martes, 16 de agosto de 2011

La Usurpación de Magnencio. 350 – 353 d.C. –1ª Parte--.

En el año 350 d.C., transcurridos trece años desde la muerte del gran Constantino I, gobernaban el imperio romano sus dos hijos menores, a saber Constancio II en oriente y Constante en occidente, en un aceptable clima de armonía y cooperación entre ambos.

Pero si similares en poder eran los dos Augustos, no lo eran igual las dos mitades del Imperio: bastante más rica la oriental –desigualdad ésta vieja ya de muchas décadas--, mucho más urbana (consecuencia de lo anterior) y mayoritariamente cristiana –ya fuera en su versión arriana o en la nicena/católica—al contrario que la parte occidental: fundamentalmente pagana a pesar de los diversos focos de cristianismo existentes en su territorio.

Tamañas desigualdades, a las que hay que sumar otra no menos importante como es la cultural (relativamente germanizada la parte occidental así como con una impronta celta todavía muy viva, de corte totalmente helenístico la oriental), colocaron al joven Constante en una posición mucho más difícil que la de su hermano Constancio a la hora de ganarse el
apoyo y la fidelidad de sus súbditos. Así, mientras al arriano y urbanita Constancio le tocó en suerte un imperio prácticamente hecho a su medida, al inexperto Constante le correspondió una sociedad tosca y pagana a la que le ofendía por igual tanto el arrianismo militante de su emperador como su declarada homosexualidad (bien vista por la cultura griega pero no tan to por la latina y mucho menos por las culturas de tipo celta o germánico). Si a esto le sumamos cierto decreto firmado por el emperador Constante en 341 por el que se prohibían los sacrificios paganos, su decidida predilección por los cristianos y los frecuentes rumores a cada cual más perverso acerca de su vida privada que por doquier surgían (se le llegó a acusar de pederasta), tenemos el caldo de cultivo perfecto para un hirviente descontento social fácil de aprovechar por el primer aspirante con los recursos y el valor suficientes. Pues bien, Flavio Magno Magnencio sería el nombre de ese oportunista, a cuyo turbulento reinado vamos a dedicar este post.

Nacido hacia el año 303, a juzgar por los datos numismáticos en la ciudad gala de Ambianum, la actual Amiens, parece ser que era de origen franco por parte de madre. El futuro emperador Juliano va aún más lejos en esta apreciación al afirmar que Magnencio era un “bárbaro desvergonzado y grosero, de los que habían sido hechos prisioneros hace no mucho” y que posteriormente habían sido reasentados en suelo romano (es lo que se conoce en los textos clásicos como un laetus). Fuera como fuere,  lo que está claro es que era de cuna humilde así como de raigambre germánica. Alistado en el ejército imperial en tiempos de Constantino I, Magnencio debió demostrar unas sobresalientes capacidades pues no de otra manera se explica que un recluta de baja condición fuera alcanzando sucesivamente los rangos de tribuno, protector y finalmente comes (conde) rei militaris de los Herculani y los Ioviani, a la sazón las dos mejores legiones (ambas de rango palatino) con que contaba el imperio de occidente. Desde tan alta posición jerárquica Magnencio pudo percibir mejor que nadie el agudo malestar del ejército, formado mayoritariamente por paganos, contra Constante y canalizarlo en su beneficio hasta lograr ser proclamado emperador por sus tropas el 18 de enero de 350 en la ciudad gala de Augustodunum, la actual Autun.

El ejército de campaña de la Galia, formado por las legiones comitatenses (infantería pesada de gran capacidad militar, entrenada para entablar batalla campal con el enemigo) Fortense y I Martia con sus tropas auxiliares de Praeventores y Superventores se unirá también a la sublevación iniciada por sus compañeras de rango palatino Joviana y Herculana. Encabezada por Magnencio, la potente hueste se apodera con facilidad de la Galia, marchando seguidamente sobre Italia a reclamar la autoridad imperial. Mientras tanto, allá en su palacio de Roma, un atribulado Constante, que no dispone ni por asomo de tropas capaces de enfrentar con éxito al ejército de la Galia y que por esta razón se ha visto rápidamente abandonado por todos, recurre a la única opción que le queda: escapar a uña de caballo hacia Hispania donde posiblemente todavía cuente con algunos apoyos. Sin embargo Magnencio, que no pierde el tiempo, manda tras él un veloz contingente de caballería ligera, dándole alcance en una pequeña ciudad al pie de los Pirineos. Aterrorizado, Constante se refugia en una iglesia cristiana de donde sus poco piadosos perseguidores no dudarán en sacarle a rastras para darle muerte a continuación. Con este asesinato se sella el triunfo de Magnencio, quien empleará los meses siguientes en asegurarse la sumisión de Italia, Hispania, África y Britania vía una acertada combinación de acción militar de tipo coercitivo y medidas de carácter populista tales como la condonación de los impuestos pendientes de pago y la derogación de los edictos en contra de la libertad religiosa.


Emblema de los Joviani (izquierda) y los Herculani (derecha), que se llevaban pintados en los escudos, tal y como figuran en la célebre Notitia Dignitatum.

Sin embargo la situación, aunque favorable para Magnencio, no estaba aún plenamente controlada. Así habría de demostrarlo cierto sobrino de Constantino I llamado Nepotiano, quien ni corto ni perezoso había aprovechado la confusión reinante para reunir una pintoresca tropa de gladiadores, ladrones y gente de ínfima condición en general, al frente de la cual se había hecho proclamar emperador en Roma (junio de 350). Tras un éxito inicial frente a Flavio Anicio, el prefecto de la ciudad del Tíber nombrado por Magnencio, Nepotiano se relaja, entregándose a satisfacer sus caprichos y los de sus seguidores. 27 días después, cuenta el cronista griego Zósimo, será fácilmente derrotado y ejecutado junto a todos sus hombres por las curtidas tropas del conde Marcelino, el hombre de confianza de Magnencio.


Mientras todo esto sucedía en la parte occidental del Imperio, Constancio II, augusto de la oriental, se encontraba en sus remotas fronteras batallando con los persas sasánidas. Incapaz por este motivo de reunir su ejército y partir raudo para poniente, el astuto hijo de Constantino el Grande decide emplear su enorme aparato de espías, confidentes y partidarios para perjudicar en lo posible a Magnencio. Su principal objetivo es el ejército de campaña del Ilírico, responsable de la defensa en profundidad del limes danubiano, que estuviera  a las órdenes del finado Constante y que transcurridas ya algunas semanas desde la muerte de su señor aún no se ha pronunciado ni por el usurpador Magnencio ni por Constancio. Su jefe es un veterano general llamado Vetranio: favorable a Constancio pero incapaz por sí sólo de inclinar hacia éste el fiel de la balanza. Una muy mala noticia, ésta última, para el emperador oriental que ve como su tiempo se agota a cada informe acerca del imparable avance hacia levante de Magnencio en pos del control de las tropas danubianas, lo que de llegarse a conseguir por su adversario colocaría a Constancio en una situación de grave inferioridad militar al contar con un solo ejército de campaña (el de oriente) frente a los dos de su enemigo. En vista de que definitivamente el emperador Constancio, retenido por su campaña persa, no puede acudir al Ilírico a ponerse al frente de las vacilantes tropas de su difunto hermano, a la sazón el único modo eficaz de evitar que acaben reconociendo a un Magnencio que ya está en la vecina Panonia, será Constancia, la hermana del emperador, quien proponga a Vetranio una solución alternativa no exenta de imaginación y un mucho de riesgo: que se haga nombrar él mismo emperador al objeto de asegurar el mando sobre sus tropas el tiempo necesario para que Constancio pueda finalizar su campaña persa y relevarle en occidente. Vetranio accederá no sin ciertas reservas, proclamándose emperador entre las aclamaciones de sus hombres con la excepción de algunos contingentes de caballería que lo abandonan para unirse a Magnencio, aprovechando la proximidad de éste. Sin duda alguna este triunfo estratégico, por más parcial que fuere, debió saberle a gloria a Constancio II.

No contento con haber privado a su enemigo del ejército del Ilírico, lo que ha obligado a Magnencio a detener su ejército de la Galia y entablar negociaciones con Vetranio, Constancio recurre también a los mismos enemigos de Roma para atacar al usurpador. Así, sus agentes persuaden a francos y alamanes para que ataquen el limes fortificado del Rhin que defiende el norte de la Galia. La primera embestida bárbara se producirá en el mismo verano del 350. Magnencio, aunque no ha contado con la apertura de un frente de guerra en su retaguardia, reacciona con cierta presteza nombrando César a su hermano Decencio con la expresa misión de reclutar cuantas tropas pueda en las provincias galas y expulsar a los bárbaros.

Corrían los días finales del verano de 350 cuando Magnencio, que ha visto contrarrestado el éxito de la eliminación de Nepotiano con la derrota parcial que para su causa suponía el entronamiento de Vetranio en el Ilírico, se da cuenta de que, si bien su posición en occidente es sólida, ha perdido la iniciativa estratégica y ya no puede seguir avanzando hacia oriente sino es a fuerza de acero. Conformándose con lo ganado que no es poco en absoluto, intentará que Constancio le reconozca oficialmente como emperador del territorio bajo su dominio, sin el menor éxito a la postre. Ahora bien, el taimado emperador oriental aceptará la apertura de negociaciones con Magnencio no tanto con la idea de llegar a un acuerdo con él como al objeto de contemporizar el tiempo suficiente para prepararse para la guerra. Del mismo modo recibirá a los embajadores enviados por Vetranio, al que procura mantener dentro de su órbita sin darle motivos para declararse en abierta rebeldía, algo perfectamente al alcance del viejo general disponiendo como disponía del ejército del Ilírico bajo sus órdenes. Un año entero duraría este precario equilibrio de fuerzas: verdadero alarde de habilidad política por parte de Constancio que lo aprovechará para concluir con dignidad su campaña persa y reforzar considerablemente su ejército oriental, todo ello sin que Magnencio le importune ni el “pseudo-Augusto” Vetranio se le escape de las riendas. Por su parte Magnencio, desde luego mucho menos experto que el hijo de Constantino en política de alta escuela, consumirá ese crucial año tanto en reforzarse militarmente (merece destacar a este respecto la recluta de dos nuevas legiones de tipo comitatense: los Magnentiaci y los Decentiaci) como en una alternancia de aproximaciones a Constancio y a Vetranio: al primero para solicitarle repetidamente su confirmación como Augusto de occidente, al segundo para persuadirle de que se pase a su bando. En ambos casos el resultado sería el mismo: nulo, algo fácil de predecir considerando la comunión de intereses que, según los escritores contemporáneos, unía a Constancio y Vetranio, y que por tanto les permitía estar puntualmente al tanto de las maquinaciones de Magnencio para con uno y otro.

Interrumpiremos aquí nuestro relato de la usurpación de Magnencio para sumergirnos en la vertiente numismática de éste: muy interesante al incluir tipos diferentes a los habituales en los territorios dominados por la familia constantiniana así como de una considerable belleza plástica. Es por este motivo que se trata de monedas bastante demandadas por el coleccionista del periodo, sobre todo en altas calidades. En el próximo post retornaremos la narración a partir del fin de la tregua tácita entre Magnencio y Constancio.

A la muerte de Constante en enero del 350 d.C., las cecas occidentales detienen una producción basada fundamentalmente en una acuñación escasa de piezas de oro (semises y sólidos) y plata (silicuas y miliarenses) y otra muchísimo mayor de bronces basada en la unidad básica conocida como Maiorina --unidad monetaria instaurada en ambas mitades del imperio un par de años antes en sustitución del muy devaluado centenonial-- complementada por sendos divisores valorados en media maiorina y un cuarto de maiorina según modernos criterios metrológicos y de tipo iconográfico. Éste sistema monetario debía funcionar razonablemente bien en el momento del entronamiento de Magnencio (algo comprensible habida cuenta su relativa novedad y por tanto escaso deterioro por el cáncer de la inflación que siempre devoraba todo intento romano de crear una moneda fiduciaria sostenible en el tiempo) por lo que se siguió utilizando si bien centrándose en la unidad básica, la Maiorina, en detrimento de sus dos divisores que no volvieron a ser acuñados como tales.

Las primeras cecas en emitir moneda a nombre de Magnencio fueron, como es natural, las galas, al ser las más cercanas al epicentro de la sublevación. Se trata pues de las cecas de Lugdunum, Tréveri y Arelate. Siendo como era la acuñación de moneda la más poderosa herramienta de propaganda al alcance de un soberano en la edad Antigua, no debe extrañarnos que Magnencio ordenara el inmediato inicio de acuñaciones a su nombre sin dar tiempo en ocasiones a que los artesanos de las cecas diseñaran nuevos tipos de reverso o reprodujeran en un nuevo cuño de anverso las facciones de su nuevo señor. Sólo así podemos explicar ejemplares como el siguiente: acuñado en la ceca septentrional de Tréveri con busto de Magnencio pero reverso de Constante FEL TEMP REPARATIO, con emperador estante a izquierda en proa de galera, sujetando lábaro con crismón en mano derecha y victoriola en la izquierda así como Victoria alada en popa, agachada y manejando el timón.


La rápida extensión del poder de Magnencio en occidente pondría también bajo su control las cecas italianas de Roma y Aquileia que también empezaron a producir sin dilación. Así mismo, Magnencio quiso honrar a su ciudad natal, la gala Ambianum, creando una nueva ceca en ella, con marca distintiva AMB (mediados de 350).


Asentado firmemente el poder del usurpador, no tardan sus monedas en anunciar al mundo romano occidental que algo ha cambiado en las alturas de su pirámide social. Las seis cecas de Magnencio producirán tanto oro como plata y bronce, reservando como es habitual a este último metal, de difusión infinitamente más amplia que los dos anteriores, la mayor carga propagandística. Esto se conseguirá no tanto introduciendo leyendas “provocativas” –no hay que olvidar que Magnencio aspiraba en aquel momento a ser reconocido emperador oficial por Constancio II--, alusivas por tanto a Victorias, Restauraciones, etc, como mediante el empleo de motivos de reverso muy distintos  a los de las emisiones inmediatamente anteriores de Constante y Constancio II. Además, este mensaje diferenciador se verá reforzado por cierto rasgo característico de las acuñaciones de Magnencio, independientemente del metal así como presente desde las más tempranas a las postreras, que por sí solo debió ser más que suficiente para llamar la atención de los usuarios. Se trata del busto militar desnudo o lo que es igual sin la diadema habitual en todas las acuñaciones contemporáneas y posteriores, fácil de explicar en un emperador que procuraba disimular su carencia de legitimidad a base de maniobras populistas como ésta, por la cual el emperador mostraba su deseo de  descender voluntariamente de las alturas “cuasi-divinas” representadas, entre otros atributos, por la diadema imperial, para colocarse al nivel de sus mortales súbditos. Las siguientes fotografías nos muestran dos hermosos ejemplares de Sólido y Miliarense, ambos de la ceca de Tréveri, en los que se aprecia claramente el busto desnudo de Magnencio. Al igual que las acuñaciones de sus predecesores, se trata de monedas de alta calidad tanto estética como material, con un elevadísimo porcentaje de metal precioso: algo común por otra parte a la inmensa mayoría de las acuñaciones bajoimperiales en metal noble.


Como es normal general en las acuñaciones bajoimperiales, Magnencio sólo emplearía un número breve de tipos de reverso en su primera serie de acuñaciones de moneda fiduciaria en bronce, de los cuales dos de ellos engloban más del 80% de las monedas supervivientes. Esta primera serie se corresponde cronológicamente con los hechos históricos relatados en el presente post (el año 350 completo), del cual son un fiel reflejo, de ahí que la estudiemos a continuación, dejando las series siguientes para el próximo post.

La característica principal de esta primera serie, sobre todo si se la compara con las posteriores, es el buen acabado que presentan sus monedas. Normalmente se hace uso de cospeles redondos y de tamaño adecuado que permiten sacarle el máximo rendimiento estético a unos cuños de elegante aunque peculiar estilo, lo mismo en anverso que en reverso. Aunque significativamente más escasas que las monedas de la segunda serie de Magnencio (que son con mucha diferencia las más comunes), éstas piezas suelen encontrarse por término medio en mejores condiciones netas. Sus dimensiones son similares a las de las Maiorinas de Constante --alrededor de 21 mm de diámetro por 5 gramos de peso-- pudiéndose encontrar ejemplares bastante más grandes, sobre todo de la ceca de Aquileia. Prueba de la buena situación económica que debió disfrutar la mitad occidental gobernada por Magnencio en ese año de 350 es que no se encuentran ejemplares reducidos (inflacionados, pues) con los tipos de esta primera serie, siendo también escasas las imitaciones no oficiales sobre todo en comparación con las más que abundantes imitaciones de la segunda serie (luego tampoco hubo un desabastecimiento de moneda excesivo). Esto explica, por ejemplo, que Magnencio dispusiera de los recursos suficientes para reclutar dos legiones enteras en tan sólo unos pocos meses al tiempo que su hermano, el César Decencio, reforzaba el ejército limitanense del Rhin (tropas de guarnición con peor armamento y entrenamiento que las comitatenses del ejército de campaña galo) lo suficiente para plantar cara a la invasión bárbara instigada por Constancio II.

Centrándonos ahora en los dos tipos de reverso más comunes de esta primera serie, sin duda alguna es el tipo GLORIA ROMANORVM con emperador a caballo alanceando a enemigo caído en reverso, el preferido por los coleccionistas de este emperador. No en vano se trata de una moneda de gran fuerza iconográfica aunque ciertamente poco original pues insiste en un motivo bastante frecuente en la numismática romana imperial, eso sí: tratado de un modo bastante más ambicioso que el de su inmediato antecesor en esta iconografía concreta: el FEL TEMP REPARATIO de Constancio II. La fotografía siguiente corresponde a una excelente Maiorina de esta primera serie, acuñada en la tercera oficina de la ceca italiana de Aquilea. La letra A del campo de anverso es una marca procedente de las maiorinas de Constante que, al parecer, servía como marca de valor indicando al usuario que la moneda era 1 Maiorina equivalente a 100 centenoniales pre-reforma.


El significado político de esta moneda parece estar relacionado con la campaña llevada cabo contra los bárbaros que asolaban las fronteras septentrionales: únicos candidatos al puesto de enemigo vencido que aparece en la moneda, cuyo tipo de reverso se venía refiriendo tradicionalmente a las victorias romanas sobre enemigos exteriores. Ni que decir tiene que se trata de un reverso para consumo interno, inofensivo de cara a las negociaciones con Constancio al no hacer la menor referencia a la derrota y muerte de Constante.

El segundo tipo de esta serie, menos espectacular sin duda así como algo más común, posee como leyenda de reverso la inscripción FELICITAS REI PVBLICE (la Felicidad del Estado) y como motivo al emperador Magnencio en posición estante, mirando a izquierda, con Victoriola en la mano derecha en actitud de coronarle y lábaro con crismón en la mano izquierda. La marca de valor A se encuentra normalmente en el reverso de estas monedas. La siguiente Maiorina es un buen ejemplar de este segundo tipo, acuñado en la primera oficina de la ceca gala de Tréveri.
Aunque Magnencio procuró equilibrar la relación entre paganos y cristianos, muy inclinada hacia estos últimos durante el reinado del arriano Constante, no por ello dejo de cuidar y respetar a los que al fin y al cabo eran los protegidos del emperador oriental con el que, no lo olvidemos, Magnencio buscaba congraciarse a fin de lograr su reconocimiento como emperador de occidente. Esta moneda constituye indudablemente, con su criptograma Chi-Ro en el centro del lábaro, un perfecto reflejo de esta política.

A diferencia de la emisión GLORIA ROMANORVM, de la cual apenas se conocen imitaciones bárbaras/no oficiales, sí que se documentan imitaciones de la emisión FELICITAS REI PVBLICE sobre todo de la ceca de Lugdunum. Tratándose como se trata de monedas con relativo (aunque casi siempre bastante peculiar) buen arte y tamaño similar al de las oficiales, no parecen responder a una maltrecha situación económica sino a alguna necesidad puntual fruto de un desabastecimiento a nivel local. La maiorina de las siguientes fotos es un buen ejemplo de estas acuñaciones no oficiales.


Por último,  las cecas de Arelate y Roma, ambas bajo dominio de Magnencio, también emitieron moneda a nombre de Constancio II con el reverso GLORIA ROMANORVM lo que no deja lugar a error al afirmar que se trata de emisiones directamente destinadas a ganarse el favor del emperador de Oriente. Ni que decir tiene que estas emisiones cesarían rápidamente (ninguna llegaría al 351), en cuanto Magnencio constató que Constancio no estaba dispuesto a reconocerle. La siguiente moneda es un bonito ejemplo de lo anterior, acuñada en la tercera oficina de la ceca de Roma.

Los emperadores representados en los bustos que ilustran esta entrada son, por orden de aparición, el joven Constante, Magnencio y el emperador oriental Constancio II en su madurez.