El castillo granadino de Moclín, obra nazarí de primer orden, es mencionado en buena parte de las crónicas bajomedievales con los arrogantes apelativos de “Escudo de Granada” y “Llave del Reino”.
La verdad es que un simple vistazo a su emplazamiento geográfico sirve para hacerse una correcta idea de los contundentes argumentos que subyacen tras semejantes epítetos, pocas veces repetidos en los textos contemporáneos con tamaño grado de rotundidad. En efecto, el castillo de Moclín, a cuyos pies se extiende la hermosa villa de este nombre, puede presumir de estar en el lugar perfecto para guardar el valle del río del Velillos, afluente del Genil, que en su devenir hacia el sur comunica las sierras subbéticas agrupadas en la moderna denominación de montes orientales de Granada con el surco intrabético y sus tierras llanas. Allá en los tiempos de la baja Edad Media, presididos por el inacabable aunque intermitente conflicto entre Castilla y Granada, esto tenía una traducción meridianamente clara: todo ejército procedente del norte que intentara aprovechar el valle del Velillos para caer sobre la vega granadina debía consultarlo primero con el hisn al-Muqlin y sus recios murallones de piedra. Desde luego sin dominar Moclín no se podía acceder a la Vega –al menos no por esa vía, la más eficaz con diferencia desde el sur de Jaén-, lo que suponía no poder dejar a la populosa Granada sin el sustento que aquélla le proporcionaba gracias a la aquilatada feracidad de sus campos. Toda esperanza, pues, de sojuzgar a la capital nazarí pasaba forzosamente por expugnar Moclín, certeza ésta que llevara al emirato a fortificar generosamente tan crucial posición, con toda justicia considerada “Escudo de Granada”.
Foto 1.- La villa de Moclín con su impresionante castillo bastante bien conservado.
Pero la verdad es que las cosas no siempre fueron así. Durante muchos siglos no existió un enemigo del norte lo suficientemente poderoso como para aconsejar el cierre a cal y canto de los distintos pasos montañosos que comunicaban Granada y su Vega con el resto de Andalucía. Tampoco las frecuentes discordias civiles que durante toda la Alta y la Plena Edad Media sacudieron el interior de al-Ándalus se mostraron especialmente enconadas en estas comarcas, lo que sin duda facilitó el desarrollo de la próspera economía que describen las crónicas, apoyada al alimón en la práctica de una agricultura intensiva, especializada en productos de alto valor añadido así como técnicamente muy avanzada, y en el lucrativo comercio realizado con el resto del mundo islámico a través de los grandes puertos de Málaga y Almería.
Por aquel entonces ya existía Moclín como lugar habitado. De hecho existen algunas referencias de los siglos IX y X que así lo indican. Probablemente también contaba con una fortaleza –la bondad estratégica de este emplazamiento siempre ha sido grande—a buen seguro mucho menor que la actual. No obstante hay que decir que ni el estudio del material cerámico localizado por prospección superficial en el recinto del castillo ni tampoco los resultados de las catas abiertas en algunos puntos concretos de éste han arrojado prueba alguna de la existencia de una fortaleza en Moclín con anterioridad al advenimiento del emirato nazarí.
Foto 2.- La Vega granadina vista desde el punto más alto del castillo de Moclín. Al fondo, Sierra Nevada.
Ni siquiera las grandes conquistas castellanas del siglo XIII, truncaron la anterior situación, calificable de auténtico privilegio dentro de la azorada existencia del Islam en España. El responsable de este regalo del destino se llamaba Muhammad ibn Yusuf ibn Nasr. Su vida, grandiosa como pocas, bien merece unos pocos párrafos...
Nuestro personaje empezaría su carrera hacia la gloria en el año 1232, cuando se proclama emir de su Arjona natal, dominio que incrementaría poco después con la adhesión de las cercanas plazas fuertes de Guadix, Baza y Jaén. Oponiéndose a sus designios se encontraba Muhammad ibn Yusuf ibn Hud --Aben Hut--, emir de Córdoba y Sevilla amen de principal hombre de al-Ándalus. Aunque Aben Hut era más poderoso que el rebelde de Arjona carecía de los efectivos militares necesarios para doblegarlo al tenerlos mayoritariamente implicados en la lucha contra los cristianos. Se explica así que ibn Nasr, a pesar de haber contado en un principio con pocos ases en la manga, consiguiera afianzar su dominio sobre la parte de al-Ándalus que controlaba, extendiéndola con el paso de los años hacia el sur y el sureste –Granada (1237), Málaga y Almería (1238).
Mientras la posición de Aben Hut iba deteriorándose a consecuencia de las derrotas frente a los ejércitos de Fernando III, la de ibn Nasr era cada vez más sólida, sobre todo en sus feudos meridionales, los menos expuestos a la voracidad de los cristianos. Mas al final, ocupado por éstos parte del valle del Guadalquivir así como los puntos claves del reino de Murcia, el caudillo andalusí tuvo que resignarse a abandonar su Arjona natal (1244) en manos de Fernando III y asumir al año siguiente que la gran medina amurallada de Yayyan –Jaén—, su principal baluarte al norte de los sistemas béticos, estaba cercada por los cuatro costados, con pocas posibilidades de escapar de las fauces del resuelto rey cristiano.
Foto 3.- La muralla baja del castillo Moclín, antaño guardiana del área urbana del asentamiento nazarí.
Ibn Nasar, desde Granada, su nueva capital, debió considerar la precariedad de su situación. Enfrentado a un rey tan poderoso como el cristiano así como enemistado con los restos del poder musulmán en Murcia y Sevilla no podía evitar imaginar el tristísimo cuadro que le esperaba una vez que el rey Fernando se hubiera apoderado de Sevilla y su zona de influencia. Tampoco podía hacer lo que hicieran sus antecesores en el trono de Granada --los ziríes de la época de los primeros reinos de Taifas--, esto es llamar en su auxilio al poder imperante en el Magreb ya que éste se hallaba en plena convulsión política, levantadas en rebeldía grandes partes de su territorio contra un imperio almohade cada vez más reducido a su capital, Marrakech. A la vista de tantas y tan oscuras nubes en el horizonte Muhammad decidió tomar el camino del medio: ni se iba a rendir al rey cristiano ni iba a enfrentarse abiertamente a él. A grandes males, grandes remedios expresado en fraseología moderna.
La Historia cuenta como ibn Nasr se presentó en febrero del 1246 en el campamento del ejército castellano-leonés que estaba asediando la ciudad de Jaén. Una vez en presencia del rey Fernando, ibn Nasr le ofreció convertirse en su vasallo, con lo que esto conllevaba de ayuda militar y fidelidad política, así como entregarle Jaén y pagar unas parias anuales a cambio de una tregua de veinte años. Don Fernando se tomó aquella oferta como lo que era: una sumisión a medias que si bien permitía reforzar la posición castellana, sobre todo en virtud del chorro de vitalidad que podía significar la entrada del oro granadino en las arcas regias, también conllevaba el mantenimiento de la presencia islámica en la península. Presionado por el tremendo esfuerzo económico que estaba suponiendo el asedio, aún inconcluso, de Jaén y que por estar forzando hasta el límite el tesoro real todavía podía hacer fracasar la empresa, Fernando III accedió a la petición de ibn Nasr, fijando en 150.000 maravedíes de oro anuales el importe de las parias a pagar por el nuevo estado andalusí, desde entonces conocido como el emirato o reino de Granada. Su primer soberano, como es natural el propio ibn Nasr, pasaría a la genealogía de reyes hispanos con el nombre de Muhammad I. Del nombre Nasr procede el término “nazarí” con el que en lo sucesivo sería conocida la familia real granadina y aún el propio emirato, frecuentemente citado como el reino nazarí o la Granada nazarí.
Foto 4.- La muralla baja de Moclín vista desde el interior, con su camino de ronda al que se accedía por unas escaleras mal conservadas.
El emirato de Granada pasaría sus doscientos cincuenta años largos de existencia defendiéndose de Castilla. Sus reyes aprenderían a emplear con igual maestría la fuerza y la diplomacia, sin menospreciar la intriga cuando así procedía. Tampoco se olvidarían de invertir en la labra de fortalezas, en tal número erigidas a lo largo de la frontera con Castilla que no quedara una sola vía de penetración hacia el sur, por estrecha que fuese, sin guarnecer por varios colosos de tapial, ladrillo y piedra. Será concretamente en los reinados de Yusuf I (1333-1354) y su hijo Muhammad V (1354-1359) cuando se levanten muchas de las fortalezas de frontera, aprovechando a la sazón un momento de relativa debilidad para Castilla como es la guerra civil entre el rey Pedro I y su hermano de padre don Enrique de Trastámara. El castillo de Moclín debió ser una de estas fortalezas; así lo indica tanto su tipología como la lógica militar, si bien en un principio su misión táctica no era la de escudo de Granada sino la de bastión de refuerzo de los castillos de primera línea, a saber Alcaudete, Locubín y muy especialmente Alcalá la Real, todos ellos insertos en un ambicioso plan general de defensa en profundidad del reino diseñado y ejecutado por los nazaríes. Y es que no en vano todo recurso parecía escaso frente al poderoso vecino del norte.
Foto 5.-Torre de tapial del recinto suprior del castillo de Moclín, perteneciente a una fortaleza anterior a la actual.
Pero a pesar de sus ingentes esfuerzos los monarcas nazaríes no pudieron evitar un progresivo reguero de pérdidas territoriales. Una de éstas últimas fue la gran fortaleza de Alcalá la Real, en la provincia de Jaén, acaecida el 15 de agosto de 1341. Como Locubín y Alcaudete habían caído el año anterior ya no había duda: Moclín había quedado en la frontera de Castilla. Sus pétreos muros formaban parte de la última línea de defensa del emirato. Tras ellos se extendía, indefensa, la vega y un poco más allá Granada: bien fortificada pero vulnerable ante un cerco apretado a causa de su excesiva población. Era hora, pues, de reforzar el recién construido castillo sin reparar en gastos hasta lograr convertirlo en uno de los más formidables conjuntos defensivos de toda Andalucía. Así fue como se creó el Escudo de Granada.
Alcalá la Real y Moclín se acostumbrarían a una rivalidad nunca imaginada por sus fundadores musulmanes. En la torre más alta del castillo castellano ardía siempre un fuego, cuyo objetivo era guiar hacia la salvación a los cautivos cristianos fugados de las mazmorras nazaríes. El castillo musulmán, por su parte, se había provisto de una serie de atalayas avanzadas, de geometría cilíndrica según la tradición islámica al respecto. Erigidas en los relieves del terreno más significativos, su misión era detectar al enemigo con la suficiente antelación para que la plaza se pusiera en estado de defensa y sus habitantes pudieran acogerse al resguardo de sus poderosos muros.
Foto 6.- Aljibe del recinto superior. Su fábrica es idéntica a la de la torre de tapial próxima. En el pasado contó con dos naves abovedadas, de gran tamaño, de las cuales se conserva una.
Moclín aguantará los envites castellanos durante las doce décadas siguientes. Con relativa frecuencia su campo es talado y las cosechas quemadas, mas la plaza resiste estoica el castigo, sanando de sus heridas una vez se han marchado los infieles. Durante todo ese tiempo Castilla se abstendrá de intentar expugnarla directamente. Está claro que su fortaleza era tal que desanimaba al más osado de los paladines cristianos.
En 1463 decide probar suerte cierto caballero llamado don Miguel Lucas de Iranzo, a la sazón uno de los personajes más influyentes de la corte de Enrique IV en su calidad de Condestable de Castilla, Canciller Mayor del Reino y alcaide de Jaén, Alcalá la Real y Andujar. Reunidas sus tropas (900 jinetes, 800 ballesteros y 1500 infantes) en la pequeña aldea de Frailes, cercana a Alcalá la Real, el condestable parte hacia Moclín. La idea es tomar la fortaleza utilizando el elemento sorpresa por lo que viajaran sólo de noche, en el mayor silencio, con la esperanza de pasar desapercibidos a los centinelas apostados en las enriscadas atalayas. Dicen que la suerte sonríe a los audaces y así sucedió efectivamente la noche del 6 al 7 de noviembre en que los castellanos logran aproximarse a las murallas de Moclín sin ser detectados. Sin embargo la diosa Fortuna, aparte de por caprichosa es conocida también por su volubilidad. Nada más cierto: de pronto un solitario perro empieza a ladrar a la tropa cristiana. Los nervios afloran entre los caballeros cargados de hierro más nadie se atreve a empeorar las cosas haciendo callar al inoportuno animal. Entonces a uno de los centinelas de guardia en lo alto de las murallas se le ocurre fijarse en el lugar del que brotan aquellos ladridos, tan inusuales por ser a deshora, llevándose un susto tremendo al divisar una hueste castellana completa con las escalas listas y el acero desnudo. La inmediata voz de alarma hizo desistir al condestable Iranzo de asaltar la muralla, cada vez más llena defensores, retirándose poco después de Moclín. He aquí un buen ejemplo de la fragilidad de los hechos y como éstos puede cambiar con un sutil toque del destino...
Foto 7.- Frente septentrional del recinto superior, el más poderoso del castillo, cuajado de torreones en los que se aprecia con claridad la mampostería enripiada y dispuesta en hiladas característica de las obras nazaríes.
Veintidós años después da comienzo la gran ofensiva de los Reyes Católicos sobre el reino de Granada que llevará a su desaparición siete años después. Isabel y Fernando movilizan para la ocasión 11000 jinetes y 25000 infantes: un ejército hercúleo para la Edad Media pero no tanto para esa Edad Moderna que ya alborea en el horizonte. Ronda cae en la primavera de 1485 machacada por la artillería castellana, a la sazón el arma que por encima de cualquier otra consideración va a romper el equilibrio entre Castilla y la encastillada Granada al permitir la rápida conquista de fortalezas antaño consideradas inexpugnables. En septiembre se quiere acometer la conquista de Moclín, la cual es encomendada al conde de Cabra por el rey Fernando. Para ello le dota de una fuerza de 100 jinetes y 3000 peones más alguna artillería. Pero el astuto emir al-Zagal ha sabido prever el movimiento cristiano: mil jinetes y mil peones se hallan en Moclín esperando al de Cabra. La lucha es dura pero corta. Más de mil bajas castellanas y el cazador magistralmente cazado constituyen una magnífica explicación del porqué el reino de Granada ha resistido tanto tiempo el empuje del enemigo. Los escaldados cristianos desistirán, por ese año, de seguir hostigando Moclín.
Foto 8.- La atalaya de la Solana, allá en su emplazamiento en lo alto de una colina rocosa unos cuantos kilómetros al norte del castillo de Moclín, cuya imponente figura se divisa a lo lejos.
La campaña de 1486 será orientada a la toma de las plazas que guardaban los accesos a la vega granadina. Loja, más grande que Moclín, más importante e igual de bien fortificada, es escogida como primer objetivo del ejército castellano. Su captura se produce tras una dura pugna por la posesión de los arrabales de la plaza y el concurso de la artillería disparando a discreción. Después le toca el turno a Íllora, que sucumbe a los cinco días de lucha. Moclín es la siguiente parada del rey don Fernando. Sus defensores cuentan con varias piezas de artillería ligera procedentes según el cronista Alonso de Palencia del arsenal capturado al conde de Cabra el año anterior. Esto da lugar a un intenso intercambio artillero que causa bastantes daños en las fortificaciones en la plaza, incapaces de resistir los pelotazos lanzados por las grandes bombardas castellanas. La rendición final se precipita cuando una bala de cáñamo inflamado va a caer en cierta torre de la muralla en la que los de Moclín guardan la pólvora. El violento estallido no sólo demuele la estructura sino también las ganas de resistir de los moclileños, que se apresuran a solicitar partido al rey Fernando. Las tomas de Montefrío y Colomera coronarán esta campaña de 1486, realmente afortunada para Castilla: por fin la puerta de la vega granadina había quedado abierta de par en par.
Foto 9.- Vista que se divisa desde la torre noroccidental del recinto superior. Se trata de un paisaje tan extenso como bello, hoy como ayer cubierto de arboledas y cultivos.
Granada se rendirá el 6 de enero de 1492. La fortaleza de Moclín no tarda en perder gran parte de su valor estratégico que ya nunca más recuperará. Se inicia entonces un proceso de decadencia que a finales del siglo XVI ha avanzado lo suficiente para calificar al castillo de ruinoso, estado en el que aún se encuentra aunque bastante respetado por el tiempo en comparación con otros muchos lugares de nuestra geografía.
DESCRIPCIÓN ARQUITECTÓNICA.
Morfológicamente hablando el castillo de Moclín es un hisn musulmán típico, en el que una fortaleza situada en altura protege un poblado que puede estar también amurallado –es el caso de Moclín—o no. Así, el recinto torreado que se observa en lo alto del cerro corresponde con la fortificación principal del hisn mientras que la muralla que envuelve la ladera meridional de aquél hace las veces de cerca del antiguo poblado nazarí: alojado en su interior durante toda la Edad Media y que tras la conquista cristiana descendería a su emplazamiento actual, mucho más cómodo y accesible.
El estudio de sus paramentos nos pone tras la pista de dos fases constructivas no contemporáneas. A la primera de ellas corresponden los restos de algunas torres y muros de tapial localizados en el frente meridional de la alcazaba o recinto superior del conjunto. También el formidable aljibe del castillo está hecho en un tapial idéntico al anterior lo que nos permite asignarle la misma cronología. A falta de datos contrastables se puede conjeturar la pertenencia de estas estructuras a un castillo previo al gran programa de fortificación acometido por los nazaríes a mediados del siglo XIV. Posiblemente se trate de la fortaleza original que diera lugar al hisn al-Muqlin en el alto Medioevo, aunque no debemos olvidar que el uso del tapial en la ejecución de fortalezas no se generaliza hasta bastante tiempo después –siglos XII y XIII--. De momento quizás sea ésta la datación más verosímil desde el punto de vista castellológico. Futuros hallazgos arqueológicos podrán confirmar o desmentir esta hipótesis.
Foto 10.- Ruinas de un cubo nazarí, en el frente septentrional del recinto superior.
El resto del castillo, lo que incluye tanto el recinto superior como la muralla baja, presenta una inconfundible factura nazarí, fechable sin problemas en el siglo XIV.
El acceso a la muralla baja se realizaba a través de una gran torre-puerta con entrada en codo –esto es generando un ángulo de 90º en su interior— en el primer piso, un segundo piso utilizado como cuerpo de guardia y la terraza defensiva, pertinentemente almenada. Tanto la muralla baja como la del recinto superior se encuentran flanqueadas por una abigarrada sucesión de cubos macizos cilíndricos y rectangulares, destacándose en el extremo occidental del castillo una torre más grande que haría las veces de Torre del Homenaje del conjunto fortificado, en la que residiría el alcaide de la fortaleza de Moclín. Por su parte, el sector septentrional del recinto superior es el que presenta las fortificaciones más poderosas, algo normal tratándose del sector orientado hacia el territorio cristiano y carecer de protecciones adicionales más allá de una precaria antebarrera.
Foto 11.- Almenas del castillo de Moclín, ejecutadas en tapial de cal y arena.
La fábrica mayoritaria del castillo es una mampostería caliza de mediano tamaño dispuesta por hiladas separadas entre sí por ripios del mismo material. Se trata de una técnica típicamente nazarí, con múltiples paralelismos en el territorio del antiguo emirato, que confiere un aspecto bastante sólido a la par que elegante a los paramentos. Las almenas fueron construidas en un tapial de gran calidad, diferente por tanto al de las estructuras de más antigua datación, significativamente más pobre en cal.
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