miércoles, 14 de diciembre de 2011

Las Monedas de Ercávica.

A la hora de estudiar el numerario ercavicense es preciso distinguir las monedas con tipología ibérica de las acuñadas según parámetros y estilo plenamente romanizados.


Cronológicamente hablando y tal y como sucede siempre en las cecas hispanas, las emisiones con métrica e iconografía celtibéricas son las más antiguas. Debemos considerar, dada las evidencias proporcionadas por las excavaciones acerca de la fundación augustea de la ciudad en su emplazamiento del cerro del Castro de Santaver (ver entrada anterior para más datos), que las emisiones celtibéricas de Ercávica fueron acuñadas en el emplazamiento primitivo de la ciudad, localizado en el paraje conocido como la Muela de Alcocer, seis kilómetros río Guadiela arriba.


Considerablemente breves tanto en cantidad como en espacio temporal, las acuñaciones celtibéricas ercavicences se reducen a dos emisiones de ases (unidades) si bien Leandre Villaronga, en su excelente Corpvs, nos habla acerca de la posible existencia de un semis o mitad.


La primera emisión podemos datarla de forma algo imprecisa en el segundo cuarto del siglo II a.C. Presenta un estilo bastante peculiar, de fuerte gusto indígena, similar al de otras emisiones de idéntica cronología y relativa proximidad. Su considerable tamaño también apunta en la dirección de una datación temprana, obteniendo una media aritmética de 27,5 milímetros de diámetro por 13,5 gramos de peso. En cuanto a sus motivos, encontramos el reverso clásico del jinete lancero con casco y penacho cabalgando a derecha por debajo del cual se observa, sobre línea de exergo, la leyenda de ceca egKuiK, esto es Erkauika en caracteres ibéricos del noreste. El anverso sigue también los patrones clásicos de las monedas de su tiempo y coordenadas geográficas con busto viril a derecha (de muy peculiar estilo) con torque al cuello; arado detrás, delfín delante y letras ibéricas ER también delante así como debajo del citado delfín.

La segunda emisión (datada en el último tercio del siglo II a.C.) es tipológicamente muy similar a la primera, de la que constituye una clara continuación. Su principal rasgo diferenciador es un diámetro y peso significativamente inferiores (24,5 milímetros y 10,4 gramos de media), lo que indica que la ceca sufrió la habitual devaluación inflacionista propia de la numismática ibérica. Esta reducción en el módulo representa por sí sola un argumento definitivo para otorgar a esta emisión una cronología más tardía, si bien podemos enunciar algún otro como el estilo de la emisión: menos indígena así como muy próximo a otras acuñaciones coetáneas (último tercio del siglo II a.C.) También presenta el distintivo adicional, tal vez el más sencillo de reconocer a simple de vista, de no lucir el delfín en el anverso, delante del busto masculino. El ejemplar de la fotografía siguiente pertenece a esta segunda emisión (que dicho sea de paso es algo más abundante que la primera emisión lo que parece indicar un mayor volumen de acuñaciones).



martes, 15 de noviembre de 2011

ERCÁVICA.

Los restos de la que fuera una de las más importantes ciudades romanas de la meseta se encuentran en el cerro del Castro de Santaver, cinco kilómetros al oeste de la localidad conquense de Cañaveruelas, junto al embalse de Buendía que embalsa las aguas del río Guadiela, afluente del Tajo.


Dada su importancia, Ercávica aparece citada varias veces en las fuentes clásicas. La primera referencia corresponde al historiador latino Tito Livio (59 A.C. -- 17 d.C.). En efecto, Tito Livio, en su Historia de Roma, cuenta como la nobilis et potens civitas de Ercavica fue cercada por el pretor de la Citerior Tiberio Sempronio Graco en el año 179 a.C. que venía de expugnar la ciudad de Alces. Nos hallamos en plena conquista romana de la Celtiberia, en no pocas ocasiones verificada a sangre y fuego, por lo que el temor a la represalia latina es grande en toda la meseta oriental y los rebordes del sistema ibérico. Cinco días de asedio soportó la antigua ciudad celtíbera, precursora de la romana, antes de capitular en previsión de males mayores, si bien Livio precisa que tras la marcha de las tropas romanas, los ercavicenses volvieron a levantarse en armas, siendo definitivamente derrotados poco después en la gran batalla de monte Chauno (identificado con el enorme Moncayo), librada entre celtíberos y romanos.

    
El Cerro del Castro de Santaver, donde se alzaran las casas y monumentos del hermoso municipio ercavicense, visto desde el paraje conocido como Vallejo del Obispo, solar de la Arcávica visigoda y, posteriormente, de la Santaver musulmana.

Lo cierto es que esta Ercávica celtíbera no coincide con la romana más que en el topónimo ya que aún su emplazamiento, a juzgar por las últimas investigaciones, difiere, habiéndose localizado en la llamada Muela de Alcocer (luego ya en la actual provincia de Guadalajara), seis kilómetros río arriba del Castro de Santaver.

La violación de los pactos contraídos con Tiberio Sempronio Graco que relata Tito Livio debió ser un motivo más que suficiente para atraer sobre Erkauika un duro castigo, si bien parece ser que la ciudad siguió existiendo como tal, al menos durante algún tiempo. Así parece indicarlo tanto la existencia de numerario con leyenda y tipología claramente celtibéricas acuñado en Erkauika, a la sazón datado en la segunda mitad del siglo II a.C. luego posterior a la conquista romana de la zona, como la falta de niveles arqueológicos significativos en el Castro de Santaver anteriores a la primera mitad del siglo I a.C., lo que indica su no existencia en aquella época.

Ruinas de los pilares de sillería almohadillado que sostenían el área foral de Ercávica.

Siguiendo un proceso detectado en otros lugares de la meseta, la Erkauika celtibérica sería abandonada en beneficio de un nuevo asentamiento de fundación romana, enclavado en un lugar cercano y, al menos en este caso, con mejores condiciones defensivas. Se trata de la Ercávica latina (como se ve, el nombre de la plaza fue conservado), cuyas espléndidas ruinas podemos hoy contemplar en el cerro del Castro de Santaver. Este proceso, que no tuvo porqué ser fugaz ni traumático, debe datarse en los años centrales del siglo I a.C. a tenor de la información proporcionada por los hallazgos arqueológicos.

La nueva ciudad romana recibiría un gran impulso durante el reinado del primer emperador, Octavio Augusto. Las excavaciones arqueológicas indican un alto grado de monumentalización de sus edificios en época augustea, lo que ha llevado a los investigadores a datar el ascenso de la ciudad al rango municipal dentro de este reinado. Esto concuerda perfectamente con la cita que Plinio el Viejo hace de la ciudad de Ercávica (Historia Naturalis), según la cual era municipio de derecho latino ya en el año 12 a.C. (latini vetere), una fecha bastante anterior a la del Edicto de Latinidad para todas las ciudades de Hispania decretado por Vespasiano (hacia el 73 d.C.). Así mismo sabemos que los habitantes de Ercávica fueron adscritos a la tribu Galeria, a la sazón la etnia en que Augusto inscribiera la mayor parte de sus fundaciones, de ahí que contemos con un tercer argumento para sostener la hipótesis del ascenso de Ercávica al rango municipal en época augustea. Fuera como fuere, Ercávica, a pesar de su “factura” romana, siguió siendo considerada una ciudad celtíbera. Así nos lo hace saber el sabio Ptolomeo que la cita entre los celtíberos con el nombre de Ergávica en las coordenadas 12º 20´ de latitud Norte y 40º 45´ de longitud Oeste.

Restos de la basílica de la ciudad, localizados en su área foral.

Sin duda el conjunto foral de Ercávica constituye uno de los vestigios más importantes que nos han llegado de esta ciudad. Erigido en época de Augusto, consta de dos niveles aterrazados sostenidos por pilares de sillería almohadillada de espléndida factura. En el nivel superior se encuentra el foro propiamente dicho, la curia, el templo de la ciudad y una basílica más las típicas tabernae en el lado oriental; el inferior fue ocupado por un recio criptopórtico relativamente bien conservado. Hacia el norte del área foral se haya una elevación del terreno que si bien aparece hoy vacía de estructuras debió hacer las veces de acrópolis del conjunto al dominar perfectamente la  zona aledaña. Es probable que en un futuro, al excavar ahí, se localicen estructuras de fortificación. Por su parte, unos centenares de metros hacia el  sureste se localizan las ruinas excavadas de unas magníficas termas, construidas bajo el reinado de Tiberio o de Claudio. Merece también la pena citar los restos de la domus denominada “la Casa del Médico” debido a que allí fue localizado un equipo completo de cirugía de la época en excelente estado de conservación.

Vista general del criptopórtico exhumado en el área foral de Ercávica.

La Ercávica romana contaría casi desde el mismo momento de su fundación con una muralla protectora, cuyos restos, unos excavados, otros sobresaliendo a duras penas en la superficie, pueden verse en distintos lugares del yacimiento. Esta defensa sigue un trazado sinuoso en un intento de ajustarse al nada regular perímetro del cerro, si bien son habituales los tramos rectilíneos. Su cronología debe fijarse en época republicana tardía o augustea temprana.

Tanto los materiales empleados en su fábrica como la técnica utilizada denotan una construcción rápida y funcional, sin muchas concesiones a la monumentalidad. Así, la muralla está construida siguiendo una técnica de doble hoja poco depurada basada en el levantamiento previo de un paramento externo y otro interno labrados en gruesa mampostería sin desbastar aunque ligeramente careada en la parte destinada a verse. Bien cogido con barro, bien colocado directamente en seco, es habitual que los mampuestos de las hiladas inferiores sean bastante más grandes que los de las superiores. También suelen ser más grandes, de media, los bloques del paramento externo que los del interno. Como el resultado es invariablemente una serie de hiladas poco regulares, los constructores antiguos hubieran de emplear profusión de ripios (del mismo material) a fin de paliar un poco este defecto. En cuanto al núcleo de la estructura, se trata de la habitual mezcolanza de mampuesto y tierra, dispuesto sin orden, con el único objetivo de servir de macizado. Por último, comentar otro indicio de precipitación en la ejecución de la muralla: el hecho de que en varias ocasiones no se excave la fosa de cimentación lo suficiente para llegar a la roca madre.


     La muralla de Ercávica allá en su frente meridional, en las inmediaciones de la puerta principal del conjunto fortificado.

Aunque la obra final debió ser bastante aparente en el pasado, lo cierto es que se trata de una muralla con más valor simbólico que defensivo. Así lo indica no sólo su pobreza de materiales sino también la escueta panoplia de recursos poliorcéticos que se observa en su trazado, si bien es cierto que los restos disponibles para el estudio son más bien pobres. En efecto, la cerca de Ercávica sólo parece tener una torre confirmada más otra posible. Por lo demás, todos los lienzos de muralla se muestran inmaculados, con los evidentes problemas de flanqueo que esto conlleva. Incluso se recurre en alguna ocasión a la económica técnica de realizar un ángulo en la muralla en vez de construir una torre, algo especialmente sangrante en lugares como el espolón septentrional del perímetro amurallado. 


El espesor medio de la cerca de Ercávica es de 2,30 metros, variando de 2 a 2,40 metros. Bastante homogéneo, pues. La torre excavada ocupa una prominencia en el extremo noroccidental del perímetro, siendo de planta cuadrada (aproximadamente 6,5 metros de lado). Su técnica constructiva es similar a la del resto de la muralla si bien el espesor de sus muros supera con dificultad los 1,1 metros en el mejor de los casos. Esta delgadez no debe extrañar ya que se trata de una torre hueca, cubierta en origen con un tejado de tégulas e imbrices localizadas durante las excavaciones.

Detalle de tosco aparejo de la muralla ercavicense (frente meridional), compuesto de gruesos mampuestos brevemente careados, ligados con barro así como enripiados.

Aunque la muralla de la ciudad tuvo que tener tres puertas como mínimo –reconocibles en las fotografías aéreas--, lo cierto es que  ninguna de ellas ha sido excavada por lo que desconocemos sus características constructivas. La principal debió encontrarse en el flanco meridional del perímetro, las otras dos se hallan respectivamente en los sectores occidental y nororiental.

El sector más vulnerable del recinto fortificado era sin duda el meridional, al ser el más fácilmente accesible dada la escasa pendiente que por este flanco posee el cerro del Castro de Santaver. Esto llevo a la construcción de un antemural a tres metros de la obra principal, a la sazón ejecutado con la misma técnica y materiales que ésta y de forma coetánea según los datos proporcionados por las excavaciones. Su espesor aproximado es de 1,5 metros. No obstante este elemento defensivo sirvió poco tiempo como tal ya que para el cambio de Era se detecta su amortización en el interior de una abigarrada serie de construcciones domésticas. He aquí un nuevo indicio de la falta de valor militar que ya en una fecha temprana como los primeros años del siglo I d.C. se le asignaba a la cerca de Ercávica, algo por otra parte frecuente en el caso de las murallas fundacionales, construidas más con el objetivo de definir con precisión los límites de la ciudad que de servir de defensa contra un eventual peligro, por otra parte inexistente en una meseta completamente pacificada transcurridos más de un centenar de años desde el término de las guerras celtibéricas.


Torre excavada de la muralla localidad en el sector noroccidental del perímetro amurallado.

Ercávica conocería su periodo de esplendor en el último cuarto del siglo I a.C. y la totalidad del siguiente. Una buena prueba de ello son las emisiones monetales que realiza la ciudad: ases, sestercios, dupondios y semises –todo bronce—las cuales comienzan en el reinado de Augusto, extendiéndose hasta el de Calígula.  En la próxima entrada de este blog tendremos oportunidad de conocer  con mayor profundidad estas acuñaciones.

El siglo II también sería una buena centuria para la ciudad, al igual que para el Imperio, aunque la actividad constructiva, sobre todo la monumental, debió ser bastante menos acusada que en el siglo anterior. La decadencia de Ercávica comenzaría en el siglo III d.C., época de la historia de Roma en que, al menos en la parte occidental del imperio, se detecta un fuerte retroceso de la vida urbana y sus instituciones en beneficio del mundo rural. Testimonio de esta decadencia son los precarios muros de mampostería con los que por aquel entonces se compartimentan  edificios como la basílica o las termas, otrora el orgullo de la ciudad. A pesar de todo la vida urbana de Ercávica, aunque socavada, aún conservaba algo de vigor a mediados del siglo III. Así lo atestigua el hallazgo de una inscripción erigida en el foro ercavicense en honor de un hijo del emperador Galieno (254- 268).

Los síntomas de la decadencia se agudizarían dramáticamente en el siglo V d.C. hasta llevar a la despoblación total de la ciudad y la marcha de sus últimos moradores a un asentamiento cercano, probablemente de nueva fundación pues retiene el nombre de Ercávica con una ligera variación: Arcávica. Aquí se trasladaría la sede episcopal ercavicense, quizás el último vestigio del antiguo esplendor de la ciudad, la cual perduraría durante la dominación musulmana (plaza bereber de Santaver) hasta su desmantelamiento a mediados del siglo IX.

La muralla de Ercávica, limpia y brevemente excavada, allá en los confines septentrionales del recinto amurallado.


sábado, 15 de octubre de 2011

La Usurpación de Magnencio. 350 – 353 d.C. –3ª Parte--.

Corría el verano del año 352 de nuestra era cuando el emperador Constancio II, señor de oriente y aspirante a reunificador del Imperio, considera que su ejército se ha repuesto lo suficiente de la sangría de Mursa para volver a la lucha contra el usurpador Magnencio.

En agosto de ese año, la ilírica Emona, que fuera ganada por Magnencio el año anterior y que constituía una suerte de avanzadilla del bastión clave de Aquileia, es expugnada con violencia por las tropas orientales en medio de una gran devastación, fácil de seguir en el registro arqueológico de la ciudad. A continuación las tropas de Constancio encaran los pasos alpinos que conducen al norte de la península italiana: al parecer convenientemente fortificados (se trata del dispositivo castral conocido en las crónicas contemporáneas como Claustra Alpium Iuliarum) así como defendidos por los maltrechos restos del ejército comitatanse de la Galia. La lucha permanecerá indecisa durante algunos días hasta que finalmente las huestes galas pierden la fortaleza clave de Ad Pirum (actual Hrusica, en Eslovenia), dejando el paso franco a los orientales que no tardan en presentarse ante las puertas de Aquileia. Abandonada días atrás por Magnencio, que incapaz de plantar batalla en campo abierto a un enemigo muy superior ha corrido a refugiarse tras los pasos de montaña que conducen al corazón de la Galia, Aquileia se rinde sin combatir. Pocos días después hace lo propio Ticinum (actual Pavía) seguida de la totalidad de una Italia vacía de tropas galas que puedan detener a los ejércitos orientales. En las semanas siguientes, mientras Magnencio termina de guarnecer con sus menguados efectivos los accesos a la Galia, una parte del ejército de Constancio pasa al África, ocupándola sin lucha. De ahí, por vía marítima, se traslada a Hispania, la cual se suma también a la causa legitimista del hijo de Constantino el Grande. Al parecer todavía quedaban en esta última provincia muchos partidarios del finado emperador Constante, que facilitaron sobremanera el avance de los orientales impidiendo o al menos dificultando el cruce de los Pirineos por parte de las tropas enviadas por Magnencio para atajar a los orientales. De hecho, existe una teoría que señala al mausoleo tardorromano de la villa romana de Centelles, cercana a Tarragona, como el sepulcro de Constante, adonde fuera llevado por alguno de los múltiples partidarios que tenía en la región.

Representación moderna de la fortaleza alpina de Ad Pirum. Su elevado valor estratégico residía en su ubicación sobre la calzada romana que procedente del este cruzaba los Alpes en dirección a Aquileia. Sólo conquistándola era posible para un ejército procedente de las regiones ilíricas penetrar en la península italiana.

La llegada de las primeras nieves del invierno acabaría con la temporada de campañas del año 352, saldada con un enorme éxito para el Augusto Constancio. Acorralado en sus dominios originales de la Galia, Magnencio apenas cuenta con las tropas suficientes para guarnecer los pasos de montaña que separan a su enemigo de las fértiles y extensas llanuras galas. Para colmo, la economía cada vez más colapsada de sus territorios se ha visto meses atrás apuntillada por una nueva invasión de las tribus alamanas dirigidas por su rey Cnodomar, que tras derrotar al César Decencio se han derramado a lo largo y ancho de la frontera septentrional, sembrando la destrucción por doquier. En ese estado de cosas está claro que Magnencio no dispone ni dispondrá de los recursos necesarios para reconstituir sus fuerzas en los breves meses que le separan de la primavera siguiente y el reinicio de las campañas militares.

Por si fueran pocas las dificultades a las que se enfrentaba el régimen de Magnencio, el nuevo año habrá de traerle una más de la mayor gravedad: la importantísima ciudad de Tréveri, el más fuerte bastión al oeste del Rhin y centro capital de aprovisionamiento, descanso y refugio para las castigadas tropas del César Decencio, se subleva al frente de su comes Poemonio, reconociendo a Constancio como su señor legítimo. En lo sucesivo y mientras no se recobre la ciudad, las fuerzas galas verán reducido al mínimo su margen de maniobra frente al invasor alamán, contribuyendo de esta manera al hundimiento, a esas alturas prácticamente irreversible, del régimen de Magnencio.

Ruinas del foro romano de Aquileia en la actualidad. La ciudad sería completamente destruida en el 452 por Atila el huno. Sus habitantes, a fin de escapar de la mortífera caballería huna, se refugiaron en unas marismas próximas donde fundarían un asentamiento de tipo lacustre llamado a alcanzar fama universal: Venecia.

Ardía en llamas el norte de la provincia ante la impotencia de los limitanei de Decencio, cuando allá en el meridional limes alpino los restos del antaño formidable ejército comitatense de la Galia afrontaban el primer ataque sobre sus agrestes posiciones. Aunque ignoramos los detalles concretos de los acontecimientos, parece ser que Magnencio aún consiguió reunir las fuerzas y la desesperación suficientes para plantar cara a Constancio en un lugar conocido como el Monte Seleuco (Mons Seleucus), todavía en zona alpina. Derrotado el usurpador de nuevo, como lo fuera en Mursa, el ejército de oriente penetra sin oposición en la Galia en dirección a Lugdunum, la actual Lyon, capital del usurpador y lugar al que se ha acogido con los pocos hombres que le quedan al amparo de sus potentes murallas de piedra y ladrillo erigidas en la segunda mitad del siglo anterior. Allí quedará sitiado en el verano del 353 no sin antes enviar un mensajero hacia el norte portando una angustiada llamada de auxilio a su hermano Decencio.

Lo apretado del asedio unido a la rápida deserción de unos seguidores que con buen juicio veían inminente el desmoronamiento de su líder anegó de desesperación el alma de Magnencio. Consciente de que las tropas de su hermano no tenían ninguna posibilidad frente a las poderosas legiones comitatenses enviadas por Constancio a arrebatarle la púrpura, el usurpador galo decidió poner fin a su vida el día 10 de agosto del 353. Previamente había mandado matar a su a su hermano pequeño, cuyo nombre la historia no ha conservado, y a su madre: famosa sacerdotisa y vidente según los escritores antiguos con gran ascendente sobre la población de la región, mayoritariamente pagana. Escasos días después, el 18 concretamente, el César Decencio, enterado del triste destino corrido por sus familiares, hacía lo propio. Se hallaba en Sens, camino de Lugdunum, procedente de la norteña Tréveri, donde se encontraba sitiando a Poemonio cuando recibiera la desesperada petición de ayuda de su hermano. Con su muerte y la inmediata desbandada de sus tropas concluía la usurpación de Magnencio y daba comienzo el reinado de Constancio II como emperador único de todo el mundo romano.

El nada mal conservado teatro romano de Lugdunum: capital de la Diócesis de las Galias y también del usurpador Magnencio, así como el lugar donde puso fin a sus días en los estertores de su reinado.

Desde el punto de vista numismático, el último año de gobierno de Magnencio  se caracteriza por un intento firme pero infructuoso a la postre de contener la hiperinflación que había devorado la maiorina de bronce desde los 4,5 gramos de las primeras emisiones con leyenda VICT(ORIAE) DD NN AVG ET CAE(S) a los patéticos 2 gramos de las emisiones de la primavera del 352 o su igual de nefasta alternativa: la retarificación doble y hasta triple que vimos en la entrada anterior de este blog. En efecto, allá por octubre del 352 se pone en circulación una nueva moneda de gran módulo (28 mm de diámetro) y peso (alrededor de 8,3 gramos), conocida como Doble Maiorina en los ambientes numismáticos pero que a buen seguro debió poseer un valor fiduciario bastante superior a dos de las degradadas maiorinas que por entonces circulaban. El reverso de esta moneda, acuñada tanto a nombre de Magnencio como de Decencio, permanecerá invariable a lo largo de las emisiones, constituyendo a la postre una de las monedas más deseadas por los coleccionistas de moneda romana. Se trata del célebre Crismón o Cristograma flanqueado por las letras griegas Alfa y Omega: motivo ya veterano en las acuñaciones imperiales pero que nunca, como ahora, había sido representado a la manera de protagonista absoluto de un reverso. Complementado con la poco agresiva leyenda (a esas alturas del conflicto con Constancio) SALVS DD NN AVG ET CAES (la Salud de nuestro Augusto y nuestro César), el objetivo de este impactante reverso era no tanto atraerse a los cristianos –minoritarios en tierras occidentales—como resaltar la presunta legitimidad del usurpador franco, entroncado sus acuñaciones de la manera más expeditiva imaginable con las de Constantino I el Grande: emperador éste cuya legitimidad fuera reconocida universalmente a lo largo y ancho del orbe romano y cuyas emisiones, sobre todo las de sus últimas dos décadas de reinado, eran prolijas en el símbolo cristiano por excelencia. De este modo Magnencio pretendía frenar el creciente descontento, acompañado de las inevitables deserciones, que los pésimos resultados en la guerra contra Constancio alimentaban con implacable vigor.

Desafortunadamente para Magnencio, la depauperada economía de la Galia fue incapaz de aprovechar el teórico estímulo proporcionado por la introducción de un nuevo tipo monetal de buena calidad. Enseguida, las cuatro cecas bajo control de Magnencio (perdida Italia sólo le quedaban las galas, a saber: Tréveri, Arelate, Lugdunum y Ambianum), recibieron orden de empezar a reducir el tamaño de sus monedas: víctimas precoces de la más implacable inflación. Así, el diámetro pasaría de los 28 mm iniciales a 24 y de ahí a 21, todo ello en el transcurso de unos pocos meses. Ni que decir tiene que con el colapso y derrota final del régimen de Magnencio cesarían todas las acuñaciones a su nombre, siendo sustituidas por el tipo habitual de Constancio: el célebre FEL TEMP REPARATIO rodeando a soldado romano alanceando a jinete enemigo caído.


A continuación podemos ver dos bonitos ejemplares de Dobles Maiorinas del estilo de las descritas anteriormente. La primera, a nombre de Magnencio, fue acuñada en Ambianum. En cuanto a la segunda aparece a nombre de Decencio, siendo su ceca la norteña Tréveri. No es nada habitual encontrar las monedas de esta emisión en tan buen estado, con lo que ello conlleva de buen centraje, cospel con la forma geométrica y el tamaño adecuados, arte, etc. Más allá de las primeras emisiones, sin duda las más cuidadas, el resto no sólo declinaron rápidamente en tamaño sino también –y mucho—en calidad. Es por ello que lo más normal es encontrarnos con ejemplares descentrados o con cospeles menores de lo requerido por los cuños, lo que inevitablemente implica la pérdida de parte de la leyenda y lo que es peor: en muchísimas ocasiones también de la crucial para la clasificación de la moneda marca de ceca. Innecesario es decir que por todos estos motivos los ejemplares bien conservados y sobre todo completos alcanzan unos precios de mercado francamente elevados, mucho mayores desde luego a los habituales en los bronces de la época, sobre todo tratándose como se trata de monedas que fueron acuñadas en buen número, para su uso masivo, y no de rarezas puntuales emitidas por personajes de fugaz paso por la historia.

También resulta muy interesante por su interés histórico la breve emisión de dobles maiorinas emitidas por Poemonio en su bastión de Tréveri a nombre de Constancio pero con el reverso del Crismón magnencíaco y reverso SALVS AVG NOSTRI. Si bien esta emisión ha sido considerada tradicionalmente la réplica de Constancio al alarde de pregunta legitimidad exhibido por Magnencio en sus nuevas monedas, lo cierto es que el autor, el momento y el lugar de la emisión invitan a pensar en un intento de Poemonio por contemporizar con los dos augustos a la espera de acontecimientos. La siguiente moneda es un buen ejemplo de esta emisión.


lunes, 12 de septiembre de 2011

La Usurpación de Magnencio. 350 – 353 d.C. –2ª Parte--.

El día 25 de diciembre del año 350 d.C., Constancio II, a la cabeza de las fuerzas reunidas del ejército de oriente, se entrevista con el emperador Vetranio allá en la ciudad de Naiso, la actual Nis, en Serbia, ubicada en el territorio controlado por este último. Atrás quedaba una campaña persa resuelta satisfactoriamente así como un apresurado retorno a occidente siempre con el peligro de que Magnencio decidiera aprovechar la ausencia del ejército de oriente para atacar al hijo de Constantino el Grande, todo ello sin olvidar incrementar sus fuerzas en el proceso.

Los diversos autores clásicos que trataron tan importante reunión nos ofrecen diferentes versiones de lo sucedido, más o menos creíbles en función de su proximidad a Constancio II y por ende necesidad de ganar su favor por medio de adulaciones, lisonjas y demás panegíricos varios. No obstante todos coinciden en afirmar que, al término de ésta, Vetranio había renunciado a su diadema imperial en beneficio de Constancio, aceptando en su lugar un confortable retiro como ciudadano privado en la ciudad bitinia de Prusa, donde le fueron concedidas importantes propiedades.

Dueño, pues, Constancio de la parte del imperio que dominara Vetranio, el ejército del Ilírico reconoce a su nuevo señor no sin ciertas suspicacias. No en vano se trataba de una tropa mayoritariamente pagana que estaba empezando a mirar con demasiado buenos ojos al tolerante Magnencio, quien de hecho contaba con numerosos paganos de origen ilírico en su ejército, empezando sin ir más lejos por sus dos unidades de élite: los herculani y los ioviani. He aquí una nueva prueba del dominio del arte de la oportunidad por parte de Constancio: alargando al máximo, a fuerza de negociaciones contemporizadoras, el tiempo disponible para resolver sus compromisos bélicos y rearmase, todo ello sin dejar de calcular con suma habilidad el momento preciso de relevar a Vetranio antes de la defección de sus soldados, que ya se preveía próxima en aquella fría Navidad del 350.

Murallas de Emona a la altura de la puerta que daba el acceso a la ciudad por el sur.

Enterado Magnencio, allá en sus feudos occidentales, del resultado de esta entrevista, tan radicalmente contrario a sus intereses, no tarda en comprender que las negociaciones se han acabado y que sólo a través de la acción armada puede afianzar definitivamente su trono. Es por ello que de inmediato empieza a aprestar su ejército, lo que supone una auténtica declaración de guerra vigorosamente replicada por Constancio vía el nombramiento como César --15 de marzo de 351-- de su primo Galo (Constancio Galo), con la misión expresa de vigilar la frontera con los persas. El mensaje para Magnencio es tan claro como contundente: a diferencia del año anterior, Constancio está dispuesto a solucionar el problema de la usurpación de una vez por todas, hasta el punto de consentir en delegar parte de su autoridad con tal de no tener que abandonar la lucha en occidente para reemprenderla en oriente en caso de ataque persa.

Magnencio será el primero de los dos contendientes en ponerse en camino hacia la guerra (verano de 351). Semejante decisión resulta del todo lógica considerando la inferioridad numérica en que la abdicación de Vetranio ha dejado al usurpador franco, que posee un solo ejército de campaña frente a los dos de su enemigo, desventaja ésta sólo remontable vía una campaña rápida y decidida que le permita adquirir una posición estratégica lo suficientemente firme para encarar con garantías el ataque de su enemigo.

Por obvias razones tanto estratégicas como geográficas serán las provincias ilíricas el lugar donde se dirimirá el resultado de la lucha. Bastante accidentadas en su relieve así como salpicadas de ciudades de gran tamaño dotadas de poderosas fortificaciones, su dominio resulta clave para ambos contendientes y  muy especialmente para Magnencio: mucho más débil en caballería que su oponente pero más fuerte en infantería, sino en número de legionarios al menos sí en la capacidad operativa de éstos, por lo que le conviene muchísimo combatir en lugares estrechos como terrenos accidentados o plazas amuralladas donde a la caballería le cuesta mucho maniobrar. Cualquier cosa con tal de no tener que guerrear en las llanuras de la Galia, donde sin duda habría de verse en atemorizadora inferioridad de condiciones.

Las imponentes murallas de Siscia que fueran superadas a fuerza de acero por las tropas galas de Magnencio.

Los primeros compases de la contienda resultan bastante favorables para Magnencio que bate a la vanguardia del ejército de Constancio en la conocida como batalla de Emona, la actual Ljubljana, en la costa del Adriático, no lejos de Aquileia, esta última bajo control de usurpador. Ocupada la citada plaza, de considerable valor estratégico por estar en el camino principal a tierras galas, Magnencio avanza sin oposición por la vecina Panonia. Le sale al paso la ciudad de Siscia (actual Sisak, Croacia), la cual es tomada al asalto por la infantería gala. Se trata de una captura del más alto interés toda vez que posee una ceca monetal totalmente operativa, la cual es reactivada de inmediato por el usurpador occidental, siempre ávido de legitimidad. El siguiente objetivo hacia levante es la gran urbe de Sirmium (actual Sremska Mitrovica, en Serbia). No sólo es la capital de la provincia de Pannonia y la llave de toda la región ilírico-danubiana sino también la plaza mejor fortificada en muchas leguas a la redonda, idónea por tanto para encastillarse en espera del grueso del ejército de Constancio. Con la pestreza y decisión que siempre caracterizara a los movimientos de Magnencio, el ejército comitatense de la Galia ataca sin dilación las poderosas murallas defendidas por una guarnición aguerrida y numerosa. Los legionarios occidentales demuestran porqué son considerados la flor y nata del ejército romano, no dejándose amedrentar por tamaño despliegue de defensas. Sin embargo la falta de material de asedio adecuado acabará por erguirse como un obstáculo infranqueable, obligando a Magnencio a ordenar una retirada que supone el principio del fin de su más que turbulento reinado. Pero no adelantemos acontecimientos, de momento limitémonos a observar al ejército de la Galia avanzando hacia el norte, camino del corazón de las provincias danubianas. Y es que rechazado en Sirmio, a la sazón la llave de la calzada que enlaza con los dominios originales de Constancio, su mejor opción es proseguir con la expugnación de los puntos clave de la región. Para ello el usurpador Magnencio no vacilará en imprimir un recio paso a sus huestes. Está claro que tiene prisa por concluir la campaña debido a que la economía de la mitad occidental del imperio, de lejos más débil que la de la oriental, está empezando a resentirse seriamente a consecuencia de los enormes gastos militares del último año.

Entretanto Constancio ha concluido el aprestamiento de su ejército y está preparado para la batalla. Aunque cuenta con un ejército bastante mayor que el de su oponente, sabe de sobra que no debe confiarse. No en vano Magnencio es un militar de carrera con amplísima experiencia en el campo de batalla, siendo también sus tropas de un nivel a la altura de su comandante. El hijo de Constantino también conoce que su mejor baza es la caballería acorazada que lo acompaña, los magníficos catafractos. Copiados de las unidades del mismo nombre del imperio persa, han probado en bastante ocasiones su efectividad frente a la infantería pesada romana, eso sí: siempre y cuando se los despliegue y utilice apropiadamente, para lo cual se necesita forzosamente un campo de batalla amplio, llano y lo más despejado posible. Constancio también posee un nutrido cuerpo de arqueros a caballo: tropa típicamente oriental que no tiene similar en el ejército de Magnencio. Al igual que los catafractos se trata de unidades muy útiles contra infantería siempre y cuando se empleen en un campo de batalla extenso y sin obstáculos donde los jinetes arqueros, pobremente armados para el combate directo, no puedan ser acorralados por los infantes. Considerando todo esto no debe extrañarnos que Constancio se mueva con suma prudencia, procurando que Magnencio no le arrastre a una batalla en un lugar inadecuado para las características de su ejército, harto frecuentes por otra parte en una provincia más bien montuosa como es la Panonia. De esta manera ha conseguido evitar ya más de una emboscada por parte de su enemigo si bien al precio de tener que retirarse hasta en dos ocasiones, lo que presenta el grave inconveniente de dejar las manos libres a Magnencio a la hora de expugnar las plazas principales de la región.

Las ruinas de Sirmium, recientemente desenterradas.

La actual ciudad croata de Osijek, entonces conocida como Mursa Maior, fue la primera ciudad de entidad con la que se encontró el ejército de Magnencio en su devenir hacia el norte. Formalizado el asedio de la plaza, nuevamente la escasez de material de sitio se revela como un obstáculo insuperable para las fuerzas galas. Enterado del ataque de Magnencio, Constancio, que aguarda al acecho en la cercana ciudad de Cíbalis (actual Vinkovici, en Croacia) se percata de que su oportunidad ha llegado: Mursa Maior está rodeada de una extensa planicie. Si la ciudad sigue aguantando como al parecer lo está haciendo, puede darle tiempo a desplazar su ejército hasta allí y forzar una batalla campal en un lugar perfecto para las elásticas maniobras de su potente caballería. Así sucederá en efecto: en la amanecida del 28 de septiembre del 351 ambos ejércitos quedan frente a frente a poca distancia de las murallas de Mursa ante la desesperación de Magnencio que se ha jugado todas sus cartas a tomar la ciudad, lo que no ha conseguido, en lugar de ordenar una retirada a tiempo.


Constancio, siempre astuto, envía a su prefecto del pretorio, Flavio Filipo, a parlamentar con Magnencio. Porta una oferta de paz que a buen seguro sabe que el usurpador va a rechazar: si se retira le dejara conservar la Galia pero no el resto de su imperio occidental. Y es que el verdadero objetivo de Constancio es que su lugarteniente examine el poderío del enemigo a fin de diseñar en consecuencia la estrategia de la batalla. Finalizado el parlamento con una arrogante negativa de Magnencio, que propone su propia oferta de paz igual de desequilibrada que la de Constancio, Flavio Filipo retorna a sus filas. Poco después le sigue el franco Silvano, general de caballería de Magnencio que a la cabeza de sus tropas ha desertado de sus filas, aumentando aún más la diferencia de fuerzas entre los contendientes. Confrontada la información proporcionada por uno y otro, Constancio decide un orden de batalla clásico con la infantería en el centro, la caballería en las alas y los arqueros en la retaguardia, los de a pie, así como desbordando las alas de caballería pesada en el caso de los montados. Sus tropas ascienden a poco más de 80000 soldados, más del doble de los 36000 que opone Magnencio, cuya formación en orden compacto, aunque poco maniobrable, parece la única capaz de hacer frente a la oleada de músculos y hierro que se espera de los catafractos.

Ascendía el sol en el cielo aquella mañana del 351 y los dos ejércitos romanos habían concluido de similar manera los preparativos para el inminente combate. El comportamiento de sus comandantes, sin embargo, no puede ser más distinto: mientras Magnencio cabalga por entre sus tropas animándolas a voz en grito, al más puro estilo germánico, Constancio prefiere dar las últimas instrucciones a sus generales y retirarse a una iglesia cercana a orar devotamente sobre la tumba de cierto mártir local muy venerado. Inmejorable resumen, más allá de los nombres propios de sus participantes, del choque entre dos concepciones del mundo: la occidental pagana y la oriental cristiana: en muchos aspectos contrapuestas así como condenadas a disputarse el dominio espiritual de aquel mundo romano decadente.

Tras unas primeras tentativas de escaramuza por parte de Magnencio  hábilmente abortadas por los generales de Constancio, son éstos quien, al filo del mediodía, ordenan la apertura generalizada de las hostilidades mandando cargar al ala izquierda de su caballería sobre el flanco derecho enemigo. Entre terribles relinchos, el atronador retumbar de brutos al galope y los gritos de sus jinetes, la formidable caballería de oriente se aproxima hacia las filas galas envuelta en nubes de polvo. Su avance parece realmente incontenible por parte de las hileras de legionarios que se encuentran en su camino. En ese momento la infantería de Constancio comienza a marchar también hacia el enemigo al objeto de estrangularlo entre la caballería que carga por su izquierda, ellos por el centro y la límpida corriente del río Drave por la derecha, en la que ambos ejércitos han decidido apoyarse para salvaguardar uno de sus flancos.

El impacto de la caballería acorazada resultará tan terrible como se esperaba. El ala derecha de Magnencio se desmorona como un castillo de naipes, eliminando de la ecuación de la batalla a la práctica totalidad de la caballería del usurpador. La confusión es espantosa entre los galos, cuyas filas apenas resisten a fuerza de pundonor y mucha, mucha veteranía. Para colmo, los que no han perecido bajo los cascos de lo caballos o empalados en las largas lanzas de los catafractos lo hacen ahora asaetados por el inmisericorde tiro de los arqueros montados que siguen a su caballería de cerca. La moral se desploma por momentos. De un momento a otro se prevé una desbandada general de horrorosas consecuencias para los occidentales. Entretanto la infantería de Constancio ha recorrido ya a paso firme la mayor parte de la liza y se dispone a iniciar su carga contra el acongojado centro enemigo. Es entonces cuando Magnencio considera perdida la batalla y decide escapar. Fuera insignias de mando, fuera armas lujosas, hasta la capa púrpura y la montura fuerte y de gran alzado es desechada en beneficio del mucho más discreto atuendo de legionario raso. Minutos después Magnencio se ha esfumado ya de la vista de todos, su caballo galopando sin jinete invita a pensar lo peor a sus castigadas tropas. Un nuevo golpe, sin duda, para la ya demasiado quebrantada moral gala.

Pero contra todo pronóstico el final no llega. Compuesto por la flor y nata de los ejércitos romanos, el ejército de la Galia hace gala de su fama logrando recomponer filas (probablemente aprovechando la retirada de los catrafactos una vez agotado el ímpetu de su primera carga) antes de que la infantería enemiga le dé alcance. Es por ello que cuando los orientales llegan por fin a la distancia adecuada para lanzar sus jabalinas se encuentran una sólida barrera de escudos que disipa el mortal ataque con romana eficacia. La batalla adquiere entonces tintes absolutamente épicos, con las dos infanterías enzarzadas en una sangrienta refriega, sin que ninguna de las dos ceda aunque con una marcada ventaja para la occidental, más preparada que la oriental en esas lides de sangre, sudor y hierro. La caballería acorazada intentará repetidamente apoyar a sus compañeros de a pie cargando a todo galope contra el enemigo, mas sus ataques resultan cada vez menos devastadores a medida que los caballos heridos derriban a sus jinetes y las largas lanzas de combate se quiebran en mil pedazos. Tampoco los arqueros se quedarán atrás, disparando sin parar hasta el límite de sus fuerzas y el agotamiento de los carcajes.


De tan espantosa guisa transcurrirá todo el día de la batalla. Exhaustas las destrozadas infanterías, reducidos los orgullosos jinetes acorazados a pelear  pie en tierra y espada en mano tras perder sus monturas, sólo con el declinar de los rayos del sol empezarán a percibirse claros síntomas de desfallecimiento en la hueste occidental. Por fin, alcanzado su límite de resistencia ante fuerzas superiores, el ejército de la Galia se rompe, embarcándose sus miembros en un sálvese quien pueda de más que incierto resultado. Perseguidos por los vencedores, sólo las sombras de la noche lograrán evitar la total aniquilación de los derrotados. Con todo, 25000 de ellos quedarán tendidos en el campo de batalla, las tres cuartas partes del ejército, eso sí: no sin antes haber hecho pagar a los orientales un altísimo precio en la forma de 30000 muertos. Al amanecer del día 29 de septiembre se puede decir que la batalla de Mursa ha terminado. Le ha costado 55000 de sus mejores soldados al Imperio, tal vez el mayor número de bajas experimentado en una sola jornada por el ejército romano en toda su centenaria historia. Las consecuencias de semejante tragedia, acaecida en un momento en el que los enemigos del Imperio se multiplican al otro lado de las fronteras, se prolongarán mucho más allá del corto plazo. De hecho, la futura destrucción del Imperio de Occidente, el más castigado por las bajas, tiene su origen en esta infausta jornada, de la que nunca se llegará a recuperar.


El otoño del 351 y el invierno y la primavera del año siguiente transcurrieron sin más luchas de consideración, prueba evidente de que ambos bandos habían quedado exhaustos tras Mursa y necesitaban tomarse un respiro. Sin embargo, mientras la razonablemente boyante economía del imperio de oriente se las apañó para reponer al menos parcialmente las pérdidas de la batalla, la del imperio de occidente, enfrentada a similar esfuerzo desproporcionado a su capacidad, entró en una caída libre muy fácil de seguir en las acuñaciones monetarias tal y como veremos un poco más adelante.


Interrumpiremos aquí esta segunda parte del relato de la usurpación de Magnencio, cuyo marco cronológico (diciembre 250 – junio 252) coincide con bastante exactitud con la segunda serie de emisiones monetales a nombre de Magnencio, la cual estudiaremos a continuación.

Mientras que las escasas emisiones en metales preciosos descritas en la entrada anterior prosiguieron durante el año y medio que va de finales de 250 a mediados de 252 sin apenas variaciones tanto en tamaño y ley como en carga propagandística de sus motivos de reverso (existe alguna excepción), no se puede decir lo mismo de las emisiones en bronce. Reducida toda su variedad a una Maiorina con un único reverso: VICT(ORIAE) DD NN AVG ET CAE(S) = VICTORIAE DOMINORVM AVGVSTVS ET CAESAR (Las Victorias de Nuestros Señores el Augusto y el César), rodeando a dos victorias aladas una enfrente de otra, sosteniendo una guirnalda con inscripción votiva VOT V MVLT X en dos líneas –tipo básico sujeto a diversas variaciones menores--, posee sin duda alguna una fuerte carga propagandística. Así lo indica efectivamente tanto la leyenda de reverso como su iconografía, donde la referencia a la victoria del Augusto Magnencio y el César Decencio sobre sus enemigos es una clara alusión a la guerra contra Constancio que en esos momentos se estaba librando. En segundo lugar la leyenda de reverso introduce por primera vez una mención al César Decencio lo que indica la decisión firme de Magnencio de no soltar las riendas del poder: el usurpador ha llegado para quedarse y se considera libre de organizar la mitad occidental del Imperio a su gusto. En esta misma línea se puede encuadrar la leyenda de la guirnalda VOT(IS) V MVLT(IS) X -- Votis Qvinqvennalibvs mvltis decennalibvs-- alusiva al compromiso de los soberanos de concluir su primer quinquenio de gobierno (lo que se conoce como Voto Quinquenal) así como a la renovación de su compromiso de fidelidad por otros cinco años más al término de dicho quinquenio (lo que hace diez en total, de ahí la palabra decennalibvs).

El primer gran grupo de maiorinas de este tipo debió ser acuñado todo lo más hasta mediados del año 351. Se trata de un semestre en el que la economía del imperio de occidente, aunque bastante forzada por los gastos militares, todavía no ha empezado a colapsar. En el plano monetal esto se refleja en unas monedas de tamaño similar al de las piezas correspondientes de la emisión anterior (alrededor de 5 gramos de peso y 22 mm de diámetro), con un arte cuidado así como empleando cospeles de grosor y geometría adecuados. Igualmente siguen conservando la marca de valor A, que asigna a la moneda un valor de 100 centenoniales, a la sazón la unidad de cuenta básica. Como no podía ser de otra manera sus protagonistas son Magnencio o Decencio (el reverso, como dijimos, no varía), el primero nombrado como Augusto y el segundo como César (DN DECENTIVS NOB CAES es la variante de leyenda más común). A juzgar por los hallazgos actuales la proporción entre el volumen de monedas acuñadas a nombre de Magnencio y las acuñadas a nombre de Decencio podemos estimarla alrededor de 2,5 a 1. En las siguientes fotografías podemos ver unos excelentes ejemplares de Maiorinas de este primer grupo: la primera acuñada en la ceca de Lugdunum a nombre de Magnencio, la segunda en la de Arelate también a nombre de Magnencio, la tercera nuevamente en la ceca de Lugdunum a nombre del César Decencio al igual que la cuarta maiorina. Por último la quinta moneda es una maiorina a nombre de Magnencio acuñada en su ciudad natal, la gala Ambianum.


En septiembre del 351 Magnencio ataca las provincias danubianas. Emona y Siscia se rinden al ejército de la Galia; la poderosa Sirmium resiste deteniendo el avance enemigo hacia la costa adriática y más allá. Por fin, a finales de mes, Constancio bate a Magnencio en la célebre batalla de Mursa. El resultado inmediato es el apresurado desalojo de Siscia por los occidentales; cuya frontera retrocede hasta Emona. Cesa entonces la incipiente acuñación a nombre de Magnencio en la ceca de la ciudad, forzosamente breve al haber dispuesto de unas pocas semanas nada más. Es por ello que las acuñaciones de Siscia a nombre de Magnencio son bastante escasas y buscadas por los coleccionistas. En las fotografías siguientes podemos observar dos monedas acuñadas en Siscia a nombre de Magnencio, la primera empleando un tipo de reverso ya conocido, el GLORIA ROMANORVM con emperador a caballo alanceando a un enemigo derrotado y la segunda uno nuevo: VICTORIA AVG ET CAES rodeando una imagen del emperador sometiendo a un enemigo derrotado a sus pies con las manos atadas a la espalda. En ambos casos se trata de motivos de gran fuerza propagandística destinados a ensalzar las victorias de Magnencio sobre Constancio.

Como ya dijéramos anteriormente, la economía del territorio controlado por Magnencio, incapaz de soportar por más tiempo tan crecidos gastos militares, comienza a colapsar a poco del retorno del derrotado ejército a sus cuarteles galos. Desesperado por conseguir el dinero suficiente para recomponer sus maltrechas legiones, Magnencio recurre al tan romano procedimiento de reducir el tamaño y la calidad de sus monedas (conservando por lo demás sus características iconográficas). Así, el diámetro de la maiorina disminuye de 22 mm a 19 mm, reduciéndose su peso en un 40% (2,6 grs de media). En otras ocasiones no reduce su tamaño sino que incrementa el valor de las monedas, otorgándoles un valor fiduiciario doble y hasta triple. Así, la moneda que antes equivalía a 100 centenoniales de cuenta, equivale ahora a doscientos e incluso a trescientos centenoniales, todo ello sin que su valor intrínseco varíe un ápice. Magnífico testimonio de esto son las acuñaciones de la ceca de Roma, donde podemos seguir esta brutal retarificación por medio de las marcas de valor que aparecen en sus monedas: letra B y letra griega gamma para las monedas con valor de doscientos y trescientos centenoniales respectivamente. En la siguiente fotografía podemos ver un ejemplar de maiorina reducida acuñado en la ceca de Lugdunum.

Casi resulta innecesario describir como la espiral inflacionista, consecuencia segura de una maniobra en que sin crear riqueza se incrementaba el valor de la masa monetal, acudió puntual a su cita con occidente. Sin otro recurso a su alcance, a Magnencio no le quedará otra posibilidad que la de volver a reducir el tamaño de la maiorina básica hasta unos paupérrimos 14-15 mm o conservar su tamaño retarificándola otra vez. Es en este momento, datable a grandes rasgos en la primera mitad del año 352, cuando podemos datar las monedas con marca de valor gamma. En las siguientes fotografías podremos ver tres excelentes ejemplares de la ceca de Roma con marcas de valor B y Gamma la primera a nombre de Decencio y las otras dos a nombre de Magnencio.


Sin duda debió ser un año muy duro el que transcurrió de mediados del 351 a mediados del 352 para los territorios de la mitad occidental del imperio romano. No obstante unas provincias debieron sufrir la crisis con más agudeza que otras, algo fácil de intuir observando la explosión de imitaciones locales que se detecta en Hispania en este momento. Consecuencia esto último de un agudo desabastecimiento de moneda, clara evidencia de una paralización grave de su actividad económica (lo que se intentaba paliar a fuerza de imitaciones unas más conseguidas que otras), parece razonable asignar a Hispania la triste distinción de haber sido la provincia occidental más sacudida por la crisis del 351-352. A continuación se exhiben dos fotografías de maiorinas de imitación local a nombre de Magnencio –las imitaciones a nombre de Decencio son muy raras--.


Las tres ilustraciones con imágenes de soldados corresponden, la primera, a un legionario de los Herculani, una de las dos unidades de élite al mando de Magnencio. En cuanto a la segunda, podemos ver a tres catafractos con su armadura completa y la lanza larga que los caracterizaba desfilando entre legionarios de a pie con el arco de Constantino al fondo. Por último, la tercera ilustración muestra el atemorizador aspecto que debía tener en la realidad un catafracto, cubiertos de acero como estaban lo mismo montura que jinete.