Los restos de la que fuera una enorme
presa romana, comparable en monumentalidad a los más egregios logros de la
técnica latina, se encuentran en la finca “La Alcantarilla”, de la que toma el
nombre, sita a la sazón dentro del término municipal de Mazarambroz, provincia
de Toledo, al sur del núcleo urbano de dicha población.
Para llegar a ella es preciso tomar
el primer camino que nos encontramos a la izquierda nada más salir del pueblo
en dirección a Cuerva y continuar por él durante cuatro kilómetros
aproximadamente hasta llegar a un cruce de cierta entidad en comparación con
los ramales que a un lado y a otro desembocan en la senda principal. Doblando
entonces a la derecha, esto es abandonando dicha senda principal, conduciremos
durante algo menos de un kilómetro hasta divisar la casa de labor de la finca y
a su lado las imponentes ruinas que nos atañan. Al tratarse de una propiedad
privada es preciso solicitar permiso en la casa para realizar la visita.
Vista del estribo izquierdo de la presa observado desde el vaso del embalse: hoy completamente seco.
No es necesario más que un sucinto examen del monumento para advertir el carácter hidráulico de su fábrica: a saber la de una presa de gravedad basada en la ejecución de un potente muro como delimitador del futuro embalse al cual se le adosa por el lado del trasdós, es decir el ubicado aguas abajo, un grueso terraplén de tierra destinado a compensar con su peso el empuje ejercido por el agua embalsada, de ahí la definición de presa de gravedad para esta clase de estructuras, hoy día prácticamente en desuso si bien frecuentemente empleadas en la antigüedad tal y como atestiguan los ejemplos paralelos de Cornalvo y Proserpina, presas ambas erigidas muy cerca de Mérida, la antigua Emérita Augusta.
Constatada en efecto la sublime
presencia del muro anterior –sus aproximadamente 4,5 metros de espesor no pasan
en absoluto desapercibidos- no lo es menos la del terraplén, muy entero aún a
pesar de los muchos siglos de lluvias, nieves y demás agentes erosivos, lo que
evidencia un alto grado de compactación en el momento de la destrucción
definitiva de la presa, capaz por ello de enfrentarse a las aguas desbocadas
sin desaparecer arrastrado por ellas. Este nivel de compactación es a su vez
reflejo de otro parámetro tan interesante como es el de la vida útil de la
presa: sin duda muy larga habida cuenta de que el fenómeno de la compactación
requiere siempre del factor tiempo como principal agente impulsador.
Tramo central de la presa. Se encuentra muy derruido, al ser el sector por donde colapsara el conjunto.
Sin embargo la existencia del
terraplén, aunque necesario para equilibrar el empuje de la masa de agua
acumulada, constituía también un riesgo potencial para la integridad del muro
principal dado su enorme peso, más que suficiente para derribarlo en el caso
extremo de embalse vacío y terraplén mojado –nada improbable en un país como España proclive a las
lluvias torrenciales tras largos periodos de sequía—. A fin de solventar esa amenaza se disponían una serie de
contrafuertes en el intradós del muro, capaces de sujetar tanto el muro como
las tierras a embalse vacío. El número de estos contrafuertes –o lo que es igual,
la separación entre éstos-- iría en relación directa con el talud del terraplén
del trasdós –a mayor talud, mayor número de contrafuertes-- siguiendo alguna
clase de reglas empíricas que no analíticas, tendentes por ello a ese
sobredimensionamiento que tanto ha contribuido y contribuye a inmortalizar las
obras romanas. Sea como sea, lo cierto es que no se ha conservado ninguno de
estos contrafuertes en la presa de Alcantarilla, detalle éste que informa de un
talud del terraplén no demasiado acusado –1 : 3,5 apunta D. Raúl Celestino
Gómez en su estudio sobre el pantano romano de Mazarambroz— así como de la
concentración de aquéllos en la virtualmente desaparecida zona central de la presa (su existencia no es hipotética sino
estructuralmente necesaria).
Estudiando ahora las características
constructivas del muro en sí, observamos en él una planta quebrada en tres
tramos, no quedando más que restos informes del central como ya se mencionara
un poco más arriba. Esta disposición responde a la idea de generar un polígono
convexo y abierto, con los puntos de inflexión orientados hacia el interior del
embalse en orden de presentar la máxima resistencia al empuje del agua. Ni que
decir tiene que esta geometría, perfeccionada hasta el extremo que desde el punto
de vista matemático constituye la línea curva, es la que se sigue utilizando en
las presas hoy en día.
Intradós de la presa.
Sillería de recubrimiento.
En cuanto a la naturaleza de los
materiales empleados para su ejecución, es dable apuntar la presencia en el
muro de hasta cuatro tipos de aparejos distintos, todos ellos orientados a
cubrir una necesidad específica. Dicha distribución se repite en la mayoría de
las grandes presas de época romana que se conocen, por lo que puede
establecerse como un sistema de construcción tipo o modelo.
Comenzaremos su descripción con el aparejo situado más al interior de la fábrica, el autentico núcleo del muro, a la sazón compuesto por una suerte de hormigón de grano fino aglomerado con cal hidráulica, perfecto por ello para no degradarse en presencia de agua –la cal hidráulica fragua incluso en medio acuoso-- y constituir por ende la principal barrera levantada por los constructores del muro frente al paso del agua a su través y la nociva pérdida de caudal que ello significa. A continuación, flanqueando por ambos costados el núcleo anterior así como conformando el cuerpo principal de la estructura tenemos un aparejo de hormigón ciclópeo o mampostería hormigonada. De bajo coste por unidad de volumen y oficio de relleno resistente, este material emplea como árido una mampostería arrancada a pico –no rodada—de tamaño más o menos uniforme en los 20-30 cms, mientras que como aglomerante nos encontramos con un mortero de cal ligeramente anaranjado de buena calidad aunque bastante inferior a la cal hidráulica –totalmente blanca-- del aparejo anterior. Por último, haciendo las veces de forros tanto del paramento del trasdós como del intradós del muro de la presa tenemos sendos aparejos de sillarejo/mampostería y sillería respectivamente que pasamos a describir a continuación:
Comenzaremos su descripción con el aparejo situado más al interior de la fábrica, el autentico núcleo del muro, a la sazón compuesto por una suerte de hormigón de grano fino aglomerado con cal hidráulica, perfecto por ello para no degradarse en presencia de agua –la cal hidráulica fragua incluso en medio acuoso-- y constituir por ende la principal barrera levantada por los constructores del muro frente al paso del agua a su través y la nociva pérdida de caudal que ello significa. A continuación, flanqueando por ambos costados el núcleo anterior así como conformando el cuerpo principal de la estructura tenemos un aparejo de hormigón ciclópeo o mampostería hormigonada. De bajo coste por unidad de volumen y oficio de relleno resistente, este material emplea como árido una mampostería arrancada a pico –no rodada—de tamaño más o menos uniforme en los 20-30 cms, mientras que como aglomerante nos encontramos con un mortero de cal ligeramente anaranjado de buena calidad aunque bastante inferior a la cal hidráulica –totalmente blanca-- del aparejo anterior. Por último, haciendo las veces de forros tanto del paramento del trasdós como del intradós del muro de la presa tenemos sendos aparejos de sillarejo/mampostería y sillería respectivamente que pasamos a describir a continuación:
· Trasdós del muro. Se observa un aparejo de mampostería
concertada, en muchos lugares lo suficientemente bien labrada como para
calificarla de sillarejo. Se trata de un revestimiento convencional, sin más
función que la de aislar el relleno interno del ataque de los agentes erosivos
atmosféricos y del terraplén anejo que no tardarían en hacer mella en él.
· Intradós del muro. Consiste en un revestimiento de
sillería de gran tamaño y excelente factura ideado como defensa inamovible
contra los golpes del agua: al igual que en el caso anterior perfectamente
capaces de desgastar en poco tiempo el resistente pero frágil relleno interno
si no se le protegía convenientemente. Colocados en seco –sin argamasa—así como
sin apenas calzos, los enormes bloques de granito que conforman este aparejo
pueden encuadrarse dentro de la mejor tradición del oppus quadratum romano,
muy usado en las construcciones monumentales de la antigüedad.
Trasdós de la presa.
Mampostería y mortero de cal.
Por su parte, adosada a los restos
del trasdós del muro de la presa por su tramo central, entre enormes bloques de
piedra aglomerada, así como erigida más cerca del punto de inflexión
septentrional que del centro de aquél –lo que debió contribuir decisivamente a
su preservación cuando la presa se rompiera—se alzan las ruinas de una torre de
mampostería rectangular y hueca que por su ubicación debió servir de Toma de
Agua. Conocidas estas estructuras por el nombre latino de “Castellum Acquae”
debió haber otra más, la torre de Toma de Fondo, hacia el centro geométrico
de la presa o lo que es lo mismo hacia el punto del embalse con mayor altura de
agua. Casi prolijo es comentar como tal ubicación resultó fatal para esta torre
al quebrantarse los paramentos de la presa precisamente por ahí: la zona más
castigada por el empuje del agua y más proclive por tanto a una ruptura
catastrófica.
Mampostería hormigonada
constitutiva del grueso de la presa.
Concluido de esta manera el examen de los restos físicos de la gran presa romana de la Alcantarilla, parece apropiado ahora considerar algunos aspectos tales como su funcionalidad en época clásica, la fecha aproximada de su construcción, la de su destrucción posterior y las posibles causas de ésta.
Fragmento derruido del núcleo de la presa donde se aprecia claramente el núcleo interno de mortero de cal hidráulica de altísima calidad, responsable directo de la estanqueidad de la presa.
El primer asunto está en la actualidad bastante bien dilucidado, no siendo otro que el abastecimiento de agua a la ciudad de Toledo, antes llamada Toletum. En efecto, el embalse creado por el obstáculo que supone la presa de Alcantarilla al curso del arroyo Guajaraz, a la sazón nacido en las fragosidades de los Montes de Toledo no muchos kilómetros aguas arriba y por ello situado a mayor cota que la capital castellana, debió ser capaz de acumular el suficiente caudal de agua para suministrar, por medio de canales y un puente-acueducto final con el que salvar el cauce del Tajo, el preciado líquido al depósito principal de la ciudad: localizado hace pocos años en la llamada “Cueva de Hércules”, por medio del cual se distribuiría posteriormente el agua a las fuentes de Toledo.
Aparejo del trasdós.
Sillarejo concertado con mortero de cal.
Centrándonos a continuación en la estimación de la fecha de construcción de este monumento, debemos apoyarnos en la lógica que nos proporciona el conocimiento de la historia para aportar una cronología, por lo demás totalmente olvidada en las fuentes de la época. No es difícil, pues, dada la grandiosidad de la presa y la riqueza de algunos de sus materiales de construcción, sin menospreciar los paralelos con otras obras del mismo tipo mejor estudiadas, datarla en la segunda mitad del siglo I de nuestra era –primera mitad del siglo II todo lo más—en el marco de un imperio romano fuerte y rico, señor de la comarca toledana tras su victoria contra los carpetanos y celtíberos un par de siglos atrás así como garante de una pax lo suficientemente estable y duradera como para permitir el engrandecimiento de una ciudad como Toletum hasta el punto de precisar de semejante infraestructura de aprovisionamiento de agua. Una cronología posterior se antoja bastante improbable al acercarse ya peligrosamente a los comienzos de la decadencia romana y su fuerte ruralización en perjuicio del fenómeno urbanístico; en verdad un entorno muy poco propicio tanto desde el punto de vista económico como de la pura necesidad para llevar a cabo tan monumental obra.
Intradós. Sillería formando
el oppus quadratum romano.
Averiguar el motivo de la destrucción
de la presa constituye un ejercicio de raciocinio llamado a ofrecer unos resultados
algo inseguros: susceptibles por ello de variar significativamente a resultas
de una futura excavación arqueológica. En principio, a la luz de la evidencia
proporcionada por los enormes bloques de paramento que se observan aguas abajo
de la presa a distancia suficiente para descartar una simple caída desde el
coronamiento de ésta sin arrastre posterior –es decir, sin participación del
agua—parece lógico achacarle a una riada especialmente violenta la destrucción
de la presa, máxime cuando experiencias recientes apuntan a similares grados de
ruina cuando el agua logra por fin derrotar a su enemiga natural, la presa. La
existencia, por otra parte, al pie de la presa por el lado del intradós de
bloques exhibiendo hacia el embalse su trasdós –de mampostería y sillarejo—debe
achacarse a derrumbamientos posteriores una vez la estructura quedó herida de
muerte, rotos demasiados de sus contrafuertes para aguantar el peso del
terraplén mojado –por la propia riada—a embalse, evidentemente, vacío. En
cuanto a la datación de esa hipotética riada, si bien pudiere ser cualquiera me
inclino a localizarla en algún punto de los siglos V o VI, cuando la
descomposición total del sistema de gobierno romano, larga ya de muchas
décadas, debía haber ocasionado un abandono tal en el por otro lado
imprescindible mantenimiento de la presa de Alcantarilla, así en el terraplén
como en el propio muro, que a la hora de enfrentarse la vieja obra a una
situación crítica no pudo salir victoriosa en aquella lucha, ya centenaria, contra
el líquido elemento.
Castellum acquae (torre acuaria) que fuera
Toma de Agua de la presa.
2 comentarios:
Un placer leer las siempre tan interesantes entradas.
Me alegro mucho de que le parezca interesante este blog. Ése es el objetivo. Seguiré esforzándome para que así sea. ¡Saludos!
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