sábado, 26 de mayo de 2018

Al-Ándalus bereber. La línea fortificada del Tajo en la comarca de la Jara.

La comarca de la Jara, situada a caballo entre las provincias de Toledo y Cáceres, es un claro ejemplo de región poco estudiada amen de desconocida por el gran público, pero que sin embargo posee un patrimonio histórico tan rico como original.

Su principal jalón geográfico es el río Tajo, obstáculo natural que delimita la frontera septentrional de la comarca, habiendo constituido en la práctica un factor determinante en su desarrollo histórico. El resto de sus límites resultan menos evidentes, pudiéndose citar los valles de los ríos Guadarranque y Gualija por el oeste y el sur, la línea entre Toledo y Ciudad Real al sureste y los términos municipales de las localidades toledanas de Malpica y San Martín de Pusa hacia levante. Así mismo se debe destacar la presencia de una larga cadena de sierras erigidas a modo de cierre de la comarca por el sur.

Foto 1.- La dehesa, ecosistema habitual de la comarca de la Jara.

Poco poblada en la actualidad, tampoco lo fue en el pasado. No en vano predomina el paisaje abrupto, salpicado de colinas coronadas de berrocales, sin otra utilidad económica que la práctica de la ganadería, al contrario de lo que sucede en la orilla septentrional del Tajo: abundante en terrenos llanos bien conocidos por su feracidad. El resultado de esta relativa penuria de medios productivos es una población concentrada en pequeños núcleos rurales, no muy numerosos, emplazados en su mayoría al pie de las sierras del sur aprovechando el declinar del relieve al aproximarse la corriente del río.

Foto 2.- Paisaje jareño, con sus pétreas cancheras y verdes prados.
        
El principal asentamiento de la Jara durante la Edad Antigua fue la romana Agustóbriga, mansio que figura como tercera parada en la ruta del Itinerario de Antonino entre Mérida y Zaragoza. A juzgar por las referencias de autores clásicos como Ptolomeo o Plinio así como por la monumentalidad de los restos conservados debió tratarse de una ciudad de cierta importancia a nivel regional. Situada en la orilla izquierda del Tajo, es conocida de antiguo su identificación con la localidad de Talavera la Vieja: desde 1963 bajo las aguas del embalse de Valdecañas junto a los vestigios de su predecesora romana. 

Foto 3.- Llanuras cultivables en las proximidades de la ribera meridional del río Tajo a su paso por la Jara.
         
Los conquistadores islámicos debieron penetrar en la Jara por la calzada romana antes citada. Eclipsado el esplendor de Augustóbriga desde hacía siglos, probablemente encontraron la ciudad abandonada y a los descendientes de sus antiguos habitantes dispersos en una serie de asentamientos de escasa entidad, herederos de villae tardorromanas venidas a menos. Comarca muy poco atractiva, en consecuencia, para los nuevos señores de España, no ocuparía un papel relevante en las luchas que sucedieron a la conquista musulmana, a la postre libradas entre las diferentes facciones que componían el ejército vencedor de Guadalete, incapaces de llegar a un acuerdo a la hora de repartirse el botín conquistado. Finalmente, tanto la Jara como en general todo el occidente de la provincia de Toledo y la mayoría de la de Cáceres serían ocupadas --mediados del siglo VIII-- por tribus bereberes: universales adjudicatarias de las regiones menos favorecidas del finado reino visigodo.

Foto 4.- Una de las múltiples estribaciones pétreas que salpican la comarca de la Jara.

Apenas disponemos de unas escuetas referencias en las fuentes musulmanas relativas al poblamiento bereber en la Jara. En realidad la carestía de datos históricos relacionados con el elemento norteafricano en al-Ándalus constituye un lugar común en los textos islámicos con tendencia a agudizarse a medida que se incrementa la distancia entre la capital del Emirato Omeya, conocido motor de toda la actividad intelectual de la época, y el objeto de la erudición de los cronistas. El motivo de esta falta de interés debe relacionarse con el carácter independiente de los pueblos bereberes, factor éste que unido al lógico resentimiento por la falta de equidad en el reparto de la península les llevaría a mantener una actitud abiertamente hostil frente a la autoridad cordobesa, de corte centralista. La consecuencia de éste ambiente enrarecido fue un largo rosario de rebeliones bereberes, muchas de ellas tan exitosas que llegaron a independizar de facto amplias áreas de la península respecto a Córdoba. No resulta extraño, pues, que la mayoría de las fuentes musulmanas contemporáneas se limiten a narrar las campañas realizadas por los soberanos omeyas contra sus rebeldes súbditos norteafricanos sin entrar en detalles sobre los aspectos culturales, sociales o económicos de unas sociedades tribales tan sediciosas como atrasadas: muy mal consideradas en suma.

Figura 1.-Mapa hidrológico de la Jara con sus puntos fortificados.
          
Según las crónicas andalusíes los bereberes llegados a la Jara eran miembros de las tribus Nafza y Hawwara, de economía ganadero-pastoril. Oriundos del Rif marroquí, tendieron a asentarse en los centros poblacionales existentes, asimilando rápidamente a sus escasos habitantes hispanos. Tampoco faltarían los asentamientos de nueva fundación, a veces en detrimento del núcleo preislámico más cercano según cierta práctica poblacional ampliamente documentada en al-Ándalus durante la Alta Edad Media. Sea como sea ninguno de estos asentamientos superaría la categoría de poblado, dispuesto según el orden caótico propio del urbanismo musulmán tal y como puede apreciarse en los restos de las pueblas que se conservan anejos a las fortalezas.

Foto 5.- Vista general de la alcazaba de la Ciudad de Vascos.
         
El avance cristiano desde sus primitivos reductos cantábricos, culminado con la repoblación de las plazas de Zamora (893) y Simancas (899) en tiempos de Alfonso III, supuso el establecimiento, para la zona que nos ocupa, de una amplia “tierra de nadie” entre el río Duero, límite de los dominios cristianos –Salamanca y Ávila permanecían yermas por aquel entonces—y el río Tajo: límite de los dominios musulmanes al menos en lo referente a comarcas con una población significativa. Elevada de esta manera la Jara a la condición de comarca fronteriza, los textos musulmanes la sitúan en el flanco occidental de la Al-Tagr al-awsat, esto es la frontera o Marca Media erigida como baluarte frente al reino astur-leonés en la zona central de la península, en contraposición a la Marca Inferior, a poniente, y la Superior, a levante.

Foto 6.- El aljibe que suministraba el agua a la alcazaba de la Ciudad de Vascos.
       
La nueva situación estratégica de la comarca unida al endémico estado de agitación de sus habitantes bereberes, viejo ya de muchas décadas, conllevaría un proceso de fortificación similar al documentado en otras zonas de las Marcas fronterizas de al-Ándalus. Ahora ya no se trataba solamente de mantener la región dentro de la obediencia Omeya –con su mayor exponente, el pago de tributos—sino también de impedir el acceso de las huestes cristianas a las ricas comarcas meridionales de al-Ándalus. Para ello, la autoridad cordobesa levantaría en las primeras décadas del siglo X una serie de asentamientos fortificados o husun (singular: hisn) estratégicamente ubicados en los vados principales del Tajo, intercomunicados entre sí por una línea de atalayas siguiendo la corriente del río así como apoyados en la retaguardia por algunos husun más, unos y otras garantes también del control de la población bereber. 

Foto 7.- Portillo abierto en la recia muralla urbana de la Ciudad de Vascos. 
          
A juzgar por la ausencia de referencias en las fuentes medievales alusivas a la entrada de algareadores cristianos en al-Ándalus por medio de la vía de penetración que constituían los vados del cauce medio del Tajo, es posible colegir que el sistema defensivo articulado durante los últimos años del Emirato de Córdoba funcionó razonablemente bien durante el periodo califal. Integrada la comarca de la Jara en el reino taifa de Toledo a partir de 1031, su carácter fronterizo se vería agudizado al delimitar ahora no sólo con los cristianos, sino también con la taifa de Badajoz, enemiga de la toledana. En este contexto, al hilo de los enfrentamientos entre ambos reinos musulmanes, los castillos jareños cambiarían alternativamente de manos hasta la anexión de la taifa toledana por Alfonso VI (1085) en que pasarían a dominio cristiano. 

Foto 8.- La puerta principal del Castillo de Castros.

Despoblados los asentamientos bereberes ante la llegada de las huestes castellano-leonesas, la Jara quedaría desierta en muy poco tiempo. El primer intento de repoblación cristiano, más o menos inmediato, fracasaría décadas después a resultas de la embestida almorávide, permaneciendo la comarca deshabitada durante el resto del siglo XII. De esta época procede, de hecho, el actual nombre de la comarca: Xara, traducible como “lugar desierto”, a la sazón concebido por los almohades a la vista de sus desolados páramos. Alejado finalmente el peligro musulmán tras la victoria de las Navas de Tolosa (1212), se acometería la definitiva repoblación de la Jara. Sin embargo los nuevos colonos ya no se sentirían atraídos por los antiguos emplazamientos bereberes: agrestes y elevados, tan incómodos, pues, como estratégicos, prefiriendo instalarse en las zonas llanas próximas al cauce del río. Comenzaría así un inexorable proceso de decadencia para la línea de fortalezas emirales, inútiles ya al haber desaparecido el motivo que llevó a su construcción, hasta caer en el abandono y su hijo, el olvido. Aún hoy, a pesar del buen estado en que algunas se conservan, son muy poco conocidas; lo que por otra parte no es de extrañar dada su excéntrica ubicación en el interior de dehesas ganaderas, lejos de los pequeños pueblos en los que se concentra la escasa población de la comarca. No obstante su estudio y visita resulta de todo punto recomendable al tratarse del único conjunto de fortalezas rurales musulmanas genuinamente altomedievales que se conserva en la península Ibérica, indispensable por tanto para la comprensión del proceso evolutivo de la fortificación hispánica medieval.

Descripción de la línea fortificada de la Jara.

Comenzando en el extremo oriental de la comarca, debemos recurrir al estudio de las fuentes escritas y la toponimia de la zona para rastrear el trazado de la línea fortificada de la Marca Media ante la ausencia de restos conservados en este tramo del río. 

Foto 9.- Castillo de Castros. Sección transversal de su muralla.
        
En el lugar conocido como “los Castillos”, un alto cerro a escasos kilómetros de la localidad toledana de las Herencias, se alzaba una fortaleza de la que todavía quedaban restos en 1576. Hoy en día sólo la presencia de material cerámico delata la pretérita existencia del baluarte que custodiara el vado del Tajo que a sus pies se encuentra. El siguiente punto fortificado se hallaba en la pequeña península originada por el río Gévalo en su desembocadura en el Tajo. Se trata del castillo de Canturias, probablemente de origen romano –entonces llamado Castellum Císeli--. Cedido en 1080 a Alfonso VI por el reyezuelo toledano al-Qadir en pago de su ayuda contra el rey de Badajoz, Al-Mutawakkil, que le había arrebatado el trono el año anterior, constituiría una auténtica cabeza de puente en el territorio toledano al estar situado en la orilla meridional del Tajo. Conservado en relativo buen estado durante siglos, sus últimos restos se precipitaron al río en 1801 junto a gran parte del cerro en que se asentaba.

Foto 10.- Aljibe del castillo de Castros.

Algunos vestigios del antiguo poblamiento bereber de la comarca pueden ser detectados al alejarnos del río. Es el caso de restos como la torre de Castellanos o el Torreón, ambas en Alcaudete de la Jara y topónimos como Torrecilla de la Jara o Becachón –Ben Cachón—en Las Herencias. En todos los casos se trata de torres erigidas bien por los bereberes para fortificarse en ellas, bien por los soldados cordobeses para controlarlos.

Foto 11.- Recinto interno del Castillo de Espejel.
       
Un nuevo emplazamiento de la línea emiral nos lo proporciona un topónimo tan sugerente como Azután, derivado de Burg al-Sultan: la torre del Sultán. Relacionado con cierto vado del Tajo en el que se documenta un paso de barcas desde muy antiguo, esta fortificación se encontraba sin duda subordinada a la única ciudad de la comarca digna de ese nombre en época musulmana: la llamada Ciudad de Vascos, en el término de Navalmoralejo. 

Foto 12.- La magnífica coracha del castillo de Espejel.
           
Sin lugar a dudas la Ciudad de Vascos es uno de los hitos principales de la arqueología medieval española. Comenzada su excavación hace treinta años, el yacimiento, excelentemente puesto en valor, resulta de enorme interés para el estudioso del poblamiento musulmán en el temprano medioevo. 
           
Según las conclusiones de su excavador, don Ricardo Izquierdo Benito, Vascos estuvo poblado ya en época romana. De hecho no faltan los autores que han identificado erróneamente la urbe musulmana con la latina Augustóbriga. Tras la conquista islámica, gentes de la tribu Nafza se fortificaron en una colina rocosa erigida a gran altura sobre el cauce del río Huso, muy cerca de su desembocadura en el Tajo. Alrededor debió crecer una pequeña puebla, configurando así el típico hisn musulmán, habitual en el mundo rural andalusí.

Foto 13.- Torre de flanqueo y lienzo de muralla del Castillo de Alija.
           
Establecido el Califato de Occidente, su primer califa, el omeya Abd-al Rahman III, pasó los primeros años de su reinado sofocando el fuego de la rebelión que tanto contribuía a socavar las fuerzas del poderoso estado hispanomusulmán. Cuenta el cronista cordobés Ibn Hayyan en su obra Muqtabis que mientras el propio califa se dirigía contra la sediciosa Zaragoza, uno de sus principales servidores, el mawlà Durri, fue enviado a combatir a los rebeldes Nafza (año 937), empezando por su más fuerte bastión, la toledana Talavera. Sometida la zona por las tropas omeyas, resulta verosímil datar en este momento la decisión por parte de Córdoba de garantizarse el futuro control de la berberizada Jara vía la fundación de un asentamiento de entidad urbana, capaz por tanto de albergar una guarnición numerosa así como de centralizar el cobro de los preceptivos impuestos a pagar por los derrotados Nafza.

Foto 14.- Ruinas de la curia de Augustóbriga, localizadas en un otero frente al pantano de Valdecañas, a unos cuantos kilómetros aguas abajo del castillo de Alija.
           
Por razones no bien esclarecidas aún el lugar escogido para la nueva ciudad o madina fue el del hisn antes mencionado, situado a unos 3,5 kilómetros al sureste del vado del Tajo más cercano (el de Azután). Como cualquier otra madina en el mundo musulmán el califa la dotó de los elementos indispensables para su pervivencia física y espiritual. Así, fue levantada una espléndida muralla de sillería rodeando la zona habitable, la cual contenía, entre otros edificios civiles, dos mezquitas: una principal o aljama y otra menor en el sector oriental de la ciudad. Por su parte, dominando el conjunto urbano así como aprovechando la colina donde antaño se irguiera el hisn emiral, se construyó una poderosa alcazaba, en lo sucesivo lugar de residencia de la guarnición Omeya y del gobernador de la ciudad, lo que en la práctica asignaba a la fortificación en cuestión el carácter de centro del poder cordobés en la comarca.

Foto 15.- El río Tajo, brillante a la luz de la mañana a su paso por el paraje dominado por la gran roca de Peñaflor.
La ciudad de Vascos, conocida en las fuentes islámicas como Nafza, perduraría tras la época califal como el principal bastión de la taifa toledana frente a la pacense. Sin embargo no sobreviviría a la conquista cristiana, despoblándose para siempre para mayor fortuna de la moderna arqueología.
            
El siguiente hito en la línea del Tajo, extremeño ya, se localiza a 7 km del vado de Azután, en término de Villar del Pedroso, justo en el lugar donde el arroyo Pizarroso, al desaguar en el Tajo, conforma una suerte de espolón rocoso fácilmente defendible. El lugar se conoce como Castillo de Castros, nombre cristiano que oculta el del hisn musulmán, hoy perdido. Su objetivo estratégico era custodiar un puente de muy antigua cronología, cuyos restos todavía pueden contemplarse al pie del cerro del castillo. Abandonado por sus bereberes tras la caída del reino taifa de Toledo, nunca se repoblaría.

Foto 16.- Ruinas de fortificación en la roca de Peñaflor. Cronología altomedieval musulmán reutilizando materiales procedentes del vicus romano pre-existente.
            
Se trata de una fortaleza rural bien conservada, de medianas dimensiones y planta rectangular flanqueada a intervalos regulares por cubos cuadrados macizos, brevemente proyectados hacia el exterior. La puerta es de tipo simple o de entrada directa, flanqueada por dos cubos cuadrados macizos. Esta clase de defensas, de origen bizantino a su vez basado en las fortificaciones tardorromanas, constituyen a grandes rasgos la morfología fundamental de la arquitectura militar musulmana altomedieval, hallándose bien representadas en todas las fortificaciones de la línea del Tajo. Así mismo merece la pena destacar el aljibe de este castillo, con su bóveda de mampostería muy bien conservada. Por otra parte, se observan en su interior los restos de una atalaya rectangular probablemente anterior al recinto principal de la fortaleza, detalle éste que, una vez comprobada su repetición en otras fortalezas de la comarca, nos pone tras la pista de un fenómeno de refortificación de la línea del Tajo posiblemente en época califal partiendo de estructuras previas de cronología emiral. 

Foto 17.- Muralla del castro prerromano de Valdecañas, reutilizada en época altomedieval, cuando sería conocido como castillo de Boxe.
Superado Castros, el siguiente vado el río fue guarnecido por la fortaleza del Espejel. Situado en el término de Valdelacasa de Tajo, se encuentra a unos 9 Km. de Castros, sin visibilidad directa entre ellos de ahí que haya de suponerse la pretérita existencia de atalayas de enlace entre los dos husun. Erigido en el siglo X, el hisn de Espejel fue abandonado durante la reconquista cristiana, continuando así en 1185 cuando Alfonso VIII cede la fortaleza a la Orden de Santiago matizando en el diploma correspondiente su estado yermo. Fracasados los intentos repobladores castellanos a consecuencia de la derrota de Alarcos –1195--, el lugar no volvería a contar con otros habitantes que la guarnición del castillo musulmán, dedicada a custodiar el paso de barcas señalado por las fuentes en este punto del río. Su estado actual es aceptable, mostrando una planta de formas rectas y cierto arcaísmo morfológico. El suministro de agua se realizaba merced a una imponente coracha muy bien conservada, que constituye sin duda el rasgo más interesante de la fortaleza. 

Foto 18.- Ruinas de la fortaleza islámica de al-Balat.

Nueve Km. más río abajo encontramos los restos del hisn islámico de Alisa en el lugar llamado los Berrocales, junto a la desembocadura del río Gualija en el Tajo, siete Km. al NE de la localidad de Peraleda de San Román. A diferencia de otros asentamientos contemporáneos, Alisa ó Alija es mencionado en la fuentes islámicas. Así, sabemos que el califa Abd al-Rahman III ordenó destituir al caudillo de la plaza, Wakil ibn Sabrun, bereber de la tribu de los Awraba. Este dato nos permite asignar una cierta importancia al asentamiento, nada de extrañar habida cuenta su condición de heredero directo de la romana Augustóbriga según el conocido binomio ciudad antigua-nuevo asentamiento musulmán por el cual los conquistadores a veces preferían fundar un nuevo asentamiento cerca del anterior que quedaba así abandonado y sus competencias transferidas al neonato. Los motivos de este traslado oscilan entre un deliberado propósito de ruptura con el pasado premuslímico, del todo acorde con la mentalidad islámica y la más prosaica elección de un emplazamiento con mejores virtudes defensivas que el romano-visigodo, sin descartar por supuesto ulteriores razones de índole político-estratégico aplicables a cada caso particular.

Foto 19.- Torreón rectangular de flanqueo y muralla aneja pertenecientes a la muralla urbana de la antigua al-Balat andalusí.
A nivel estratégico Alija se encargaba de guardar los puentes del Conde y del Buho, de origen romano y que permitían salvar la corriente del Tajo y del Gualija respectivamente. La importancia de estos puentes en época altomedieval debió ser muy elevada (no en vano daban continuidad a una calzada romana secundaria que partiendo de Agustóbriga conducía a Talavera, la Caesaróbriga latina) toda vez que se erigió una segunda fortificación en la orilla norte del Tajo, al pie de la enorme roca de Peñaflor, término municipal de Berrocalejo, destinada a custodiar al citado puente del Conde. Se trata, pues, del único elemento de la línea del Tajo presente en la orilla norte del río, justo en el lugar donde se hallaban –y se hallan-- las ruinas de un vicus –poblado—romano abandonado: a la sazón oportuno proveedor de materiales de calidad con los que los constructores islámicos erigieron una suerte de atalaya rodeada de un recinto perimetral muy degradado en la actualidad si bien todavía perceptible.

Foto 20.- La Canchera de la Atalaya.
           
Repoblada con éxito por los cristianos a diferencia de la gran mayoría de los asentamientos bereberes, Alija permanecería como el núcleo más importante de la Jara durante el resto de la Edad Media, de ahí el hidrónimo Gualija y aún el nombre de Alijar con el que a veces se llamaba a la Jara antiguamente. Finalmente sus moradores abandonarían hacia 1480 el incómodo emplazamiento entre peñas, descendiendo a la inmediata vega del Tajo y asentándose en el solar de la antigua Augustóbriga, a la vista de cuyos restos decidieron poner el nombre de Talavera la Vieja a la nueva puebla.

Foto 21.- Puerta fortificada del Castillo del Marco, con su precioso arco de herradura perfectamente conservado.
           
La fortaleza de Alisa es el último jalón en la línea del Tajo a su paso por la Marca Media andalusí. Más hacia el oeste entramos en los territorios de la al-Tagr al Garbi o Marca Inferior, donde podemos encontrar nuevos guardianes del río tales como el castillo de Boxe, en el término de Almaraz, localizado en el solar de un antiguo castro prerromano cuyas estructuras defensivas debió reaprovechar, la ciudad de Al-Balat --la Madinat al-Balat de los textos árabes-- en Romangordo y los castillos de Miravete y Monfragüe: levantados sobre sendas cumbres rocosas en lo más alto de las sierras que conforman el parque natural de Monfragüe. Todos estos lugares quedan ya fuera de la comarca de la Jara. 

Foto 22.- Atalaya circular localizada en el interior del castillo del Marco, cuya cronología es, probablemente, anterior a la de éste.
          
Por su parte se debe destacar la presencia de una serie de fortificaciones jareñas alejadas del río si bien idénticas morfológicamente a las de la línea del Tajo; lo que nos permite conjeturar su carácter de centros del poder bereber/Omeya en la comarca. Topónimos como la Canchera de la Atalaya, en Berrocalejo, o el Castillejo en Valdelacasa nos informan de su existencia, destacándose en cualquier caso, por su buen estado de conservación, el castillo del Marco en el término de Carrascalejo; única de entre todas las fortificaciones jareñas altomedievales que cuenta con una torre de geometría circular, de ahí que haya sido calificada como atalaya previa a la construcción del castillo en sí.

No hay comentarios: