Las ruinas, bastante considerables, de la ciudad celtíbero-romana de
Termes, también llamada Tiermes e incluso Termantia, se extienden por la amplia
cumbre del cerro de la Virgen del Castro, término municipal de Montejo de
Tiermes, en los confines meridionales de la provincia de Soria.
Muralla bajoimperial de Termes. Zona
septentrional del perímetro fortificado. En primer plano, uno de sus recios
cubos de flanqueo.
Poderosas fortificaciones debía
poseer ya la orgullosa ciudad celtíbera, sublimadas por los potentes barrancos
que a la manera de murallas naturales delimitan el cerro de la Virgen del
Castro. Lamentablemente apenas ha quedado nada de ellas: sólo una fugaz línea
de derrumbe de considerable espesor que bien pudiera ser el último vestigio del
zócalo de una antigua muralla, hecho de piedra seca o, más probablemente,
cogida con barro, sobre el cual se dispondría el paramento principal, de adobe,
según las técnicas de fortificación arévacas. Sí que han llegado, no obstante,
hasta nosotros los huecos en que se alzaran las dos grandes puertas de la
ciudad, a la sazón tallados en la dura roca en forma de angostos accesos (sobre
todo la puerta occidental) muy fáciles de defender desde la cumbre del cerro al
abrirse a un estrecho pasillo permanentemente batido desde las alturas donde
por cierto las rocas labradas en regulares formas parecen indicar la pretérita
existencia de fortificaciones.
Espléndido paramento de sillería bien
labrada que luciera la muralla de Termes.
Termantia continuaría libre e
indómita durante bastantes años a pesar de la caída de Numancia en el año 133
a.C. Mas finalmente sonaría la hora de Roma también para este lugar, cuyas
puertas se abrirían ante el cónsul Tito Didio en el año 98 a.C. sin duda a
consecuencia de la gran derrota sufrida por el pueblo arévaco ante el ejército
romano bajo mando del citado magistrado romano. Como castigo a la obstinada
oposición de los termestinos, Tito Didio mandaría que descendieran al llano con
la prohibición expresa de amurallar la cumbre del cerro (a la luz de esta
información, suministrada por Apiano, se supone que fue entonces, con ocasión
de la conquista romana, que fue desmantelada la primitiva muralla celtibérica).
Comenzaría así la andadura de la ciudad dentro del imperio romano, como ciudad
estipendiaria naturalmente, pues había sido conquistada por la fuerza, lo que
implicaba que debía satisfacer un tributo anual a Roma si quería poder
continuar cultivando sus campos y apacentando sus rebaños. Semejante imposición
no debía ser nada del agrado de los impetuosos arévacos de Termantia,
dificultando el proceso de romanización común a todos los pueblos hispánicos
bajo la égida de Roma pero desigual en intensidad y duración. Sin duda seguía
muy vivo el espíritu racial arévaco cuando el levantamiento de Sertorio en
tierras de Hispania, al que se uniera Termantia sin vacilaciones. Sin embargo
la suerte volvió a ser esquiva a la vieja ciudad arévaca que fue ganada al
asalto por Cneo Pompeyo Magno en el año 72 a.C. --Floro (III, 10,9)-- tras una labor previa de arrasamiento de los
campos circundantes y subsiguiente debilitamiento de sus habitantes a manos del
temible jinete del hambre.
Base, bastante bien conservada, de uno
de los cubos de la muralla bajoimperial.
Durante el resto del periodo
republicano, Termantia prosigue su existencia como ciudad sometida. Sus casas y
callejuelas se levantan en la falda del cerro de la Virgen del Castro, allá en
sus zonas menos agrestes y en el llano anejo. Concluida la República, el imperio
será gobernado por los todopoderosos emperadores. No parece una mala forma de
gobierno, al menos en este brillante principio, ya que la riqueza, el
urbanismo, las artes y las ciencias florecen en toda la ribera mediterránea al
socaire de la célebre pax romana,
garantizada por las no menos célebres legiones imperiales. También será ésta
una buena época para Termes, citada así ya por Floro, Ptolomeo Plinio el Viejo,
Tito Livio, Diodoro de Sicilia y Tácito, en detrimento del viejo nombre
celtibérico de Termantia. En efecto, la ciudad crece y prospera. El proceso de
romanización es ya imparable. Su eficacia es máxima en tanto en cuenta comienza
por los termestinos más influyentes, herederos directos de las antiguas élites
celtibéricas, algunos de los cuales ascienden a la categoría de ciudadanos
romanos con derecho al empleo de praenomen,
nomen y cognomen. Así lo indica sin ningún genero de dudas la epigrafía de
la época, por fortuna relativamente abundante a la hora de hacer referencia a
antiguos termestinos.
Cubo de la muralla en el que se aprecia
perfectamente su planta semicircular peraltada. Se aprecia bien el paramento exterior de silleria.
Elocuente reflejo de esta
prosperidad es la monumentalización de Termes, detectada arqueológicamente a
partir del reinado de Augusto en que se construye un templo en la zona
septentrional de la ciudad, allá donde la pendiente del cerro comienza a ganar
inclinación. Pero el empujón definitivo vendrá en el reinado de Tiberio (14-27
d.C.), sucesor de Augusto. En efecto, hacia el año 20 d.C. se construye el
primer foro de la ciudad, entre cuyas ruinas se ha encontrado los restos de un
epígrafe, datado con exactitud en el año 26 d.C., en el que se menciona
directamente al emperador Tiberio con todos sus títulos y ascendientes en lo
que se ha interpretado como una expresión del agradecimiento a la autoridad
imperial por la concesión de la ciudadanía latina al, a partir de ese momento,
municipio termestino. Si a este dato le unimos la pertenencia a la tribu
Galeria de algunos termestinos registrados en la epigrafía, a la sazón la tribu
a la que se adscribieran los nuevos municipios durante los reinados de la
dinastía Julio-Claudia, tenemos suficientes argumentos para fijar el ascenso de
Termes a la categoría de municipio latino durante el reinado de Tiberio. Desde
luego el sólo hecho de la construcción de ese foro indica no sólo un proceso de
romanización muy avanzado sino también un deseo de adecuar la estructura urbana
de la ciudad a su nueva condición jurídica.
Sección transversal de la muralla bajoimperial de Termes. Se observa el paramento interno, de sillería, y el núcleo heterogéneo.
Durante el reinado de Tiberio se erigió
también un nuevo templo imperial en la zona del foro y se concluyó el magnífico
acueducto de la ciudad, concienzudamente tallado en la roca en muchos tramos y
cuyas aguas se vertían en un gran depósito acuario o castellum acquae, excavado en su mayor parte. Desde luego la ciudad
es rica y próspera: así lo indica tanto la epigrafía al mencionar sumas de
dinero (9.991.000 sestercios) ciertamente enormes para tratarse de una ciudad
del interior de la meseta como el registro arqueológico: rico en cerámicas de
gran calidad (sobre todo terra sigillata),
instrumentos de metal, vidrios y demás, todo lo cual evidencia de paso la
existencia de un floreciente comercio. Semejante bonanza tiene su culminación
hacia los años 70 del siglo I d.C. con la construcción de un segundo foro,
mayor que el anterior y unas termas próximas, sin duda imponentes a juzgar por
los restos que nos han llegado. El nuevo foro impulsa una nueva
reorganización del espacio urbano, puntualmente muy intensa hasta el punto de
amortizar algunas estructuras anteriores como el primer templo, erigido en
tiempos de Augusto. Probablemente sea éste el cenit de Termes como ciudad, muy
romanizada tal y como indican sus espléndidas domus, erigidas según el modelo
romano aunque conservando todavía bastantes elementos de indigenismo, cuyo
principal testimonio son los nombres célticos citados en la epigrafía.
La muralla bajoimperial seccionando
algunas de las antiguas viviendas rupestres allá en la zona meridional de la
ciudad.
La llamada puerta del sol en el sector
suroriental de la ciudad. Celtíbera de origen.
La nueva muralla de Termes surgió
para defender los sectores más vulnerables de la ciudad, esto es los de su
mitad oriental, más accesibles desde el exterior. Esto explica la ausencia de
restos de esta fortificación en el área occidental, por otra parte innecesaria
al actuar los vertiginosos precipicios que flanquean esta parte del cerro,
solar del antiguo asentamiento arévaco, como inmejorable defensa natural. Las
necesidades impuestas por la exigente ciencia poliorcética obligaron a la
reducción del área urbana de la ciudad desde las 50 Ha del periodo altoimperial
a las nuevas 30 Ha del bajoimperial, quedando fuera del recinto murado una
extensa área de viviendas al sur de la ciudad (que no obstante continuaron
habitados si bien con fines más de tipo industrial que residencial). Incluso
fue necesario la destrucción de algunos complejos edilicios anteriores, tales
como parte del graderío del sector suroriental –interpretado como lugar de
reuniones al aire libre desde época prerromana--, o el conjunto rupestre
meridional, alguna de cuyas casas aparecen literalmente divididas por la mitad
por los gruesos sillares de la muralla bajoimperial.
Vista de los pobres restos, no del todo
claros, de la antigua muralla celtibérica de Termantia.
Como se dijo, la muralla de
Termes muestra una tipología claramente bajoimperial, donde prima por encima de
cualquier otra consideración la eficacia defensiva. Así lo indica sin ir más lejos
su monumentalidad –elocuente indicio del vigor económico de la ciudad que la
erigiera--, conseguida a fuerza del empleo masivo de grandes sillares de
arenisca (algunos reutilizados de edificios anteriores), de módulo romano y un
severo flanqueo de los lienzos por medio de torres semicirculares peraltadas,
también de sillería, idénticas en su concepción a las de otras muchas murallas
romanas contemporáneas como las de Legio, Astúrica Augusta o Caesaraugusta por nombrar
sólo tres ejemplos.
Interior de una de las famosas viviendas
rupestres de Termes.
En cuanto a las torres de flanqueo, macizas en sus planta inferior, a la postre la única conservada, exhiben un diámetro bastante regular de 2 metros en su parte semicircular. El peralte previo se prolonga por espacio de otros 50 centímetros, lo que arroja una proyección hacia el exterior de 2,5 metros para la estructura completa de la torre. Las torres se encuentran separadas unas de otras por una distancia media de 10 metros, medida ésta que garantiza un flanqueo óptimo de la base de las murallas.
Debido a que la muralla sólo se ha excavado en algunos puntos, desconocemos la mayor parte de sus detalles tales como la ubicación de las puertas y vanos menores si bien es verosímil suponer la continuidad en el empleo de los antiguos accesos celtibéricos. Hoy en día sólo tenemos constancia con seguridad de los restos de un bastión (cuya construcción arrasaría parte del graderío contiguo), muy arrasado, guardando la entrada suroriental de la ciudad, ésta última labrada en la piedra así como de época celtibérica.
Ruinas romanas de Termes, pertenecientes
al castellum acquae, al fondo, y a las estructuras del foro flavio (primer
plano).
Aunque Termes continuaría
existiendo como ciudad en los siglos IV y V, lo cierto es que la arqueología ha
identificado evidencias de un claro retroceso urbanístico. En efecto, en algún
momento indeterminado de estos dos siglos el foro flavio se abandona y su solar
enlosado es compartimentado por precarios muros de mampostería, sin duda
pertenecientes a una población venida a menos que no duda en ocupar de forma
privada y sin ambiciones el antiguo lugar público, orgullo de la ciudad. Al
mismo tiempo que esto sucede dentro de las murallas, afuera comienzan a
proliferar las explotaciones agropecuarias o villae, distribuidas aquí y allá en el territorio termestino, algunas
de las cuales han sido detectadas arqueológicamente. Y es que al igual que
sucediera en todos los rincones de la Hispania bajoimperial, también en Termes
se retrajo el mundo urbano en beneficio del rural.
Estos restos, todavía confusos aunque
relacionados con un antiguo templo, son el único testimonio que nos ha llegado
de la Termantia arévaca. Se encuentran en al cumbre del cerro de la Virgen del
Castro, allá donde estuviera el asentamiento celtibérico.
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