Corría el verano del año 352 de nuestra era cuando el emperador Constancio II, señor de oriente y aspirante a reunificador del Imperio, considera que su ejército se ha repuesto lo suficiente de la sangría de Mursa para volver a la lucha contra el usurpador Magnencio.
En agosto de ese año, la ilírica Emona, que fuera ganada por Magnencio el año anterior y que constituía una suerte de avanzadilla del bastión clave de Aquileia, es expugnada con violencia por las tropas orientales en medio de una gran devastación, fácil de seguir en el registro arqueológico de la ciudad. A continuación las tropas de Constancio encaran los pasos alpinos que conducen al norte de la península italiana: al parecer convenientemente fortificados (se trata del dispositivo castral conocido en las crónicas contemporáneas como Claustra Alpium Iuliarum) así como defendidos por los maltrechos restos del ejército comitatanse de la Galia. La lucha permanecerá indecisa durante algunos días hasta que finalmente las huestes galas pierden la fortaleza clave de Ad Pirum (actual Hrusica, en Eslovenia), dejando el paso franco a los orientales que no tardan en presentarse ante las puertas de Aquileia. Abandonada días atrás por Magnencio, que incapaz de plantar batalla en campo abierto a un enemigo muy superior ha corrido a refugiarse tras los pasos de montaña que conducen al corazón de la Galia, Aquileia se rinde sin combatir. Pocos días después hace lo propio Ticinum (actual Pavía) seguida de la totalidad de una Italia vacía de tropas galas que puedan detener a los ejércitos orientales. En las semanas siguientes, mientras Magnencio termina de guarnecer con sus menguados efectivos los accesos a la Galia, una parte del ejército de Constancio pasa al África, ocupándola sin lucha. De ahí, por vía marítima, se traslada a Hispania, la cual se suma también a la causa legitimista del hijo de Constantino el Grande. Al parecer todavía quedaban en esta última provincia muchos partidarios del finado emperador Constante, que facilitaron sobremanera el avance de los orientales impidiendo o al menos dificultando el cruce de los Pirineos por parte de las tropas enviadas por Magnencio para atajar a los orientales. De hecho, existe una teoría que señala al mausoleo tardorromano de la villa romana de Centelles, cercana a Tarragona, como el sepulcro de Constante, adonde fuera llevado por alguno de los múltiples partidarios que tenía en la región.
Representación moderna de la fortaleza alpina de Ad Pirum. Su elevado valor estratégico residía en su ubicación sobre la calzada romana que procedente del este cruzaba los Alpes en dirección a Aquileia. Sólo conquistándola era posible para un ejército procedente de las regiones ilíricas penetrar en la península italiana.
La llegada de las primeras nieves del invierno acabaría con la temporada de campañas del año 352, saldada con un enorme éxito para el Augusto Constancio. Acorralado en sus dominios originales de la Galia, Magnencio apenas cuenta con las tropas suficientes para guarnecer los pasos de montaña que separan a su enemigo de las fértiles y extensas llanuras galas. Para colmo, la economía cada vez más colapsada de sus territorios se ha visto meses atrás apuntillada por una nueva invasión de las tribus alamanas dirigidas por su rey Cnodomar, que tras derrotar al César Decencio se han derramado a lo largo y ancho de la frontera septentrional, sembrando la destrucción por doquier. En ese estado de cosas está claro que Magnencio no dispone ni dispondrá de los recursos necesarios para reconstituir sus fuerzas en los breves meses que le separan de la primavera siguiente y el reinicio de las campañas militares.
Por si fueran pocas las dificultades a las que se enfrentaba el régimen de Magnencio, el nuevo año habrá de traerle una más de la mayor gravedad: la importantísima ciudad de Tréveri, el más fuerte bastión al oeste del Rhin y centro capital de aprovisionamiento, descanso y refugio para las castigadas tropas del César Decencio, se subleva al frente de su comes Poemonio, reconociendo a Constancio como su señor legítimo. En lo sucesivo y mientras no se recobre la ciudad, las fuerzas galas verán reducido al mínimo su margen de maniobra frente al invasor alamán, contribuyendo de esta manera al hundimiento, a esas alturas prácticamente irreversible, del régimen de Magnencio.
Ruinas del foro romano de Aquileia en la actualidad. La ciudad sería completamente destruida en el 452 por Atila el huno. Sus habitantes, a fin de escapar de la mortífera caballería huna, se refugiaron en unas marismas próximas donde fundarían un asentamiento de tipo lacustre llamado a alcanzar fama universal: Venecia.
Ardía en llamas el norte de la provincia ante la impotencia de los limitanei de Decencio, cuando allá en el meridional limes alpino los restos del antaño formidable ejército comitatense de la Galia afrontaban el primer ataque sobre sus agrestes posiciones. Aunque ignoramos los detalles concretos de los acontecimientos, parece ser que Magnencio aún consiguió reunir las fuerzas y la desesperación suficientes para plantar cara a Constancio en un lugar conocido como el Monte Seleuco (Mons Seleucus), todavía en zona alpina. Derrotado el usurpador de nuevo, como lo fuera en Mursa, el ejército de oriente penetra sin oposición en la Galia en dirección a Lugdunum, la actual Lyon, capital del usurpador y lugar al que se ha acogido con los pocos hombres que le quedan al amparo de sus potentes murallas de piedra y ladrillo erigidas en la segunda mitad del siglo anterior. Allí quedará sitiado en el verano del 353 no sin antes enviar un mensajero hacia el norte portando una angustiada llamada de auxilio a su hermano Decencio.
Lo apretado del asedio unido a la rápida deserción de unos seguidores que con buen juicio veían inminente el desmoronamiento de su líder anegó de desesperación el alma de Magnencio. Consciente de que las tropas de su hermano no tenían ninguna posibilidad frente a las poderosas legiones comitatenses enviadas por Constancio a arrebatarle la púrpura, el usurpador galo decidió poner fin a su vida el día 10 de agosto del 353. Previamente había mandado matar a su a su hermano pequeño, cuyo nombre la historia no ha conservado, y a su madre: famosa sacerdotisa y vidente según los escritores antiguos con gran ascendente sobre la población de la región, mayoritariamente pagana. Escasos días después, el 18 concretamente, el César Decencio, enterado del triste destino corrido por sus familiares, hacía lo propio. Se hallaba en Sens, camino de Lugdunum, procedente de la norteña Tréveri, donde se encontraba sitiando a Poemonio cuando recibiera la desesperada petición de ayuda de su hermano. Con su muerte y la inmediata desbandada de sus tropas concluía la usurpación de Magnencio y daba comienzo el reinado de Constancio II como emperador único de todo el mundo romano.
El nada mal conservado teatro romano de Lugdunum: capital de la Diócesis de las Galias y también del usurpador Magnencio, así como el lugar donde puso fin a sus días en los estertores de su reinado.
Desde el punto de vista numismático, el último año de gobierno de Magnencio se caracteriza por un intento firme pero infructuoso a la postre de contener la hiperinflación que había devorado la maiorina de bronce desde los 4,5 gramos de las primeras emisiones con leyenda VICT(ORIAE) DD NN AVG ET CAE(S) a los patéticos 2 gramos de las emisiones de la primavera del 352 o su igual de nefasta alternativa: la retarificación doble y hasta triple que vimos en la entrada anterior de este blog. En efecto, allá por octubre del 352 se pone en circulación una nueva moneda de gran módulo (28 mm de diámetro) y peso (alrededor de 8,3 gramos), conocida como Doble Maiorina en los ambientes numismáticos pero que a buen seguro debió poseer un valor fiduciario bastante superior a dos de las degradadas maiorinas que por entonces circulaban. El reverso de esta moneda, acuñada tanto a nombre de Magnencio como de Decencio, permanecerá invariable a lo largo de las emisiones, constituyendo a la postre una de las monedas más deseadas por los coleccionistas de moneda romana. Se trata del célebre Crismón o Cristograma flanqueado por las letras griegas Alfa y Omega: motivo ya veterano en las acuñaciones imperiales pero que nunca, como ahora, había sido representado a la manera de protagonista absoluto de un reverso. Complementado con la poco agresiva leyenda (a esas alturas del conflicto con Constancio) SALVS DD NN AVG ET CAES (la Salud de nuestro Augusto y nuestro César), el objetivo de este impactante reverso era no tanto atraerse a los cristianos –minoritarios en tierras occidentales—como resaltar la presunta legitimidad del usurpador franco, entroncado sus acuñaciones de la manera más expeditiva imaginable con las de Constantino I el Grande: emperador éste cuya legitimidad fuera reconocida universalmente a lo largo y ancho del orbe romano y cuyas emisiones, sobre todo las de sus últimas dos décadas de reinado, eran prolijas en el símbolo cristiano por excelencia. De este modo Magnencio pretendía frenar el creciente descontento, acompañado de las inevitables deserciones, que los pésimos resultados en la guerra contra Constancio alimentaban con implacable vigor.
Desafortunadamente para Magnencio, la depauperada economía de la Galia fue incapaz de aprovechar el teórico estímulo proporcionado por la introducción de un nuevo tipo monetal de buena calidad. Enseguida, las cuatro cecas bajo control de Magnencio (perdida Italia sólo le quedaban las galas, a saber: Tréveri, Arelate, Lugdunum y Ambianum), recibieron orden de empezar a reducir el tamaño de sus monedas: víctimas precoces de la más implacable inflación. Así, el diámetro pasaría de los 28 mm iniciales a 24 y de ahí a 21, todo ello en el transcurso de unos pocos meses. Ni que decir tiene que con el colapso y derrota final del régimen de Magnencio cesarían todas las acuñaciones a su nombre, siendo sustituidas por el tipo habitual de Constancio: el célebre FEL TEMP REPARATIO rodeando a soldado romano alanceando a jinete enemigo caído.
A continuación podemos ver dos bonitos ejemplares de Dobles Maiorinas del estilo de las descritas anteriormente. La primera, a nombre de Magnencio, fue acuñada en Ambianum. En cuanto a la segunda aparece a nombre de Decencio, siendo su ceca la norteña Tréveri. No es nada habitual encontrar las monedas de esta emisión en tan buen estado, con lo que ello conlleva de buen centraje, cospel con la forma geométrica y el tamaño adecuados, arte, etc. Más allá de las primeras emisiones, sin duda las más cuidadas, el resto no sólo declinaron rápidamente en tamaño sino también –y mucho—en calidad. Es por ello que lo más normal es encontrarnos con ejemplares descentrados o con cospeles menores de lo requerido por los cuños, lo que inevitablemente implica la pérdida de parte de la leyenda y lo que es peor: en muchísimas ocasiones también de la crucial para la clasificación de la moneda marca de ceca. Innecesario es decir que por todos estos motivos los ejemplares bien conservados y sobre todo completos alcanzan unos precios de mercado francamente elevados, mucho mayores desde luego a los habituales en los bronces de la época, sobre todo tratándose como se trata de monedas que fueron acuñadas en buen número, para su uso masivo, y no de rarezas puntuales emitidas por personajes de fugaz paso por la historia.
También resulta muy interesante por su interés histórico la breve emisión de dobles maiorinas emitidas por Poemonio en su bastión de Tréveri a nombre de Constancio pero con el reverso del Crismón magnencíaco y reverso SALVS AVG NOSTRI. Si bien esta emisión ha sido considerada tradicionalmente la réplica de Constancio al alarde de pregunta legitimidad exhibido por Magnencio en sus nuevas monedas, lo cierto es que el autor, el momento y el lugar de la emisión invitan a pensar en un intento de Poemonio por contemporizar con los dos augustos a la espera de acontecimientos. La siguiente moneda es un buen ejemplo de esta emisión.
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