El que fuera durante siglos llamado monte Argeo, hoy conocido como monte Erciyes, se encuentra en el interior de la Capadocia turca, siendo una de las montañas más altas de toda la extensa Anatolia con una altitud de 3917 metros. De morfología típicamente volcánica, su extinción no puede considerarse segura habida cuenta la temprana fecha, en términos geológicos se entiende, en que se registra su última erupción (año 253 a.C.).
El Monte Erciyes, ayer monte Argeo, con sus dos picos: el Erciyes Mayor y el Erciyes menor.
Serían los belicosos hititas, allá por los siglos centrales del segundo milenio antes de Cristo, los primeros en nombrar al volcán en sus textos cuneiformes con el hermoso nombre de Harkasos, la montaña blanca, nombre a todas luces inspirado en las perpetuas nieves que coronan su elevada cumbre. Según la mitología hitita, en Harkasos moraba el dios Erciyes, a la sazón una suerte de personificación de la montaña en la línea de otras deidades hititas de origen natural. A juzgar por las representaciones esculpidas en la roca por este pueblo, el dios Erciyes era uno de los más importantes de su panteón, razón por la que recibía una especial veneración. De hecho, la existencia de un túnel artificial localizado no lejos de la cima del volcán así como de factura muy temprana ha sido asociada con el culto hitita al dios Erciyes y su montaña sagrada.
Los dioses Hititas, entre los que se encuentra Erciyes, desfilando en este antiquísimo relieve tallado en la dura roca de la Capadocia.
Desaparecido el imperio Hitita, no se perdería sin embargo el culto a la montaña Blanca. En efecto, podemos reconocer la hitita Harkasos en la poderosa montaña Argaisos, la montaña de Argos, donde según la mitología griega, la diosa Rea, tras huir de Creta y al objeto de apartarlo de su padre, el voraz Saturno, escondiera al joven Zeus, dejando su educación al cargo de las ninfas Adrastea e Idra. Esta relación con Zeus superpuesta a la ya milenaria vocación por Erciyes, perduraría durante el largo dominio romano, pasando a ser conocida la montaña tanto por el nombre latino, derivado del helénico, Mons Argaeus (monte Argeo) como por el de Montaña de Júpiter en honor a la máxima deidad del panteón romano, identificable con el Zeus griego. Semejante distinción propagaría la fama de la montaña a lo largo y ancho del orbe romano, motivo por el cual es citada por los escritores contemporáneos entre los cuales podemos destacar al sabio griego Estrabón quien comentara, en su célebre Geografica, como desde la cima de la montaña era posible avistar en días claros tanto el mar Mediterráneo como el mar Negro.
Inscripción hitita de Tekirderbent. Aunque muy deteriorado y por ende casi ilegible, se puede distinguir en él la expresión "divino monte Harkasos" hasta en tres ocasiones.
El asentamiento de entidad más cercano al monte Argeo era una ciudad de nombre Mazaka, localizada 25 kilómetros al nordeste de aquél así como estratégicamente apostada al pie de la antiquísima vía terrestre que, procedente de las costas del Egeo, se internaba hacia el sureste camino de Siria y, más allá, de la fértil Mesopotamia regada por el Eufrates y el Tigris. Dicho nombre se cree que procede de Mosoch: héroe semi-mítico que diera origen al pueblo capadocio y que figura en la Biblia como uno de los nueve hijos de Sem.
Cuenta Estrabón que en el reinado del monarca capadocio (de tradición helenística) Ariarathes IV Eusebes Filopátor (220 – 163 a.C) la ciudad de Mazaka fue renombrada Eusebeia: vocablo griego de complejo significado pero en todo caso relacionado con la práctica de obras pías, sacrificios y otros actos gratos a los dioses, todo lo cual encaja perfectamente con la situación de la ciudad a muy poca distancia de un lugar sagrado de primer orden como el monte Argeo. Elevada a la condición de capital del reino de la Capadocia, la ciudad acuñaría abundante numerario a nombre de los distintos miembros de la dinastia Artáxida, fundamentalmente plata (Dracma y su múltiplo el Tetradracma) aunque también algo de bronce de mediocre factura. En las siguientes fotografías podemos admirar algunos bonitos ejemplares de monedas de ésta época, acuñados siguiendo los conceptos iconográficos propios de las monedas seleúcidas anteriores y contemporáneas.
Tetradracma acuñado en Eusebeia a nombre de Ariarathes IV (220 - 163 a.C.)
Dracma acuñado a nombre de Ariarathes VII (116 - 101 a.C.)
Dracma a nombre de Ariarathes IX (101 - 88 a.C.)
Durante la dinastía Artáxida, Eusebeia conocería un primer periodo de esplendor llamado a terminar en el año 88 a.C. con la derrota del imperio Seleucida a manos del rey del Ponto Tigranes II el Grande y la posterior incorporación de la Capadocia al reino del Ponto a modo de estado vasallo. No contento con ello, Triganes ordenó el traslado de los habitantes de Eusebeia a su flamante capital, la recién fundada Triganocerta (Տիգրանակեր տ en alfabeto y lengua armenios), con lo que la ciudad del monte Argeo quedó desierta y sus edificios en poco tiempo saqueados y devastados. Los desconsolados capadocios habrían de esperar a la derrota final de Triganes, primero a manos del cónsul romano Lucio Licinio Lúculo –batalla de Triganocerta—y luego, esta vez definitiva, frente Cneo Pompeyo el Grande (año 66 a.C.) para poder retornar a su tierra y reconstruir Eusebeia.
Tetradracma acuñado en Triganocerta a nombre de Triganes II, rey de Armenia.
Es en este nuevo periodo de florecimiento de Eusebia, nuevamente capital de un restaurado reino capadocio, cuando se reanudan en ella las acuñaciones monetales. Nuevamente se incide en la acuñación prioritaria de Dracmas de plata a nombre de los sucesivos monarcas capadocios, siguiendo tipos similares a los de sus predecesores de época Artáxida si bien luciendo un arte significativamente más pobre y degradado. Veamos algunos ejemplos de estas monedas:
Dracma acuñado a nombre de Ariobarzanes II (63 - 54 a.C.)
Dracma acuñado a nombre de Ariobarzanes III (54 - 52 a.C.)
La lista de reyes capadocios finalizará en la persona de Arquelao Ktistes (también conocido como Arquelao Filopátor) quien reinara entre los años 36 a.C. y 17 d.C. Entronado por el triunviro de oriente, Marco Antonio, un desleal Arquelao lo abandonará en vísperas de la crucial batalla de Actium, defección ésta que el triunfante Octaviano le agradecerá añadiendo a su reino las regiones de Cilicia y Pequeña Armenia. Sin embargo, las continuas quejas de sus súbditos, profundamente descontentos con su gobierno, unidas a la ambición siempre insaciable de Roma llevaron a su destitución en tiempos del emperador Tiberio, muriendo finalmente en una prisión romana. Carente de sucesor al trono y sin ganas de buscarlo por parte del desilusionado pueblo, el reino de Capadocia se convertiría a partir de ese momento en provincia romana.
Las acuñaciones de Arquelao Ktistes resultan especialmente interesantes dentro del numerario de Eusebeia por ser las primeras en las que aparece un motivo iconográfico que ya no abandonaría nunca sus emisiones. Se trata del sagrado Monte Argeo, el cual podemos observar por primera vez en las siguientes monedas:
Como se puede comprobar se trata de monedas de un arte más bien pobre, con leyenda de ceca EUSEBEIAS (EUSEBEIAS), personajes del panteón griego en el anverso y, lo más importante, una representación esquemática del monte Argeo en el reverso, monograma éste que con más o menos variaciones y/o mejor o peor estilo, se repetirá en todas las monedas capadocias con este motivo de reverso independientemente del momento de su acuñación.
La ciudad de Eusebeia sería renombrada (o al menos cognominada) como Caesarea, nombre que ostentaría durante bastantes siglos y del cual el nombre turco actual de Kayseri proviene, bien en época de Tiberio, bien en la de Claudio. Aunque la mayoría de los estudiosos se inclinan por la primera opción basándose en que fue Tiberio el que incluyera a Capadocia entre la nómina de provincias romanas, lo cierto es que las primeras monedas en la que aparece el nuevo nombre de la ciudad son ya del reinado de Claudio (concretamente figuran o bien ambos nombres EUSEBEIAS KAISAREIAS --EUSEBIAS KAESAREIAS—o bien sólo el latino), lo que pudiera darle mayor verosimilitud a la segunda opción. En la siguiente fotografía podemos ver un ejemplar de bronce a nombre de Claudio en cuyo reverso figura en solitario el nuevo nombre de la ciudad. Merece la pena añadir que en las monedas a nombre de Tiberio no aparece en ningún momento el nombre de la ciudad, lo mismo el helénico que el latino.
Como se puede comprobar se trata de monedas de un arte más bien pobre, con leyenda de ceca EUSEBEIAS (EUSEBEIAS), personajes del panteón griego en el anverso y, lo más importante, una representación esquemática del monte Argeo en el reverso, monograma éste que con más o menos variaciones y/o mejor o peor estilo, se repetirá en todas las monedas capadocias con este motivo de reverso independientemente del momento de su acuñación.
La ciudad de Eusebeia sería renombrada (o al menos cognominada) como Caesarea, nombre que ostentaría durante bastantes siglos y del cual el nombre turco actual de Kayseri proviene, bien en época de Tiberio, bien en la de Claudio. Aunque la mayoría de los estudiosos se inclinan por la primera opción basándose en que fue Tiberio el que incluyera a Capadocia entre la nómina de provincias romanas, lo cierto es que las primeras monedas en la que aparece el nuevo nombre de la ciudad son ya del reinado de Claudio (concretamente figuran o bien ambos nombres EUSEBEIAS KAISAREIAS --EUSEBIAS KAESAREIAS—o bien sólo el latino), lo que pudiera darle mayor verosimilitud a la segunda opción. En la siguiente fotografía podemos ver un ejemplar de bronce a nombre de Claudio en cuyo reverso figura en solitario el nuevo nombre de la ciudad. Merece la pena añadir que en las monedas a nombre de Tiberio no aparece en ningún momento el nombre de la ciudad, lo mismo el helénico que el latino.
Al igual que el resto de la península de Anatolia, Caesarea conocería una tan temprana (en comparación con otras partes del Imperio) como intensa cristianización que, se supone, arrinconaría hasta hacer desaparecer para siempre el ancestral culto a Erciyes y Zeus-Júpiter en algún momento de la primera mitad del siglo IV. Desde luego para el reinado de Juliano el Apóstata (361-363) la mudanza de religión ya estaba más que concluida toda vez que el emperador neo-pagano encontró una fortísima resistencia por parte de los habitantes de la ciudad, cristianos en su totalidad, a reinstaurar el culto a los antiguos dioses. Según el escritor del siglo V Sozomeno, autor de la Historia Ecclesiastica, los habitantes de Caesarea de Capadocia presumían de haber demolido mucho tiempo atrás los templos dedicados a Zeus Poliouchos y Apollos Patroos con los que contara la ciudad, provocando con su total refractariedad a la reintroducción del paganismo la furia del emperador Juliano que no dudó en borrar el nombre de Caesarea del listado de ciudades de la provincia, decisión ésta que de una forma u otra la colocaba fuera de la ley y el estado romanos. Ni que decir tiene que por aquel tiempo el Monte Argeo debía ser un lugar desierto, sin apenas visitantes en razón de la hostilidad de sus agrestes escarpaduras y su mínimo atractivo económico.
Caesarea continuaría siendo una ciudad de importancia durante todo el resto del Bajo Imperio romano y su sucesor, el imperio Bizantino, siendo patria chica de un crecido número de obispos e incluso santos. Finalmente, la conquista de la Capadocia por los turcos selyúcidas en tiempos del emperador Alejo I Comneno (Caesarea concretamente sería conquistada en 1082) iniciaría un dominio turquesco que aún perdura. La milenaria Caesarea sería abandonada en beneficio de un asentamiento anejo de nueva planta, siguiendo el binomio ciudad antigua/nuevo asentamiento harto documentado en escenarios de expansión por parte de un poder islámico. Hoy en día sus escasas ruinas se pueden ver en el paraje conocido como Eski Kayseri (la vieja Kayseri), siendo quizás mejor idea buscar los postreros testimonios de su finado esplendor clásico en la contemplación de joyas tales como el sarcófago romano de la siguiente fotografía, expuesto en el museo arqueológico de la ciudad moderna.
En cuanto al monte Argeo, la blanca montaña de las nieves perpetuas, seguiría un curioso destino tras largos siglos de soledad y olvido: el de servir de emplazamiento de una moderna estación de esquí, muy frecuentada, al parecer, por la gente pudiente de la actual Turquía.
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