miércoles, 26 de diciembre de 2018

Estudio del Despoblado y del Castillo de Castilnovo. Turleque (Toledo).

Historia. El topónimo de Castilnovo se corresponde en la actualidad con un solar despoblado, localizado en la rivera occidental del pantano de Finisterre a unos tres kilómetros río arriba –se trata del río Algodor concretamente-- de la presa que lo embalsa, dentro del término municipal de Turleque.
 
Lugar más bien montuoso al estar encajado entre la Sierra de la Rabera al Oeste y la más llana Sierra de la Olla al Este, el porcentaje de tierras cultivables se reduce a las pequeñas llanuras y colinas que conforman el vallecillo abierto por el río Algodor a su paso por este paraje. Hoy en día sin cultivo, la explotación de Castilnovo en tiempos recientes debió acometerse desde la llamada Casa de Castilnovo, la cual aparece con tal nombre en el mapa americano de 1956, estando hoy en avanzado estado de ruina.

Foto 1.- Vista general del emplazamiento del antiguo Castillo de Castilnovo.

Tanto la existencia de restos arquitectónicos de clara factura romana en el propio recinto del castillo medieval, a la postre armonizados con éste, como la presencia en sus inmediaciones de pequeños fragmentos de terra sigillata –entre otros restos de piezas de cerámica de uso común más complicadas de datar—nos permite afirmar la existencia de un enclave romano en Castilnovo, probable precursor del asentamiento medieval objeto de este estudio.
Dada la escasa entidad de los restos arquitectónicos mencionados –si bien no pobreza de éstos al ser exclusivamente de Opus Caementicium de buena calidad-- así como la relativamente baja densidad de restos cerámicos que se observan en superficie, cualquiera que fuere su datación, no parece que se trate de un hábitat romano de gran tamaño. Así mismo, conocemos por las fuentes latinas la inexistencia de núcleos relevantes en esta parte de la provincia toledana en época romana. De hecho el itinerario de Antonio, no señala en su “Item a Liminio Toletum” –itinerario A30 según A Saavedra— ninguna mansio entre las ciudades de Toletum y Consabura (en realidad el trayecto entre ambas plazas podía cubrirse en una sola jornada de 20 millas romanas). La conclusión que se puede extraer de todo esto, a falta de los datos que pudiera proporcionar una excavación, es que los restos romanos existentes pertenecen a una villa probablemente dedicada al cultivo de la vega del río Algodor así como bien comunicada con los núcleos urbanos toledano y consaburense por medio de la ruta antoniana citada, cuyo trazado, a la luz de los conocimientos actuales, debía pasar más o menos cerca de Castilnovo. Así mismo, para mayor bondad del emplazamiento, la villa romana de Castilnovo no quedaba tampoco lejos de la calzada secundaria que, procedente de Segóbriga, cruzaba el Algodor dentro del término de la actual Villanueva de Bogas (se conservan restos de esta calzada), yendo a morir en la A30 antoniana  según el estado actual de la cuestión. 

Foto 2.- Frente Sur del recinto cuadrangular. Elevado, sobre el terreno adyacente, parece claro que una excavación sencilla podría descubrir un buen pedazo de muro.
La continuidad del enclave en época visigoda es algo que hoy por hoy no se puede afirmar –ni tampoco negar--. Como única referencia se puede aportar la constancia arqueológica de la existencia de algunos asentamientos de esta época en la comarca, la mayoría de ellos ocupados con anterioridad en época romana. Por otro lado, el hecho de que la villa romana dispusiera de una fortificación para su defensa –una turris--, fácil de reconocer en la robusta estructura cuadrangular conservada en el interior del recinto del castillo medieval, permite hipotetizar como probable el hecho de su continuidad en época visigoda en detrimento de la opción del abandono, pues no en vano los lugares fortificados ofrecen siempre más atractivo para su poblamiento que los que no lo están.
La llegada del Islam a esta zona de la provincia de Toledo debió encontrarse un panorama poco poblado, consecuencia directa de la decadencia sufrida por el reino visigodo en su último periodo. Así mismo, realizado el reparto de al-Ándalus por los conquistadores musulmanes, es bien conocida la asignación de buena parte de las tierras de la meseta a los bereberes, quedándose árabes y sirios las fértiles comarcas del valle del Guadalquivir y del Levante pensinsular. Como consecuencia podemos considerar la presencia de bereberes en la zona de Castilnovo allá por el siglo VIII, lugar por otro lado próximo a Toledo, de población mayoritariamente muladí así como obstinadamente rebelde al poder central cordobés.
Divididas rápidamente las áreas de influencia toledana y bereber –facciones tan enfrentadas entre sí como hostiles a la autoridad emiral--, una aproximación a la situación en el siglo IX puede describirse de la siguiente manera: Los toledanos controlarían el sector occidental de la mitad oriental de la provincia, siendo su posición más levantina la antigua Consuegra con su dilatado alfoz heredado de pasadas épocas; por su parte los bereberes, encabezados por la más principal de sus familias nobles, los Banu Di l-Nun de Santaver, extendían su influencia hasta la zona delimitada por la línea que de norte a sur pasa por Ocaña, Dos Barrios, Lillo y Villacañas (1). El espacio situado entre ambas áreas de influencia, bastante estéril en lo que a núcleos fortificados de época altomedieval islámica se refiere, debió quedar como frontera, muy despoblada al uso de la época, oscilando su dominio entre los dos núcleos de poder descritos (2). 

Foto 3.- Frente Sur. Se aprecia el alzado de la muralla de mampostería.
Una vez esbozado este contexto histórico es factible interpretar Castilnovo dentro del marco del conflicto entre los Banu Di l-Nun y la ciudad de Toledo. No en vano el solar hoy despoblado se encuentra emplazado entre Mora y Consuegra: plazas toledanas de primer orden –sobre todo esta última-- en la época que nos ocupa así como situadas en los confines de la zona de influencia de la antigua capital visigoda, lo que implica a su vez la condición de lugar fronterizo para Castilnovo y, por tanto, la conveniencia de su fortificación al estar expuesto a las acometidas de los bereberes levantinos.
Ahora bien, si miramos más allá de su ubicación cerca de los límites del territorio toledano, privado de plaza ulterior alguna que lo proteja hacia el Este, la definición de Castilnovo como baluarte toledano frente al enemigo bereber se puede matizar un poco más basándose  en el análisis de su emplazamiento concreto dentro del sector de frontera –entiéndese como línea flexible y difusa al estilo de la Edad Media—en que se encuentra. En efecto, ya se comentó la relativa proximidad de Castilnovo tanto a la antigua ruta romana que unía Liminio con Toledo (A30) como a la calzada secundaria que procedente de Segóbriga empalmaba con la A30 probablemente donde hoy se encuentra la localidad de Mora (3). Por otro lado llama la atención el emplazamiento de su castillo en una suave terraza en la orilla occidental del río Algodor, de escaso valor defensivo al ser de escasa altura y casi sin pendiente amen de dotada de una visibilidad más que limitada al tratarse de un valle encajonado entre dos sierras. Esta aparentemente poco adecuada elección se antoja aún más extraña al considerar la presencia de la sierra de la Rabera un par de kilómetros hacia poniente: lugar donde no escasean los emplazamientos con elevado potencial defensivo. Sin embargo, el emplazamiento de Castilnovo, por poco apropiado que sea desde el punto de vista castellológico, es el mejor para guarnecer el mencionado cauce del río Algodor, a la sazón ruta natural de comunicación entre las dos rutas romanas anteriores (4). Aunando todas éstas circunstancias, resulta verosímil la fundación del castillo de Castilnovo islámico –independientemente de su continuidad con el romano-godo—como avanzadilla de las plaza de Consuegra, impidiendo con su presencia en medio del cauce del Algodor la irrupción del enemigo bereber en esa arteria principal para la defensa del alfoz toledano que era el tramo de calzada antoniana situado entre Mora y Consuegra y su tan amenazadora como potencial consecuencia: la pérdida de Consuegra al quedar ésta plaza aislada de la capital del Tajo (5). Dicho esto, resulta coherente asignar una cronología al recinto fortificado de Castilnovo similar a la de los recintos islámicos de Consuegra y Mora, a su vez vinculados al comienzo de las hostilidades entre la ciudad de Toledo y los Banu Di l-Nun de Santaver. En definitiva estamos hablando de algún momento situado entre el año 873, fecha en que Musa ibn Di l-Nun se alzara con el dominio del distrito de Santaver (Ricardo Izquierdo Benito, Congreso Arqueolog Toledo, pp 384) y el cambio de siglo.

Foto 4.- Frente Sur. Sección longitudinal de la muralla.
Por otra parte es menester apuntar que si bien Castilnovo también podría servir, en principio, como avanzadilla de Mora, no parece ésta una función que pudiera cumplir con demasiada solvencia al estar situado en una posición demasiado excéntrica respecto al cruce entre la calzada romana procedente de Segóbriga y el río Algodor (6). Desde luego hoy en día no se divisan desde el emplazamiento de Castilnovo ni el citado cruce (7) ni tampoco el Castillo de Mora, del que por otro lado estaría aislado por la misma Sierra de la Rabera que impide la visibilidad hacia el Oeste (esto último, no obstante, podría subsanarse con las pertinentes atalayas). En realidad la única vía de ayuda a Castilnovo en caso de ataque desde el noreste –el único previsible—era el tramo meridional del cauce del Algodor, por medio del cual podían llegar refuerzos tanto de Mora como de Consuegra. Por supuesto si caía Consuegra ésta vía quedaba inutilizada hasta Mora y dado que el tramo septentrional sería por fuerza el utilizado por el enemigo para llegar hasta allí y la retaguardia se encontraba también sellada por la Sierra de la Rabera, lo cierto es que la pérdida de Consuegra –o de Mora por provocar acto seguido la de Consuegra—suponía la pérdida prácticamente automática del enclave de Castilnovo.
Otro factor que no se debe olvidar a la hora de intentar conjeturar los motivos que llevaron a los muladíes toledanos a ubicar la fortificación de Castilnovo en el sitio concreto en que ésta, en lugar de en cualquier otro emplazamiento aguas arriba o abajo del Algodor, es la existencia de una fortificación anterior, probablemente una turris romana razonablemente bien conservada. Dado el hecho de que los romanos, lejos en este caso de cualquier parámetro de índole estratégica, solían construir sus villas –especialmente las eventuales defensas de éstas—en el lugar con mejor condiciones defensivas dentro del paisaje abierto necesario para el buen funcionamiento de una explotación agroganadera, es posible que el emplazamiento de Castilnovo fuera en verdad el más apropiado de la zona a la hora de pensar en levantar una fortaleza. Si a esto le añadimos la posibilidad de reutilizar la antigua turris como elemento de la nueva fortificación, con lo de ahorro que esto conlleva, sin olvidar el hecho factible de que el asentamiento romano-visigodo pudo no haberse abandonado nunca del todo, parece claro el motivo por el que el recinto islámico de Castilnovo se encuentra donde se encuentra.
             
Transcurridas las últimas décadas del periodo emiral, caracterizado en la capital del Tajo por un casi permanente estado de agitación anti-cordobesa, Abd al-Rahman III, primer califa de occidente, decide poner punto y final a las ansias de independencia de los toledanos. Sabemos por Ibn Hayyan que en el año 930 el ejército califal, con el monarca Omeya a la cabeza, acampa frente al castillo de Mora, de filiación toledana, instándole a la rendición, lo que consigue sin tener que insistir demasiado. Resulta lógico suponer que el ejército cordobés, procedente de la capital del califato, había pasado por Consuegra antes de llegar a Mora (debió seguir, como es natural, la calzada romana), asegurándose también su sometimiento ya que no en vano la antigua Consabura romana era una plaza demasiado importante como para permitirse el lujo de dejarla sin conquistar en la retaguardia. Ganadas pues Consuegra y Mora por los califales, resulta verosímil que Abd al-Rahman III, aconsejado por sus adalides, enviara una pequeña columna a reclamar la posesión de la fortaleza de Castilnovo, lo que a buen seguro se verificaría con éxito a poca sensatez que hubiera en el alma del qaid de la plaza.

Foto 5.- Esquina SO, muy dañada, del recinto cuadrangular de Castilnovo.
             
Abd al-Rahman III lograría entrar en Toledo en 932 tras un duro asedio de dos años. Acababa así la larga historia de las rebeliones toledanas, que ya no se volvieron a  repetir durante el periodo califal. Por otra parte, no parece que los banu Di l-Nun dudaran mucho a la hora de someterse al soberano Omeya ya que nos consta su presencia (8) (Muqtabis) en el ejército califal derrotado en Simancas (año 939). Esta sumisión proseguía en tiempos del sucesor de Abd al-Rahman III, el califa al-Hakam II, quien confirmaría en 972 a Mutarrif ben Ismail ben Amir ben Di l-Nun como señor de Huete, añadiendo a sus dominios “la mayor parte de los castillos y pueblos de la Cora de Santaver. Pacificado, pues, tanto el alfoz dependiente de Toledo como las tierras señoreadas por los bereberes conquenses, es posible conjeturar con toda verosimilitud la desaparición de la frontera interior que diera origen a la erección de no pocas fortalezas toledanas según vimos en párrafos anteriores. Ni que decir tiene que una de estas fortalezas sería la de Castilnovo, demasiado pequeña y alejada de las rutas de comunicación principales como para conservar por sí misma valor estratégico a falta de frontera que custodiar, lo que no implica que dejara de estar guarnicionada, más bien todo lo contrario dada su proximidad a la al fin y a cabo siempre sospechosa Toledo.
           
Tras la caída del califato de Occidente la antigua capital visigoda se alzaría a la cabeza del área de influencia que tuviera sus los mejores días de rebeldía frente al Emirato de Córdoba. El gobierno del nuevo estado resultante, a la postre el mayor de los llamados Reinos de Taifas, sería entregado por los toledanos a Ismail al-Zahir, miembro de los Banu di l-Nun conquenses que verían de esta modo alcanzado un anhelo de generaciones (1031). Consecuencia evidente de estos hechos es la no resurrección de la antigua frontera entre muladíes y bereberes, en lo sucesivo gobernados por un mismo señor, de ahí que lo más lógico sea la continuación de Castilnovo como fortaleza rural, más o menos alejada del mundanal ruido.
           
Castilnovo debió pasar a manos cristianas en 1085, junto a la mayor parte del reino taifa de Toledo y más concretamente en el marco de la ocupación de Mora y Consuegra (año 1090) por los castellano-leoneses. Ignoramos el modo en que esto se llevo a cabo, pues el silencio de las fuentes acerca de este lugar es absoluto, tanto para este momento de la Historia como para cualquier otro. Si utilizamos paralelismos con otras fortalezas rurales del reino de Toledo, se puede hipotetizar el abandono de la puebla y su castillo ante la llegada de los castellano-leoneses, que encontrarían así desierto el asentamiento. Tampoco es imposible, desde luego, que el lugar continuara habitado, si bien la fortaleza albergaría una guarnición cristiana en lugar de musulmana. Lo que no parece probable en un momento como aquél, en que Alfonso VI necesitaba afianzar su dominio sobre todos los lugares dependientes de la capital de Tajo, es que la fortaleza se dejara desguarnecida, estuviera o no abandonada su puebla aneja.

Foto 6.- Vista de la antigua turris romana reutilizada en Castilnovo.
          
La embestida almorávide que siguió a la caída de Toledo en manos cristianas, coronada en las victorias africanas de Sagrajas, Consuegra y Uclés, supuso la pérdida de gran parte del antiguo reino de taifas, tanto en su flanco oriental –las tierras de Cuenca antaño solar de los banu Di l-Nun—como en el meridional. De hecho la frontera en este último flanco retrocedió hasta el Tajo, cayendo en poder almorávide los castillos que custodiaban los principales vados del río a levante de Toledo (Oreja, Alharilla, Alboer), lo que suponía la colocación en plena línea de frente de la antigua capital visigoda. 
          
Castilnovo debió ser ocupado por los almorávides en algún momento posterior al año 1097, fecha de la derrota de Alfonso VI frente al castillo de Consuegra, en buena lógica el límite de los dominios cristianos en ese momento; quizás en 1099, año de la toma de Consuegra por los guerreros africanos del velo negro. Hacia 1110 Mora caería también en manos almorávides, lo que implica que para entonces Castilnovo ya no era cristiano con toda seguridad. Situado en plena marca fronteriza entre cristianos y musulmanes amen de sin valor estratégico al controlar los almorávides tanto los accesos orientales a Toledo (vados del Tajo), como los meridionales (plazas de Mora y Consuegra), Castilnovo no sólo no tenía ya mucha razón de ser como fortaleza sino que además no era un buen sitio para vivir al estar expuesto a las algaradas de los cristianos de Toledo. Resulta razonable, pues, datar en esta época el abandono de la puebla, si es que no estaba despoblada desde los días de la caída del reino taifa de Toledo. En cuanto al destino de su pequeño castillo, es posible que también resultara abandonado en estos primeros años del siglo XII ya que la propia Consuegra, un lugar mucho más importante desde cualquier punto de vista, permanecía yerma desde su toma por los africanos, desierta su maltrecha fortaleza. 

Foto 7.- Paramento Sur de la turris romana.
          
Sabemos gracias a la Crónica del Emperador Alfonso VII que en 1131 Mora era otra vez cristiana. Con prolijidad nada habitual en los textos medievales dicha crónica narra las luchas fronterizas entre los cristianos de Alfonso VII y los muslimes del ya decadente imperio almorávide, citando en varias ocasiones la fortaleza de Mora, ora en manos de unos, ora en manos de otros (ver Castillo de Mora). Sin embargo en la Crónica no se menciona para nada ningún castillo identificable con Castilnovo ni tampoco la antigua Consuegra, todo ello a pesar de transcurrir por estas tierras muchos de los hechos descritos y utilizar sus protagonistas una y otra vez la calzada romana “Item a Liminio Toletum” varias veces citada ya. La conclusión que sacamos de esto es que Castilnovo estaba completamente desierto en el segundo cuarto del siglo XII. Probablemente lo estaba de antes, hacia el cambio de siglo; de hecho lo más plausible es que no fuera repoblado, ni siquiera guarnecido, tras su conquista por los almorávides que ni siquiera se molestaron en ocupar militarmente Consuegra cuanto menos un castillejo como Castilnovo, dependiente de aquélla a nivel estratégico. No obstante es en este momento de la Historia, reinando el emperador Alfonso VII, cuando el devenir de los hechos permite afirmarlo con muy poco margen de error.
           
La conquista de la poderosa Q´al at Rabah –Calatrava—en 1147 por Alfonso VII suposo para los musulmanes el cierre de la principal vía de acceso a las comarcas toledanas del sur del Tajo. Aunque este gran logro habría de perderse en 1195 a resultas de la batalla de Alarcos, lo cierto es que a mediados del siglo XII se respiraba un desconocido aroma a tranquilidad en las comarcas centrales del reino de Toledo que no tardaría en ser capitalizado por la monarquía en la forma de un decidido intento de repoblación de la zona: prácticamente deshabitada tras cinco largas décadas de pugnas fronterizas entre cristianos y musulmanes. 
            
Pues bien, sabemos que en 1150 Alfonso VII donó a su fiel mayordomo Rodrigo Rodríguez el castillo de Consuegra (9), ocupado poco tiempo atrás por los castellano-leoneses, extendiendo cinco años después la concesión al relativamente próximo lugar de Bogas y su término. Evidentemente la misión de don Rodrigo era repoblar todos estos territorios, muy vacíos de gente tal y como indica la casi nula referencia en los diplomas a hitos no naturales como viñedos, molinos, casas, etc, a la sazón el más confiable indicio de una población efectiva.

     Foto 8.- Detalle del aparejo empleado en el núcleo de la turris: inconfundible opus caementicium romano. 
     
Enfocando estas donaciones, atestiguadas por sus correspondientes diplomas, desde la óptica de la cuestión del asentamiento de Castilnovo, es posible deducir con casi total seguridad que la antigua fortaleza musulmana no fue puesta en valor otra vez, siendo algo más dudosa la repoblación o no del lugar. Tan rotunda afirmación se fundamenta en el hecho de que Rodrigo Rodríguez construyó –o hizo reconstruir-- un castillo en el lugar de Bogas, del cual tenemos constancia documental en 1189 en que es donado a partes iguales a las órdenes de Santiago y Calatrava. Como quiera que la utilidad estratégica del castillo de Bogas es exactamente la misma que la del de Castilnovo al estar situado aguas abajo del mismo río Algodor, muy cerca de la calzada Uclés/Segóbriga – Mora de tal modo que viniendo del este no era posible penetrar en el valle del Algodor sin toparse antes con él, está claro que el guarnicionamiento de Castilnovo era un lujo innecesario por redundante que no podía ni debía permitirse el mayordomo del emperador: probablemente empeñado hasta sus últimos recursos en atender a la repoblación de tan vastos territorios. Más aún, Bogas no sólo cumplía igual de bien que Castilnovo la labor de custodio del acceso septentrional al valle del Algodor sino que además estaba mucho mejor colocado de cara a servir como guardián de la calzada Mora-Uclés, lo que le convertía a la postre en una perfecta avanzada de Mora, al contrario que Castilnovo, como ya se dijo demasiado alejado de la calzada para actuar de defensa efectiva. 
          
Con la erección del castillo de Bogas debió desaparecer la última oportunidad de revalorización del Castillo de Castilnovo. Incluso se puede sostener con cierto fundamento que el castillo de Bogas fue construido en sustitución del de Castilnovo, ya que a priori no consta que el primero existiera en época musulmana, sirviendo como argumento adicional las mejores condiciones agrícolas de Bogas, rodeada de buenos campos, respecto a Castilnovo, encajado entre dos sierras.
           
Por su parte, el examen de los restos de la fortaleza de Castilnovo contribuye también a apuntalar la tesis de su abandono definitivo en una fecha tan temprana como la primera mitad del siglo XII. En efecto, tanto el elevado grado de arrasamiento de sus estructuras como el reaprovechamiento directo y no camuflado de una turris romana, pasando por su planta simplísima, absolutamente desfasada frente a la poliorcética del pleno medioevo, son argumentos sólidos de cara a proponer un abandono temprano. Y es que no en vano se puede afirmar que de haber sido reutilizada la fortaleza en el pleno medioevo, esto habría conllevado forzosamente una refortificación previa de la obra acorde con la poliorcética de la época, lo que no se aprecia por ningún lado.

Foto 9.- Ruinas del despoblado medieval de Castilnovo.
          
Apuntábamos anteriormente como no era un hecho tan claro que la puebla de Castilnovo no fuera repoblada del mismo modo que su castillo no fue puesto en valor. Desde luego no parece muy probable que volviera a ser habitada ya que no hay ninguna referencia a ella –con ese u otro nombre—en los documentos medievales, mientras que no faltan las correspondientes a otros asentamientos fundados a lo largo del siglo XIII en lugares cercanos: Móstoles, Villacañas de Algodor, Villaverde, Turleque... De todos ellos, incluido Bogas, el único que ha sobrevivido hasta nuestros días es Turleque, si bien Bogas cuenta con una heredera absolutamente directa: Villanueva de Bogas.
          
Sí que es cierto, no obstante, que las ruinas del despoblado anejas al castillo de Castilnovo muestran un estado de conservación relativamente bueno aún dentro de su profundo arrasamiento, constándose incluso algunas cimentaciones de buena calidad. En resumen, no parecen los restos de un asentamiento abandonado en las remotas postrimerías del siglo XI sino bastante tiempo después, quizás en época bajomedieval. Esto podría explicarse situando en Castilnovo, junto a la desierta fortaleza, una pequeña población de pocas casas, carente en cualquier caso de la importancia necesaria para alcanzar el grado de independencia jurídica que reflejan los lugares habitados citados en la documentación medieval pero que probablemente sea el origen del topónimo claramente castellano por el que hoy día se conoce el paraje –el nombre original del asentamiento debía haberse olvidado ya aunque no la evidencia física de que tuvo un castillo--. La poca cerámica, a la postre nada significativa, que hay en el yacimiento es suficiente evidencia para estimar su escasa importancia si bien sería de gran interés estudiarla con detalle a fin de poder estimar con mayor certeza el momento final de abandono del asentamiento. Por otra parte, no deja de ser chocante  el profundo estado de degradación en que se encuentran los restos del castillo de Castilnovo, excesivo aún considerando los muchos siglos de abandono. Esto sólo se puede explicar de dos maneras: una destrucción rápida e intencionada, posible pero no documentada históricamente, o un proceso de canibalismo de sus materiales: fácil de detectar si consideramos, por ejemplo, la correcta labra de los sillares que observamos en los restos del despoblado --se supone que procedentes del abandonado castillo a su vez verosímilmente originarios de la villa romana que allí se alzara-- pero no tanto si negamos la existencia de asentamiento alguno en los siglos pleno y bajomedievales ya que Castilnovo se halla demasiado retirado de los pueblos cercanos como para haber servido de cantera de ocasión.
           
Aún en el caso, no probado, de que existiera un postrero asentamiento en Castilnovo, lo cierto es que no debió sobrevivir al final de la Edad Media, como tampoco lo hicieron buena parte de los núcleos cercanos, sin duda bastante más importantes amen de mejor comunicados y provistos de mejores tierras. Abandonado, pues, definitivamente el lugar, el antiguo castillo de Castilnovo debió entrar en la Edad Moderna convertido en una pura ruina diezmada por la voracidad de los hombres y el azote de los años. Hoy, todo lo que se puede ver son unos cuantos vestigios arqueológicos en trance de desaparición aunque no por ello carentes de interés.

Estructura Arquitectónica. Muy breves y arrasados son los restos del que fuera castillo altomedieval de Castilnovo que han llegado nuestros días.
        
Ubicados, tal y como se dijera en el apartado anterior, en la cumbre de una pequeña colina de suaves laderas, ocupan un emplazamiento con poco valor militar. No obstante, el represamiento generado por la presa de Finisterre, tres kilómetros aguas abajo, facilita que las aguas del Algodor fluyan mansas a muy pocos metros de los frentes meridional y oriental de la antigua fortaleza, incrementando sustancialmente su capacidad defensiva en estos puntos. Aunque evidentemente en época medieval no existía el pantano de Finisterre, sabemos que antes el cauce del río pasaba al pie de la colina de Castilnovo: otrora bastante más alta por este lado que por el de tierra, al contrario de lo que sucede hoy, que presenta laderas homogéneas. Esto supone la posibilidad de extender dicha ventaja defensiva a la lejana época musulmana en que se erigiera el castillo, lo que por otra parte no resulta de extrañar a poco que sus artífices tuvieran en mente los principios generales del arte de la fortificación.

Foto 10.- Restos romanos en el área del despoblado medieval, aparejados en el mismo material que la turris.
         
El castillo de Castilnovo es una fortaleza realmente simple, concebida, al menos en apariencia, sin la menor sutileza poliorcética. Desde luego no se debieron invertir demasiados dineros en su construcción, no siendo de extrañar incluso que todas y cada una de sus piedras –hoy desaparecidas en su inmensa mayoría—procedieran de la villa romana preexistente.
         
Para describirlo, basta con decir que es un cuadrado perfecto, sin torres, complementado con una antigua turris romana en el interior del recinto. Sin duda tuvo un foso a su alrededor, ya que así se percibe mal que bien en la disposición del terreno. Lo que sin embargo no parece que tuviera nunca es un recinto externo o barbacana. Considerando todo esto, resulta claro que ni aún en sus mejores días fue Castilnovo una fortaleza imponente, ni tan siquiera mediana. Más aún, la verdad es que sus constructores muladíes no debían temer una ofensiva bereber especialmente intensa por el valle del Algodor, ya que de otro modo no se concibe que idearan una fortificación tan precaria en recursos defensivos, a todas luces incapaz de soportar un asalto y mucho menos un asedio por parte de un ejército poderoso. Por otra parte, el estudio de las crónicas musulmanes invita a pensar que los conquenses nunca lograron arrebatarle ninguna plaza importante a los toledanos (vease Mora o Consuegra), al menos durante los periodos emiral y califal, lo que en último término supone reconocerle una razonable efectividad al castillo de Castilnovo en su papel de protector de la retaguardia consaburense. Quede, pues, para la polémica, afán estéril en tanto en cuanto la ausencia de datos históricos concretos es casi total, la cuestión de si el castillo de Castilnovo era o no lo suficientemente fuerte para cumplir su cometido...
         
Del cuadrado que fuera recinto nuclear del castillo sólo se ha conservado la cimentación de su frente meridional, siendo posible distinguir también buena parte del lienzo occidental aunque en mucho peor estado. El resto –frentes N y E—han desaparecido totalmente, si bien se puede seguir su recorrido gracias a la ligera diferencia de cota existente entre el lugar donde estuvieran los muros y el contiguo, seguramente los restos de un foso casi colmatado. Como ya se adelantara en el párrafo anterior, no queda el menor vestigio de torres de flanqueo en las esquinas del cuadrado ni tampoco en el centro de sus lados. Se trata, pues, de una planta en sumo simple, datable sólo por esto en los primeros siglos de dominio islámico, si bien hay que decir que hubiera resultado poco operativa incluso en esta temprana época.

        PLANO DEL CASTILLO DE CASTILNOVO.

El análisis morfológico de este recinto sólo se puede realizar, y de forma muy precaria, en el frente sur: el único que conserva una estructura suficientemente clara. Se trata de un lienzo de muralla de 38, 5 metros de largo por 1,5 de espesor y unos pocos centímetros de altura al sobresalir en superficie nada más que una solitaria hilada. Su fábrica es una mampostería de mediano tamaño, algo desbastada en su cara vista en el paramento exterior. Sólo en la esquina suroriental se puede observar un sillarejo regularmente trabajado, verosímilmente destinado a reforzar tan crítico lugar de la estructura, lo que de paso evidencia aún más la ausencia de torres en la fortaleza. 
         
Debido a que el lienzo se encuentra casi soterrado resulta muy difícil apreciar el aglomerante que uniera los mampuestos de la muralla. Algunos pequeños fragmentos de mortero de cal caídos a pie de muro permiten suponer el empleo de este material como aglomerante en detrimento del mortero de barro. En apoyo de esta hipótesis se puede argüir por un lado la bien documentada pervivencia de la técnica de la mampostería concertada (10) en la inmensa mayoría de las fortificaciones de época altomedieval musulmana y, por otro lado, el hecho de que el relativamente bajo espesor del único muro de la fortaleza conservado resulta del todo incompatible con un aglomerante como el barro, mucho más débil que el mortero de cal, de cara a alcanzar la robustez que se espera de un lienzo de muralla.
         
Realizada la medición de los otros tres frentes del recinto, se obtienen sendos valores de 38 metros (frente Oeste) y 39 metros (frentes Norte y Este). Dado el hecho de que el único lienzo factible de medirse con cierta precisión (el meridional) arroja una medida de 38,5 metros y que por otra parte no se distinguen nada bien los extremos de los otros tres, parece una buena opción corregir las anteriores medidas en medio metro, consiguiendo así el cuadrado que a buen seguro pretendieron los antiguos constructores muladíes.
         
Dejando a un lado la turris romana antes mencionada, el interior del recinto aparece hoy vacío de estructuras con la única excepción de un fragmento de muro de 2,4 metros de longitud, localizado muy cerca del vértice nororiental del cuadrado así como orientado en dirección E-O. En cualquier caso se trata de unos restos muy degradados, prácticamente reducidos a un puñado de mampuestos alienados, lo que hace imposible su caracterización. 
        
En cuanto a la cuestión de la situación del vano de acceso a la fortaleza, está claro que la ausencia de más de la mitad de los paramentos imposibilita dar una respuesta firme. A pesar de tal dificultad, un estudio atento del paramento sur nos informa de una interrupción en la línea de muralla de dos metros, no lejos de la esquina SE, que podría relacionarse con la antigua puerta del castillo. Aunque el avanzado grado de deterioro de la estructura impide asegurarlo, no deja de ser cierto que es una ubicación correcta desde el punto de vista táctico (obliga a un eventual atacante a rodear buena parte de la fortaleza), encontrándose además en las proximidades del lugar en el que muere el pequeño sendero que comunica la colina de Castilnovo con el resto del valle del Algodor: quizás el último vestigio del que fuera camino de acceso a la puerta de la fortaleza.
        
La turris varias veces citada se localiza en el cuadrante NO del cuadrado, no lejos de su centro geométrico. Su filiación romana es clara, ya que está ejecutada en un característico opus caementicium de grano grueso muy homogéneo (esto es propio de las obras romanas) y excelente mortero de cal. Este tipo de fábrica, tan resistente como tosca de aspecto, no solía quedar vista sino que bien era revestida con otros materiales, bien constituía el núcleo de una estructura de tres hojas según los principios del emplecton romano. Tratándose de una estructura con evidentes maneras de fortificación, lo más probable es que esta turris se erigiera levantando primero dos paramentos paralelos, externo e interno, que harían las veces de encofrado perdido a rellenar posteriormente con el opus caementicium en estado fluido. Estos paramentos podían verificarse indistintamente en ladrillo, sillar o sillarejo (estos dos últimos colocados en seco). En este caso debieron ser ejecutados en sillar o sillarejo: así lo indica ciertamente su ausencia, larga de muchos siglos al ser ambos materiales muy golosos para los expoliadores.    

La función original de esta turris era proporcionar un lugar de refugio y defensa a los habitantes de la villa aneja, de la que por cierto quedan algunos pobres restos de idéntica factura a los de su guardiana. Ya en época musulmana, los constructores del castillo de Castilnovo concibieron la ubicación y planta de su recinto principal en función de los propios de la antigua torre romana. En efecto, tanto el lugar en que se encuentra la turris en relación al cuadrado como su alineación paralela a éste suponen las opciones más apropiadas en orden de reforzar la capacidad defensiva del citado cuadrante NO, a la sazón el más vulnerable de la fortaleza dada su orientación cara al valle, sin río que lo proteja por ningún flanco. Resumiendo, se puede decir que recinto y turris, a pesar de su dilatada diferencia cronológica, se encuentran correctamente armonizados a fin de conformar una fortificación con un potencial operativo mayor que la suma de los potenciales por separado de sus dos elementos constituyentes.
        
La planta de la turris es la de un trapecio con marcada tendencia al cuadrado (las dimensiones concretas se pueden ver en el plano adjunto). Quizás era ésta última la planta original en los tiempos en que todavía tenía sus dos paramentos, externo e interno. Algo parecido se puede decir respecto del ligero redondeamiento que se percibe en los dos ángulos que se conservan: sin duda no se repetía en los paramentos de sillar/sillarejo. El espesor de sus muros es de 1 metro, valor éste que añadido al de los paramentos desaparecidos debía superar cumplidamente el metro y medio: suficiente para una fortificación rural de limitadas pretensiones. Debido a la mejor calidad del material, el tiempo no ha degradado esta estructura con la misma intensidad que al recinto principal. Así, en algunos puntos la turris conserva hasta 78 centímetros de alzado. Por último, comentar que a no ser que tuviera la entrada en alto –lo que no sería nada de extrañar—los restos conservados invitan a pensar que la puerta de la turris se hallaba en su desaparecido lado oriental.

(1).- En este último lugar, de hecho, existen los restos de un asentamiento fortificado musulmán fechado en esta época y en este contexto como posible “punta de lanza” de la autoridad berebere en el territorio en disputa.
(2).- He aquí una posible razón por que Eduardo Gonzalo Moreno (La Frontera de al-Andalus en época de los Omeyas) no señala ninguna ruta de importancia atravesando de sur a norte éste territorio en litigio y sí en los bordes de éste: la bereber, que uniría Alcázar de San Juan con Uclés por tierras levantinas y la toledana, basada en la A30 del itinerario de Antonio. Se supone que ambas rutas partirían de un mismo punto, al sur, alejado ya de la zona en disputa –a la altura de Calatrava concretamente--, anteriormente al cual discurría un solo camino a su vez procedente del puerto del Muradal y, más allá aún, de la capital cordobesa.
(3).- Ni que decir tiene que éste fue uno de los motivos, sino el principal, de la fundación de Mora en este lugar en concreto allá por el siglo noveno: a partir de entonces plaza fuerte garante de la seguridad del flanco suroriental de la capital toledana vía el cierre de los caminos que procedentes del sur y del este conducían derechitos hasta sus imponentes murallas.
(4).- La orilla opuesta, esto es la oriental, resulta más difícil de utilizar como ruta al llegar las últimas estribaciones de la Sierra de la Olla prácticamente hasta el mismo borde del cauce del Algodor. Por otra parte es obvio que una fortificación de filiación toledana había de ocupar forzosamente la orilla occidental del río sino quería quedar aislada a la primera de cambio no ya sólo por el cauce del Algodor sino también por la fuerte pendiente que presenta la Sierra de la Olla en sus metros finales.
(5).- Además de salvaguarda del cordón umbilical de Consuegra con el núcleo del área de influencia toledana, con lo de valor estratégico que esto conlleva, Castilnovo serviría también, en momentos de menos tensión, para impedir la llegada de grupos de asaltantes bereberes a ese mismo cordón, evitando así devastaciones y rapiñas sumamente dañinas para los habitantes de la zona aunque inofensivas de cara a la conservación de las plazas fuertes.
(6).- Todo lo más la guarnición de Castilnovo, sin duda exigua pues los restos de su recinto nos informan de una fortaleza pequeña, podía servir para cortar la retirada a una hipotética tropa berebere que hubiera atacada sin éxito a Mora y que por ello regresara a sus tierras levantinas más o menos diezmada y desmoralizada. Pero en ningún caso hubiera sido suficiente para salirle al paso a ninguna hueste a poco numerosa que ésta fuere.
(7).- Esto significa que el enemigo levantino podía cruzar el Algodor sin ningún problema aunque los de Castilnovo supieran de su presencia y continuar después hacia Mora.
(8).- Sabemos que en esta campaña participaron sendos contingentes comandados por Mutarrif ben Musa ben Di l-Nun y Yahya ben Abi l-Fath ben Di l-Nun, señores de Huete y Santaver respectivamente
(9).- En 1143 debía seguir desmantelado pues la Crónica de Alfonso VII nos cuenta que Munio Alfonso, alcaide de Mora, cabalgó desde ésta, su plaza, hasta Calatrava, teniendo que regresar apresuradamente ante la cercanía de un gran ejército enemigo que finalmente le alcanzó no lejos ya de Mora, entablándose cruenta batalla en la que pereciera el legendario caudillo gallego; todo ello sin mencionar por ninguna parte la plaza de Consuegra: algo impensable de haber estado guarnecida por unos u otros.
(10).- Procedente del antiguo opus incertum romano.

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