo para Turquía, donde lo normal es comer por la mitad, al cambio, que en España. El restaurante tampoco es nada del otro mundo, por lo que sin duda alguna nos han debido aplicar una suerte de tarifa “especial” para turistas despistados, mucho más cara que la de sus paisanos turcos. Está claro que el del hotel se debe llevar una comisión por cada turista extranjero que es conducido hasta ese restaurante… en fin, tampoco es ninguna tragedia.

Fig. 1.- Plano del istmo de la península de Kapu Dagh, con la localización de las ruinas de Cízico. Año 1901.