sábado, 29 de diciembre de 2012

Las acuñaciones de CARISSA AURELIA.

Las acuñaciones de Carissa Aurelia deben ser datadas en las décadas centrales del siglo I a.C., no mucho tiempo después en cualquier caso de la obtención del derecho latino, probablemente concedido por Julio César a la ciudad turdetana.
 
Aunque bastante abundantes en volumen, no son acuñaciones demasiado extensas en el tiempo. Tampoco son variadas toda vez que se reducen a semises y unos pocos cuadrantes (algo habitual, por otra parte, en el numerario de la zona) ilustrados con una iconografía con acusada tendencia a la repetición de motivos. Por otra parte se debe destacar que es relativamente frecuente el hallazgo de semises de Carissa reacuñados sobre monedas de otras cecas (principalmente Obulco aunque también Cástulo y Córduba) sin que halla necesariamente una concordancia completa entre el tamaño del cuño de Carissa y el del cospel de la moneda a reacuñar. Los siguientes ejemplares constituyen un buen ejemplo de esto anterior, tratándose concretamente los tres primeros de un semis de Carisa reacuñado sobre un semis de Cástulo así como un semis de Carissa sobre un semis de Obulco (águila-toro) el último.
 
 
El arte de las emisiones de Carissa suele ser bastante pobre aún en las series más cuidadas y/o ejemplares mejor conservados. Así mismo resulta inusualmente alto el número de variantes y cuños dentro de una misma emisión lo que unido a la escasa definición de los detalles así como a la relativa monotonía en los motivos empleados complica bastante el ajuste de los límites de cada serie. En cualquier caso resulta posible establecer una cronología entre las seis emisiones en que resulta factible dividir el numerario de la ciudad, datando las más antiguas tanto por su mejor arte como por su mayor peso, parámetros ambos que van declinando a medida que se avanza en las emisiones.

Un aspecto común a todas las emisiones es la presencia en el reverso del que es sin duda el icono más representativo de la ceca de Carissa: el jinete lancero con rodela (escudo redondo con umbo central), normalmente cabalgando a izquierda aunque existen variantes a derecha. Debajo de dicho jinete se ubica siempre la leyenda de ceca, ya sea en caracteres latinos normales o invertidos (esto último frecuente en las emisiones tardías). Aunque a veces se usa el nombre completo de la ciudad: CARISSA, la forma más común que observamos es CARISA. Es por este motivo que muchas veces se alude a esta ceca como Carisa en lugar de Carissa, su auténtico nombre. También se documenta la forma CARISE y las versiones abreviadas CARI y CARIS. Pasemos ahora a describir las seis emisiones conocidas, en el bien entendido que no se trata de monedas demasiado diferentes entre sí.
 
1ª Emisión.
Poseedora de un arte ciertamente bueno para lo que es habitual en esta ceca, es la que arroja un peso medio más alto (entre 6,5 y 7 gramos), motivo por el cual se le debe suponer una datación más temprana.
 
Aparte del mayor peso, su principal elemento diferenciador es la cabeza viril de anverso, siempre mirando a derecha así como laureada con ínfulas, atributo este último sin duda el más fácil de reconocer aún en los ejemplares peor conservados. En cuanto al reverso, los ejemplares más pesados exhiben al jinete con rodela mirando a izquierda sobre leyenda de ceca CARISA ó CARISE mientras que los más ligeros (algunos apenas llegan a los 5 gramos) muestran el jinete a derecha y leyenda invertida abreviada CARI, lo que nos pone tras la pista de dos series diferentes en esta primera emisión. Añadir además que otra característica propia de esta emisión como es el enorme tamaño de la rodela del jinete lancero, en ocasiones incluso desproporcionada para el tamaño del jinete tal y como se puede apreciar en el siguiente cuarteto de monedas, la primera del tipo con jinete a izquierda y las otras tres del tipo a derecha.
 
 
2ª Emisión.
Esta emisión presenta un peso medio significativamente más bajo que el de la primera (alrededor de 5,5 gramos). Resulta fácil de distinguir su motivo de anverso: una cabeza masculina a derecha cubierta con una suerte de casco labrado de aceptable estilo. El reverso presenta jinete lancero a izquierda sobre leyenda de ceca CARISSA. La rodela del jinete, aunque ciertamente grande, no alcanza en esta emisión las dimensiones propias de la primera emisión. El siguiente ejemplar nos servirá para ilustrar esta segunda emisión a la sazón la más escasa de esta ceca.
3ª Emisión.
La tercera emisión resulta de algún modo similar a la segunda: cabeza cubierta con casco si bien no existe ninguna dificultad a la hora de diferenciarlas toda vez que resulta evidente el esfuerzo de los abridores de cuño por representar una figura del tipo “cabeza galeada de Roma” propia de los denarios republicanos con los que, sin duda alguna, estaban sobradamente familiarizados los habitantes de Carissa Aurelia.
 
Esta emisión se compone de dos series: cabeza galeada a izquierda (con diferencia la más abundante) y cabeza galeada a derecha, siendo su peso medio alrededor de 5 gramos. El reverso lo ocupa en ambos casos un jinete lancero con rodela a izquierda sobre leyenda de ceca completa CARISA. El siguiente par de monedas corresponde a otros tantos ejemplares de la serie cabeza galeada a izquierda.
 

4ª Emisión.
Esta emisión, aunque no la más rara, sí que es la más deseada por los coleccionistas en tanto en cuanto el mayor interés de su iconografía de anverso: Cabeza de Hércules-Melqart con piel de león a izquierda, muy similar a los semises de la cercana Gades, en cuyas monedas se debió inspirar, con toda seguridad, esta cuarta emisión. Si a esto le sumamos un arte clasificable como bueno para lo que es habitual en las acuñaciones de Carissa, entendemos el porqué de su especial atractivo de cara al coleccionista numismático. El peso medio de esta emisión se halla por los 4,7 gramos, muy poco por debajo por tanto del de la emisión anterior. En cuanto al reverso luce el habitual jinete lancero con rodela a izquierda sobre leyenda de ceca completa CARISSA. Las tres monedas siguientes servirán para ilustrar perfectamente esta cuarta emisión.
 
 
5ª Emisión.
Resulta evidente la datación más tardía de los ejemplares correspondientes a esta quinta emisión toda vez que no sólo presentan un peso medio decididamente más bajo (alrededor de 3,9 gramos) sino que además exhiben un arte manifiestamente degenerado en comparación con cualquiera de las cuatro emisiones anteriores.
 
Esta emisión se divide en dos series: la primera y más abundante con diferencia muestra en anverso una cabeza desnuda barbada a derecha de arte ciertamente esquemático y poco realista (degenerado). Por su parte el reverso lo ocupa el icono habitual de jinete lancero con rodela a izquierda sobre leyenda de ceca modificada CARISA. Merece la pena destacar el pequeño tamaño de la rodela en comparación con las de emisiones anteriores, detalle éste que puede servir para identificar esta emisión en ejemplares mal conservados. El siguiente ejemplar pertenece a esta primera serie de la quinta emisión.
 
La segunda serie se caracteriza por su mayor tosquedad de arte así como por el hecho de llevar el jinete lancero a derecha (con rodela pequeña) y la leyenda de ceca CARISA invertida. También posee un peso medio menor de alrededor de 3,5 gramos. El anverso, por lo demás, es igual: cabeza masculina desnuda barbada de arte esquemático a derecha.
 
6ª Emisión.
Las monedas de la sexta emisión han sido tradicionalmente calificadas de cuadrantes en razón de su muy reducido peso medio: alrededor de 2,35 gramos. No obstante hoy en día se cuestiona esta afirmación, ganando peso la posibilidad de que se trate de semises muy degradados tanto en tamaño y peso como en arte: realmente se trata de las acuñaciones de Carissa más toscas con mucha diferencia. Sea como sea, lo que resulta indiscutible es su ubicación al final de la línea cronológica de la ceca de Carissa Aurelia lo que no resulta óbice para que fueran acuñadas en gran número tal y como indica su relativa abundancia en la actualidad, significativamente superior a la de las emisiones anteriores.
 
El estudio de estas monedas indica enseguida una gran abundancia de cuños con escasas diferencias entre ellos. Resulta obvio que la calidad de los cuños empleados no era mucho mejor que su estilo artístico, lo que debió ocasionar una escasa duración de cada uno y por tanto su frecuente reemplazo. En ocasiones el arte se degrada hasta extremos tales que dificultan mucho la interpretación correcta de la iconografía de la moneda más allá del tipo básico de la emisión.
Aparte de una gran profusión de cuños también se observa muy poco rigor a la hora de escoger los motivos de anverso y reverso. Así, conviven bustos masculinos a derecha con bustos a izquierda (en principio imberbes aunque su tosquedad impide estar seguros de lo que quiso representar el abridor del cuño) alternándose con jinetes cabalgando en ambas direcciones sobre leyenda CARISA o CARIS –cuando la irregularidad en el trazado de las letras no impide reconocer la inscripción--, unas veces invertida (existe una variante con solamente la letra R invertida), otras no, todo ello sin que pueda advertirse una sucesión de combinaciones repetitivas que permita afirmar con contundencia la existencia de series.
 
Las siguientes monedas representan una selección de piezas habituales de esta emisión. Las cuatro primeras exhiben un busto masculino desnudo a derecha, con el arte profundamente degenerado propio de esta emisión y jinete lancero con rodela pequeña a izquierda. Las otras tres presentan el busto de anverso a izquierda. El reverso es idéntico al de las cuatro primeras. De hecho las monedas con jinete lancero a derecha son considerablemente más raras tanto en esta emisión como en las anteriores.
 
 
 



 


miércoles, 7 de noviembre de 2012

La ciudad iberorromana de CARISSA AURELIA y sus acuñaciones.

Los restos de la ciudad romana de Carissa, cognominada Aurelia, se encuentran en el Cortijo de Carija, término municipal de Bornos, en la sierra de Cádiz.
 
Su emplazamiento se corresponde con una colina bastante extensa y no muy alta, con unas laderas relativamente suaves, sin mucha piedra, todo lo cual sirve para calificar de moderado el valor defensivo del lugar, si bien es cierto que se descubre bastante paisaje desde él, incluida una vía de comunicación tan importante como el valle del río Salado, lo que nos informa de un considerable valor estratégico.

Vista del solar de la antigua ciudad romana de Carissa Aurelia.
 
Apenas se conoce nada sobre esta ciudad dada la parquedad de las fuentes antiguas así como el hecho de que está sin excavar en su gran mayoría. Sabemos, con todo, que antes de ciudad romana fue un oppidum turdetano, probablemente amurallado dada la orografía de su emplazamiento, así como dedicado al aprovechamiento agrícola de una comarca especialmente bendecida con el don de la feracidad.
 
La conquista romana de la Turdetania, culminada con gran facilidad a resultas de la batalla de Ilipa en la que los latinos derrotaron a los cartagineses –año 206 a.C.—supuso la entrada de la ciudad de Carissa en la órbita romana. Ignoramos si esta sumisión fue fruto de la derrota militar de los habitantes de Carissa o si, por el contrario, firmaron un pacto con los romanos. Desde luego parece más probable lo segundo toda vez que en el siglo I a.C Carissa es una de las primeras 27 ciudades hispanas en ser elevada a la condición de Municipio Latino -- según la epigrafía debió ser adscrita a la tribu Galeria--. Se supone que este honor fue concedido por de Julio César tal y como indica el cognomen Aurelia, a la sazón el nombre de la madre del celebérrimo general romano. Incluso le fue concedida la capacidad de acuñar moneda, conservándose bastantes piezas de esta época con el nombre de Carisa o Carissa, todas ellas ornamentadas al anverso con la clásica cabeza masculina y con el no menos famoso jinete con escudo y lanza en el reverso: uno y otro temas principales de la numismática ibérica. En la siguiente entrada conoceremos en detalle estas acuñaciones.
 
Restos de los pilares de apoyo de funcionalidad incierta localizados en la parte inferior del cerro.
 
Las únicas referencias escritas a Carissa Aurelia que tenemos se deben a Plinio el Viejo, Ptolomeo y Tácito. El primero la cita en el tomo tercero de su Naturalis Historia dentro del convento gaditano, apuntando el cognomen Aurelia por el que la conocemos. Ptolomeo la ubica entre las ciudades de Ucia y Calduba, en los 6º 30´ de latitud norte y los 37º 30´ de longitud oeste. Por su parte, Tácito vincula el citado cognomen con Cornelia, madre de los hermanos Graco y Atia, madre de Octavio Augusto.
 
Los estudios realizados en la necrópolis localizadas en las proximidades del núcleo urbano –necrópolis norte y sur—demuestran que Carissa aún tenía cierta vitalidad en el siglo IV d.C., correspondiendo la mayoría de los materiales encontrados al periodo alto imperial –siglos I y II d.C.--, sin duda el de máximo esplendor de la ciudad.
 
Ruinas de un panteón funerario de cronología romano localizada en la llamada Necrópolis Norte de Carissa Aurelia.
 
Al igual que tantas otras ciudades romanas en Hispania su declive se produce en época tardorromana avanzada. Posiblemente sería atacada por Genserico, rey de los vándalos, en el año 429, al encontrarse en el camino lógico entre Hispalis, ciudad de partida del contingente bárbaro e Iulia Traducta, la actual Algeciras, donde embarcarían para África según los textos de Hydacio. De ser cierta esta conjetura, no cabe duda de que este suceso hubiera agudizado aún más la decadencia de la ciudad.
 
La epigrafía nos informa de la presencia del culto cristiano en Carissa en el siglo V d.C. (CIL II, 6251, 1). Sería en este siglo o en el siguiente cuando la ciudad deja de existir como tal. No obstante es posible que conservara alguna clase de población residual toda vez que en las necrópolis han aparecido varios enterramientos medievales. Lo que parece claro es que no se repobló, al menos en el sentido estricto de la palabra, en época musulmana (siglo VIII en adelante); trasladándose las competencias territoriales de Carissa a Bornos, donde se documenta un castillo de evidente origen musulmán. Para entonces ya habría empezado la ruina de sus edificios, precipitada por la amortización de sus materiales.
 
Restos del edificio rectangular, posiblemente un depósito de agua, existente al nivel del segundo grupo de estructuras comenzando desde el pie del cerro.
 
Dado el hecho de que la ciudad está casi sin excavar, no son muchos los restos de estructuras visibles en superficie si bien por lo poco que queda parece claro que el subsuelo guarda muchísimas cosas interesantes.
 
Como elementos más relevantes se debe destacar el conjunto de muros situado en la parte meridional del asentamiento, la más fácil de defender dada su mayor cota y el peor acceso que ofrecen sus laderas. De hecho, cerca del extremo sur encontramos una elevación del terreno más marcada factible de utilizarse como acrópolis al dominar el resto de la cumbre de la colina, sin duda el emplazamiento del núcleo urbano de Carissa Aurelia.

Vista general de la elevación del extremo meridional de Carissa Aurelia, auténtica acrópolis de la ciudad.
 
Los muros a los que aludimos anteriormente se encuentran distribuidos en cuatro alturas, conformando el habitual despliegue aterrazado. En todos los casos se trata de estructuras de opus incertum más o menos bien acabadas,  donde no escasean los mampuestos desbastados ni el mortero de cal de buena calidad. En realidad esta morfología proporciona una pista prácticamente definitiva de cara a asegurar la factura romana de los restos, aunque no hubiera datos adicionales.
 
Muralla de la acrópolis. Se observa bien el crecido grosor de sus paramentos.
 
Comenzando por el nivel inferior, a la sazón localizado ligeramente por encima del nivel de la ciudad, en la cumbre de la colina, se trata de una suerte de zócalo continuo en dirección N-S sobre el cual se apoyan una serie de 12 muros a modo de pilares, perpendiculares al mencionado zócalo. Aunque por su ubicación en relación con la topografía del terreno podrían llegar a ser calificados como restos de muralla, no parece probable que se trata de tal dada la relativa delgadez de los muros así como su marcado aspecto de apoyos. En realidad, lo más lógico es que se trate de los restos de una plataforma ejecutada con miras a normalizar en forma de terrazas la pendiente de las laderas de la parte meridional, de tal modo que se pudiera construir en éstas unos edificios hoy desaparecidos. Algunos autores han relacionado estos pilares con el sistema de aprovisionamiento de agua de la ciudad –entendiendolo como una suerte de canal elevado--. Esta posibilidad es bastante verosímil ya que en el extremo sur del apoyo, al lado del primero de los pilares, se localiza una pileta rectangular muy profunda, obviamente destinada a contener un agua que luego podía conducirse hacia el núcleo urbano aprovechando la mayor cota de la línea de apoyos con respecto a aquél.
 
Restos del edificio rectangular, relacionado con un almacén o deposito de agua, localizado en la cumbre del cerro, a mayor cota que los muros de la acrópolis.
 
El segundo grupo de estructuras se halla a una veintena de metros del primero colina arriba, lo que en esta parte de la ladera, más bien suave, supone una diferencia de cota de un par de metros. Se trata de dos fragmentos de muro alineados uno de los cuales lleva adosado en su lado exterior un tercer fragmento perpendicular, conformando una esquina. A priori podría tratarse de los restos de un edificio rectangular, quizás un depósito de agua otrora comunicado con el canal apoyado en los pilares antes descritos y con la pileta.

 
Los dos últimos grupos de estructuras se encuentran en la elevación del extremo meridional de la ciudad de Carissa, a una cota sensiblemente mayor que la del segundo grupo. Sus maneras de acrópolis resultan más que claras. Así, el primer grupo son los restos de una muralla que rodeaba la cumbre de la elevación, con toda probabilidad el principal bastión defensivo de la ciudad. El considerable grosor del muro así como la peor calidad de los paramentos, sobre todo en lo relativo a los morteros, con respecto a las estructuras de niveles inferiores son argumentos que apoyan su condición defensiva. En cuanto al cuarto y último grupo de estructuras se localiza en la cumbre de la elevación, siendo por tanto las ruinas situadas a mayor cota del asentamiento. Aparentemente conforman una suerte de recinto cuadrangular bastante arrasado. Aunque el sentido común nos orienta hacia el carácter defensivo de estas estructuras, la verdad es que los muros en cuestión son demasiado delgados para pertenecer a un elemento fortificado. Posiblemente sea ésta la razón de que los pocos autores que han tratado este yacimiento consideren estas estructuras como los restos de un depósito de almacenamiento/recogida de agua, hipótesis esta que se ve apoyada por la presencia en la parte superior de la elevación de afloramientos rocosos convenientemente tallados en orden de formar las caras de una pileta. Desde luego, esto no es imposible dada la proximidad al deposito intermedio –el del segundo grupo de estructuras—y a la canalización del grupo inferior.
 
Torre de la cerca urbana de Carissa Aurelia. Bloques bien tallados de fisonomía claramente ibérica. Alrededor del siglo III a.C.
 
Como buena ciudad romana que era Carissa Aurelia contaba con una muralla circunvalando la cumbre de la colina en que se asienta. Todavía sin excavar, se distinguen unos escasos vestigios en el extremo septentrional de la ciudad, correspondientes a un pequeño fragmento de lienzo y una especie de torre, aparentemente hueca, adosada a éste. Tanto el fragmento de muro (no muy grueso: 1,5 mts aproximadamente) como la torre están construidos en mampostería aglomerada con barro, pudiéndose distinguir en esta última algunos bloques de gran tamaño, bastante bien tallados aunque no tanto como para igualarse a los sillares típicamente romanos que pueden verse, aquí y allá, por el yacimiento. Estas características se corresponden plenamente con las de la fortificación ibérica, de ahí que podamos afirmar a priori que la muralla romana de Carissa reutiliza la muralla turdetana o al menos se apoya en ella, de ahí que pueda datarse en el siglo III a.C. aproximadamente. Lo que está claro es que esta muralla no tiene nada que ver con la que protege la elevación del extremo meridional de la colina, sin duda bastante posterior ¿siglos I a.C. – I d.C.?
 
Restos muy arrasados de la cerca urbana de Carissa.
 
 

martes, 2 de octubre de 2012

LACIPO. Retrato de una ciudad Turdetana.

Las ruinas de la ciudad romana de Lacipo se encuentran localizados en la cumbre del cerro del Torreón, término municipal de Casares (Málaga), dentro del cortijo de Alechipe, nombre éste que a todas luces proviene de su antepasado latino.

Según los resultados de las distintas campañas arqueológicas llevadas a cabo en este yacimiento, el origen de Lacipo se remonta al siglo VI a.C. a modo de asentamiento ibero-turdetano muy influenciado por la cultura púnico-fenicia tal y como evidencia la metrología púnica de sus acuñaciones.
 
Este temprano origen no debe extrañarnos dado el gran valor estratégico de que goza el cerro del Torreón, a la sazón perfecta atalaya desde la que controlar el tránsito por los ricos valles del Genal y el Guadiaro así como el acceso a la costa desde la serranía de Ronda. Si a esto le unimos su considerable bondad defensiva, basada en unas pendientes considerables coronadas en una ancha meseta a buena altura, tenemos los elementos perfectos para conformar un emplazamiento francamente atractivo a los ojos de los antiguos pobladores de esta parte del litoral andaluz.
 
Muralla turdetana de Lacipo, labrada en una correcta mampostería, no pocas veces calificable de sillarejo, argamasada con barro.
 
El encuadramiento de Lacipo dentro del ordenamiento jurídico romano debió ser bastante temprano ya que la ciudad accede al privilegio de labrar moneda antes del comienzo de la era Cristiana. En cualquier caso Plinio –Historia Naturalis—la cita como ciudad estipendiaria con el nombre de Blacipo, lo que indica que al menos en la mitad del primer siglo de nuestra era y, desde luego, en tiempo de sus acuñaciones monetales Lacipo seguía sin ser un municipio libre.
 
La ciudad también es citada por Pomponio Mola y Ptolomeo. Este último, concretamente, no la ubica entre los turdetanos sino entre los bastetanos, dando las siguientes coordenadas: 10º 15´ de latitud Norte y 37º 20´ de longitud Oeste. La controversia no es tal habida cuenta los abundantes errores que cometiera el sabio de Alejandría en sus apreciaciones geográficas.

Un nuevo resto de la muralla ibérica sobresaliendo entre la exuberante vegetación del cerro.
 
Su importancia a nivel local debió ser sobresaliente, controlando el paso por varias de las calzadas locales que pasaban por sus proximidades, no así ninguna de las grandes calzadas romanas citadas en documentos como el Itinerario de Antonino o el Ravennate, más desplazadas hacia la costa así como bordeando la serranía de ronda por el este, huyendo de sus fragosidades, como por otra parte es normal (es el caso de la ruta VI, item a Malaca – Cadis --Ruta entre Málaga y Cádiz-- y la V, item a Castulone – Malacam --ruta entre Málaga y Cástulo--.)
 
Su carácter de asentamiento ibérico en altura, con un marcado carácter defensivo, debió traer consigo la presencia de fortificaciones desde prácticamente la fundación del asentamiento. Estas defensas debieron continuar en uso en época romana, si bien no hay que olvidar que el calificativo de estipendaria que tuviera Lacipo indica un cierto grado de resistencia a la penetración romana en tiempos de la conquista de la zona, lo que en último término hubiera podido conducir a un mayor o menor desmantelamiento de la muralla ibérica original.
 
Restos de la muralla romana de Lacipo. A la derecha el esquinazo de una posible torre de flanqueo.
 
Los restos arquitectónicos que se pueden observar en el Cerro del Torreón, algunos fruto de las últimas excavaciones, son bastante significativos, destacando la base de un edificio público labrado en sillería y dos grandes aljibes recubiertos de opus signinum en buen estado, uno de ellos parcialmente abovedado. No obstante el elemento más sobresaliente es la muralla que protegiera la plaza, de la cual han quedado restos lo suficientemente consistentes como para permitir su estudio y una aproximación a su cronología.
 
La cerca en cuestión puede verse en el frente occidental del cerro, asomada al valle. Sin duda debió ajustarse a la cumbre del cerro, aunque en la actualidad no se aprecian restos en el frente oriental y sólo algunos breves vestigios en el meridional y el septentrional.
 
Paredón de opus caementicium colocado por tongadas correspondiente a un antiguo edificio de uso civil (con connotaciones militares)  que se alza donde, en buena lógica, hubiera de estar la muralla de la ciudad.

El principal resto es un lienzo de muralla de unos treinta metros, aproximadamente rectilíneo, labrado en una correcta mampostería, en algunos casos sillarejo, aglomerada con barro. La fábrica conserva un alzado de poco más de un metro, siendo su espesor de 1,60 centímetros aproximadamente. Tipologicamente se trata de un buen ejemplo de muralla ibérica, de probable cronología temprana, si bien el empleo de muchos sillarejos nos pone tras la pista de reparaciones y reformas posteriores. Desde luego la fecha de sus construcción es anterior a la de los edificios romanos de la ciudad ya que éstos aparecen distribuidos sobre la cumbre del cerro en función de la muralla, adosándose a ésta e incluso superponiéndose en los tramos de factura más moderna. Podemos pues, asignarle, por paralelismos, una cronología entre los siglos III-II a.C.
 
Adicionalmente a esta muralla de mampostería aglomerada con barro, se observan pequeños fragmentos de lienzo realizados en mampostería aglomerada con mortero de cal según las técnicas del opus incertum romano y aún los restos de una torre rectangular, hueca, escasamente proyectada hacia el exterior. Sin duda corresponden a la fase romana de Lacipo, pudiéndose datar en el siglo I d.C. o en el siguiente. Así mismo hay puntos en que no se aprecian restos de la muralla ibérica, encontrándose en su lugar una base de opus caementicium, obviamente romana, que sin duda pertenece a la muralla de cronología romana antes citada. Incluso se conserva en este caso un paramento de de unos cuatro metros de altura si bien, por su esbeltez, no parece pertenecer a defensa alguna sino corresponder más bien el muro trasero de una casa, erigida bien extramuros, bien previo desmantelamiento de la cerca turdetana a su paso por ese sector del perímetro del cerro.
 
Torre o cubo de la muralla romana de Lacipo. Verificada en opus incertum, destaca sobremanera su reciedumbre.
 
Una posible explicación de este reforzamiento de las murallas de Lacipo (la muralla romana es de un empaque bastante superior al de la ibérica) puede encontrarse en la amenaza que, durante el reinado de Marco Aurelio (121-180), supusieran los ataques de las tribus mauritanas a la costa de la provincia romana de la Bética. Posiblemente fue a causa de este temor que se refortificó Lacipo, ciudad claramente expuesta a estos ataques dada su proximidad a la costa. En tal caso los aparejos de opus incertum (mampostería ligada con cal) del recinto amurallado de Lacipo habrían de ser datados en el segundo tercio del siglo II d.C.
 
Cerca del extremo septentrional del cerro se distingue con claridad, a pesar de estar prácticamente enterrada, la traza de la muralla, nuevamente la ibérica a juzgar por sus características constructivas.

Restos casi enterrados de la cerca ibérica cerca del frente septentrional del cerro del Torrejón.
 
Las excavaciones arqueológicas fechan el abandono de la ciudad en el siglo IV d.C. Nunca más se volvería a habitar, si bien su recuerdo continuaría en la memoria de las gentes. Así lo indica el empleo de su solar como necrópolis en época visigoda, detectado arqueológicamente.
 
Centrándonos ahora en las acuñaciones monetales de Lacipo, se puede adelantar que se reducen a una sola emisión de semises de un volumen medio tirando a reducido lo que explica su elevado grado de rareza en la actualidad. Su datación podemos fijarla alrededor del cambio de siglo entre el II y el I a.C., en un ambiente de uso generalizado del semis como moneda habitual así como bastante influenciado por las acuñaciones de raigambre púnica propias de las cecas cercanas.
 
Aljibe de la ciudad de Lacipo, el cual conserva en buen estado gran parte de su bóveda de medio punto y el revestimiento interno de opus signinum.
 
Aunque se trata de una única emisión, ésta se divide en dos series muy similares entre sí. La primera presenta, en anverso, un toro a derecha encima del cual podemos ver una estrella de ocho puntas. En el reverso se encuentra un delfín mirando a izquierda alrededor del cual se dispone la leyenda LACIPO en unos caracteres bastante toscos.
 
La segunda emisión, como dijimos muy similar a la primera, presenta también un toro en anverso, sólo que esta vez mirando a izquierda y con una estrella de cinco puntas (a veces cuatro: cruz) sobre él. El reverso es idéntico al de la primera emisión con  la curiosa variante de disponer la leyenda de ceca LACIPO en forma retrógrada: característica ésta perfectamente coherente con el ambiente púnico en el que se encuadra esta emisión.
 
Como se puede comprobar en ambas series, se trata de unos motivos de anverso y reverso literalmente copiados de cecas cercanas como Carteia (delfín) o Asido (toro): desde cualquier punto de vista mucho más prolíficas que Lacipo con lo que esto significa de evidencia de unas economías más potentes y, por tanto, influyentes que debían encuadrar a Lacipo dentro de su órbita comercial.
 
En las siguientes fotos podemos ver dos semis de esta ceca, el primero correspondiente a la primera serie y el segundo a la segunda.
 

miércoles, 5 de septiembre de 2012

La ciudad hispanorromana de CARTEIA y su ceca monetal. 4ª Parte.

Conozcamos a continuación las últimas ocho emisiones de la célebre ceca andaluza de Carteia, correspondientes al periodo imperatorial e imperial temprano.
 
23ª Emisión. Hacia el año 40 a.C.
Esta emisión se divide en dos series de semises con un anverso común (el ya conocido de cabeza femenina torreada a derecha, con leyenda CARTEIA delante y tridente detrás), característica esta última habitual en las acuñaciones de esta ceca. En ambos casos fueron emitidas bajo los auspicios del cuartoviro Publius Falcidius, que como tal figura en el reverso de las monedas.
La primera emisión exhibe un interesante reverso, no inédito en su simbología si bien dispuesto de un modo algo más peculiar. En él se muestra un haz de rayos (símbolo de Júpiter, el dios máximo del panteón romano) tendido así como situado entre dos líneas. Por encima de este conjunto se encuentra el nombre del cuartoviro: P.FALCIDI, por debajo podemos leer su rango: IIIIVIR.
 
En cuanto a la segunda, aún siendo un semis emplea un motivo de reverso típico de los cuadrantes carteienses como son las armas de Hércules: el arco, la aljaba y especialmente la maza o clava, todo ello probablemente al objeto de resaltar el carácter religioso de que hace gala la iconografía de esta emisión, en este caso empleando la relación Júpiter-Hércules de bastante transcendencia en el sentir religioso romano. Concretamente las armas de Hércules aparecen en posición vertical, siendo flanqueadas a izquierda por el nombre del magistrado P.FALCIDIVS y a derecha por su rango IIIIVIR EX SC FC. Existe una variante de esta clase de reverso, más escasa y de peor factura técnica, en la que esta última leyenda aparece reducida a la expresión IIIIVIR FC. A continuación podemos contemplar un par de ejemplares del tipo principal de esta segunda serie.
 
 
24ª Emisión. Hacia el año 35 a.C.
Se trata de una única serie de semises aunque, eso sí, bastante voluminosa. En el anverso aparece de nuevo la cabeza femenina torreada identificable con la diosa feno-púnica Tyche, flanqueada a derecha por la leyenda de ceca CARTEIA y a izquierda por la expresión contraída EX D D: Ex Decretio Decurionum, en castellano “por Decreto de los Decuriones”, indicando así que esta emisión había sido ordenada por la asamblea de los decuriones de la ciudad: verdadero órgano de gobierno de toda urbe romana, compuesto normalmente por alrededor de un centenar de ciudadanos de entre los cuales se elegían los diferentos cargos de cuestor, edil, pretor, duumviro o cuartoviro. Aunque evidentemente todas las emisiones anteriores de Carteia también debieron ser ordenadas por la asamblea de decuriones, lo cierto es que es en esta moneda donde por primera vez se indica este hecho por medio de la expresión EX D D, por otra parte bastante habitual en la numismática hispana. El reverso de la moneda también resulta algo original pues emplea por primera vez el Caduceo, en este caso alado (símbolo de Mercurio), como elemento principal, ubicándolo para ello en una señalada posición vertical en pleno campo monetal. Flanqueándolo, dos líneas de leyenda verticales nos informan del  responsable (por supuesto un cuartoviro) de la buena marcha de la acuñación ordenada por los decuriones: C MAIVS C F POLLIO IIII VIR (este último VIR en horizontal justo debajo del caduceo). Se trata de una leyenda bastante peculiar dentro de su convencionalismo por dos motivos: primero por ser la única leyenda de magistrado que hace referencia a su progenitor: CF, probablemente Caius Filius y segundo por ser la única en la que se expresa el nombre completo del magistrado con su Praenomen, Nomen y Cognomen: C(aius) Maius Pollio. Las siguientes tres monedas corresponden a otros tantos ejemplares de esta interesante emisión.
 
 
25ª Emisión. Hacia el año 30 a.C.
La vigesimoquinta emisión consta de dos series de semises realmente interesantes toda vez que difieren bastante entre sí, incluido los anversos, manteniendo solamente en común, como es natural, el nombre de los dos cuartoviros responsables de la emisión: Lucius Atinius y Caius Nucia.
 
En anverso de la primera serie presenta toda una novedad en la numismática carteiense como es Cabeza de Victoria alada a derecha. El conjunto lo completa la  inscripción EX D D que ya apareciera en la emisión anterior y que en lo sucesivo encontraremos habitualmente en las acuñaciones de la ciudad. El reverso resulta más convencional al presentar una cornucopia tendida en medio del campo con las leyendas dispuestas alrededor de ella como sigue: arriba el magistrado L.ATINI, debajo el otro magistrado: C. NVCIA, a la derecha, justo donde empieza la cornucopia, el rango de éstos: IIIIVIR. Las siguientes fotografías corresponden a una pareja de bonitos ejemplares de esta serie.
 

La segunda serie también presenta un anverso inédito, siendo en este caso el dios Apolo su protagonista (busto diademado a derecha). Sí que se repite la inscripción EX D D si bien ubicada delante del busto a diferencia de la primera serie, donde se ubicaba detrás. En cuanto al reverso, nuevamente introduce una aportación inédita, de elevado valor estético además. Se trata de una elegante lira (emblema de Apolo) en posición vertical, flanqueada a izquierda y derecha por ambos magistrados (las leyendas son las mismas que las de la primera serie), cuyo rango se indica vía la habitual expresión IIIIVIR al pie de la lira citada. A continuación podemos contemplar dos semises de esta segunda serie en bastante buen estado de revista.
 
 
26ª Emisión. Hacia el año 25 a.C.
Esta emisión se caracteriza por no incluir los nombres de los magistrados monetales de la ciudad, los cuales de hecho ya no volverán a aparecer en las acuñaciones de la ciudad, quedando como únicos reflejos numismáticos de las instituciones carteienses el término (EX) D D: Decretio Decurionum y, no siempre, la marca de rango IIIIVIR.
 
Consta de tres series distintas: dos bastantes abundantes y una tercera mucho más escasa, en todo caso entendiendo que no presentan acusadas diferencias entre ellas. Por otra parte sus monedas son bastante reducidas de diámetro y peso (alrededor de 17 mm y 4,1 g), lo que parece indicar que se trata de cuadrantes y no de semises, sin que una inexistente marca de valor acuda a terminar de esclarecer el asunto (en realidad ninguna moneda carteiense posterior a la decimoséptima emisión lleva marca de valor). En cualquier caso no es raro encontrar monedas de esta emisión catalogadas como semises tanto en Internet como en los catálogos de subastas por más que su peso apunte, efectivamente, a una identificación como cuadrantes.
El anverso de las tres series es común y poco original a la postre: Cabeza femenina torreada a derecha, con leyenda CARTEIA delante y tridente detrás. Los reversos también son muy parecidos girando alrededor de un motivo novedoso hasta cierto punto como es el del Amorcillo cabalgando sobre delfín, en el cual se mezclan armónicamente la iconografía religiosa y la naval, como sabemos muy utilizadas por la ceca carteiense. La primera serie, muy común, presenta el amorcillo sobre delfín a derecha, con leyenda IIIIVIR arriba y leyenda EX D D debajo. La segunda, también bastante corriente, es idéntica salvo que suprime el IIIIVIR de arriba y reduce la leyenda de abajo a un escueto D D. En cuanto a la tercera serie, muy escasa, se distingue rápidamente por que el amorcillo sobre delfín mira hacia izquierda en lugar de hacia derecha, conservando por lo demás las leyendas de la primera serie lo que parece apuntar a una cronología intermedia entre la primera y la segunda series. El siguiente par de ejemplares pertenece a la primera serie de esta emisión, correspondiendo los otros tres a la segunda.


27ª Emisión. Reinado de Augusto.
Aunque no se puede saber con seguridad, debería poder datarse hacia el 20 a.C. con ocasión de la nueva elección de magistrados cada cinco años.

Se trata de una sola serie realmente voluminosa (es una de las monedas más corrientes de la ceca) de, a juzgar por su diámetro y peso, cuadrantes. Los motivos escogidos para anverso y reverso resultan sobradamente familiares si bien no tanto su disposición ya que por primera vez en una acuñación carteiense aparece el Delfín como motivo de anverso, en este caso a izquierda, con un tridente cruzado y la leyenda de ceca CARTEIA (lo que indica que éste es el anverso) debajo de él. El reverso sí que es, definitivamente, poco original con un Timón tendido a izquierda y las leyendas IIIIVIR y D D ubicados arriba y debajo respectivamente. A continuación podemos ver dos bonitos representantes de esta serie de cuadrantes.


28ª Emisión. Reinado de Augusto.
En esta emisión ya no aparece alusión alguna a los cuartoviros de la ciudad por lo que carecemos de referencias precisas para datar la moneda, si bien parece verosímil hipotetizar los años del cambio de siglo.

La vigésimo octava emisión es quizás una de las más buscadas por los coleccionistas no ya tanto por su rareza, que no es excesiva, sino por la curiosa figura que aparece en su reverso: un pescador ejerciendo tan digno oficio. Semejante motivo no es exclusivo de esta emisión pues aparecía también en la vigésima; no obstante la considerable escasez de esta última emisión provoca que lo normal sea el hallazgo y adquisición de un ejemplar de la vigésimo octava, razón que explica el hecho de que en el “imaginario colectivo” de los coleccionistas sea éste el “Carteia del pescador” por excelencia.



La emisión se divide en dos series, prácticamente idénticas entre sí. El anverso es común a ambas: Cabeza femenina torreada a derecha con leyenda CARTEIA delante. Aunque no se trata de un motivo de anverso novedoso sí que presenta un tipo de arte significativamente apartado del resto de “cabezas femeninas torreadas”, evidencia clara de la presencia de una nueva generación de acuñadores trabajando en los talleres de la ceca de Carteia. El reverso muestra al célebre pescador con sombrero de ala ancha, sentado sobre una roca, con el cesto a su vera y sosteniendo una caña de cuyo sedal pende un pez. Las monedas de la primera serie, bastante más comunes que las de la segunda, exhiben al pescador mirando a izquierda; las de la segunda serie lo hacen mirando a derecha. Ahí acaban las diferencias entre ambas series toda vez que la leyenda D D (una letra a cada lado del cuerpo del pescador) es común a la dos. El siguiente cuarteto de semises corresponde, tres a la variante con pescador a izquierda, y un cuarto a la menos común del pescador a derecha.


29ª Emisión. Reinado de Augusto. Primera década del siglo I d.C.
Quizás sea ésta la emisión más abundante de la ceca de Carteia, lo que redunda en que sea también la más conocida por los coleccionistas. Si a esto le unimos un tamaño y peso algo mayores de lo habitual en los semises carteienses así como una iconografía bastante atractiva obtenemos como resultado una moneda emblemática dentro de la numismática hispanorromana.
 
El motivo de anverso es idéntico al de la anterior emisión, incluido el arte, lo que indica sin apenas dudas que ambas emisiones fueron labradas por las mismas manos. El reverso sí que es bastante diferente (no así su arte que es virtualmente idéntico) y también novedoso ya que representa a Neptuno de cuerpo entero, mirando a izquierda, con un delfín en la mano derecha, un tridente en la izquierda y la pierna derecha apoyada sobre una roca. Delante se observa la leyenda D D, bastante separadas entre sí una letra de la otra. Contemplemos ahora tres semises correspondientes a esta emisión.
 
 
30ª Emisión. Reinado de Tiberio.
Acuñada probablemente a principios del reinado de Tiberio, tal y como indica la alusión a Germánico y Druso.
 
La trigésima y última emisión de Carteia será la única que incorpore una referencia a la familia imperial. Iconográficamente hablando la moneda es idéntica a otras de emisiones anteriores: Cabeza torreada femenina a derecha en anverso, Timón vertical en reverso. Incluso incorpora la interesante leyenda IIIIVIR CART, esto es: el Cuartoviro de Carteia, de la más pura raigambre ciudadana. Sin embargo el resto de la leyenda es puramente imperial: GERMANICO ET DRUSO en anverso y CAESARIBVS en reverso (a izquierda del timón, a derecha se ubica la leyenda IIIIVIR CART antes citada). Ni que decir tiene que esto es un claro indicio de los nuevos vientos que soplaban sobre la centenaria ciudad hispana, ya plenamente romanizada y por tanto sumisa a los designios del emperador de Roma. Sin duda alguna de haber acuñado más emisiones éstas habrían mantenido el carácter imperial con el que no deja de sorprendernos  esta trigésima emisión; mas como nunca sucedió tal cosa no procede nada mejor que dejar de elucubrar y dar por terminado este viaje por la numismática carteiense, no sin antes permitir al paciente lector que se regodee la vista con estos bonitos ejemplares de semises a nombre de los Césares Germánico y Druso.