sábado, 28 de mayo de 2011

Los Juegos Saeculares

Tal vez una de las series más interesante y por ello buscada de la amonedación romana es aquella que conmemora el primer milenio de la fundación de la Ciudad Eterna.

Según el escritor latino Marco Terencio Varrón la ciudad de Roma había sido fundada por Rómulo en el año 753 a.C. En consecuencia, el año 1000 A.U.C (Ad Urbe Condita), debía corresponder al año 248 d.C. momento en el que reinaba en Roma un oscuro personaje llamado Marco Julio Filipo, más conocido como Filipo el Árabe en razón de su origen étnico.

Filipo el ÁrabeComo buen advenedizo imperial, Filipo no iba a ser menos que sus antecesores en el solio romano, los cuales venían celebrando cada inicio de siglo unos solemnes juegos en honor de los dioses. Conocidos como los Ludi Saeculares o Juegos del Centenario, se caracterizaban por su inusual fastuosidad y aparato de medios hasta el punto que, según Suetonio, quien asistía a ellos podía tener la seguridad de que no volvería a presenciar en el resto de su vida un espectáculo igual (cosa lógica pues el saeculum romano, nuestro siglo, fue fijado en función de lo que se consideraba la vida máxima de un hombre: 100 años). Innecesario es decir como semejantes fastos eran esperados con la máxima expectación por la plebe romana, siempre ávida de emociones fuertes a través de las cuales sobrellevar un poco mejor el hastío de su monótona existencia desocupada.    

Aunque los Saeculares habían sido celebrados ya en tiempos de la República, el carácter de aquellas remotas celebraciones era más de tipo religioso que lúdico. Sin embargo a partir de Augusto, quien los reinstaurara tras un largo periodo de ausencia, los juegos del Centenario habían revestido ya el carácter alegre y sobre todo espectacular con el que hoy los asociamos.

Bienvenidos...

... a este pequeño espacio dedicado a la Historia y Numismática clásicas, creado con el único fin de dejar volar un rato la imaginación y volver a aquellos tiempos fascinantes, raiz última de todo lo que somos ahora, en lo bueno y en lo malo. Así que adelante, pues, pasen, sumérjanse en el hechizo de las musas y olvídense por un rato del mundanal ruido.