Bérgama
es una típica ciudad de provincias turca, con tráfico denso, calles tirando a estrechas
y edificios que raramente superan las tres alturas. Ocupa el lugar donde se
alzaban los edificios de la Pérgamo tardorromana y bizantina temprana, al pie
de la gran colina montañosa donde fuera fundada la ciudad griega. En la
actualidad no queda de dichos edificios más que algunos restos aislados, poco
sugerentes (foto 1).
Foto 1.- Restos de un edificio romano, de mampostería hormigonada, localizados en el interior de la Bérgama moderna.
La historia de la ciudad de Pérgamo comienza con la construcción de un pequeño asentamiento en la cumbre de cierta colina, muy fácil de defender, situada a 26 kilómetros de la costa del Égeo, en la región del Asia Menor clásica conocida como Misia, muy cerca de su límite con la costera Aeolis, Eólida en castellano. No se conoce la fecha exacta de la fundación de la ciudad pero se ha supuesto que fue algo después de la primera colonización griega de Asia Menor, la de los enclaves marítimos, tal vez a comienzos del siglo VI a.C.
Foto 4.- Base del vestíbulo porticado del Templo de Asclepio.
Figura 3.- Tetradracmas helenísticos acuñados en Pérgamo.
Foto 8.- Ruinas del edificio localizado en el lado meridional del recinto central del Asclepion.
La
ciudad es atravesada de norte a sur por una calle razonablemente ancha, en la
cual se concentran la gran mayoría de los comercios, restaurantes y bancos. Muy
probablemente se trate también de la calle principal de la Pérgamo tardorromana,
concluyendo en los primeros escarpes de la colina fundacional. En el mapa de la
figura 1 podemos ver la distribución de las diferentes áreas de asentamiento a
lo largo de las épocas.
Figura 1.- Distribución cronológica de los asentamientos de la ciudad de Pérgamo.
En
un momento dado vemos un cartel que envía a las ruinas del Asclepion, al oeste
del área urbanizada. Hacia allá nos dirigimos, llegando apenas una decena de
minutos después tras un breve discurrir por estrechas calles flanqueadas por
bloques de pisos de humilde aspecto.
Foto 2.- La vía Tecta. En primer plano, vemos una tumba romana de buena factura.
La historia de la ciudad de Pérgamo comienza con la construcción de un pequeño asentamiento en la cumbre de cierta colina, muy fácil de defender, situada a 26 kilómetros de la costa del Égeo, en la región del Asia Menor clásica conocida como Misia, muy cerca de su límite con la costera Aeolis, Eólida en castellano. No se conoce la fecha exacta de la fundación de la ciudad pero se ha supuesto que fue algo después de la primera colonización griega de Asia Menor, la de los enclaves marítimos, tal vez a comienzos del siglo VI a.C.
Foto 3.- Cruz latina con las letras Alfa y Omega grabado en una de las columnas de la vía Tecta.
Tras
la derrota del rey Creso de Lidia en el año 546 a.C., Pérgamo pasa a control
persa. Conocemos el nombre de uno de los monarcas de la ciudad bajo dominio
oriental: Gongiolos de Eritrea, quien gobernara hacia el año 470 a.C. y a cuya
mano se deben los restos más antiguos observables en el enorme yacimiento
pergameno.
Foto 4.- Base del vestíbulo porticado del Templo de Asclepio.
Su
valor estratégico debía ser considerable en época griega clásica pues el
comandante espartano Xenofonte puso especial empeño en arrebatársela a los
persas (año 399 a.C.) dentro del marco de la expansión espartana por tierras de
Anatolia que siguió a la derrota persa en la guerra del Peloponeso. Así lo
indica también la contundente reacción persa dirigida a recuperar de la ciudad,
lo cual consiguieron de forma rápida y eficaz.
Foto 5.- Base de sillería correspondiente al cuerpo principal del Templo de Asclepio.
Tras
la batalla del Gránico en el 334 a.C. y el desplome del poder persa en Asia
Menor, Pérgamo entra en la órbita greco-macedónica del gran Alejandro Magno. Una
vez muerto éste, la región sufre un periodo de gran inestabilidad consecuencia
de las luchas entre los generales macedonios, los célebres Diadocos o
“Sucesores”. Lisímaco, soberano de Tracia, logrará hacerse con el control de la
estratégica Pérgamo en el año 301 a.C., empleándola en su lucha contra el
principal poder en la región: Antígono I Monoftalmos y su gran ejército de
mercenarios. Derrotado éste en la batalla de Ipsus, Pérgamo y con ella la mayor
parte del Asia Menor occidental queda bajo control de Lisímaco. Por aquel
entonces Pérgamo poseía, sino un gran dinamismo económico sí un crecido valor
militar al tratarse de una de las mejores fortalezas, cuando no la mejor, de
todo el reino de Lisímaco. Esto explica que fuera depositado el enorme tesoro
del rey de Tracia, 9000 talentos de plata cuentan las crónicas, en su acrópolis
fortificada, quedando como custodio Filetairo: el gobernador de la plaza y hombre
de confianza de Lisímaco.
Foto 6.- Stoa septentrional del Asclepion.
Filetairo
sería leal a Lisímaco hasta 282 a.C., cuando lo traiciona, pasándose al bando
de su enemigo Seleuco I Nicátor: monarca de Siria y de las inmensas satrapías
orientales del imperio alejandrino. Lisímaco no tendría tiempo suficiente para
castigar a su infiel subordinado ya que en 281 a.C. es derrotado y muerto por
el mencionado Seleuco, quien no tardaría en seguirle a la tumba (280 a.C.), en
este caso asesinado a traición. Sobreviene entonces un vacío de poder en la
mitad occidental de Asia Menor que es aprovechado por Filetairo para apoderarse
firmemente de una gran porción de territorio. Para ello se vale tanto de la
acusada fortaleza defensiva de su cuartel general, Pérgamo, como del potente
ejército de mercenarios que en poco tiempo consigue levantar, religiosamente
pagado con los fondos del tesoro de Lisímaco. Es el amanecer del reino de
Pérgamo: entidad política que bajo el gobierno de Filetairos y sus sucesores
–la dinastía Atálida—gobernaría el cuadrante noroccidental de Asia Menor hasta
el año 133 a.C., en que se incorpora a la república de Roma por expreso deseo de
su último monarca, Átalo III. En el mapa de la figura 2 podemos ver los
territorios controlados por el reino de Pérgamo hacia el año 188 a.C.
Figura 2.- El reino de Pérgamo dentro de Asia Menor en su momento de mayor extensión.
La
historia del reino de Pérgamo es la historia de sus monarcas y va mucho más
allá de los avatares acaecidos en la ciudad de Pérgamo durante el periodo
Helenístico. Baste decir que durante la égida atálida Pérgamo alcanzó, en su
calidad de capital del reino, un enorme nivel de desarrollo, siendo adornada
con majestuosos edificios y obras de arte de una belleza tal que el conjunto es
considerado hoy en día el cénit de la arquitectura y escultura helenísticas. Así
mismo, el estratégicamente importante pero pequeño y tosco asentamiento
fortificado de los primeros siglos, localizado en la parte más alta de la
colina, esto es su acrópolis, se desparramó colina abajo, urbanizando la
totalidad de su ladera meridional.
Foto 7.- Stoa helenística, de orden dórico, partiendo de la Stoa Oeste del Asclepion.
Durante
muchos años Pérgamo sería la ciudad más rica, famosa y poblada de la mitad
occidental de Asia Menor. Sus acuñaciones en plata, entre las cuales podemos
destacar sus hermosos tetradracmas, eran de uso común en las transacciones
comerciales de todo el mediterráneo oriental, haciendo las veces de divisa
franca aceptada universalmente. En la siguiente figura (fig.3), podemos ver dos
de estos ejemplares. El de la izquierda, acuñado por Eumenes I, rey de Pérgamo
entre 263 y 241 a.C., a nombre de su padre adoptivo Filetairo, el fundador de
la dinastía Atálida, es un típico tetradracma helenístico de gran calidad. El
de la derecha es lo que se conoce como un cistóforo o tetradracma cistóforico y
es precisamente la moneda que actuó como divisa de cambio en todo el
mediterráneo oriental tal y como dijimos anteriormente.
Además,
Pérgamo podía presumir de ser una ciudad rabiosamente culta, cuya soberbia
Biblioteca, que llegó a poseer 200.000 volúmenes, sólo era superada por ese
monumento al saber humano que fue la Biblioteca de Alejandría en Egipto. El
pergamino fue inventado precisamente en la biblioteca de Pérgamo, de ahí su
nombre, ante la escasez de papiro provocada por la negativa del Egipto
Ptolemaico a exportar este material, la cual no tenía otro motivo que boicotear
el desarrollo de la biblioteca de Pérgamo y que ésta pudiera, eventualmente,
llegar a eclipsar a la alejandrina. Curiosamente con el correr del tiempo sería
el pergamino el material preferido por los sabios de la Antigüedad y la Edad
Media, cayendo en desuso el papiro mucho antes de que aquél lo hiciera en
beneficio del papel.
Aunque
la entrada de Pérgamo en la órbita romana no fue tan pacífica como al rey Átalo
III le hubiera gustado (la ciudad llegó incluso a alistarse en el bando de
Mitrídates VI en su lucha contra Roma), lo cierto es que a la postre acabó por
adaptarse perfectamente bien a su nueva situación, beneficiándose de un periodo
de gran esplendor al amparo de la célebre Pax
Romana. Durante algún tiempo, a comienzos del siglo I, fue la capital de la
provincia romana de Asia (luego lo sería Éfeso). Posteriormente, Adriano, que
era un emperador de marcado carácter filo-helénico, la visitó en la segunda
década del siglo II d.C. y decidió, paseando por las empinadas calles
pergamenas, engrandecer la ciudad tanto en un sentido estético (construcción
del majestuoso Trajaneum en la acrópolis) como puramente físico: extendiéndola
por el llano anejo a la ladera meridional de la colina fundacional e
incrementando muchísimo su número de habitantes hasta los 200.000 estimados a
mediados del siglo II d.C. Tantos nuevos vecinos debían disponer de
equipamientos urbanos acordes a su populosidad: he aquí el motivo de la
construcción de los descomunales teatro, estadio y anfiteatros romanos de la
ciudad, ubicados en tierra llana y cuyas ruinas están todavía sin excavar. Por
último, Adriano ordenó elevar el célebre santuario dedicado a Asclepios, el
dios griego de la Salud, a la categoría de un gran centro de tratamiento de
enfermedades, el más importante de la Antigüedad clásica. Daba comienzo así la
andadura del Asclepion, adonde acudirían los enfermos más influyentes del mundo
clásico (los emperadores Marco Aurelio y Caracalla, por ejemplo) y se formarían
o ejercerían algunos de los médicos más famosos de su tiempo (Galeno).
Foto 9.- Ruinas de los alojamientos de los pacientes del Asclepion.
Nuestro
relato de la historia de la ciudad de Pérgamo se detiene en este punto, muy a
propósito para volver al principio de la entrada: justo al momento en que acabábamos
de estacionar el coche frente a la valla que da acceso al Asclepion. Pagamos la
entrada al yacimiento, una minuta por el aparcamiento (una simple explanada de
tierra totalmente vacía) y vamos para adentro…
Foto 10.- Piscina donde brotaba y brotan unas aguas consideradas sagradas en la antigüedad debido a sus poderes curativos.
El
Asclepion de Pérgamo fue el más grande y mejor equipado de su tiempo pero no el
único ni tampoco el más antiguo. Este honor lo ostentaba el asclepion de Trica,
en Tesalia. También eran más veteranos los asclepios de Cos, Atenas y Epidauro.
De hecho la tradición decía que el asclepion de Pérgamo fue fundado por un
ciudadano pergameno llamado Arquias afinales del siglo IV a.C., tras regresar
de Grecia donde había recibido tratamiento en el asclepion de Epidauro.
Foto 11 (izquierda).- Inscripción dedicada al emperador Caracalla con motivo de su estancia en el Asclepion. Foto 12 (derecha).- Inscripción ofrecida por el ciudadano Polemón en agradecimiento por el tratamiento recibido.
En
los Asclepios de la antigüedad clásica se practicaba una ciencia sanadora a
medio camino entre la religión y la medicina propiamente dicha. Lo mismo se
prescribían dietas, ejercicios, baños, masajes ó pociones de hierbas que se
acudía a lo sobrenatural para encontrar curas a los males de los pacientes. Realmente
tenían poco que ver con los hospitales actuales. Los médicos que trataban a los
enfermos eran también sacerdotes que tan pronto estudiaban los síntomas de sus
pacientes y establecían diagnósticos como interpretaban los presuntos mensajes
que el dios Asclepio, en sueños, trasladaba a los enfermos, indicándoles la
mejor forma de curarse. Es por ello que el complejo del Asclepion pergameno posee
una sensibilidad marcadamente sacra, coexistiendo los espacios de culto con los
más funcionales, de tipo “hospitalario”. Vamos a utilizar el plano de la figura
4 para orientarnos en él.
Figura 4.- Plano del Asclepion.
Lo
primero que encuentran nuestros pasos es una hermosa avenida enlosada, antaño
flanqueada por columnas, los restos de las cuales han sido recolocados en su
lugar (foto 2). Se trata de la vía Sacra, la cual hacía las veces de camino de
iniciación para el paciente que hasta allí llegaba. En la antigüedad era mucho
más larga que ahora, cerca de un kilómetro, si bien sólo los últimos doscientos
metros, más o menos, estaban porticados. En este último tramo porticado, la
llamada vía Tecta, el paciente era recibido y examinado por los médicos del
Asclepion, quienes lo aceptaban o no en función de lo que observaran. Sobre
todo eran rechazados los enfermos terminales. “Aquí la muerte no puede entrar” rezaba elocuentemente un letrero
colocado en la puerta de acceso al complejo.
Foto 13.- Inscripción griega dedicada a Adriano.
Una
tumba romana de buena factura adorna una de las columnatas de la vía Tecta
(foto 2, primer plano). Sin duda debió ser un personaje muy importante el
fallecido toda vez que sus cenizas fueron sepultadas en tan sagrado
emplazamiento. También podemos encontrar una cruz cristiana flanqueada por las
letras griegas Alfa y Omega grabada en una de las columnas (foto 3). La
tosquedad del trazo indica que no fue obra de un profesional. Nos encontramos,
pues, ante un intento de cristianización del antiguo recinto pagano llevado a
cabo posiblemente por un particular en algún momento de los siglos V-VI, estando
el Asclepion fuera de uso ya.
Foto 14.- Vista general del Teatro del Asclepion pergameno.
La
vía Tecta desembocaba en un pequeño patio columnado donde se hallaba un cipo
ceremonial tallado con el símbolo del dios Asclepio: dos serpientes enrolladas
sobre un cuenco. Excusado es decir que éste es también el símbolo moderno de la
medicina. En el extremo opuesto del patio columnado se alzaba un gran propileo
de orden corintio, por medio del cual se accedía al corazón del complejo.
Flanqueando esta entrada se encontraban sendos altares empotrados en nichos.
Por su parte, mirando a la derecha según se entra, estaba la biblioteca del
Asclepion, de la cual apenas han quedado restos. Algo más ha perdurado del
templo dedicado al dios Asclepio, situado a la izquierda del propileo de
entrada. Su construcción fue iniciada en el año 142 d.C. siguiendo el plano del
famoso Panteón de Roma a escala reducida. Se conserva la base del vestíbulo
porticado (foto 4), erigida en mampostería hormigonada, y la del edificio
principal (foto 5): de buena sillería, circular y, otrora, abovedado, con un
gran “óculus” abierto en el centro de la bóveda a fin de permitir la
iluminación y ventilación del interior.
Foto 15.- Muro perimetral y galería interna del "Consultorio" del Asclepion.
El
interior del Asclepion era ocupado por un gran patio rectangular flanqueado por
dos grandes stoas columnadas en sus lados norte y oeste. La Stoa del lado norte
se encuentra bastante bien conservada, alzándose plena de elegancia una larga
sucesión de columnas de orden corintio y jónico (foto 6). De la Stoa oeste partía
una segunda stoa (foto 7), formando un ángulo casi perpendicular con aquélla.
Es de orden dórico y claramente más antigua que las otras dos, pudiendo datarse
época helenística: bastante anterior por tanto a la gran ampliación del
complejo ordenada por Adriano. Por su parte en el lado meridional podemos ver los
restos de un edificio (foto 8) de opus
incertum romano (mampostería aglomerada con mortero de cal). Este edificio
presenta una planta alargada y estrecha, siguiendo de cerca la geometría del
patio central. Al parecer era abovedado, descansando dichas bóvedas sobre la
hilera de columnas cilíndricas que podemos ver a la izquierda en la foto. Se
desconoce con precisión su pretérita funcionalidad si bien se ha propuesto su
uso como el lugar donde se llevaba a cabo la “incubación”, esto es el reposo de
los pacientes en espera de que el dios Asclepio se les apareciera en sueños y
les dictara la mejor forma de curarse.
Foto 16.- Pilares de apoyo de las galerías abovedadas del Consultorio pergameno.
El
patio rectangular, aunque vacío en su mayoría, también nos ofrece algunos
elementos interesantes tales como los restos de los alojamientos de los
pacientes (foto 9), la piscina donde brotaba –y sigue brotando— el agua sagrada
con poderes curativos (foto 10) y una bonita colección de inscripciones en
lenguas latina y griega. Una de las inscripciones latinas, de gran talla y muy
bien conservada, está dedicada al emperador Caracalla (foto 11) y debió ser
esculpida con motivo de su visita al Asclepion, adonde acudiera buscando
tratarse de sus ataques epilépticos. Gracias a la titulatura imperial que
aparece en ella podemos datarla con precisión: año 214 de nuestra Era. Cierta
inscripción griega hace referencia a un tal Polemón (foto 12) y debe
clasificarse entre las inscripciones de agradecimiento donadas por los
pacientes curados durante su estancia en el complejo. Otra menciona al
emperador Adriano, el gran benefactor del Asclepion (foto 13).
Foto 17 (arriba).- Boveda de hormigón romano cubriendo la galería del consultorio. Foto 18 (abajo).- Túnel de comunicación entre el consultorio y las instalaciones del recinto central.
A
la espalda de la stoa norte, en su tercio occidental, se alza un hermoso teatro
(foto 14) con capacidad para 3000 espectadores. En su escena se representaban
dramas en honor a los dioses que ayudaban a aliviar las enfermedades y también
se impartían clases a los aprendices de médicos. Aunque está bastante
restaurado, presenta un aspecto agradable y totalmente acorde con la realidad
histórica.
Foto 19 (arriba).- Domus con peristilo situada a la espalda del consultorio del Asclepion. Figura 5 (abajo).- Representación artística del Asclepion tal y como era en la antigüedad.
Finalmente,
la estructura mejor conservada del complejo se encuentra en la esquina SE de
éste. Se trata de un poco convencional edificio de dos pisos con un recinto
central circular cubierto, en su día, por una cubierta de madera al cual daban
acceso seis pequeños ábsides abovedados. Una galería, también abovedada,
discurría concéntricamente al recinto central (foto 15). Los pilares de los
ábsides están construidos en una magnífica sillería de gran tamaño (foto 16),
los muros de conexión en sillarejo de buena calidad. Por su parte las bóvedas
están ejecutadas en un opus caementicium u hormigón romano de grano muy grueso
especialmente resistente (foto 17), de ahí que haya sobrevivido en gran parte
hasta hoy. Se piensa que este edificio, conocido en muchos textos como el templo
de Telésforo, hacías las veces de “consultorio” del complejo, siendo aquí donde
los médicos exploraban a sus pacientes, aplicaban tratamientos, confeccionaban
las pociones de hierbas, etc. Un túnel de mampostería (foto 18), perfectamente
conservado, comunicaba este consultorio con la piscina sagrada y los
alojamientos del interior del patio central, permitiendo así el movimiento de
médicos y pacientes independientemente de la climatología. Por su parte, a la espalda
de este singular edificio, separados del templo de Asclepio por un muro
sillarejo grande, se encuentran los restos de una domus con peristilo (foto 19),
probablemente la residencia de los médicos/sacerdotes del Asclepion.
Foto 20.- Las poderosas ruinas del Anfiteatro romano de Pérgamo.
Terminado
de visitar el Asclepion nos dirigimos a la salida. Un vistazo a la
representación artística de la figura 6 puede servir para hacernos una idea de
cómo era este complejo místico-sanitario en sus mejores tiempos. Por encima de
nuestras cabezas revolotea un dron, filmando el yacimiento. Sus operadores son
las únicas personas con las que nos hemos cruzado durante nuestra visita.
Foto 21.- Bóveda de mampostería en el anfiteatro de Pérgamo.
Retornamos
a Bérgama. Conocemos bien el camino de vuelta pero preferimos desviarnos por un
precario camino de tierra atraídos por cierta estructura de aspecto antiguo que
se aprecia como a un kilómetro al noreste del Asclepion. Sin duda son los
restos de un edificio monumental romano a juzgar por el gran tamaño que parece vislumbrarse
en la distancia. No nos equivocamos: las ruinas pertenecen al anfiteatro romano
de la ciudad. No queda gran cosa en superficie más allá de cuatro inmensos pilares
(foto 20) comunicados por bóvedas redondas de mampostería hormigonada (foto 21)
y algunos restos de cáveas colapsadas (foto 22), pero un examen más detallado
revela que hay galerías abovedadas a medio soterrar en varios puntos (foto 23).
Dado que el colosal edificio (se ha estimado que tenía capacidad para 50.000
espectadores) está sin excavar es probable que oculte mucho más de lo que
revela. También observamos que allá en el interior del gigantesco óvalo, en el
punto donde concluye el gran terraplén que lo invade, fluye un tranquilo
riachuelo, tributario del cercano río Selinos. Sin duda se construyó el
anfiteatro en este punto al objeto de emplear ese curso de agua para inundar la
arena y celebrar espectaculares naumaquias.
Foto 22.- Cáveas colapsadas del anfiteatro de Pérgamo.
Muy
próximos a este anfiteatro se encuentran también las ruinas del estadio y el
teatro romanos de Pérgamo. Eso dice al menos la bibliografía y debe ser verdad
aunque nosotros no viéramos nada (debe estar todo muy enterrado).
Foto 23.- Vista del interiot del Anfiteatro de Pérgamo donde se aprecian galerías abovedadas medio enterradas así como aparentemente en buen estado.
Retornamos
a Bérgama. La carretera transcurre más o menos paralela al cauce del río
Selinos, no lejos de las primeras estribaciones de la acrópolis fundacional. No
queda ya mucho para llegar a los aledaños del acceso a la acrópolis cuando un
gran edificio de evidente estampa antigua se alza ante nuestros ojos. Se trata
de la Basílica roja, construida originalmente en tiempos de Adriano para servir
como un gran templo dedicado a los dioses egipcios, muy populares en las
tierras del Imperio. El edificio es fundamentalmente de ladrillo (foto 24),
algo muy poco habitual en tierras de Asia Menor, aunque también abundan los
sillarejos (foto 25), sobre todo en los muros exteriores. Sabemos que estuvo
profusamente cubierto de mármoles, largo tiempo ha expoliados. En época
bizantina temprana, el templo adrianeo fue convertido en iglesia dedicada a San
Juan tras retirar toda la iconografía pagana. Por aquel entonces ya llevaba un
tiempo abandonado y había empezado a deteriorarse. El muro perimetral que lo
rodeaba fue demolido en este momento. Los otomanos demolerían gran parte del
complejo restante, dejando sólo algunas estructuras que reaprovecharon como
mezquita. Hoy en día está siendo sometido a una intensa restauración, motivo
por el que no pudimos acceder a su recinto.
Foto 24.- La Basílica Roja, construida casi por completo en ladrillo.
El
rio Selinus transcurre pegado a los arruinados paredones de la basílica roja.
En su momento, cuando se construyó el muro perimetral original, fue canalizado
por debajo del complejo religioso, empleando para ello sendas galerías abovedas
en paralelo. Ambas han llegado hasta nuestros días plenamente operativas. Su
excelente aparejo de sillería debe tener que ver con tamaña longevidad. En la foto
26 podemos ver el emboquille de una de esas dos galerías.
Foto 25.- Fachada trasera de la Basílica Roja, sobre el río Selinos. Obra de sillarejo romano.
Unos
pocos cientos de metros río abaja se alza un elegante puente de tres arcos
(foto 27) provisto de pequeños tajamares en ambos lados de sus pilas. La
sillería empleada en su construcción y, en general, su estilo constructivo
indica que es de cronología romana. No sugiere lo mismo con el perfil de su
alzado, de tipo medieval, con su característico ángulo entre los estribos y el
tablero del puente. En cualquier caso la zona en cuestión presenta abundante
restos de edificaciones de diferentes épocas apoyadas unas sobre otras, por lo
que habría que estudiar con cierta profundidad el tema para pronunciarse con
suficiente rotundidad.
Foto 26.- Galería abovedada de cronología romana canalizando al río Selinus a su paso por el recinto de la Basílica Roja.
Nuestro
siguiente jalón es ya la colina fundacional de Pérgamo, donde se amontonan la
mayor parte de los vestigios clásicos de la que fuera una de las más hermosas
metrópolis de la Antigüedad. En la siguiente entrada de este blog tendremos la
ocasión de conocerlos…
Foto 27.- Puente romano sobre el río Selinus.
No hay comentarios:
Publicar un comentario