Continuamos con nuestro recorrido por las cecas monetales operativas a la muerte de Constantino el Grande en los territorios de la Prefectura de Oriente. En esta entrada vamos a conocer las cecas de Cízico, Antioquía y Alejandría.
Cízico. Las escasas ruinas de la otrora grandiosa capital de Misia se encuentran a pocos kilómetros de la localidad turca de Erdek, al norte del país, semiocultas por el espeso olivar que puebla la zona. El lugar exacto es conocido como Bal Kiz, la antigua Kiz, procediendo la palabra Kiz de Kyzikos, el nombre griego de la ciudad.
Fundada a mediados del siglo VII a.C. por griegos jonios procedentes de Mileto, Cízico se posiciona como la principal ciudad comercial del oeste de Asia Menor a raíz de la derrota ateniense en la guerra del Peloponeso (404 a.C.) y el vacío en el control de las rutas económicas que ésta dejara. Su excelente posición estratégica en mitad del mar de Mármara unida a una más que sólida posición defensiva al amparo del estrecho istmo de la península del Arctoneso garantizaría durante siglos a Cízico la condición de emporio mercantil de primer orden. Tal era, ciertamente, la riqueza, tamaño y dinamismo de la ciudad que en el cénit de su esplendor, durante los dos primeros siglos de la era Cristiana, fue considerada una de las ocho ciudades más importantes del Imperio romano.
Foto 1.- Ruinas del podio del templo de Adriano.
Su decadencia da comienzo en el periodo bajo imperial romano, acentuándose a finales del siglo VII cuando es saqueada y temporalmente ocupada por un ejército de invasores árabes. Posteriores terremotos terminaron de abatir las pocas estructuras que quedaron funcionales tras la marcha de los musulmanes. Acongojados por tamaños infortunios, los cizicenos se fueron marchando, dejando enormes áreas urbanas deshabitadas, repletas de ruinas tan magníficas como inútiles. A principios del siglo XIII sus últimos moradores fueron trasladados a Artake, el actual Erdek. Nunca más volvería a ser habitado Cízico; de hecho sus mármoles y demás piedras finamente labradas sirvieron de cantera de ocasión durante siglos, siendo éste el motivo de la escasa relevancia de los vestigios actuales, entre los que podemos destacar las ruinas del templo de Adriano (foto 1) y las del anfiteatro romano (foto 2).
Foto 2.- Gran paredón romano, el principal de los restos supervivientes del anfiteatro ciziceno. Corresponde a la estructura de la puerta principal del anfiteatro.
La historia numismática de Cízico daría por sí sola para escribir un grueso volumen. Tal fue, en verdad, la enorme magnitud de las acuñaciones emitidas por la ciudad a lo largo de los siglos; cosa lógica por otra parte considerando la gran importancia comercial que caracterizara a esta ciudad. Nosotros vamos a centrarnos en el periodo bajoimperial, comenzando desde el momento en que Diocleciano elige a la muy veterana ceca cizicena como suministradora del nuevo numerario post-reforma a la extensa diócesis de Asia. La ceca microasiática se concentrará tradicionalmente en la emisión de monedas de bronce con o sin liga de plata (muy baja en cualquier caso), acuñando muy poca moneda de oro y plata. El estilo de sus monedas es sólo moderadamente oriental, pudiéndosele enlazar más con el de las cecas balcánicas que con el de las demás cecas asiáticas. Quizás su característica más distintiva sea un marcado hieratismo en bustos y figuras. Del 294 a l 312 la ceca opera con seis oficinas en paralelo, incrementadas a nueve en el año 312 (reinado de Maximino II Daya). En el 321 Licinio I ordena una gran reducción a 4 oficinas. De hecho se nota que las monedas de Cízico acuñadas durante los últimos años del reinado de Licinio I (321-324) son más escasas que las de cronología inmediatamente anterior. Constantino I incrementará a seis el número de oficinas, permaneciendo esta cifra estable hasta el 363 en que se reducen a la mitad (3). Un taller más es añadido a la ceca cizicena durante el reinado de Valente (364-378), manteniéndose operativas las cuatro oficinas hasta el 395 en que se reducen a dos. La ceca de Cízico acuñará en una sola oficina desde el reinado de Marciano (450-457) hasta el 629, época bizantina temprana, cuando la gran catástrofe de las invasión persa de Asia Menor disloca gravemente los flujos comerciales bizantinos, provocando el brusco cierre de todas las cecas bizantinas en Asia, incluida ésta de Cízico, cuya clausura sería a la postre definitiva.
Las fotos siguientes (3, 4, 5, 6 y 7) corresponden a monedas acuñadas en la ceca de Cízico durante el periodo 297 – 363.
Foto 3.- Follis acuñado a nombre del césar Galerio en la primera oficina de Cízico durante el trienio 297-299. Bronce con ligera liga de plata. Destaca la leyenda de reverso GENIO AVGG ET CAESARVM NN, traducible como “El Genio de Nuestros Augustos y Césares”. Esta leyenda de reverso sólo aparece en los follis de la ceca de Cízico estando reservada a los césares Galerio y Constancio. Los augustos llevan el habitual GENIO POPVLI ROMANI.
Foto 4.- Follis acuñado a nombre del augusto Galerio en la segunda oficina de Cízico durante el bienio 309-310. Destaca la poco usual marca de ceca MKY (parece una V y así se suele clasificar pero es realmente una Y), iniciales de la leyenda MONETA KYZIKOS (Moneda de Cízico). La marca de oficina, una B, se encuentra en la parte izquierda del campo de reverso. La leyenda de reverso GENIO IMPERATORIS es propia de las acuñaciones de la segunda tetrarquía.
Foto 5.- Follis acuñado en al año 311 a nombre de Constantino I, augusto de occidente, en la quinta oficina de Cízico, estando ésta bajo dominio de Licinio I. Resulta muy llamativo el busto de Constantino, totalmente distinto a la tipología del mismo que posteriormente se impondría una vez se hiciera aquél con el poder absoluto. Se trata, en efecto, de un busto impersonal, típicamente tetrárquico, que no pretende representar a una persona concreta sino recalcar la magnificencia del poder imperial.
Foto 6.- Centenonial (AE3) acuñado a nombre de Constantino I en la segunda oficina de Cízico durante el bienio 325-326. Bronce con ligera liga de plata. Ejemplar de alta calidad donde se aprecia bien el estilo de la ceca de Cízico.
Foto 7.- Doble Maiorina (AE1) acuñada a nombre de Juliano el Apóstata en la segunda oficina de Cízico durante el trienio 361-363. Magnífico ejemplar donde destaca el busto del emperador, muy oriental en este caso, con una acusada falta de realismo, y la nada ambigua marca de ceca CYZB, propia del periodo.
Antioquía. La que fuera gran metrópolis de Siria, capital de la diócesis de Oriente, fue fundada a finales del siglo IV a.C. por Seleuco I, el primer monarca seleúcida. La nueva ciudad nació con buena estrella ya que la intención de su fundador era emplearla como capital de su enorme imperio. Esto explica el cuidado que se tuvo en trazar sus calles, perfectamente ceñidas a las exigencias del sistema hipodámico griego, así como la monumentalidad con que fueron levantadas sus dos arterias principales y su ágora, cumplidamente provistas de espléndidas stoas porticadas.
Desde luego se puedo afirmar que Seleuco I acertó plenamente al escoger el lugar donde levantar su nueva capital. En efecto, en Antioquía se cruzaban las rutas procedentes del interior de Asia con las que de sur a norte recorrían el levante mediterráneo. Así mismo, las mercancías producidas en Asia Menor también acababan pasando por Antioquía antes de proseguir hacia el sur o hacia el este camino de la exportación. El resultado era un emplazamiento prácticamente óptimo para el desarrollo del comercio, lo que no tardaría en proporcionar grandes riquezas a la ciudad que sirvieron para financiar la construcción de espléndidos edificios. Como además Antioquía contaba con buenas defensas naturales –el monte Silpio guardando su lado norte, el río Orontes defendiendo de cerca el resto de flancos— y artificiales –una sólida muralla—no debe extrañarnos que mucha gente de la región decidiera asentarse en ella y prosperar al socaire de la seguridad y las oportunidades de medro que ofrecía.
Antioquía conocerá su cénit como ciudad en los dos primeros siglos de nuestra Era, cuando llega a albergar una población de medio millón de personas, lo que la convertía en la tercera ciudad del Imperio sólo por detrás de Roma y Alejandría. Tal debía de ser la magnificencia de sus monumentos y la suntuosidad de sus residencias que era conocida como la “Dorada Antioquía” y la “Reina de Oriente”.
La decadencia del Bajo Imperio romano afectó a Antioquía en menor grado que a otras ciudades, conservando la majestuosa urbe su enorme importancia comercial y estratégica, ésta última relacionada con su papel de principal baluarte romano en el área frente al imperio Sasánida. En el siglo VI, época bizantina temprana, contaba todavía con 200.000 habitantes –una cifra elevadísima para la época--, siendo la principal ciudad del Imperio bizantino después de Constantinopla. Sin embargo el final de los buenos tiempos estaba a punto de llamar a sus puertas… así, en 540 Antioquía es tomada por el monarca persa Cosroes I, saqueada a placer y sus habitantes llevados a Persia como cautivos. Aunque aquélla no era la primera vez que los persas lograban vencer las defensas de Antioquía, sí que fue mucho más traumática que las anteriores debido a que el rey sasánida dejó la ciudad totalmente abatida y despoblada y también al hecho de que el Imperio bizantino carecía de los recursos que antaño poseyera el Imperio romano a la hora de devolver la vida a los lugares castigados por el enemigo. Finalmente, la conquista árabe del 636 sería la encargada de dar por terminada la existencia de Antioquía como gran metrópoli comercial. En lo sucesivo y durante la mayor parte de la Edad Media la ciudad retendría parte de su importancia como plaza fuerte sólida y de alto valor estratégico pero nunca más volvería a ser el gran emporio del Oriente. Con el tiempo, de hecho, las rutas mercantiles se desviarían hacia el este, tierra adentro, terminando de rematar el escaso pulso comercial que aún pudiera retener la otrora maravillosa Antioquía. En la actualidad son pocos los vestigios de la Antioquía clásica que se pueden observar en su heredera, la ciudad turca de Antakya. Las ruinas de algunos tramos de muralla encaramados en las laderas del monte Silpio y poco más.
El devenir numismático de Antioquía comienza al poco de su fundación, cuando las primeras monedas a nombre de Seleuco I son acuñadas en su recién instalada ceca. Durante varios siglos y sin apenas interrupciones Antioquía acuñó un sinfín de emisiones monetales en oro, plata y bronce. No podía ser de otra manera habida cuenta de que se trataba de una de las principales ciudades comerciales del mundo conocido. No le faltaba, pues, experiencia a la institución, lo que sin duda justifica la decisión de Diocleciano de adjudicarle la producción del nuevo numerario reformado que habría de utilizarse para dinamizar el comercio en la diócesis de Oriente. Las monedas acuñadas en Antioquía durante el Bajo Imperio se caracterizan por su gran calidad artística y buena factura. Estas virtudes, unidas al marcado aire oriental que presentan, poco realista y con tendencia al esquematismo, dan lugar a unas acuñaciones francamente vistosas tanto por bonitas como por curiosas. No resulta sorprendente, pues, que sean bastante deseadas por los coleccionistas.
La producción de la ceca de Antioquía fue muy elevada durante la primera y segunda tetrarquías. Comienza en 294 con ocho oficinas, incrementadas a diez en 299 y a once en 312. Y es que la misión de la ceca no se quedaba en aprovisionar a la diócesis sino que además debía proporcionar las monedas con las que pagar a las legiones estacionadas en la frontera con el Imperio persa, de ahí la necesidad de elevados volúmenes de acuñación. Durante el reinado en solitario de Maximino II Daya (311-313) la ceca de Antioquía alcanza su máximo número de oficinas: quince, cifra reducida a ocho en el 321, reinando Licinio I en oriente. Constantino I añadirá dos talleres adicionales en 326. Su hijo Constancio II, muy necesitado de numerario con el que afrontar sus compromisos en el este, llevará de nuevo a la ceca a su máximo número de talleres: quince, cifra que se mantendrá hasta el 362, reinado de Juliano el Apóstata, cuando se ve reducida a solamente cuatro. Bajo Valente volverá a operar con diez talleres, que se verán reducidos a seis en los últimos meses del 378, durante el interregno tutelado por el emperador occidental Graciano. Teodosio I (379-395) elimina otros dos talleres monetales, quedando cuatro activos hasta el reinado de Teodosio II en que son reducidos primero a tres y luego a solamente uno. La ceca conoce su primer cierre en el reinado de Zenón (479-491), volviendo a acuñar algún tiempo después, ya en época bizantina temprana, hasta su clausura definitiva en las primeras décadas del siglo VII.
Los ejemplares de las fotos 8, 9, 10 y 11 nos servirán para ilustrar la producción numismática de la ceca de Antioquía durante el periodo 293 - 326.
Foto 8.- Antoniniano acuñado a nombre del césar Galerio Maximiano entre los meses de marzo y agosto del 293. Bronce con ligera liga de plata. Los antoninianos (no confundir con los radiados post-reforma) de Galerio y de Constancio Cloro son bastante escasos toda vez que fueron acuñados en el breve periodo transrurrido entre su entronamiento como césares (1 de marzo del 293) y la implantación de la reforma monetaria de Diocleciano (verano del 293), por la que fue eliminado el antoniniano del sistema monetario imperial al igual que el resto de las denominaciones tradicionales (denario, sestercio, as, etc).
Foto 9.- Follis a nombre de Maximiano Hércules acuñado en la ceca siria de Antioquía entre 294 y 297 con el plateado original bien conservado. Acuñación de gran calidad como puede verse en la fotografía que explica perfectamente la pasión que suelen generar entre los coleccionistas esta clase de monedas.
Foto 10.- Follis acuñado en 312 a nombre del augusto oriental Maximino II Daya. Bronce. El reverso GENIO AVGVSTI hace referencia al espíritu –genio—que presuntamente protegía al emperador.
Foto 11.- Centenonial (AE3) acuñado a nombre de Constantino I en la segunda oficina de Cízico durante el bienio 325-326. Bronce con ligera liga de plata. Ejemplar de alta calidad donde se aprecia muy bien el curioso estilo de la ceca de Antioquía.
Alejandría. La gran metrópolis egipcia continúa siendo, hoy como ayer, uno de los puertos más populosos y con más tráfico mercantil de todo el Mediterráneo. Aunque son muy pocos los restos conservados de sus un día monumentales edificios, sí que podemos contemplar multitud de piezas menores tales como estatuas e inscripciones: lo suficientemente bien conservadas como para hacernos una idea del alto nivel de esplendor alcanzado por la ciudad que fundara Alejandro Magno en el 331 a.C. aprovechando un magnífico puerto natural localizado en el tercio occidental del delta del Nilo.
Al igual que tantas otras ciudades de importancia capital en la historia del Mediterráneo, Alejandría basó su legendaria prosperidad en la práctica del comercio. No en vano, se trataba del principal puerto de salida del grano cosechado en el feracísimo Egipto. La riqueza acumulada fue empleada tanto en la construcción de grandes edificios –es el caso paradigmático del famoso Faro, una de las ocho maravillas de la Antigüedad— como en la creación de instituciones dedicadas al cultivo de las ciencias y las letras. De época ptolemaica datan, en efecto, la fundación de la Biblioteca y el Museo alejandrinos: de lejos el principal centro de cultivo del saber humano en todo el hemisferio occidental.
El devenir histórico de Alejandría durante el periodo imperial romano no sería fácil a pesar de su innegable prosperidad. La inmensa importancia estratégica de Egipto, considerado el granero del Mediterráneo, persuadió a los líderes romanos de la conveniencia de mantenerlo lo más aislado posible del resto del Imperio, a fin de que le afectaran menos los vaivenes de la política imperial. Esto se tradujo, por ejemplo, en un sistema monetario distinto o en la prohibición a los miembros del senado de viajar al país del Nilo. Semejante aislamiento no podía ser del agrado de los egipcios, ocasionando agrios roces con las autoridades imperiales a los cuales éstas solían responder con ejemplar dureza. Fue así como primero en el 215, reinando Caracalla, luego en el 253, más tarde en el 273 y una vez más en el 297 las legiones romanas avanzaron sobre Alejandría, causando graves daños en personas y edificios.
Durante el Bajo Imperio y el periodo bizantino temprano la ciudad continuó manteniendo su estatus y riqueza dentro del mundo romano, enviando a Constantinopla los inmensos cargamentos de trigo que antaño se remitirán a Roma. No faltaron en cualquier caso los problemas, sobre todo los relacionados con los disturbios ocasionados por las disputas religiosas entre la autoridad imperial, empeñada en imponer el trinitarismo niceno como única modalidad permitida del cristianismo, y los contumaces alejandrinos, decididos a no abjurar de la fe monofisita que practicaban.
En el año 641 Alejandría sería conquistada por primera vez por los árabes. Aunque la ciudad reaccionó expulsando al invasor, volvió a ser conquistada por éste catorce meses después. Constantinopla reacciona en el 645 enviando por vía marítima un ejército que si bien logra recuperar la ciudad, fracasa en la reconquista de Egipto. Encerrada entre las murallas de la ciudad, bloqueado su puerto, exhausta toda esperanza de recibir ayuda de la exhausta Constantinopla, la guarnición bizantino capitula ante los árabes en el 646. Ésta vez el invasor musulmán no se conformaría con ocupar la ciudad sino que se preocuparon de abatirla a fin de que nunca más pudiera servir de cabeza de puente a un hipotético ejército bizantino. La destrucción fue tan grande que la faz de Alejandría cambió para siempre, finiquitando así el periodo clásico de su historia para dar paso a la Alejandría medieval, de carácter netamente arabo-islámico.
Las primeras acuñaciones numismáticas de Alejandría datan de la época de su fundación. Durante trescientos años la ceca de la ciudad emitirá serie tras serie a nombre de los diferentes monarcas de la dinastía ptolemaica (lágida) siguiendo el sistema trimetálico griego con las habituales denominaciones de su sistema metrológico: dracma, tetradracma, óbolo, etc. Las acuñaciones prosiguen en época romana conservando el sistema metrológico griego, si bien con unas denominaciones argénteas cada vez más pobres en contenido de plata hasta el punto de que los tetradracmas más tardíos apenas incluían nada de metal precioso en su composición. Finalmente Diocleciano termina con esta anómala situación, incorporando Egipto al sistema monetario imperial, en este caso el recientemente reformado por él. Como es natural, la veterana ceca de Alejandría será la escogida para batir el nuevo numerario de la diócesis de Egipto.
Peculiar es la palabra que mejor define el estilo de la ceca de Alejandría durante el periodo bajoimperial. Sus monedas, la inmensa mayoría bronces, son, sin duda, las más fáciles de reconocer de entre toda la amplia nómina de cecas dioclecianeas. El arte es bonito, razonablemente bien cuidado, con evidente sabor oriental aunque con un regusto bastante distinto al de las cecas asiáticas. Algunos tipos de reverso son exclusivos de esta ceca, lo que incrementa su atractivo de cara al coleccionista. Durante la primera tetrarquía la ceca Alejandría dispone de cuatro talleres operativos que se irán incrementando hasta un máximo de ocho en el periodo 312-315. Sin embargo en esta última fecha la ceca verá recortadas sus oficinas a solamente dos, número que se mantendrá hasta el 335 en que vuelve a subir a cuatro, bajando a tres en el 363 con ocasión de la reforma monetaria de Juliano el Apóstata. El emperador Valente vuelve a añadir un taller más a la ceca alejandrina. Los cuatro talleres continuarán acuñando hasta el reinado de Arcadio (383-408) en que son reducidos a la mitad. Un primer cierre de la ceca data de finales del reinado del emperador León I, esto es en el 473-474. Abierta de nuevo en el año 525, reinando Justiniano I en Constantinopla, sus acuñaciones proseguirían hasta la clausura definitiva en el 646, fecha de la tercera y última captura de Alejandría por los árabes. Las monedas de las fotos 12, 13, 14, 15 y 16 fueron acuñadas en Alejandría entre los años
Foto 12.- Follis a nombre del césar Galerio Maximiano acuñado en la primera oficina de Alejandría en el año 295, perteneciendo por tanto una de las primeras emisiones imperiales de esta ceca. Obsérvese el peculiar estilo del busto de anverso, inconfundiblemente alejandrino.
Foto 13.- Follis a nombre de Diocleciano acuñado en la segunda oficina de Alejandría durante el bienio 304-305. Bronce con ligera liga de plata. El reverso IOVI CONS CAES, abreviatura de IOVI CONSERVATORI CAESARVM (Júpiter, el Protector de los Césares), es exclusivo del primer periodo tetrárquico de la ceca de Alejandría.
Foto 14.- Follis a nombre del césar Constancio Cloro acuñado en la segunda oficina de Alejandría durante el bienio 304-305. Bronce con ligera liga de plata. El reverso HERCVLI VICTORI, Hércules Victorioso, también es exclusivo de la ceca de Alejandría.
Foto 15.- Follis acuñado en al bienio 316-317 a nombre de Constantino I, augusto de occidente, en la primera oficina de Alejandría, estando la ciudad dominio de Licinio I. Busto de Constantino I de tipo alejandrino, muy alejado del aspecto real de este emperador.
Foto 16.- Centenonial (AE3) acuñado a nombre de Constantino I en la segunda oficina de Alejandría durante el bienio 325-326. Bronce. El contundente a la par que harto particular busto del emperador describe mejor que muchas palabras las peculiares características del arte monetal alejandrino.
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