Con este nombre fue llamada una antigua ciudad romana, de moderada
importancia, cuyos restos se encuentran en el paraje conocido como Cauche el
Viejo, tres kilómetros al sur de la pedanía de Villanueva de Cauche,
dependiente de Antequera, en la provincia de Málaga.
Restos,
bastante degradados, de la muralla de la Res Pvblica Aratispitana romana.
La primera de ellas es la CIL 5730 y en ella se lee: “RES PVBLICA ARATISPITANORVM / DECREIT DIVO DEDICAVIT. La segunda, igual de clara, está clasificada con el número 5731 del CIL: RES P. ARATISPITANA / D.D. Por su parte la tercera inscripción, publicada por Corell en epigraphica 66 (1994) 60 hace referencia a un pacto de hospitalidad entre un tal Q. Lucius Fenestella y el “SENATV POPVLOQVE CIVITATIS ARATISPITANAE”. Los otros dos epígrafes citan respectivamente a un ARATISPITANO (CIL 5733) y un ARATISPITANVS (CIL 5734). No parece, pues, haber sitio para la polémica a la hora de identificar los restos urbanos localizados en Cauche el Viejo con la antigua Aratispi romana.
Las excavaciones arqueológicas realizados en la cumbre del cerro de Cauche el Viejo han permitido datar los primeros indicios de poblamiento en el remoto Calcolítico (hacia el 3000 a.C.), prolongándose éste sin sucesión de continuidad hasta la época ibérica. A este momento histórico pertenecen los restos de la muralla de la ciudad, destruida, según el parecer de los investigadores, durante la conquista romana de la comarca si bien es seguro que fue reconstruida posteriormente para servir de defensa al asentamiento ya romanizado.
Aparejo de
sillarejo alternando con auténticos sillares en la muralla de Aratispi.
Torre cuadrada
de la muralla de Aratispi, la única conservada de todas las que pudiera poseer
en sus buenos tiempos.
Tabernae
excavadas en el frente meridional del cerro de Cauche el Viejo, en el lugar
otrora ocupado por la muralla de la ciudad, que debe ser por tanto cronológicamente
anterior.
Se trata de una muralla poco imponente de trazado rectilíneo, cuyos
breves restos pueden observarse hoy en sector meridional del cerro, el más
vulnerable al presentar una pendiente menor, a una cota ligeramente inferior a
la de su cumbre.
El elemento más destacable que podemos contemplar en esta muralla es una torre rectangular maciza de aproximadamente 3,5 metros de ancho por 2 de lado. Lo más probable es que todo el frente meridional del recinto amurallado estuviera flanqueado por torres como ésta.
La escasa similitud de los materiales y técnicas empleados en esta
muralla en relación con los propios del resto de las estructuras excavadas en
Aratispi, de clara cronología imperial, así como el hecho de verse interrumpida
a partir de cierto punto de su traza por las tabernae citadas, permite fechar esta
muralla en época republicana, posiblemente siguiendo la traza de la muralla
ibérica. Estamos hablando por tanto del siglo II a.C., no mucho después de la
destrucción de la muralla ibérica encuadrable en el marco de la conquista de la
zona y el subsiguiente comienzo de la romanización.
La ciudad romana desbordaría los estrechos límites del asentamiento
ibérico hacia el siglo I d.C., descendiendo al valle inmediato, más o menos
llano. El siglo II d.C. sería el de mayor esplendor de la ciudad. Así lo
atestigua tanto la abundancia de cerámica sigillata
localizada en los estratos correspondientes como el hecho de que los cinco epígrafes
conservados estén fechados en dicha centuria. Incluso se puede concretar un
poco más restringiendo este periodo al primer tercio del siglo, cuando se
tallaran sendas inscripciones honoríficas respectivamente dedicadas a los
emperadores Adriano (117- 138) y Trajano (98 – 117) en las que se hace mención
expresa a los magistrados de la ciudad, fiel indicio de su vigor como entidad
urbana.
El siglo III conocería un periodo de profunda decadencia, común a toda la
provincia bética, y que sin ningún problema puede concretarse en la minería del
alto Guadalquivir, muy paralizada por entonces con lo que ello significaba de
merma de la riqueza disponible a lo largo de la ruta Cástulo-Málaca antes
mencionada. En el año 262 de nuestra Era, reinando en Roma el emperador
Galieno, se produce la invasión de Hispania por parte de una gran horda de
francos y alamanes, pueblos bárbaros los dos procedentes del norte de Europa
que, previamente, han pasado por la Galia, saqueándola y devastándola. Según el
rastro de destrucciones detectado por la moderna arqueología los bárbaros
fueron avanzando hacia el sur siguiendo la vía Hercúlea que bordeaba el
Mediterráneo así como avanzando por el interior a través de las calzadas que
comunicaban el valle del Ebro con la meseta. Llegados a la bética sufren sus
efectos Baelo Claudia, Gadis y probablemente Málaca antes de pasar a la
Mauritania Tingitania, donde prosiguen sus raids de saqueo. También se ha
sugerido su paso por Antequera y Singilia Barba, urbes muy cercanas ambas a
Aratispi, lo que unido al hecho de la probable devastación de Málaca nos
permite hipotetizar el empleo de la ruta Castulo – Málaca por parte de francos
y alamanes, detalle éste que en último extremo permite atestiguar la
destrucción de Aratispi en algún momento entre los años 262 y el 267, fecha
esta última considerada límite de la presencia germánica en Hispania antes de
pasar a África. El corte en las exportaciones de aceite de oliva a Roma,
provocado según los investigadores por la invasión bárbara, supondría la
puntilla a una situación ya muy deteriorada aún antes del ataque norteño a
causa del cese de la actividad minera y el retraimiento general del mundo
urbano característico de este periodo del Imperio romano. Sí que parece cierto
que Aratispi retuvo algún tipo de población residual --sin duda carente de
dinamismo urbano ni con toda probabilidad instituciones públicas-- ya que en
época musulmana alberga una pequeña población fortificada que perduraría a
duras penas hasta la conquista cristiana de Antequera (1410) en que se
despuebla para siempre.
Inscripción 5730 del CIL esculpida en honor
del emperador Trajano por la RES PVBLICA ARATISPITANORVM.
Los principales restos conservados de Aratispi son una serie de tabernae,
erigidas en una sobria mampostería cogida con mortero de cal, donde no falta
algún que otro ejemplo de pavimento verificado en opus spicatum. También pueden contemplarse algunos vestigios de
viviendas en la cumbre del cerro de Cauche el Viejo y la prensa olearia mencionada
anteriormente así como algunos tramos de la vieja muralla ibero-romana que
pasamos a describir a continuación.
Está ejecutada empleando la habitual técnica de triple hoja, paramento
interno, paramento externo y núcleo interior heterogéneo y macizado. Su paramento
externo muestra un correcto sillarejo no isódomo, en ocasiones sillería de
calidad variable, que proporciona un aparejo sólido y de agradable apariencia.
Como aglomerante se utilizó un mortero de barro de buena calidad, especialmente
destacable en los puntos donde la falta de linealidad en las hiladas obligó al
empleo de calzos de regularización. El paramento interno se encuentra hoy
soterrado por lo que no se puede decir nada de él.
Un nuevo
lienzo, algo más tosco que el anterior, de la muralla aratispitana.
Restos de pavimentos romanos desenterrados durante las excavaciones. Opus Spicatum (en espina de pez) a la izquierda, Opus Testaceum (ladrillo) a la derecha.
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